sábado, 26 de abril de 2014

Laudas sepulcrales

Las piedras son testigos del tiempo, las únicas capaces de sobrevivir a sus acometidas. Quienes nos precedieron dejaron impresas sus marcas, sus emblemas, en la orografía del pavimento y así han llegado hasta nosotros. 


Pero poco más. Ni una voz, ni un latido, ni el escorzo de un rostro en la caligrafía de la penumbra. Pese a todo, si yo escribo esto es porque alguien, en los abismos del pasado, tuvo que poner en marcha esa cadena inexorable e indescifrable de la vida que con el discurrir de ocasos y amaneceres quiso llegar hasta mis manos, las  que ahora aceleran el movimiento de sus dedos para convertir en palabras este aluvión de golpes que certeros se precipitan sobre las teselas de un teclado. 

Avanzo en silencio, casi en volandas, por una sucesión de laudas sepulcrales, desde el interior de un templo en blanco y negro, apenas iluminado por la tenue banderola de un cortejo de velas. 


Apenas se percibe ya la sensación del paso del tiempo, sé que más allá solo aguarda la madrugada, la opacidad de las siluetas y la búsqueda sin tregua de la luz, la misma que también persiguieron nuestros mayores y que quiero creer terminaron hallando al cabo de este camino por vías empedradas. Para ellos sea mi recuerdo en esta noche. 


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