sábado, 28 de septiembre de 2024

Próxima lectura en Madrid de "Tentativas de escapismo"

Aunque sí estuvo presente en la pasada Feria del Libro de Madrid, en el mes de junio, realmente, mi poemario Tentativas de escapismo no había llegado a presentarse como tal en esta ciudad. Acaso aguardaba la inauguración de la nueva sede del Grupo Editorial Sial Pigmalión, recientemente estrenada, y que finalmente será el espacio que acogerá dicha presentación el próximo miércoles, 2 de octubre. Son muchas las sensaciones y experiencias agradables que me ha proporcionado este libro. Con él viajé a tierras colombianas, la pasada primavera, y allí se dio a conocer entre el público lector bogotano, tan generoso y acogedor, cuya huella sigue muy viva en el recuerdo y la pluma de uno que espera volver algún día a reencontrarse con tan buenos amigos del otro lado del océano. 

Se presenta Tentativas de escapismo en Madrid cuando continúo trabajando en el que será el libro que cierre la trilogía que ya iniciara con Las erratas de la existencia. Algunos poemas de este nuevo trabajo también serán leídos el miércoles, como botón de muestra. Pero lo más importante, sin duda, va a ser tener la oportunidad de compartir mi obra con los compañeros y lectores de Madrid, ciudad con la que particularmente me siento muy unido, y de entrada, compartir mesa con autores queridos como Basilio Rodríguez Cañada, editor del libro, o Fernando López Guisado, amigo y poeta a quien me unen letras e inquietudes, preferencias vitales y artísticas, persona que pronto estará también en Cáceres para estrenar las conferencias y actividades de las IX Jornadas Góticas que se celebrarán en noviembre. En definitiva, será un placer vivir este encuentro literario, ya iniciado el otoño, y sobre todo, disfrutar de la palabra y de la amistad que estos momentos proporcionan y dan sentido a lo que uno hace y pretende seguir haciendo. Nos vemos pues en Madrid el próximo miércoles, día 2, a partir de las 19:00 horas en la sede de Sial Pigmalión, en calle Huesca núm. 7. 



sábado, 31 de agosto de 2024

Cuenta atrás para la inauguración de la Exposición Filatélica y Documental "Pinceladas históricas en torno a la Virgen de la Montaña: Otra visión del Centenario"


El coleccionismo de sellos (filatelia), de tarjetas postales (cartofilia) y de papel antiguo, en general, constituye una de las formas más didácticas y enriquecedoras de generar cultura e interés por los valores representativos del patrimonio, la historia y el legado de quienes nos precedieron. A través de los sellos, de la correspondencia, de las imágenes que incorporan las viejas tarjetas, vuelven a la vida espacios, acontecimientos, personajes, que de otro modo podrían haberse perdido con el transcurso de los tiempos. Con esta exposición pretendemos reconstruir, valiéndonos del sello, de las cartas, tarjetas y otros efectos postales, así como elementos de hemeroteca y fotografías, lo que fue uno de los eventos más significativos y recordados en la memoria colectiva de los cacereños durante el siglo XX, la Coronación Canónica de la Virgen de la Montaña, sin prescindir de otros acontecimientos o detalles relacionados con la Patrona de la ciudad. Planteada además la muestra desde la perspectiva del coleccionismo temático, entendida como filatelia de tema mariano, hemos querido que no se limite a la mera recreación de aquel evento histórico, intentando que abarque una visión más amplia de cuanto se encuentra relacionado, en general, con la coronación de imágenes de la Virgen, trascendiendo el ámbito de Cáceres, temática que no es en absoluto extraña al correo y a la filatelia, como puede comprobarse con el material que aquí se exhibe y con el que se han querido conmemorar efemérides similares, también en otros lugares. Los filatelistas de Extremadura no podíamos dejar pasar una oportunidad como ésta para plasmar, con la emisión de una tarjeta postal, un sello personalizado y sobre todo, un matasellos especial acuñado por Correos, la celebración que este año tiene lugar en la capital cacereña y a la que esta exposición pretende contribuir con su recorrido postal y documental. 

