sábado, 11 de abril de 2015

"Bajo tus pies la ciudad"

Después de este mes de intensas emociones, donde se ha visto culminado todo el trabajo del último año con la lectura del Pregón de la Semana Santa de Cáceres, el pasado 22 de marzo, los caminos de la palabra continúan abiertos. Ayer, tenía el enorme placer de presentar en el marco del Aula de la Palabra, de la Asociación Cultural Norbanova, en la Biblioteca Pública de Cáceres, al poeta Antonio María Flórez. Pero más pude disfrutar con la lectura de su último libro "Bajo tus pies la ciudad", publicado por la editorial De la luna libros, Letra "D" de la Colección "Luna de poniente". Aquí va mi reseña de esta maravillosa obra:


Bajo tus pies la ciudad. Antonio María Flórez. 
De la luna libros. Colección Luna de Poniente. Poesía. Letra “D”

          Hace unos días, el poeta Elías Moro cerraba con el libro correspondiente a la letra “Z”, la colección “Luna de Poniente”, que en apenas tres años ha conseguido reunir, de la mano de la editorial De la luna libros, y bajo la dirección de personas comprometidas con la difusión de la literatura y especialmente la poesía producida por autores extremeños, como el propio Elías Moro y Marino González Montero, un total de veintisiete capítulos que sin duda no parecen destinados a convertirse en una anécdota más en el marco de las iniciativas editoriales que en estos últimos años han venido salpicando de nuevos títulos y nombres la geografía literaria de nuestra Comunidad Autónoma. Ya hay quien ha dado en llamar a los autores que han tenido el privilegio de formar parte de este proyecto, “La generación de los veintisiete”, y seguro que de ellos se seguirá hablando durante mucho tiempo, de estos libros con formato estudiado al milímetro y grafismo a cargo del fotógrafo Pedro Gato, quien ha sabido plasmar con sus imágenes la personalidad de cada uno de estos poetas llamados a ser referentes de la poesía viva que aquí se hace y se lee, aunque no por ello sin algunas ausencias.

          Uno de estos integrantes de la “generación de los 27” es quien nos visita hoy en el Aula de la Palabra, el que imprimió su sello a la letra “D” de la Colección, cuando ésta casi apenas había comenzado a andar, un autor que atesora en sí mismo los rasgos de esa Extremadura fértil y verde de las Vegas Altas y la agreste caricia de las serranías colombianas de Marquetalia, lugar donde pasó su niñez; intenso mestizaje que ha impreso en su carácter, en los registros de su voz, una personalidad poética especialmente singular a la vez que fuertemente atractiva. Estamos ante un enamorado del verso, un trabajador de la palabra que construye su andamio literario a partir de la propia experiencia, la del viajero, la del transeúnte que devora con su paso las aceras en interminables avenidas de una urbe cualquiera, en cualquier lugar del mundo, la del hombre que siente y busca, que intuye presencias y descifra claves, que se vacuna ante la tormenta de la ausencia y conjura el estertor del olvido sobreponiéndose a los reflejos del tiempo que se clavan tras el cristal.

         Antonio María Flórez vierte pues su cúmulo de sentimientos y sensaciones a lo largo de su obra, personal y cautivadora, de la que es un ejemplo magnífico el libro que viste de largo en esta colección “Luna de Poniente”, y que titula Bajo tus pies la ciudad. Pero, ¿de qué ciudad estamos hablando? ¿Dónde encontraremos al poeta? El autor, el intérprete de estos versos ha salido a andar, sin identidad, con pies anónimos y ojos abiertos de par en par y al poco aparece confundido en los paralajes del tiempo y el espacio, remontando pasos de cebra, accidentes de asfalto, evocando senderos que no llevan a ninguna parte pero que hacen anhelar sensaciones y olores con nombres propios, como los de ese Madrid que vemos reflejado en poemas como el que abre el libro o que le sirven al poeta para bucear a bordo del suburbano, recorriendo sus arterias pobladas de estaciones de paso.  De súbito le reencontramos junto al Río de la Plata, en la mítica Buenos Aires de Gardel,  de nuevo explorando una selva donde la espera y la soledad se mezclan con los ritmos porteños del tango y el olor de los naufragios.

