miércoles, 31 de agosto de 2016

En la Casa de Antonio Machado, en Segovia. La voz que perdura.

Va siendo una muy agradable costumbre la de visitar casas de poetas. Uno sigue siendo aficionado a estas lides y respirar el mismo aire que los maestros de otro tiempo parece aportar una suerte de condescendencia o complicidad que luego tiene su recompensa sobre el papel. Especialmente en épocas de interminables cuartillas blancas, de largos silencios y atropelladas voces, cuando flaquean los registros de la palabra y ésta se vuelve tosca y huraña, intolerablemente lejana. Como en estos días. Queda al menos el consuelo de abrir los ojos, de absorber imágenes y aromas, recuperar lecturas enquistadas en los muros de la memoria, a la vez que intentar otras, hacer nuestras visiones más lúcidas que las de uno mismo y aprender, siempre aprender. 

Sabía que D. Antonio Machado había sido catedrático en 1919 en el Instituto de Segovia, pero su intensa relación con la vecina Soria, académica y sobre todo vital, quizá ofuscó sus años de tránsito por las calles de la hermosa ciudad del Acueducto. Ahora compruebo que en ningún momento fue así y D. Antonio continúa muy presente en la vida diaria de los segovianos, habiéndose convertido en imprescindible la visita a la casa-museo del poeta, donde éste vivió durante aquellos años de magisterio, hasta 1932, a medio camino entre la Plaza Mayor y los jardines del Alcázar. 




Calle donde se encuentra la Casa-Museo de Antonio Machado, 
en Segovia

En un verano del que aún sobrevive el recuerdo de las estancias de Keats, en el Hampstead londinense, la vivienda de D. Antonio Machado en Segovia me brindó sensaciones que se antojaban conocidas pero a la vez bien distintas. La calidez de las parras en el porche, ya repletas de racimos, me hablaron de esperanza, de que la vida se hace fuerte y se reinventa más allá del vacío y las adversidades. ¡Cuántas veces el poeta se sentaría en ese banco de piedra evocando a solas su melodía de sentimientos!



Leyendo poemas junto a las parras, a la entrada de la Casa de Antonio Machado

Escaleras arriba, pasillos franciscanos de calladas puertas, y la alcoba aún con olor a ausencia, la del caminante que un día se marchó con lo puesto. 




Interior de la vivienda, expositor con obras del poeta

Sobre una vieja cómoda, en el distribuidor reposa ahora un libro de visitasSus páginas no son blancas, como aquéllas que ahora se me resisten, están llenas de voces anónimas, pero vivas y cercanas. Como en Collioure, su última residencia, donde el correo que se acumula en un buzón, junto a su tumba, rubrica la inmortalidad del hombre, también en Segovia ese cuaderno de bitácora se rinde sin tregua a la vigencia de sus versos, a la sabia intuición de quien supo interpretar mejor que nadie la complejidad de un país forjado con la mecha del desconcierto. 

¡Qué certera y qué madura la parábola del poeta! 

Efímera es la materia, no así el vértigo que alimenta la historia, ese que duele y alborota el mañana con su parto de incertidumbre. 


domingo, 28 de agosto de 2016

Nostalgia del "Café Comercial". Tránsito de la vida y ecos de la memoria.

El viernes regresé a mis antiguos escenarios de Madrid. Algunos de los que aparecen en los poemas de mi libro homónimo. Bajando en Tribunal, la laxitud del mes de agosto se advierte en el traqueteo de las calles, en los islotes adormecidos de las tiendas cerradas, cuando desorientados forasteros y residentes convergen en la molicie de las horas que el calor arrastra tirano. Camino de la glorieta, con las notas reincidentes de Antonio Vega en la memoria, -acaso el sitio de su recreo sea la plaza que ahora lleva su nombre-la impresión al llegar a Bilbao enfrenta al paseante a la impotencia que supone el cierre del histórico Café Comercial, con sus vitrales tapiados con papel de embalaje. 

Entre las rendijas de ese improvisado telón, la imagen fantasma del antiguo establecimiento es visible en la penumbra, el color de la madera, los bultos de la barra y las estructuras del mobiliario, aletargados y recubiertos de una pátina de polvo cuya opacidad creciente terminará por engullir el recuerdo de lo que allí hubo. Sin rastro de los camareros, de sus casacas blancas de hombreras rojas, ni tampoco del poeta de pelo cano y porte de dandy que solía frecuentar la mesa de la esquina, a la izquierda, con vistas a la plazoleta, el edificio parece una enorme caja aguardando el camión de la mudanza. Desde el exterior, nada sin embargo parece haber cambiado desde la última vez que lo vi abierto y se diría que no se trata sino de un "cierre por reforma", que en unos días, puede que meses, volverá la actividad como si todo este tiempo de forzoso silencio hubiera sido tan solo un sueño de fácil olvido.  Una vez escribí sobre sus mesas, luego leí aquellos mismos versos recordando a D. Antonio Machado en el ambigú de su primera planta, de mano en mano la cerveza ayudó a aproximar a los amigos, a vestir la palabra de calor humano. 