La exposición está organizada por la Asociación Cultural Filatélica y Numismática Cacereña y la Sección de Coleccionismo de la Asociación Cultural Norbanova, con la colaboración de la Federación Filatélica Extremeña (FEFIEX), Correos, así como de la Galería y Espacio Creativo “La lente y el pincel” en cuya zona expositiva estará instalada desde el 11 de septiembre al 20 de octubre. 



jueves, 15 de agosto de 2024

La vorágine de J.E. Rivera y otras "novelas de la selva"

Desde mi última entrada en esta bitácora, hace ya más de dos meses, apenas había vuelto a ocuparme de generar nuevo contenido. Otras ocupaciones, lecturas, viajes, compromisos varios, impedían dedicarle el tiempo que un blog de estas características requiere. Ahora, cuando los días de ocio del estío van tocando a su fin, retorno a estas páginas y justo quiero hacerlo donde entonces lo dejé, aún en medio de la prolongada resaca de aquellas memorables jornadas vividas en Colombia, tan enriquecedoras a nivel personal y cultural. Después de Gabo, protagonista de mis divagaciones anteriores, no se me ocurría  mejor final para esta experiencia americana que proponerme leer La vorágine, del escritor colombiano José Eustasio Rivera, y más aún en el año del centenario de su publicación. Toda la FILBo, en Bogotá, estaba impregnada de referencias a esa novela, hasta ese momento desconocida para mí, pero de la que pude captar algunas claves en los conversatorios impartidos por expertos sobre la materia. Luego, a bordo ya de sus páginas, me ha tenido navegando durante varias semanas al no poder dedicarle todo el tiempo que quisiera. A ello ha contribuido también la densidad de su lenguaje, no exento de dificultades,  la crudeza de las situaciones y el sentido envolvente de sus descripciones, sobre todo las concernientes a la selva, auténtico protagonista del relato, más allá del tono de diario de quien va engarzando los distintos episodios y escenas, sin perjuicio de la incursión de las andanzas de otros figurantes. 

Ante una novela de estas características, presente el período histórico en que es escrita, así como la trayectoria vital de su autor, advierte el lector las múltiples concomitancias con obras más o menos contemporáneas en las que el referido personaje selva desempeña un papel preponderante. De entrada, es inevitable no traer a colación El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, publicada en 1899, que sitúa su acción en la selva africana pero que, como La vorágine, está repleta de reflexiones y denuncias y plantea ese mismo escenario de conflicto y enfrentamiento en tromba entre el ser humano y la naturaleza virgen, crisol de fuerzas a las que aquél difícilmente puede hacer frente. Ambas novelas comparten la exposición de un mosaico de situaciones infames que dejan en evidencia la condición humana: esclavitud, impiedad, avaricia, racismo, y que sucumben cuando la jungla desencadena su poder y extiende sus tentáculos. Es una época en la que proliferan las recreaciones de lo exótico, pero donde también pugna la idealización propia del modernismo con el retrato descarnado y sin ambages de una realidad que se sitúa más allá del conformismo y las comodidades del mundo occidental o de la decadente metrópoli.

En la novela de Rivera descubrimos, sin embargo, constantes recursos de naturaleza poética claramente emparentados con la corriente modernista, imperante en la transición del siglo XIX al XX. Basta leer el comienzo de la segunda parte del libro, cuando el autor proclama: 

"¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde?"  



