Hace casi treinta años, una tarde de poesía en los jardines de la ciudad monumental de Cáceres, dentro del programa que se llamó "Cáceres intramuros", termina en los salones de un mesón, dentro también de ese mismo casco histórico que lucía flamante su designación como Patrimonio de la Humanidad. Comparten mesa jóvenes escritores, universitarios, gente interesada por las letras, algunos completamente neófitos en estas lides. De pronto, alguien echa mano de una guitarra y la poesía se calza los ropajes de la música, entre los acordes y el sesgo de una voz rasgada que proclama un mensaje visionario. First, we take Manhattan, then, we take Berlin. Ya la había escuchado antes, era 1988, y Leonard Cohen acababa de publicar su disco "I´m your man", plagado de certeras canciones, construidas desde los más hondos cimientos de su condición de poeta. Éramos jóvenes, pretendíamos alimentar la palabra, vestirla con los artificios del lenguaje, y coreamos aquel estribillo sin pararnos a pensar en su mordiente premonitorio, en que el mundo se encontraba sumido en una carrera de fondo que nos llevaría a enfrentarnos a una realidad que entonces ni siquiera imaginábamos, pero que daría sentido a esas letras que llamaban a no quedarse quietos, a hacer de la poesía un revulsivo con el que confrontar el envite de los nuevos desafíos que Cohen ya adivinaba y que iban a socavar muchos de nuestros valores, los más propios del ser humano, indefenso ante el mecanicismo de una civilización cada vez más deshumanizada. Ahora Leonard ha fallecido. Siempre quise poner en práctica sus enseñanzas, como las de Borges o T.S. Eliot: no rendirse, escribir como alternativa a la demencia. Se nos ha ido uno de los bendecidos, pero sigo escuchando su First, we take Manhattan, como aquella noche de los ochenta, en la que todos éramos un poco mirlos blancos.
sábado, 12 de noviembre de 2016
martes, 1 de noviembre de 2016
Réquiem de Mozart y otras músicas para el Día de Difuntos
El Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart ha sido siempre una de mis piezas musicales preferidas. Mi forma de celebrar el Día de Difuntos será sin duda escucharlo, disfrutarlo. Y cerrar los ojos, dejándome atrapar por la atmósfera de sus melodías, su envolvente sortilegio, a medida que las distintas voces se convierten en una sola y la armónica caricia de la coral avanza por los compases, devorando la partitura inacabada, aquella en la que imaginamos trabajando a un Mozart ya enfermo, cautivo de sus fantasmas y que ha sido objeto de más de una leyenda urbana. Como la de que la obra respondía al encargo de algún siniestro personaje, o que en ella también pudo haber participado de algún modo aquel a quien la tradición ha dibujado como su competidor directo, Antonio Salieri. Así lo plasmó Milos Forman en la inolvidable Amadeus (1984), ganadora entre otros premios, de 8 Óscar de la Academia. En la cinta, un desmejorado Mozart, tísico y desfondado (Tom Hulce), se deja ayudar por Salieri (F. Murray Abraham), mientras deletrea las notas de esa obra que parece ser presagio de su propio final.
LACRIMOSA (Réquiem Mozart), Filarmónica de Berlín, dirigida por Karajan
Con la música de Mozart todavía tintineando en los oídos, se hará más plácido el paseo por el camposanto, cuando ya las aglomeraciones hayan cesado y el recinto recobre la tranquilidad que le caracteriza, la que invita al sosiego y a la reflexión sobre la futilidad de la vida y los caminos de la trascendencia. Junto a los ángeles que custodian los lugares del último descanso, entre un mar de blanquecinas lápidas, de túmulos grisáceos verdecidos de líquenes, de nuevo irrumpe en el silencio la densidad de otros acordes que evocan presencias, desdibujados recuerdos de miradas y caricias que ya comparten el destino de la tierra húmeda. En Pavana para una infanta difunta, de Maurice Ravel, cada pulsación del piano despierta dormidas sensaciones, esboza rostros y pasos de baile, invisibles credenciales de un pasado que nos contempla con los ojos vacíos.
PAVANA PARA UNA INFANTA DIFUNTA (Ravel): Interpretada por la West Eastern Divan Orchestra, dirigida por Daniel Barenboim
Concluiré el recorrido con un Réquiem que calificaría de "suave" y "aterciopelado", el de Gabriel Fauré. A las diferencias en cuanto al texto con el de Mozart, también éstas se perciben en el carácter más adagio y el tono de plegaria que impregnan el del compositor francés. Pasajes como Libera me o In paradisum, aparecen ornados de esta tintura, que no es sino el lamento del hombre temeroso ante la desolación y el frío eterno del sepulcro.
IN PARADISUM (Réquiem Gabriel Fauré), interpretado por el Coro de la Catedral de Winchester
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