Aspecto actual del Café Comercial, 
empaquetado y listo para la mudanza


Presentación de "Escenarios", Ediciones Vitruvio, 2012, en "La Planta de Arriba" del Café, con Pablo Méndez y Diego Doncel. 

Me pregunto qué destino espera todavía a este inmueble, símbolo de tantas cosas, de tantos vislumbres compartidos. Puede que la próxima vez que por allí pase lo que me encuentre sea cualquiera de esas franquicias de moda que poco a poco, como la marabunta, van consumiendo espacios que antaño tuvieron usos bien distintos, en muchas ocasiones vinculados a la cultura, que aquella primera planta que acogía presentaciones y recitales sea la destinada a la ropa de caballero y a sus propuestas más "casuales". Pienso, ¿Qué opinaría de todo esto D. Antonio?, con su porte desaliñado, aquel que marchó, "ligero de equipaje, casi desnudo..."


Conocida fotografía del poeta en el desaparecido Café de las Salesas, de Madrid.

Pronto, pocos se acordarán y el recuerdo terminará enlatado en los estrechos márgenes de una fotografía o los gigas de una tablet, junto a otras muchas instantáneas. Algo parecido pasó también aquí, en Cáceres, con aquellas salas de cine que sucumbieron a la voracidad de lo más fashion. Ya apenas si alguien se acuerda de ellos. Bueno, excepciones hay, pues allí disfruté de la reescritura del peplum a cargo de Ridley Scott, con la extraordinaria Gladiator, en el año 2000, justo cuando en ese mismo verano releía la inolvidable "Memorias de Adriano" de Marguerite Yourcenar, traducida por Julio Cortázar


Lo que quede será como el recuerdo de Antinoo, 
irrepetible, pero irrecuperable. 

Puede ser después de todo que tengan razón, y que la muerte
esté hecha de la misma materia fugitiva y confusa que la vida. 

                                          Marguerite Yourcenar


ANTINOO

De aquel despojo amado
jalonan el corredor de los siglos
inveteradas réplicas
de su torso atlético,
migajas que apuntalan
la irrecuperable 
arboladura
del efebo. 

(poema perteneciente al libro "El tacto de lo efímero", Ediciones Vitruvio 2016)


 





domingo, 21 de agosto de 2016

Lisboa, la ciudad de todos los nombres

De La Casa dos Bicos al túmulo de Fernando Pessoa.  En medio, "Todos los nombres", como la homónima novela de José Saramago, los de una ciudad entretejida de contrastes, fluvial y con vocación marinera. 
Ser anónimo en las empinadas calles de Lisboa. Palpar las texturas de los envejecidos edificios con su paleta de colores que sortean las tonalidades del agua del Tajo en su tránsito hacia el gran océano. O ser de pronto otro, o muchos, al amparo de fingidas identidades para apaciguar la saudade y el desasosiego. 


Leyendo poemas de "El tacto de lo efímero", en homenaje a Fernando Pessoa, junto a su tumba en el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa

No acierto entonces al señalar la mano que enhebra los versos, busco en los libros, como hiciera Don José, el protagonista de la novela de Saramago, las trazas de un personaje carente de facciones, del que solo dan testimonio los ficheros administrativos o la imaginación de un escritor. Mientras, la ciudad se mueve a ritmo de tranvía, gateando las pendientes, desperdigando aromas y ecos, los de la música que hierve en las callejuelas de Alfama, zigzagueando entre la ropa tendida de infinitos balcones, donde el viento deletrea la vertical de los tejados. 


Los característicos tranvías de Lisboa



Balcones y callejas en Alfama

Todos los nombres, todos los contrastes. La muralla romana y los pensamientos del Nobel portugués, confundidos y hermanados, como el ascetismo de los antiguos monjes y la grandiosidad del arte "manuelino". 




Muralla romana y escaleras con frases de Saramago 
en la "Casa dos Bicos"


Antiguo refectorio en el Monasterio de los Jerónimos

No muy lejos, en las proximidades de la Torre de Belém, descubrir el escenario de una película de Disney, cuando la voracidad inmobiliaria se atora ante la obstinación de unos muros que no ceden. Sí, la casa de "Up" está en Lisboa, bien asentada sobre la tierra aún, pese a los achaques del tiempo y el abandono.  