Es una auténtica delicia la prosa, más bien poesía, de José Eustasio Rivera, de la que está colmado todo el relato, incluidos aquellos pasajes de mayor tenebrismo. Es continua la utilización de términos cultistas, de un lenguaje pleno de colorismo y descripciones sorprendentes, casi cinematográficas, con intensa profusión de adjetivos, algo que no veremos tanto en la obra de Conrad, más narrativa y documental, pero no por ello menos agobiante en su secuencia. Si Rivera nos conduce por los paisajes de la selva amazónica, por los ríos que la circundan y arraciman, Conrad lo hace a través del río Congo. En ambos casos, la atmósfera resultante deviene casi táctil, el lector se nutre del olor y hasta el sonido de ese universo verde en el que los protagonistas de sus historias se adentran y a cuya suerte se entregan, revelando todo un universo de injusticias y atropellos que piden ser denunciados y reparados. Es el propósito de Arturo Cova, esa suerte de Odiseo que desde Bogotá se embarca en un viaje sin retorno y deja constancia escrita de lo visto y lo vivido:

"...dejo este libro para que en él se entere de nuestra ruta por medio del croquis, imaginado, que dibujé. Cuide mucho estos manuscritos y póngalos en manos del cónsul. Son la historia nuestra, la desolada historia de los caucheros"Y aún se lamenta por todo lo que se dejó sin decir.  

En ese ciclo de novelas de selva se incluirá también, publicada en 1914, el célebre Tarzán de los monos de Edgar Rice Burroughs. La popularidad ulterior del personaje, convertido en un icono del celuloide, no debe ocultar que, una vez más, la historia de aventuras aparece construida sobre ese esquema de confrontación entre dos mundos opuestos, en medio del cual el héroe se erige en adalid de una naturaleza que se resiste a ser doblegada por la codicia y las ansias de poder de quienes creen ser capaces de someterla. 


sábado, 8 de junio de 2024

Gabo del alma

Necesitaba reconciliarme con Gabo si iba a visitar su patria. Retomar el contacto, convivir con él y rematar la faena a la vuelta. Porque Gabriel García Márquez está muy vivo. Forma parte de esa categoría de seres que, como dijera Hermann Hesse en El lobo estepario, han pasado a ser inmortales porque han superado la vida terrena y alcanzado el plano trascendental, desde el cual nos contemplan con una sonrisa. 

Volver al universo de Gabo es releer La hojarasca, su primera novela y en la que sienta las bases de esa cosmología que significa Macondo. Ésa fue la tarea que me impuse antes de viajar a Colombia. Ahora puedo decir que lo más que me marcó de este libro fue su atmósfera, el caldo de cultivo sobre el que el autor edifica la secuencia dramática de una historia que relata desde la perspectiva de sus tres personajes principales y en torno al que, en la práctica, es el epicentro de todo ello, el doctor odiado por el pueblo y cuyo suicidio pone en marcha la trama. Claustrofobia, cercanía -casi se puede oler y tocar- de la muerte, tensiones que amenazan con quebrar el equilibrio de las fuerzas, temperatura sofocante. Elementos que apuntalan, sin duda, la construcción de ese realismo mágico que irá consolidando en sus siguientes obras y que culminará en Cien años de soledad. 

Ya en tierras colombianas, todo delata la omnipresencia del escritor. En el stand de la Universidad de Cartagena, en FILBo, me calzo sus gafas que rezan "Gabo por siempre", junto a una mariposa amarilla.  En Bogotá conozco y converso con Gustavo Tatis, periodista y poeta, gran conocedor de Garcia Márquez y de su obra, redactor cultural del diario El Universal, de Cartagena de Indias. Me lee y le leo. Intercambiamos poemarios. Hablamos de Gabo y le recordamos, le expreso mi fascinación por la historia de los Buendía y cómo me gustaría localizar alguna edición antigua de Cien años. 

En FILBo, resulta imposible no toparse con la portada y los anuncios del libro póstumo de García Márquez que acaba de editar Random House, En agosto nos vemos. Ya lo tengo, pero me aguarda para después del regreso. Será el colofón de este itinerario y última etapa para completarlo, después de haber leído Memoria de mis putas tristes. Antes quedaba la visita a Zipaquirá, a su Colegio Nacional de Varones, hoy centro cultural, donde el Nobel se graduó el 9 de diciembre de 1946.  Todo allí es un homenaje a Gabo, al Gabo lector, hombre del Caribe, poeta, reportero y narrador. Autor humilde, que afirmaba no ser "nadie más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca", para sin pretenderlo, llegar a convertirse en universal, como los personajes de sus novelas. 

