viernes, 1 de enero de 2016

Poesía como objeto de colección. Imprentas y "libros de viejo"

Es tiempo de listas y balances acerca de las publicaciones más vendidas o leídas durante el año que acaba de finalizar. Tanto a nivel de prensa escrita como de internet es frecuente toparse con estas valoraciones que no pocas veces obedecen a criterios puramente comerciales o se encuentran cargadas de un fuerte subjetivismo. No caeré en la tentación de elaborar nada de esto, aunque sí que han sido muchos los libros de los que he disfrutado en estos últimos meses, tanto de poemas como de narrativa. Quiero hoy hablar de otra forma de relación con ellos, partiendo del objeto que en sí mismo constituyen, el corpus, y el contenido que incorporan, que llamaremos animus. El libro que encadena sensaciones desde el tacto, cuando abrimos sus páginas y contemplamos la disposición de los textos, el cuerpo de la letra, las ilustraciones, en su caso. Es algo que nunca podremos experimentar con los ebooks, que se han despojado de ese "corpus". Sin prescindir de su esencia, que es el mensaje literario que el escritor quiso encerrar en su interior, veremos el libro como bien de colección, tesoro bibliográfico, testigo de otras manos, otros ojos, que accedieron a su lectura y a su envoltorio. 



Edición londinense de "Don Juan", de Lord Byron", impresa en 1819, aún vivo el poeta. Sirvió de modelo para la elaboración de la portada del libro "Voces poéticas en femenino", editado por Norbanova. 

Continúan gustándome los libros bien editados, porque su encanto persevera y se hace un todo con la obra que en ellos se contiene. Es importante pues el trabajo de imprenta, la artesanía de los viejos impresores, cómo se ha acertado en la elección de las cubiertas, de la tipografía, porque el modo de presentarse el resultado de la inspiración del creador ante su destinatario final también contribuirá a hacer la experiencia mucho más placentera. Conservo en mi biblioteca algunos ejemplos de todo ello. 

Lo primero que haremos será recordar ese trabajo callado que se hacía en las imprentas y del que nacían esas piezas que luego han llegado hasta nosotros. Por razones de proximidad, en Cáceres existieron establecimientos que han perdurado en la memoria colectiva, como la Imprenta "La Minerva", situada en los soportales de la Plaza Mayor,  originariamente propiedad de D. Serafín Rodas, y donde también existió una famosa tertulia en la que participaban escritores y gente del mundo cultural de primeros del siglo XX. 


La tarjeta postal comercial que antecede, circulada en la posguerra española (reembolso intervenido con fecha de 8 de noviembre de 2012 en la oficina de Correos de Cáceres), y franqueada con sellos de 25 y 60 céntimos con la efigie del General Franco, documenta realmente (al dorso) un pago a cuenta de un trabajo realizado por la mencionada imprenta "La Minerva Cacereña", cuando ya era propiedad de la Viuda de Castor Moreno, su segundo propietario. El importe abonado por el cliente ascendía a 74,25 pesetas.

Otro establecimiento que apenas recordarán los cacereños de hoy era la Imprenta de "Sucesores de Álvarez", también en la Plaza Mayor, en el llamado Portal Llano número 39, donde luego se instaló una zapatería. Esta imprenta editó tarjetas postales a primeros del siglo XX y en ella se imprimió en 1903, "Solo para mi lugar", del poeta José María Gabriel y Galán. 


Antigua tarjeta postal editada por la imprenta "Sucesores de Álvarez", y circulada en 1901 en la que aparece un poema de amor que el remitente dirige desde Cáceres a una señorita domiciliada en Madrid. 


Tomo I de las Obras Completas de José María Gabriel y Galán, con el sello del anterior propietario y su firma (curiosamente, uno de los hijos del poeta, Jesús o Juan, Gabriel y Galán, pues solo aparece la inicial). 

Pero esencialmente, de las imprentas surgieron los libros. Y luego, éstos acabaron en manos de los lectores, en los anaqueles de las bibliotecas. Coleccionar poesía en el formato del libro antiguo nos transportará a aquellas primeras ediciones de obras y autores que hoy veneramos como clásicos. De estos ejemplares me gusta especialmente la textura del papel, los tipos utilizados, el perfecto encuadre de la caja de texto. Poetas legendarios, como Lord Byron, lucen en todo su esplendor si se saborean sus versos en la forma que lo hicieron sus primeros lectores. 


Edición de 1837 de las obras completas de Lord Byron


Carta del autor con autógrafo del poeta

Las ediciones de Juan Ramón Jiménez o los "Poetas del 27" comparten la elegancia de la poesía como protagonista de la página. La utilización de tipos de gran tamaño y de letras capitales ofrecen solemnidad al verso y facilitan su lectura. Veamos varios ejemplos:



Federico García Lorca: Edición de 1929 de sus "Canciones", publicadas por la Revista de Occidente. Se puede distinguir cuanto venimos diciendo. Empleo de letras capitulares, grandes espacios y caligrafía también grande y redondeada, que dan protagonismo a los versos, perfectamente encuadrados en el centro de las páginas. 


Juan Ramón Jiménez: Edición de 1931 de su obra "Eternidades" (1916-1918) Comprobamos que es la misma técnica de impresión y edición la que se utiliza. 


Rafael Alberti: "Sobre los Ángeles", 1929. Ya no se utilizan las capitulares pero los versos siguen poblados de letras de amplio tamaño, tipografía Bodoni o similar. 


Jorge Guillén: "Cántico", Cruz y Raya, 1936. El formato del libro es mayor, y aprovechando la amplitud de páginas el diseño de la edición vuelve a ser generoso, pocos versos pero con tipos y espacios grandes que se desparraman a placer por cada cuartilla. 

La poesía escrita y que habita en las páginas de un libro. Corpus y animus que son un disfrute para los sentidos. Se percibe el ritmo, la cadencia de los versos, pero también el olor del papel, sus rugosidades, la tonalidad cambiante de unas páginas que ya forman parte de la historia.