sábado, 7 de febrero de 2015

Reencuentros. Poesía. Memoria frente al olvido

[...en una noche desapacible y lluviosa del mes de octubre, subiendo por la calle Espíritu Santo, alguien se detiene ante el portal número 23, sucio y con síntomas de abandono. Años atrás, allí se había apagado para siempre la voz de Enrique Urquijo, uno de los nombres icónicos del pop español de los ochenta. No hay muchos locales abiertos y la gente se apresura a buscar refugio, borrados ya sus rostros a merced del hostil crepúsculo. En la Glorieta de Bilbao, pasa delante de las cristaleras decimonónicas del Comercial, otea en su interior el movimiento de los camareros, enfundados en sus inmaculados uniformes, mientras los clientes bucean entre las páginas de un libro y juegan a descifrar los posos del café. Afuera, la ciudad se cuela en sus bolsillos, esquivando las molestas acometidas del viento


Ayer fue nuevamente un día de esos que no pasan desapercibidos. Como aquella noche en Madrid, que luego terminaría tomando cuerpo de poema. Febrero frío, con las cumbres de Gredos atestadas de nieve, con el traquetreo del Intercity adentrándose en las tierras ásperas de la meseta. Nos esperaba la ciudad, sus fauces abiertas y ávidas de reencuentros. Mediodía junto al quiosco de libros de la Plaza de Santa Bárbara. Cálido el abrazo de un poeta. No veíamos a Rafael Soler desde noviembre, cuando leyó en Cáceres, en el Aula de la Palabra. Surgió entonces un cariño que la distancia ha querido hacer más fuerte, una complicidad que va cuajando a cada nuevo verso leído, a cada nueva experiencia compartida. Vino luego el Comercial, paseo previo por la Calle Sagasta, sin imaginar los agradables sobresaltos que aquellas mesas nos deparaban. Difícil imaginar que amigos tan queridos como Vicente y Charo pudieran aparecer allí, por sorpresa, cuando tranquilamente ordenábamos el mundo desde la mesa donde Rafael aboceta sus poemas. 


Solo era el preludio de una jornada en la que hubo poesía, pero sobre todo, amistad, como la de los compañeros y compañeras de la X Promoción de Derecho, residentes en Madrid, que no dudaron en hacer un hueco en sus agendas para no perderse la presentación de "Escenarios"


La Planta de Arriba del Café Comercial tiene aspecto de viejo salón de juego, con sus improvisadas tablas desde donde los veladores se sienten cercanos, apiñándose en torno a la voz y al mensaje del autor que allí se encarama, presto a la puesta de largo de su obra. Son muchos los que ya han pasado por ese mismo teatro y han teñido el aire con sus versos y el calor de su público. Pablo Méndez, alma mater de Ediciones Vitruvio, bien lo sabe. Los elegantes poemarios de la Colección "Baños del Carmen" se han dejado ver número a número en esa tesitura y el que hace el 459 no podía ser una excepción. Contaría esta vez con la inestimable aportación de un maestro de ceremonias curtido en mil batallas literarias, Diego Doncel, nuevamente amigo más allá de estas lides, para quien el autor de "Escenarios" era viejo conocido desde tiempos legendarios, los que marcaron la eclosión de revistas como Oropéndola, y a quien ya acompañara al apadrinar esa aventura que se iniciaba con "El último viaje", que supuso el nacimiento de la Editorial Norbanova. Importaba la poesía, el estreno de un libro y el desafío de hacerlo en un espacio y ante un público ajenos al estigma de lo cotidiano, pero sobre todo, cuando la poesía viene escrita con la tinta de lo próximo, cuando el creador se siente alentado y apoyado, cuando percibe que cada una de sus palabras se reciben y se gustan. Noche en la que la gélida presencia del invierno ya era solo una anécdota, sin asimilar aún la noticia de la muerte de quien fuera uno de los artífices del estallido literario de Cáceres, el profesor Ricardo Senabre.  En torno a la barra del Café, con el vaivén de la puerta giratoria y el trasiego de los parroquianos, un libro pasaba a ser algo más que un conjunto de páginas impresas. No olvidaré la animada tertulia posterior ni a quienes quisieron acompañarnos hasta que las agujas del reloj marcaron un inexorable punto de no retorno: Antonio Daganzo, Rafael Morales, David Morello, Fernando López Guisado... También quedó un poco de todos ellos en los requiebros de ese libro que acababa de alcanzar su mayoría de edad. 






...y entonces, Pablo Méndez dixit: Imposible abandonar Madrid sin pasarse por Velintonia 3, la casa abandonada en la que vivió y murió el Nobel Aleixandre


[....la mañana del sábado vestía de grises las laderas de la Ciudad Universitaria, de colores suaves y espectrales caricias de otro tiempo, de vacíos que lo son de palabras que el silencio quiso luego cautivas, voces de amor y labios palpitantes. Aún en pie, fantasmal revelación del abandono, unos muros dan testimonio de un pasado que se resiste al olvido. ¡Cuántas horas, cuántas jornadas de poesía y de poetas!]




No puede seguir así la que se ha dado en llamar "La Casa de la Poesía". Semejante "escenario" merece seguir en pie y convertirse en el referente de toda una generación encabezada por el único Nobel del 27 que allí vivió hasta su muerte. Mis lecturas adolescentes de "Sombra del Paraíso" o "Espadas como labios" me movían a coger el guante que me lanzaba Pablo Méndez, y no dejar Madrid sin hacer esa visita y atreverme a leer alguno de mis poemas junto al quicio de aquella puerta. Sirva ello de homenaje al maestro, y de apoyo a la causa que promueve la rehabilitación del edificio y la recuperación de su memoria.