Un apunte más, horas apenas antes de embarcar hacia España. Rumbo a mi biblioteca viaja un ejemplar de la tercera edición de Cien años de soledad, editado por Editorial Sudamericana, de Buenos Aires, en septiembre de 1967 (la primera edición salió en mayo de ese mismo año). El libro debió pertenecer al fondo bibliográfico del Colegio Santa Francisca Romana de Bogotá o a alguna persona vinculada a dicha institución, que se define como el "Primer colegio femenino de Colombia", por la pegatina que aún conserva en su portada. Formaba parte del acúmulo de libros de la librería Merlín, a la cual dedicaba una entrada anterior en este mismo blog. 

Y para cerrar el círculo, completo ahora la lectura de En agosto nos vemos, un libro rescatado de entre los manuscritos y el material de García Márquez por el editor Cristóbal Pera, con el apoyo de los hijos del escritor, Rodrigo y Gonzalo García Barcha. Cuenta este volumen con un pequeño prólogo a cargo de éstos y una nota del editor al final del texto, con algunas imágenes facsimilares de los borradores del propio García Márquez. Unas y otras palabras sirven para dar cobertura a la tarea de recuperar una historia en la que Gabo había estado trabajando con altibajos y que finalmente parece que no se decidió a publicar. Incluso us hijos le suplican perdón por la osadía de haberlo hecho, esperando que la benevolencia de los lectores y un general beneplácito sirvan para aplacar el desagrado de su padre. En lo que a uno respecta, Gabo puede sentirse bendecido y satisfecho por la llegada a la imprenta de este texto. No se encontrarán en él los hallazgos sorprendentes y los recursos prodigiosos que caracterizan sus obras anteriores, pero la historia que le da cuerpo es en sí un florilegio de humanidad y de nostalgia, de resiliencia y capacidad de reafirmación personal. Tanto en el argumento como en la protagonista se detecta esa particular forma garciamarquiana de tratar el amor y asociarlo a la inexorable noria del tiempo, elementos presentes en obras como la ya citada Memoria de mis putas tristes, El amor en los tiempos del cólera o la misma Cien años de soledad. El tiempo como dueño y señor del destino, que marca y condiciona la travesía de los mortales, pero también el azar, al que se encomienda la heroína de este libro cada mes de agosto, en sus visitas a la isla donde reposan los restos de su madre. El amor, el tiempo, el azar, y la prosa elegantísima de García Márquez rescatados del cajón de su escritorio para deleite de su público. No puede Gabo guardar rencor hacia sus hijos por esta travesura de arqueología literaria. Muchas obras maestras han sido salvadas del fuego al que las habían condenado sus creadores. Qué diría Kafka, que encomendó a su agente y amigo de confianza Max Brod la tarea de quemar sus escritos, lo que éste no solo no hizo, sino que conservó sus papeles y contribuyó a su publicación después de la muerte del autor, de la que, por cierto, este año se conmemora el centenario. Benditos sean pues, todos estos herederos y albaceas.









