domingo, 13 de julio de 2025

Veintiocho años después. Un poema basado en hechos reales

Veintiocho años después... Puede parecer el título de una película, pero no es lo mismo cuando el filme está basado en hechos reales. Porque, después de esos años, el recuerdo de lo ocurrido entonces, de aquella tragedia que caló hondo en la conciencia colectiva de todo un país, permanece como advertencia de que hay escenarios que no pueden repetirse, historias que deben abismarse en lo más profundo, sin opción de reescritura posible. El lenguaje de la sangre, del ser humano víctima del odio de otros seres humanos, no ha dejado, sin embargo, de estar presente en nuestro universo cotidiano. Es más, basta encender el televisor cada día. Nos preguntamos dónde queda el diálogo, la oportunidad de resolver conflictos sin recurrir a la metralla. Porque, después de todo, lo cierto es que no hemos aprendido nada. Las mismas disputas, los mismos actores, el mismo dolor, cada vez más extendido y abonado. Esta película no va de zombies pero sí de muertos que claman desde su forzado silencio, de distopías tan reales como la vida misma. Hace veintiocho años era un nombre el que encendía los labios de las multitudes, ahora, presente aún la impronta de aquel en nuestra memoria, son muchos y anónimos los protagonistas de la crónica. 


En la noche del 12 de diciembre de 1997, en el Foro Iberoamericano de La Rábida, en Huelva, el artista José Feliciano tenía programado un concierto. Allí iban a sonar sus temas de siempre, coreados por un entusiasta público venido de distintos rincones, que llenarían de música la cálida noche en los aledaños de la Ría de Huelva, cerca de la Punta del Sebo, donde la apolínea escultura obra de la norteamericana escultora conocida como Miss Whitney, contempla el maridaje de los ríos Tinto y Odiel. Aquel concierto no llegó a celebrarse. El impacto causado por el asesinato de Miguel Ángel Blanco no dejó indiferente a nadie y no era momento para celebraciones ni festejos, aún tibia la temperatura de aquella sangre. Recuerdo hoy la solidaridad del cantante y cómo a la hora en que estaba programado el comienzo de su actuación, guitarra en mano, se apostó en la antesala del Ayuntamiento onubense para ofrecer al público su particular homenaje y recuerdo. Canción u oración, su voz resonó a lo largo de la avenida que discurre entre las Plazas del Punto y de las Monjas, erizando el vello de los presentes, que iluminaban con la llama de sus mecheros la quebrantada noche de un estío herido, lleno de interrogantes sin respuesta, de rabia e impotencia. Acaso solo la poesía iba a servir de consuelo, bálsamo para apaciguar la angustia de ese tacto efímero que es la vida y sus circunstancias. Dejemos que hable el poema. 


JOSÉ FELICIANO CANTA 

A LA MULTITUD REUNIDA 

ANTE EL AYUNTAMIENTO DE HUELVA

 

 (12 de julio de 1997)

 

 

La frustración es una guitarra cuyas cuerdas hacen daño

     a los dedos.

 

El grito de un pueblo que ha descubierto que el absurdo se ha    

      instalado en sus calles y tirotea a sus semejantes.

 

No importa que las voces hablen el mismo lenguaje.

 

La pólvora había calcinado los cabellos, 

ningún lugar parecía seguro. 

 

Solo entonces fuimos conscientes de las mordeduras, del arrebato 

      sin cuartel de los kamikazes. 

 

Aquella noche la canción no hacía distingos, daban igual 

      intérpretes o credos, 

 

encendíamos los mecheros haciendo piña. 



De "El tacto de lo efímero"





 

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