Tengo que dar las gracias a Benjamín Prado por haber querido incluir en su gira de presentación del libro "Ya no es tarde", una lectura en Cáceres, accediendo así a la invitación para clausurar el Aula de la Palabra de la Asociación Cultural Norbanova. Agradecimiento que se queda pequeño después de haberle escuchado y sobre todo, tras compartir con él una jornada intensa de amistad y poesía. Creo que él también disfrutó de este día en Cáceres, paseando por sus calles, recorriendo las piedras centenarias de la ciudad monumental, y emocionándonos a todos con sus versos. Magnífico cierre para un curso lleno de autores y propuestas literarias verdaderamente irrepetibles.
Un verdadero lujo haber podido escuchar de sus labios los poemas de "Ya no es tarde", que antes había meditado en la calma de la vigilia, tratando de acercarme al poeta, de conocerle e indagar el sentido de sus palabras. Aquí va pues mi reseña de esta obra:
“Ya
no es tarde”. Benjamín Prado. Primera
publicación en Colección “Palabra de Honor”,
Editorial Visor, 2014.
Es el momento de la
sinceridad, de la escritura cuyas fibras son los sentimientos, la que no se
esconde de lo real ni busca atajos o el consuelo vacío del eufemismo. El poeta
tiene claro lo que es y lo que quiere, levanta su discurso sobre un armazón de
palabras que no conocen el miedo ni las cargas de profundidad que el tiempo
precipita entre verso y verso.
“Cuestión
de principios” y “Punto Final”,
inauguran y cierran respectivamente el libro.
El poema ha de decir “también lo
que no dice”, no hay vuelta atrás, debe remover la conciencia del lector,
adherirse como un tatuaje. Concibe Benjamín Prado este último trabajo suyo
desde la óptica del mensaje directo y sobre todo certero, valiéndose del empleo
de series anafóricas para establecer el alfa
y la omega, que beben de su
singular maestría como aforista, de la que está salpicada toda la obra. No vale
cualquier poema, la literatura tiene un porqué y en ella, el poema aparece como
“la pieza que faltaba”, la piedra
angular, se basta por sí mismo para enfrentarse a los elementos, la oscuridad,
el olvido, las distancias, el silencio…
Indagar en “Ya no es tarde” nos sumerge en un
diálogo, en un reto donde la pervivencia del lenguaje inmediato que fluye entre
dos personas, los secretos y cotidianeidades del tú y del yo, acuñan los
resortes temáticos y estéticos que marcan el hilo de los poemas. Pero hay más,
mucho más, un poeta que rehace su manera de enfrentarse con la vida y sus
estaciones, que se aferra a una llave con nombre propio que abre y desnuda su
alma y su itinerario más allá del presente y de lo tangible.
Nunca es tarde,
no, “Y además es tan fácil: llega María,
acaba el invierno, sale el sol”. En estos versos, el amor manda, la
respuesta se halla “en dirección
contraria a las preguntas”, y el autor se siente transformado, levantando
polvaredas de luz en medio del estepario silencio de la soledad: “ya no eres ni la sombra del que fuiste,
desde que esa mujer está a tu lado”.
El diálogo lo es de mitad a mitad, de igual a igual, y la ciudad se
torna multicolor caleidoscopio donde el idioma descubre vetas de confesada
intimidad en las que los libros, las historias, también corren distinta suerte.
Acude de lleno Benjamín al frecuente
recurso de la sentencia, de la máxima que es proclama vertebral de su modo de
interpretar los requiebros del destino y los convencionalismos: “Es falso que el amor sea un tren que se
marcha….Tenías que saberlo”.
En ese diálogo del tú y del yo, prosigue el autor su
declaración de intenciones a través de ese hermosísimo viaje que es Libro de Familia, verdadera revelación
de sus referencias literarias, de sus nombres, personajes, lugares,
experiencias vitales que sitúa en plano de igualdad con quien ahora inspira su
pluma: “Ésa también ha sido mi familia,
como tú vas a serlo, de todos los que lean y no olviden los poemas que ahora
escribo para ti”. En la imaginación
del lector bullen las selvas de África, el humo de los vapores que surcan el Mississippi, o los senderos oscuros de Mordor que aguardan el incierto viaje
del anillo.
