domingo, 12 de enero de 2014

¿Para qué sirve un libro de poemas recién terminado?

No siempre es fácil decir: "hasta aquí hemos llegado, no lo toco más". Un libro es un camino espinoso, accidentado, pero llega un momento en que las revisiones, las adendas, los cambios forzados o fruto de inopinadas iluminaciones súbitas han de tener un punto final. La escritura llega a hacerse tediosa, sucesión de parágrafos interminables, sin solución de continuidad a veces. No se ve día ni hora que haya de albergar la conclusión de un trabajo iniciado ni se sabe ya cuándo. Pero ese dies ad quem debe llegar, y habrá que estar preparado para cuando suceda. Porque, si es intrincado el sendero hasta entonces, el horizonte que después se abre a los ojos resulta si cabe más incierto, más aleatorio y plagado de incertidumbres, si no de frustraciones. ¿Cuál puede ser el destino de un libro de poemas recién terminado? A bote pronto, se me ocurren varias opciones, todas ellas sin desperdicio alguno. En primer término, el poemario puede pasar a dormir el sueño eterno de los justos en las confortables dependencias de un cajón o un maletín, siempre lo más resguardado posible de las inclemencias del tiempo, material reservado únicamente al consumo doméstico de su creador, quien ya sea de propósito o por azar, se topará con esos papeles la próxima vez que hurgue entre los sedimentos de su biblioteca y quizá le sorprenda lo que un día le robó horas y esfuerzo culminar.  Otra posibilidad es que el osado autor se aventure en las procelosas aguas que rodean los concursos literarios. Que le tiente un salto al vacío, un "puenting" poético. Si tienes un mínimo de confianza en tu obra, ésta puede ser una buena alternativa, aunque también es conveniente tener a mano una importante dosis de tila o autoestima para el supuesto de que la cuerda se rompa y termines dándote de bruces contra el suelo, lo que desgraciadamente suele ser lo más habitual. Si no es así, lo has conseguido, ya no tendrás que preocuparte más del porvenir de tu libro, éste podrá seguir adelante sin la tutela de su progenitor, se habrán abierto las puertas de la editorial de turno y aunque la distribución no sea todo lo espléndida que fuera deseable, el libro estará impreso y a disposición de los lectores que quieran disfrutarlo. Si te da respeto el tema de los concursos, la opción de buscarse la vida directamente en el entramado editorial está siempre ahí, pero tampoco es algo que te garantice el paraíso. Algunas de ellas, de plano rechazan el envío de originales, otras te exigen un fuerte tributo económico y algunas, ni siquiera tienen la cortesía de contestar a tus reiterativos correos de ofrecimiento. Al final, tendrás un libro magníficamente encuadernado en canutillo que exhibir en las lecturas literarias a las que pudieran invitarte, pero una criatura que como todo en este mundo, también irá envejeciendo, y tal vez cuando menos te lo esperes, tú, que sigues creyendo en esto de la literatura y te seduce escribir, habrás engendrado otro nuevo vástago que hará que no te acuerdes de ése que nunca llegó a ver la luz. No hay que olvidar tampoco que el papel es reciclable, y que los múltiples borradores que vomitó en su día la impresora pueden tener un destino honroso recuperando su esencia. Se evitará el talado de más árboles y será bueno para el cambio climático y la contaminación. Esta alternativa es para pensársela, ciertamente. En fin, ahí me encuentro yo ahora. De momento, un adusto habitáculo de madera sirve de acomodo al último producto de mi factoría literaria. Como siempre se dice, -el mejor de todos los que hasta ahora salieron de tu pluma-. El tiempo dirá si los personajes, los "escenarios", las ocurrencias que contiene, encuentran editor y son bendecidos con el óleo de la publicación. Ésa será efectivamente, otra historia.  



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