domingo, 31 de octubre de 2021

Lecturas de otoño

La transición de octubre a noviembre marca el punto de inflexión del otoño y el inicio de la cuenta atrás que conduce hasta los días más grises e inestables que depararán los meses de diciembre y enero. Es tiempo de interminables tardes en el microcosmos del cuarto, cuando uno se abandona a las cadencias del jazz y al sereno placer de la lectura, mientras afuera, la intermitente compañía de la lluvia se deja sentir sobre las herméticas ventanas de la buhardilla. Son horas de reflexión, de largos silencios convertidos en terreno fértil para la literatura merced al amparo siempre fiel de los libros, cuando la luz adelgaza rápido.

A estas horas, vuelven a desbordarse los estantes de mi biblioteca. Poesía, novela, volúmenes sobre música, se hacen fuertes y reclaman su turno. No dudo que cada uno habrá de tener su momento. Mientras me atrapan los nuevos relatos de Haruki Murakami, fluyen caudalosos los versos de Santos Domínguez (El tercer reino), Ioana Gruia (La luz que enciende el cuerpo), Francisco Caro (En donde resistimos), Martínez Mesanza (Jinetes de luz en la hora oscura), Luis Alberto de Cuenca (Después del paraíso), Ida Vitale (Tiempo sin claves) o Francisco Brines (Donde muere la muerte). Libros que por estilo y construcción poética, temática, propuestas de contenido, se me antojan muy apropiados para estas jornadas de otoño que invitan a meditar sobre la esencia de lo que somos y el camino que recorremos. 



viernes, 8 de octubre de 2021

Mi Reseña para la presentación de "coVID, el viaje del vino"

Reseña para la presentación de la novela "coVID, el viaje del vino", del escritor Ángel Luis Fernández Sanz. II Otoño Literario. Palacio de la Isla, Cáceres, 8 de octubre de 2021. 


 “coVID”: El nacimiento de un escritor

Cáceres, 8 de octubre de 2021

 

I. No todo lo que trajo consigo la pandemia tenía que venir marcado por el aliento de la tormenta. Nadie podía imaginar hasta qué punto aquel dos mil veinte iba a suponer un cambio tan radical en nuestra cotidianidad. Si alguien hubiera osado improvisar un augurio, habría sido tachado de enloquecido visionario, y su historia, el argumento de una novela. Pero la realidad conspiraba en silencio e iba diseminando sus fluidos sobre el gris asfalto, aguardando el instante preciso para desarbolar el sosiego, los andamiajes de una vida acostumbrada a la lineal caricia de la rutina. 

 

De súbito, el mundo cerró sus puertas y el día a día quedó atrapado entre las cuatro paredes de lo desconocido, de la incertidumbre. Fue entonces cuando la imaginación se hizo fuerte, cuando la necesidad de evasión supo destejer las ligaduras para construir espacios de claridad al final de los corredores. 

 

En un universo a la medida del whatsapp, en una primavera incandescente de abrazos virtuales, descubrió Ángel Luis que en aquel acotado entorno habitaban mil personajes, mil imágenes, mil rutas que se hacían palabra y párrafo entre sus dedos, y decidió compartir su hallazgo con quienes, como él, únicamente podían latir al ritmo de los beeps de un teléfono móvil.  Así, sorbo a sorbo, fueron cobrando vida las correrías de un protagonista surgido desde la inmovilidad pero inflamado de aventura, con los sentidos desquiciados por la gracia del virus. No pensaba nuestro autor que alimentaría tan poderoso torrente de escritura, que aquellos primeros whatsapp se prodigarían exponencialmente, sometiendo a sus destinatarios a una tensión que terminó siendo adictiva espera, demanda de nuevos escenarios, de insospechados desenlaces. Desde dentro, selladas las paredes, yermas las carreteras y huérfanos los cielos, sirvió el encierro de acicate para despertar las claves de un oficio que aguardaba dormido el beso de la fantasía, el inquieto gusanillo de la tinta y su capacidad de engendrar la palabra. 