         Pero la ciudad esconde las verdaderas preocupaciones del poeta, sirve de cobertura al hilo conductor que desde cada uno de los poemas pone en vilo al lector, que va descubriendo poco a poco que sobre las calzadas, en el mundo vidrioso y de neón de las cantinas, en los parques, a bordo del transporte público, en los sueños, hay alguien que te mira, alguien que se hace de rogar, que te espera, que puede que se marche y no vuelva. Nadie sabe su nombre, pero seduce con su sola presencia, bebe la poesía “a pequeños sorbos”, y ahí surge un amor que tiñe de nostalgia e impotencia los primeros acordes de esta obra, todos ellos vestidos del paso casi etéreo de esa presencia que forma parte de los sueños del autor, quien aguarda un encuentro, preso de un “tonto amor”, con “cuatro rosas entre los dedos y mariposas verdes sobre los párpados”.  Pero también el poeta se hace cotidiano y sobre todo cercano, con recursos constantes a territorios y personas que sabe muy próximos y que logra imbricar en su discurso literario transportando al lector a universos atrapados en un contrapunto como son la atmósfera de risas y rosas del bar que hay en su pueblo y la desconcertante fábula en que su cotidianidad se torna escenario de leyenda, como en el poema Avalon, deslumbrante viaje donde podemos cruzarnos con la mirada de Morgana al tiempo que escuchamos a Bob Dylan o Lou Reed, con el susurro de fondo de unos versos de Lorca o el ensueño surrealista de Alberti y sus ángeles. Detrás, continuará latiendo el olvido, como el “viento que calla”.

         Él y Ella se miran, se esperan, sueñan, despiertan, buscan el día propicio para hacerse amanecer y que la piel sea una y se confunda “en una espiral blanca de campanas, en un gemido de relámpagos y nieve”. Alcanza el poeta el abrazo de su anhelo, mas fugaces las palomas irán borrando con su batir de alas los recuerdos, regresándolos al espacio ingrávido de la ausencia, cuando el olvido crece “bajo la nieve dormida de las montañas”. 

         La poesía de Antonio María Flórez consigue mediante un lenguaje sencillo que invita a la complicidad del lector altas cotas de sentimiento, desvela las icónicas inquietudes del alma humana, de un alma no pocas veces insatisfecha y atormentada, donde el ruido del amor y los amantes ha dejado paso al silencio tirano de los labios resecos. Ella continúa siendo “una flor que huye”, y los versos dibujan caligramas que empujan a un mundo onírico.

         Las últimas secuencias del poemario: “Escrito en la pared” y “Cansancio de ciudad”, están llenas de preguntas, de reflexiones. El poeta vuelve sobre sí con el telón  de fondo de una ciudad sin tiempo, donde la muerte continúa esperando, “y no se doblegaba a los esguinces de la metáfora”, donde la preocupación existencial llega a poner en duda la utilidad de la propia literatura: “¿de qué sirve el verso, este fraseo insulso?.  Muchos nos hemos hecho la misma pregunta tantas veces… La palabra, la inmortalidad, como alternativa al vacío de un tiempo que se consume sin remedio. Bien lo sabe Antonio y se impregna de fragancias más tristes, más sombrías, en estos últimos compases de su libro, mientras reprocha a la luz “que se ha olvidado que una vez fue ala, garganta y pájaro”.

         Escrita en la pared quedará la impronta de lo que fuimos ante la estupidez de la muerte. Desde las baldosas de la ciudad que pisamos, que nos escucha respirar y contempla nuestro andar cansino camino de la penumbra, el poeta indaga una salida “Camino del Paraíso”, intentando entender la historia.

         Quien ahora escribe también está cansado. Cansado de buscarse en los laberintos de la noche, de mirar hacia fuera y observar una vez más la ciudad dormida, los árboles cautivos del negro de la oscuridad.

         Juega Antonio a perderse en los entresijos de esa noche poblada de telarañas, en una aventura con reminiscencias a Alberti y a sus ángeles, donde la soledad, las hojas en blanco, los silencios, alimentan la nostalgia. La rebeldía del hombre estalla en poemas como el del Parque Nacional, donde la ciudad se convierte casi en enemiga, en incómodo estorbo, anfitriona del trabajo que nos hace esclavos del dinero y del deber.

         El cansancio del poeta se torna desolador en los poemas finales del libro, cuando la espera, la búsqueda de un paraíso que no llega, del amor, se confunden entre las vías del tren, en el salitre gastado de las avenidas desiertas. La cruel realidad del hombre atrapado en su propio veneno, a través del cual ha tratado de procurarse esa felicidad incapaz de lograr de otro modo tiene nombre en el último de los textos, Sven, que metía “mucho alcohol y mucha heroína”. No sabemos en qué ciudad ni en qué hospital dejó de imaginar un mundo hecho a su medida, a la medida de los paraísos artificiales que flotaban entre los glóbulos de sus arterias, pero seguro que en cualquier urbe del siglo XXI viven muchos hombres que como Sven se declaran a su enfermera antes de cerrar definitivamente los ojos.

         Quizá después se encuentre el camino al paraíso y el aire sea limpio, y la ciudad no parezca un monstruo de suelos alquitranados. A lo mejor ella estará allí esperando y al oído, nos descubrirá por fin su nombre.


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