domingo, 2 de octubre de 2022

De vuelta a la Haya, la ciudad de la paz y la justicia

En el escudo de la ciudad neerlandesa de La Haya figura el lema Vrede en Recht, que significa Paz y Justicia, no en vano señas de identidad de una urbe en la que radican importantes organismos e instituciones directamente relacionados con la justicia, la seguridad, el derecho y la resolución de litigios por medio del diálogo y el arbitraje. Volvía allí después de haber estado en julio, en visita de un día dentro de un recorrido turístico por los Países Bajos. Ahora, por motivos de trabajo y estudio. Tras superar la prueba del Alvia Cáceres-Madrid y del aeropuerto de Schiphol, en Ámsterdam, ofrecía la Haya un rostro bien distinto al de aquella estancia veraniega. Habían hecho su aparición el viento y la lluvia, que no abandonaron calles y canales durante las apenas cuatro jornadas que permanecí entre ellos. En estos tiempos en que vemos tambalearse los frágiles pilares de la concordia, cuando las herramientas de la palabra parecen debilitadas ante la acometida de los misiles, viene bien recordar que aún quedan escenarios para el encuentro, mesas y foros donde el dialogo debe estar por encima de la afrenta. La humanidad somos todos, y a todos compete dar sentido a ese lema que orna la heráldica de esta ciudad abierta al mundo, sede de tratados y convenciones. 

Andaba el mar revuelto en el Canal de la Mancha, el agua gris y terrosa junto a las dunas de Scheveningen. Pocos viajeros en el tranvía para una tarde avejentada, con el otoño esculpiéndose a borbotones en las fachadas. Estoy leyendo a Vila-Matas. En Montevideo, su última novela, adopta el formato, que me resulta familiar, de rescatar escenarios en los que sitúa sus vicisitudes de escritor, sus experiencias lectoras, tan identificadas con las propias experiencias vitales. En La Haya, finalizada la jornada de trabajo, se ha agotado también el tiempo para deambular a la búsqueda de libros u objetos de interés. El horario neerlandés cuelga a las seis de la tarde el cartel de cerrado y en las calles únicamente sobreviven los establecimientos de hostelería y acaso las propuestas de moda de conocidas franquicias. Sobreviene el crepúsculo y solo algún rezagado cisne todavía chapotea en las aguas del lago, junto al edificio del Maurithuis. Recorrer solo las calles del centro es involucrarse en la intrahistoria de la urbe, escuchar los acordes de un idioma que las neuronas no logran desencriptar, percibir aromas proscritos en otras latitudes...Que anduviste por aquellos rincones será un apunte más en los cartapacios de la memoria, la anonimia de un instante congelado en la senda del tiempo. 




Esta vez sí se abriría la verja de acceso al Vredespaleis. En julio, tan solo compartimos los buenos deseos escritos en las pequeñas tiras de papel o tanzaku que colgaban de las hojas del árbol situado en el vestíbulo, imitando la costumbre japonesa del festival de Tanabata. Ahora, franqueada la puerta, era inevitable experimentar una sensación de cierto estremecimiento al contemplar la gran escalera de mármol, las imponentes vidrieras y las bóvedas decoradas en estilo bizantino con las imágenes de las Horas, diosas del orden de la naturaleza y de las estaciones, personificación de las ideas de equilibrio y justicia. Qué ansia de mesura, de templanza, también de silencio, el de las armas que destierran los dones de la razón y condenan a la oscuridad. Todo está escrito sobre las teselas del pavimento, en la placidez de aquellos claustros con olor al tránsito de las togas. El Palacio de la Paz evoca épocas pasadas pero también urgencias de hoy, bálsamo necesario para sanear las grietas de un mundo en crisis. 


Alguien llamó la atención sobre la tranquilidad que se respira transitando por esta ciudad, quizá solo interrumpida por la circulación inopinada de las bicicletas y la campana de los tranvías. La gente está acostumbrada a no elevar el tono de la voz, a aguardar sobre la hierba húmeda de los parques la caída de la tarde. Al volver de La Haya, regreso también a las páginas de Noteboom, a su medido discurso: "Por aquí pasó el poeta en su viaje hacia el norte. / Por aquí pasó el poeta para siempre jamás". Me quedo con el recuerdo, "También a mí me ha seducido el viento que hace flotar las nubes"