Después de este mes de intensas emociones, donde se ha visto culminado todo el trabajo del último año con la lectura del Pregón de la Semana Santa de Cáceres, el pasado 22 de marzo, los caminos de la palabra continúan abiertos. Ayer, tenía el enorme placer de presentar en el marco del Aula de la Palabra, de la Asociación Cultural Norbanova, en la Biblioteca Pública de Cáceres, al poeta Antonio María Flórez. Pero más pude disfrutar con la lectura de su último libro "Bajo tus pies la ciudad", publicado por la editorial De la luna libros, Letra "D" de la Colección "Luna de poniente". Aquí va mi reseña de esta maravillosa obra:
Bajo
tus pies la ciudad. Antonio María Flórez.
De
la luna libros. Colección Luna de Poniente. Poesía. Letra “D”
Hace unos días, el
poeta Elías Moro cerraba con el libro
correspondiente a la letra “Z”, la colección “Luna de Poniente”, que en apenas tres años ha conseguido reunir,
de la mano de la editorial De la luna
libros, y bajo la dirección de personas comprometidas con la difusión de la
literatura y especialmente la poesía producida por autores extremeños, como el
propio Elías Moro y Marino González Montero, un total de veintisiete capítulos que sin duda no
parecen destinados a convertirse en una anécdota más en el marco de las
iniciativas editoriales que en estos últimos años han venido salpicando de
nuevos títulos y nombres la geografía literaria de nuestra Comunidad Autónoma.
Ya hay quien ha dado en llamar a los autores que han tenido el privilegio de
formar parte de este proyecto, “La
generación de los veintisiete”, y seguro que de ellos se seguirá hablando
durante mucho tiempo, de estos libros con formato estudiado al milímetro y
grafismo a cargo del fotógrafo Pedro Gato,
quien ha sabido plasmar con sus imágenes la personalidad de cada uno de estos
poetas llamados a ser referentes de la poesía viva que aquí se hace y se lee,
aunque no por ello sin algunas ausencias.
Uno de estos integrantes de la “generación de los 27” es quien nos
visita hoy en el Aula de la Palabra, el
que imprimió su sello a la letra “D” de la Colección, cuando ésta casi apenas
había comenzado a andar, un autor que atesora en sí mismo los rasgos de esa
Extremadura fértil y verde de las Vegas
Altas y la agreste caricia de las serranías colombianas de Marquetalia, lugar donde pasó su niñez;
intenso mestizaje que ha impreso en su carácter, en los registros de su voz,
una personalidad poética especialmente singular a la vez que fuertemente
atractiva. Estamos ante un enamorado del verso, un trabajador de la palabra que
construye su andamio literario a partir de la propia experiencia, la del
viajero, la del transeúnte que devora con su paso las aceras en interminables
avenidas de una urbe cualquiera, en cualquier lugar del mundo, la del hombre
que siente y busca, que intuye presencias y descifra claves, que se vacuna ante
la tormenta de la ausencia y conjura el estertor del olvido sobreponiéndose a
los reflejos del tiempo que se clavan tras el cristal.
Antonio
María Flórez vierte pues su cúmulo de sentimientos y sensaciones a lo largo
de su obra, personal y cautivadora, de la que es un ejemplo magnífico el libro
que viste de largo en esta colección “Luna
de Poniente”, y que titula Bajo tus
pies la ciudad. Pero, ¿de qué ciudad estamos hablando? ¿Dónde encontraremos
al poeta? El autor, el intérprete de estos versos ha salido a andar, sin
identidad, con pies anónimos y ojos abiertos de par en par y al poco aparece
confundido en los paralajes del tiempo y el espacio, remontando pasos de cebra,
accidentes de asfalto, evocando senderos que no llevan a ninguna parte pero que
hacen anhelar sensaciones y olores con nombres propios, como los de ese Madrid que vemos reflejado en poemas
como el que abre el libro o que le sirven al poeta para bucear a bordo del
suburbano, recorriendo sus arterias pobladas de estaciones de paso. De súbito le reencontramos junto al Río de la
Plata, en la mítica Buenos Aires de Gardel, de nuevo explorando una selva donde la espera
y la soledad se mezclan con los ritmos porteños del tango y el olor de los
naufragios.