De viajes se viste el
segundo bloque de poemas de este “Ya no
es tarde”, aunque los escenarios y las anécdotas sean solo un pretexto para
mantener el tono del discurso que más allá de ciudades u oasis, continuará
siendo fiel al idilio de quienes aparecen bendecidos por una complicidad que
trasciende fronteras y océanos. El poeta y María,
aliados en la Lisboa de Pessoa, dibujando
círculos concéntricos en los pliegues de un Atlántico infinito. Nada es
necesario, ni siquiera la obsesión de quien busca perdurar a través del ropaje
de sus versos. Éstos pertenecen al vacío sin la presencia amada: “prefiero estar contigo y que me olviden a
escribir una obra maestra en la que cuente que aún no te encontrado o que ya te
perdí”. El exilio de Juan Ramón, la felicidad cosmopolita de Borges y María Kodama, son experiencias compartidas en la voz que Benjamín Prado le grita al silencio en
forma de poema. No deja indiferente la
lectura de “Tu nombre quemaría mis labios
para siempre”, maravilloso cántico que transporta al lector a la realidad
ambivalente y equívoca de esa ciudad de ciudades que es Jerusalén, con su rostro hermoso, con su faz terrible, donde la
noche y el día marcan la impronta de pieles y suspiros al límite, en la que
conviven el veneno y el atisbo del milagro. También allí, en esa ciudad “de todos y de nadie”, se alza ella,
santificando con su nombre a lo que no tiene nombre. Y luego, en Kirchstetten, ante la tumba de Auden, imaginando unos versos, surgen
algunos de los más hermosos que pueden leerse en este libro: “igual que el agua se vuelve hielo para
dejarse acariciar”.
Nosotros. Y el mundo, los teletipos que desde allí fuera sabotean el
universo íntimo de los amantes. Los acontecimientos que ocupan páginas de
periódico y secuestran las pantallas. Todo aquello que está ahí, que te hace
sangre, más allá de ese cuerpo que acaricias. Tuvimos un sueño y empeñamos el
verso para derribar muros, para dinamitar las injusticias.
En Vida y Obra, asistimos al Prado más intenso, más desgarrador, ese
a quien no asusta llamar a las cosas por su nombre, el que rescata al Neruda más surrealista en poemas como “Maletas”, sin renunciar a toda una
artillería de continuos pensamientos, de palabras en voz alta: “el amor es cuidarnos, es no darse la
espalda, es querer algo igual que si no lo tuvieses…” El ritmo de “Las reglas del juego”, parece aguardar a que Joaquín Sabina eche mano de su
guitarra y se ponga a tararear cada verso, cada estrofa, mientras de fondo se
repite un aluvión de imágenes en movimiento. La deriva hacia una poesía que
bebe del asfalto, que se mancha las manos con el hollín de la calle y el sudor
de los que duermen bajo el viaducto es evidente en “Tablón de anuncios”, ese poema que el autor “pone a disposición de la verdad”, por si quiere ser contada.
Estamos ante una fotografía, ante la instantánea de un tiempo poblado de
agujeros, ante el que no es posible la indiferencia. Sobran comentarios: “para que sigan llenas algunas cajas
fuertes, tiene que haber millones de neveras vacías”.
Ese Benjamín más introspectivo alcanza su
éxtasis en “Su viva imagen”, el poema
más largo del libro, pero también el más intenso, forjado a base de las
vivencias más personales, las que le permiten construir un mosaico elegíaco en
torno a la desaparecida figura de su madre. Cuanto aquí integra la reflexión
del poeta se cierne indócil marejada a la que nadie es ajeno, pues pese a la
distancia recorrida, inevitable resulta descubrir que nada resiste al acoso de los lobos, que el río del entendimiento acaba
extinguiéndose. Duelen
las preguntas sin respuesta, la esperanza que se desmorona como una ingrata
torre de naipes, el olvido que acribilla sin piedad las imágenes, el recuerdo
de las voces. Solo de lejos es audible el bullicio de
la vida. Pero el hombre reconoce en sus gestos, en el trazo de sus propios
rasgos, la imagen de quien ya no está, “su
huella, el fantasma”, la mujer de su vida.
“El día en que deje de quererte” cierra esta tercera
parte del poemario antes de la apostilla que representa el “Punto final”, incansable proclama de ese poema capaz de tumbar la
losa del olvido y cuyo esqueleto está hecho a prueba de tiempo.
Al preguntarse,
¿habrá algún momento en que esa complicidad se quiebre, en que las tinieblas
consigan abrir un portillo en los dominios de la luz?
Hay días que no están impresos en las páginas del calendario, hay
sensaciones que están reñidas con la horizontalidad de las cosas, que
sorprenden al viajero en mitad de su ruta.
El día en que “Pompeya despierte de su sueño a la sombra
del volcán”, cuando la Atlántida emerja desde su lecho abisal, entonces el amor
se habrá ido. Nos quedará un regusto de lo vivido en la piel de los versos…
Pero todo eso solo habita en el envés de la mente del escritor, más allá del
reloj y su pegajosa rutina. No es tarde,
nunca es tarde, asegura el poeta, el aforista, el confidente de los sueños, el
que habla el lenguaje del tú y del yo y reza al dios del poema “que salve las distancias, que no te deje
ir”.
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