Antigua casa en medio de edificios, que ha resistido a la especulación inmobiliaria 

"Paso y quedo, como el Universo", proclaman los versos de Pessoa, aquel que en medio de un gran silencio, "igual que un dios que duerme", reposa en el vecino Monasterio de los Jerónimos, aunque no falta quien asegura que nunca salió del vetusto Cementerio de Prazeres, y que su cuerpo fue encontrado incorrupto. Sea como fuere poco importa, si la voz perdura. 

domingo, 14 de agosto de 2016

Siempre viva en el recuerdo: Cecilia Flores, mi madre.



Sin darnos cuenta han pasado diez años desde aquella mañana de agosto. Cuando la perdimos. Cuando se difuminó el anhelo de su caricia. Larga travesía para desterrar las pesadillas y apaciguar la hambruna de las olas, ávidas de naufragios. 

No fue benévola la voluntad de las mareas, en los velámenes prendido el azafrán del último viaje. Agosto de coagulados sentimientos, enero de dioses desquiciados, de labios esponjosos y de humus, con el frío del hierro en los párpados. Sus corazones nos pertenecen dondequiera que resida su latido, ahora inaudible. 

De rodillas, me encomiendo al estremecimiento de los ventrículos, a la reverberación sin tregua de las aurículas. Allí, en el escenario del silencio, me resisto a creer que sean polvo y ceniza, que la tierra hable solo el idioma de la tierra.  

Un nuevo día, y otro, y uno más, ya sin el bombeo de las arterias irrigando avalanchas. Con el olvido hollando en la trastienda de la cordura, sutil termita. 

Sea entonces la palabra mi arma, la mención de su nombre, la salvaguarda de su corazón perdido en el reino de las salamanquesas, donde la hiedra se enrosca al tartamudeo insomne de la lluvia. 


Dibujo de portada (Deli Cornejo) para "El último viaje"
número 1 de la Colección "Norbanova Poesía", Cáceres, 2007. 






domingo, 7 de agosto de 2016

Postureo literario con "El tacto de lo efímero"

De vuelta a los Escenarios. O tal vez nunca los abandoné del todo. Esta vez he seguido la senda de las palabras hasta confundirme con la atmósfera de aquellos lugares en las que se pronunciaron. Huelen de distinto modo las estancias donde vivió un poeta, poco importa que hayan transcurrido doscientos años o más desde su partida. 


Leyendo "El tacto de lo efímero" en el escritorio 
de la casa de John Keats


Exterior de la casa de John Keats


"El tacto de lo efímero", lectura recomendada


Escritorio de la casa de John Keats

Algo sobrevive de su respiración entrecortada, la impronta de sus dedos continúa impresa en las páginas de los viejos cuadernos, su mensaje permanece tan actual como cuando vieron la luz estas primeras ediciones que ahora se conservan tras el cristal de las vitrinas. 


Primeras ediciones de poetas de la época

La palabra de uno es como un intruso en estos santuarios del recuerdo. Aunque se te invite a sentarte y leer, susurrar más bien unos cuentos versos desperdigados junto a una vieja chimenea extinta. Mirar alrededor y comprobar que no hay otro auditorio que uno mismo, que los poemas se pierden entre las partículas del aire confundiéndose con ese vaho decimonónico de los muebles y los objetos. No puede ser más certero entonces el título: "El tacto de lo efímero", porque tal calificativo se ajusta como un guante al furtivismo de los adjetivos, a la volátil ilusión del autor que se adentra con sus creaciones en un territorio que no le pertenece.  


Leyendo "El tacto de lo efímero" en el salón de actos 
de la casa de John Keats


Estancias superiores. Habitación de la prometida del poeta

Aquí, donde John Keats vivió e hizo planes de boda, quebrada ya su salud, antes de su viaje sin retorno hasta tierras italianas, donde disfrutó de una buena cerveza o donde Charles Dickens encontró la inspiración, tal vez la intromisión de uno con su humilde libro, sirva para que éste remonte el vuelo o para que aquella arcana musa pudiera resultar contagiosa. Sea así sobre los bancos de madera de "Spaniards Inn", uno de los más antiguos pubs londinenses, que se dice construido en 1585 y que fue mencionado por Dickens en "Los papeles de Pickwick" y por Bram Stoker en "Drácula", quien parece que tomó prestada una de las viejas historias sobre los fantasmas que al parecer residen en la casa a la hora de escribir su inmortal obra. 


"Spaniards Inn", uno de los más antiguos pubs de Londres, plagado de referencias literarias 

Postureo pues del bueno junto a una pinta con "El tacto de lo efímero", un nuevo brindis al sol, aunque quizá suficiente para que los inspirados dedos de una ilustradora conviertan las palabras en brillantes fantasías con su trazo y color. 


Con "El tacto de lo efímero" y una buena pinta


Convirtiendo las palabras en imágenes