Pero la ciudad esconde las verdaderas
preocupaciones del poeta, sirve de cobertura al hilo conductor que desde cada
uno de los poemas pone en vilo al lector, que va descubriendo poco a poco que sobre
las calzadas, en el mundo vidrioso y de neón de las cantinas, en los parques, a
bordo del transporte público, en los sueños, hay alguien que te mira, alguien
que se hace de rogar, que te espera, que puede que se marche y no vuelva. Nadie
sabe su nombre, pero seduce con su sola presencia, bebe la poesía “a pequeños sorbos”, y ahí surge un amor
que tiñe de nostalgia e impotencia los primeros acordes de esta obra, todos
ellos vestidos del paso casi etéreo de esa presencia que forma parte de los
sueños del autor, quien aguarda un encuentro, preso de un “tonto amor”, con “cuatro
rosas entre los dedos y mariposas verdes sobre los párpados”. Pero también el poeta se hace cotidiano y
sobre todo cercano, con recursos constantes a territorios y personas que sabe
muy próximos y que logra imbricar en su discurso literario transportando al
lector a universos atrapados en un contrapunto como son la atmósfera de risas y
rosas del bar que hay en su pueblo y la desconcertante fábula en que su
cotidianidad se torna escenario de leyenda, como en el poema Avalon, deslumbrante viaje donde podemos
cruzarnos con la mirada de Morgana al
tiempo que escuchamos a Bob Dylan o Lou
Reed, con el susurro de fondo de unos versos de Lorca o el ensueño surrealista de Alberti y sus ángeles. Detrás, continuará latiendo el olvido, como
el “viento que calla”.
Él y Ella se miran, se esperan, sueñan,
despiertan, buscan el día propicio para hacerse amanecer y que la piel sea una
y se confunda “en una espiral blanca de
campanas, en un gemido de relámpagos y nieve”. Alcanza el poeta el abrazo
de su anhelo, mas fugaces las palomas irán borrando con su batir de alas los
recuerdos, regresándolos al espacio ingrávido de la ausencia, cuando el olvido
crece “bajo la nieve dormida de las
montañas”.
La poesía de Antonio María Flórez consigue mediante un lenguaje sencillo que
invita a la complicidad del lector altas cotas de sentimiento, desvela las
icónicas inquietudes del alma humana, de un alma no pocas veces insatisfecha y
atormentada, donde el ruido del amor y los amantes ha dejado paso al silencio
tirano de los labios resecos. Ella continúa siendo “una flor que huye”, y los versos dibujan caligramas que empujan a
un mundo onírico.
Las últimas secuencias del poemario: “Escrito en la pared” y “Cansancio de ciudad”, están llenas de
preguntas, de reflexiones. El poeta vuelve sobre sí con el telón de fondo de una ciudad sin tiempo, donde la
muerte continúa esperando, “y no se
doblegaba a los esguinces de la metáfora”, donde la preocupación
existencial llega a poner en duda la utilidad de la propia literatura: “¿de qué sirve el verso, este fraseo
insulso?. Muchos nos hemos hecho la
misma pregunta tantas veces… La palabra, la inmortalidad, como alternativa al
vacío de un tiempo que se consume sin remedio. Bien lo sabe Antonio y se impregna de fragancias más
tristes, más sombrías, en estos últimos compases de su libro, mientras reprocha
a la luz “que se ha olvidado que una vez
fue ala, garganta y pájaro”.
Escrita en la pared quedará la impronta
de lo que fuimos ante la estupidez de la muerte. Desde las baldosas de la
ciudad que pisamos, que nos escucha respirar y contempla nuestro andar cansino
camino de la penumbra, el poeta indaga una salida “Camino del Paraíso”, intentando entender la historia.
Quien ahora escribe también está
cansado. Cansado de buscarse en los laberintos de la noche, de mirar hacia
fuera y observar una vez más la ciudad dormida, los árboles cautivos del negro
de la oscuridad.
Juega Antonio a perderse en los entresijos de esa noche poblada de
telarañas, en una aventura con reminiscencias a Alberti y a sus ángeles, donde la soledad, las hojas en blanco, los
silencios, alimentan la nostalgia. La rebeldía del hombre estalla en poemas
como el del Parque Nacional, donde la
ciudad se convierte casi en enemiga, en incómodo estorbo, anfitriona del
trabajo que nos hace esclavos del dinero y del deber.
El cansancio del poeta se torna
desolador en los poemas finales del libro, cuando la espera, la búsqueda de un
paraíso que no llega, del amor, se confunden entre las vías del tren, en el
salitre gastado de las avenidas desiertas. La cruel realidad del hombre
atrapado en su propio veneno, a través del cual ha tratado de procurarse esa
felicidad incapaz de lograr de otro modo tiene nombre en el último de los
textos, Sven, que metía “mucho alcohol y mucha heroína”. No
sabemos en qué ciudad ni en qué hospital dejó de imaginar un mundo hecho a su
medida, a la medida de los paraísos artificiales que flotaban entre los
glóbulos de sus arterias, pero seguro que en cualquier urbe del siglo XXI viven
muchos hombres que como Sven se
declaran a su enfermera antes de cerrar definitivamente los ojos.
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