Que el olvido no se apropie de la memoria, que no absorba los últimos vapores del ánima, que la confusión y la ceniza no disuelvan su tacto en el crisol de la materia, que las voces y el calor de los cuerpos no pierdan la magia del abrazo, que no se adormezca para siempre su caricia. La tierra húmeda se escabulle de entre los dedos, impregnando las uñas, removiendo el equilibrio de los recuerdos.
Bajo la lluvia,
humedad que penetra,
fría y sin tregua.
En los bronquios, el aire se atora, condensa olores e imágenes que no pertenecen al presente, que vienen de lejos, ornados de otros ropajes, fragmentos de un tiempo que dormita en los arrabales de la conciencia, allí donde nuestros pasos no llegan y tan solo se escucha el remoto eco de una campana oscura, el silabeo del viento, serpenteando entre los mármoles.
Sigo buscando
la respuesta a mis dudas,
las piedras callan.
Bajo la lluvia,
humedad que penetra,
fría y sin tregua.
En los bronquios, el aire se atora, condensa olores e imágenes que no pertenecen al presente, que vienen de lejos, ornados de otros ropajes, fragmentos de un tiempo que dormita en los arrabales de la conciencia, allí donde nuestros pasos no llegan y tan solo se escucha el remoto eco de una campana oscura, el silabeo del viento, serpenteando entre los mármoles.
Sigo buscando
la respuesta a mis dudas,
las piedras callan.