 

         II. Porque coVID, “el viaje del vino” es más que un divertimento de unos meses de vida aparcada. Estamos ante una opera prima de grandísimo calado, donde se plasma la enorme capacidad creativa de un autor que residía agazapada en las profundidades del insomnio como el magma de un volcán a punto de estallar. El lector encontrará en esta novela un trepidante recorrido vertebrado por los aromas de caldos imposibles, de vinos que irán marcando la sístole y diástole del protagonista, involucrado en una espiral de sucesos y viajes que aproximan la narración al clima de una intensa road movie que, sin tregua, acaba seduciendo al espectador. Pero es que el autor, aun cuando su relato serpentea a través de múltiples lugares y localizaciones, utiliza como referente y punto de partida la que es su ciudad de residencia, Cáceres, cuyas calles, cuyo ambiente urbano, cuyos habitantes, interactúan y se insertan en ese engranaje, dando sentido al hipnótico discurrir de su personaje en pos de los más exóticos vinos para los que reserva un destino que resultará cercano al lector, pues es sabido que la bodega que José Polo y Toño Pérez albergan en su caserón de la Plaza de San Mateo se precia de ser una de las más selectas de toda la geografía nacional.  Desde Cáceres, la novela traza diversos itinerarios que nos llevarán hasta tierras del Norte, y desde el frío Helsinki, a las arenas de Egipto para terminar recalando en el México ancestral de los chamanes y sus experiencias psicodélicas. 

 

En medio de este crisol de sensaciones, las del viajero, las de la aventura y el riesgo, las del paladar ávido de olores y sabores que desafían la ortodoxia, conviven un rosario de figurantes, muchos de ellos ataviados de ese ese mismo exótico ropaje y que aparecen seducidos por el intenso magnetismo que desprende este Mario Da Sousa por donde quiera que sus privilegiados sentidos del gusto y el olfato le conducen. Especial mención merecen los personajes femeninos con los que traba contacto y con los que comparte instantes de ígnea temperatura. Sorprende la habilidad del escritor para componer escenarios tan diametralmente distintos, paisajes y gentes que parecen sacados de su propio acervo de vivencias. No faltan tampoco las muy numerosas referencias documentales, reveladoras del conocimiento adquirido sobre múltiples temas (enología, historia, arte, gastronomía, etc..) y del sin duda concienzudo trabajo realizado para su ensamblaje. Otras veces, da entrada a tipos y situaciones que rayan en el esnobismo o lo surreal, celebrities, actores de un teatro marcado por la sofisticación o lo exclusivo, como los que acuden al Congreso Mundial del Vino o las fiestas hollywoodienses. 

 

III. Mas no nos dejemos llevar por la inercia del viaje, por el jet lag. La historia que protagoniza Mario Da Sousa posee ingredientes de la novela negra, en su argumento late un subrepticio clima de intriga que va coloreando sus andanzas por medio mundo, como los matices de los distintos vinos cuyo regusto le impregna los labios.  No obstante, en el tiempo del coronavirus, y en todo caso, como hemos dicho, el mejor oasis no se encuentra en tierras de Dubái o en los dominios del Sultán de Brunei. La Ítaca de Ángel Luis es siempre Cáceres, su Parte Antigua que con orgullo recrea en muchas de estas páginas, con un guiño a lugares de intensa conexión afectiva como La Generala, de la que dice “había sido un lujo estudiar en un lugar tan mágico”. Y ciertamente, no es para menos. 

