domingo, 18 de mayo de 2014

Las motivaciones del escritor

No es infrecuente que después de un período intenso de trabajo, sintiéndose uno acosado por una pléyade de elementos en continuo desorden y con las defensas bajas, flaqueen las energías que impulsan la escritura y los resortes de la creación atraviesen épocas de vacas flacas, que abunden las papeleras empeñadas en engordar a base de folios arrugados. Se hace necesaria entonces la terapia de las librerías, de las escapadas fuera del estresante y reducido atlas del pequeño mundo conocido donde la vida parece haber olvidado flirtear con las mariposas del silencio. Rodearse de libros, bucear entre sus páginas, descubrir de nuevo que hay un más allá al otro lado de esos estrechos límites entre los que discurre el día a día, que los aeropuertos, las estaciones, los océanos, son una puerta abierta a la diversidad de las ideas, de los rostros, del idioma. Buscar escenarios y prescindir de los códigos binarios que nos esclavizan, de la tecnología que anticipa el movimiento de los brazos y dicta la frecuencia de nuestros latidos. 
Soy amante de la libertad que dan las calles de una ciudad extraña, donde los pies discurren dibujando caligrafías sin reglas, cual escritura automática de los sentidos. 


Perderse. Vaciar la mente y regenerar los labios, resecos del tiempo de la oscuridad y la rutina. Los edificios y el ruido no se antojan esquivos sino aliados, los protagonistas del relato esperan ahí, solo hay que localizarlos, ponerles nombre, asignarles un destino y darle forma. La vida permite construir múltiples itinerarios, como las notas componen figuras y escalas sobre el mástil de una guitarra. Al autor dormido lo despierta el ajetreo de los vehículos, ante un nuevo folio en blanco se planta ahora con otros ojos. Querrá volver a sentir el desafío, avanzar con sus pies descalzos sobre el asfalto blando de los párrafos recién perfilados, abocetar el futuro con el arma inabarcable de las palabras.




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