domingo, 2 de junio de 2024

Atavío literario de la FLM 2024. Para disfrutarlo

Varios amigos me comentaban, mientras ayer compartíamos libros y firmas en la Feria del Libro de Madrid, que sus bibliotecas acumulan pilas de títulos que solo el tiempo, entendido éste en su doble sentido de disponibilidad y de transcurso de días conforme a los avatares del calendario, podrá ir reduciendo, dando su oportunidad a aquellos libros que ahora soportan el peso de los que les preceden.  No puedo estar más de acuerdo, pero uno es incorregible y aun cuando dar cuenta de todas aquellas múltiples lecturas atrasadas se antoje tarea ni mucho menos inmediata, a las habituales lecturas vespertinas, tenemos el verano a un tiro de piedra y con él, una mayor relajación a la hora de atender las obligaciones cotidianas que de seguro permitirá descubrir los secretos que atesoran todas estas páginas pendientes.  Decía que uno es incorregible y efectivamente, no puede calificarse de otro modo esa compulsión que te arrastra a continuar apilando volúmenes, y más todavía, si se trata de libros que han escrito amigos y autores admirados, a los que después de muchos meses, años incluso, recuperas por unos momentos en el marco de un acontecimiento como es la feria madrileña, donde he podido saludar y dar un abrazo a compañeros a quienes no veía desde antes de la pandemia y además, tener el lujo de que te firmen sus nuevos trabajos, al tiempo que le brindas también la oportunidad de que conozcan los tuyos. Fruto de esta enriquecedora dinámica es el atavío literario con el que me vuelvo, esperando que no aguarde demasiado tiempo a la cola para disfrutarlo. 

domingo, 26 de mayo de 2024

El universo reside en los libros: Buceando en una librería colombiana...y más

El universo de los libros carece de límites. Como el firmamento que se extiende más allá de la cúpula celeste. Quedan anécdotas después de las presentaciones que uno protagonizara en los pasados días en ciudades distintas y ante públicos también distintos. Episodios y aconteceres que fluyen en el curso de esta aventura singular que es la que se deja guiar por el timón de las páginas de un libro, ya propio, ya de terceros. Como dice Rafael Argullol, el laberinto en el que nos movemos contiene una verdad que además de inquietante, "es también hermosa, porque nos traslada a una existencia infinitamente más rica que la que se deduce de las tristes leyes que hemos inventado para hacer habitable nuestro espejismo del tiempo". Experimentar sensaciones como las vividas, apenas hace unas semanas, en tierras de Colombia, o las que genera la lectura de textos bendecidos por el aura de la iluminación poética, como la que poseen los versos germinados a partir de ese Rizoma que este pasado jueves escuchábamos de los labios de Efi Cubero, nos confirman que vale la pena continuar explorando los rincones de ese laberinto/universo donde avanzar es más fácil si se confía en el inagotable caudal de las palabras, en las claves que proporciona su juego, que es también el de la propia vida. 

En Bogotá, los pasillos de la librería Merlín, representan un ejemplo palpable de ese cosmos en el que todo tiene su sitio; la anarquía aquí solo es aparente, las escaleras, los anaqueles, el subsuelo bajo las mesas, son territorio fértil para que fermente el papel manoseado por el tiempo, las hojas que aún conservan la impresión digital que dejaron sus antiguos propietarios como fosilizados ex libris. La totalidad del conocimiento condensada en un punto, como aquel Aleph pretendido por Borges. Libros y más libros conforman un paisaje asilvestrado que evoca la selva dibujada por José Eustasio Rivera en La vorágine, novela emblemática de la literatura colombiana, trazando un imaginario donde cualquier evento es posible, desde los más sutiles hasta los más oscuros capaces de engullirnos con su secreto y opaco magnetismo. Pero no se tratará en este caso de un caos que ahogue al desorientado transeúnte como al personaje de Arturo Cova en La vorágine. Esta jungla bogotana no tiene esa naturaleza antropofágica que el escritor caleño Fabio Martínez, en su libro El viajero y la memoria. Literatura de viajes en Colombia (Sial/Trivium, 2024), asocia a la selva de la novela de Rivera. En esta librería infinita cuyo nombre evoca al más legendario de los magos, es el visitante, el buscador de tesoros, quien terminará consiguiendo su botín después de excavar y remover bajo el polvo y el hollín acumulados en silencio bajo las cubiertas desgastadas y los deslucidos lomos. Y saldrá indemne como Teseo de ese laberinto, alborozado tras atisbar desde su gavia la proximidad de la tierra firme, como Maqroll, el personaje imaginado por Álvaro Mutis. La búsqueda puede convertirse en sorpresa, y así, cuando el escritor localiza entre aquellas pilas de amontonados libros un título propio, desaparecido ya del tacto y la visión de los mortales. Le ocurrió a un amigo en el curso de su arqueológica prospección en pos de quién sabe qué nombres u obras. Los trofeos obtenidos pasarán a formar parte de otro espacio, de otra realidad, serán también historia con la que edificar nuevas historias, como las tejidas a base de recuerdos que Baumgartner, el protagonista de la última novela de Paul Auster, iba entrelazando para componer las suyas a base de hilvanar las secuencias de una vida fecunda y dilatada, pero también impregnada de ausencias. 