 

Sería un crimen hacer spoiler del final de esta novela. Por favor, no tengan la mala costumbre de echar un vistazo a sus últimas páginas porque no entenderán nada. Dejemos a Mario conversando con sus fantasmas…Afuera, todavía cabalga el virus y los rostros semejan presencias cercanas, embozadas facciones testigos de un año convulso. Dejémosle buscando respuestas, trazando acaso rutas nuevas que surcar más allá del cerco de lo cotidiano. 










sábado, 2 de octubre de 2021

Regreso a Badajoz para compartir la palabra y la felicidad de la creación

Siempre he considerado a Badajoz una ciudad hospitalaria y acogedora. De gentes espontáneas y abiertas, quizá por eso de su vocación fronteriza. Desde los años en que residí allí, de los que guardo un magnífico recuerdo, también asocio a Badajoz con la música, y muy especialmente con el jazz. Acaso porque solía pasar horas escuchando este tipo de sonido mientras trabajaba y escribía de noche, tras los cristales de mi ventana con vistas al frondoso jardín que rodea el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), cuando solo los neones de los rótulos perturban la creciente oscuridad que se derrama sobre la dormida floresta. Ayer volvía a Badajoz después de este largo período de inseguridad e incertidumbre propiciadas por la pandemia. Y lo hacía con el mismo motivo que la última vez que tuve la oportunidad de pisar las calles de su casco antiguo, presentar un libro de poemas. Animadísimo el ambiente en la Plaza de España y en los aledaños de la calle de San Juan, con las terrazas a rebosar, con la sonrisa de vuelta en los rostros (no en vano, ayer, 1 de octubre, era el día internacional de la sonrisa), y en definitiva, con la impronta de la vida sobreponiéndose a tantos meses de cuarentena. Era la claridad la que empujaba el tránsito de las horas, la silueta multicolor de las gentes e impregnaba espacio urbano, humedeciendo los labios al son de los malabares de la libertad nutricia. 

No conocía el local de la Unión de Bibliófilos Extremeños en las proximidades de la emblemática Plaza Alta, en el Badajoz más castizo fruto del mestizaje de aromas de su pasado árabe y de su su vecindad lusa. Qué mejor escenario para compartir los versos de "Las erratas de la existencia" ante un auditorio igualmente permeable a los flujos de la poesía, con varios intelectuales y escritores venidos del otro lado del océano y un íntimo grupo de amigos, de esos que nunca fallan. Si antes hablaba de hospitalidad, qué mejor ejemplo el de la UBEx, cuya responsable, Matilde Muro, que no pudo estar presente, había dejado unas cariñosas palabras a las que Teresa Morcillo se encargó de dar vida para inaugurar la velada que continuaría con las lúcidas y rigurosas intervenciones de Basilio Rodríguez Cañada, escritor y presidente del Grupo Editorial Sial Pigmalión y de Felipe Rodríguez Pérez, buen amigo, profesor del I.E.S. "Bioclimático", de Badajoz. Imposible cuantificar la satisfacción que produce escuchar lo que personas tan cercanas han experimentado al leer los versos de uno. De ahí que la emoción que luego se siente al recitar los poemas participe mucho de esas líneas que ellos han trazado, buscando hacer accesibles ideas y sentimientos, palabras que dejan de ser propias cuando pasan a los dominios del lector, del intérprete. "La poesía deviene así candeal bocado/que degustar con fruición, /desasida ya de todo vasallaje." 




En las fotografías anteriores, de izquierda a derecha, Felipe Rodríguez, Jesús M. Gómez, Basilio Rodríguez y Teresa Morcillo

Badajoz hizo suyas así "Las erratas de la existencia", sus versos, sus reflexiones. Se dejaron amaestrar a imagen y semejanza de otras voces, dispersa ya su fragancia entre el laberinto de callejas de su parte vieja, entre el bullicio de los veladores, respirable, maleable a los sentidos. 

Porque la creación, la sensación de poder compartirla, sin más pretensiones ni arrebatos propios de pretenciosos egos, quizá sea uno de los pilares de la felicidad. Así lo recordaba mi admirado Albert Camus en sus Carnets, glosando a su vez los pensamientos de Poe:

"Poe y las cuatro condiciones de la felicidad:

1) la vida al aire libre

2) el amor a una persona

3) la renuncia a cualquier ambición

4) la creación"