No hay límites para los libros, decíamos al principio de esta pequeña reflexión, su legado persistirá mientras el ser humano continúe protagonizando su particular viaje. 





domingo, 12 de mayo de 2024

Crónica sentimental de Bogotá, generosa e inolvidable

Una semana después, es tal el acúmulo de sensaciones, la impregnación de aromas, el torbellino de nombres y palabras enredadas que no resultará fácil ponerlo todo en pie. Al otro lado del Atlántico han quedado unos días cuya impronta es seguro que se hará notar en el cuño de la escritura que está por venir, en la propia forma de leer e incluso de mirar. Cálida Bogotá agazapada entre cerros, rehén de la lluvia, vespertina y caprichosa, con sus gentes cercanas y abiertas de par en par al abrazo, sin prejuicios ante el verso ajeno, ofrenda que acogen libre de prebendas, expresión de una generosidad heredada del aliento agreste de la naturaleza y la vecindad del trópico. Porque es Bogotá territorio crecido desde los contrastes, con sus calles ensortijadas por el tráfago del tránsito, infinitas avenidas que responden a la nomenclatura de las cifras, norte, sur, este y oeste, ciudad que despliega sin límite sus brazos, panorámica bajo la neblina desde la cima de Monserrate. Un olor a café excita los paladares, la densidad de una carimañola rellena de queso costeño se deja querer entre los labios, el ritmo del bambuco aligera los miembros... Todo lo aprendido y vivido rebosa en las cocteleras de la memoria, recuerdos con nombres propios que lo son de quienes se cruzaron en este vuelo, dejando su impronta plena de empatía y ternura, pero también de la forja de su palabra, ávida de mestizaje. Su descubrimiento enriquecerá el acervo de la experiencia, contribuirá a hacer más humano el mensaje, adelgazando el alfabeto de la vanidad. Ha sido Bogotá escuela y marchamo para otra forma de interpretar el camino, la del aire que fluye lentamente en las alturas y se cuela dificultoso hasta los pulmones, relajando las aristas de la vida, mostrándonos las señales de un tiempo y sus augurios ancestrales. Bogotá la del Chorro de Quevedo, la de los murales de La Candelaria, con sus aromas a chicha y ajiaco recién servido, Bogotá la que se postra ante el Divino Niño o aguarda cada tarde El minuto de Dios. Es hora de dejar macerar las imágenes, los sones de esta urbe que nunca duerme y que bulle en las aceras, donde todo es posible, como la luz que emana de esos ojos que te miran con descaro. De vuelta, resuenan los ecos de la tarde vivida en aquel colegio de Zipaquirá donde estudiara Gabo, la calidez de un auditorio rendido a la magia de la escritura, sin distinción de fronteras ni colores de la piel, solo una voz entonces, la del comunicador infatigable que busca la complicidad que surge de las páginas de un libro y abre sus cajones para compartir el tesoro que cobijan. Aún eriza la piel el dulce regusto del viaje, la temperatura de los instantes y los abrazos que quedaron allí, a la espera de un retorno solo escrito en las galeradas del futuro. 




Vistas de Bogotá desde Monserrate y calles de La Candelaria



Lectura en el Centro Gabo de Zipaquirá


Con escritores y gente de la cultura de Colombia en el Pabellón de España de FILBo