A pesar de que el avance de los e-books parece imparable, pienso que me costará bastante prescindir del placer que supone perderse ante un largo pasillo poblado de anaqueles cargados de libros. Prácticamente todos los sentidos aparecen de inmediato contagiados. La vista, por lo que la experiencia tiene de colorista, de aventura plástica. La variedad de ediciones, la gama cromática de los distintos lomos y cubiertas, hacen que el libro "entre por los ojos", y rápidamente pone en marcha las funciones cerebrales que nos impulsarán a elegir un ejemplar concreto con preferencia sobre el resto. De seguido se impone el tacto, y nuestros dedos se moverán por todo un universo de texturas, catando las diversas rugosidades del papel, la fibra de los tejidos que dan soporte a la palabra. El oído vendrá detrás cuando la lectura dé vida a lo allí escrito y los labios se concierten para que la musicalidad de un poema o la trama de una ficción de esas que enganchan irremediablemente al lector se escuchen en la intimidad de un cuarto o se dejen compartir. También el libro tiene su olor característico, el que nunca podrá tener aquel que se revela a través de una pantalla. La tinta, la naturaleza del papel, el engomado de las cubiertas, la antigüedad de la edición, dejan su impronta de aromas que nuestros sentidos captan sin demasiado esfuerzo. Por último, y aunque los libros no sean en sí comestibles, también excitan la sensibilidad del gusto cuando nos transportan a lugares y situaciones en las que el sabor se hace presente. Y no es extraño que esos olores que antes nos llegaban desde sus páginas terminen revelándose próximos al paladar al tiempo que la narración sugiere delicias que hacen la boca agua.
Jardines junto al Museo del Prado, un lugar idílico para deternerse a leer un buen libro
Mi reciente regreso a Madrid tuvo un poco de todo esto. Desde el encuentro con buenos amigos poetas en un templo gastronómico como el Centro Riojano, hasta las tardes siempre escasas de horas para visitar librerías o asistir furtivamente a alguna presentación y conocer la obra de autores nuevos. Después, la inmisericordie consecuencia de una maleta que es complicado arrastrar (en esto sí que gana el e-book), y una nueva lista de espera para tomar posesión intelectual de todo el material adquirido.
Compartiendo mesa con los poetas Antonio Daganzo, Pablo Méndez, Rafael Soler y Alberto Infante
Solo haré parada en tres ejemplos para terminar estas notas. De nuevo el denominador común será la poesía. Tres libros y tres dedicatorias. Tres autores, muy diferentes, y cuya amistad espero continúe escalando posiciones. Comenzaré con "Juventud todavía", el último libro del poeta madrileño Antonio Daganzo. Publicado en la Colección "Baños del Carmen", de Ediciones Vitruvio, pasa directamente a mi mesilla de noche para que pueda empaparme sin prisa, pero sin pausa, de sus versos y su contenido, pues no en vano me corresponderá presentar al autor cuando en diciembre acuda a Cáceres a leer estos poemas en el Aula de la Palabra.
El segundo de estos títulos será "Plural de sed", del manchego Francisco Caro. Un autor que acabo de descubrir y al que tuve la fortuna de conocer con motivo de la presentación de este magnífico poemario en la Librería Rafael Alberti, en una tarde de lunes del pasado mes de septiembre. Impecable la edición a cargo de "Lastura", admiré con asombro los poemas en voz de su autor y ahora toca disfrutarlos como corresponde, con tranquilidad, saboreando cada imagen, cada sentimiento, que en este libro abundan. Espero que como me escribía en su dedicatoria, este encuentro literario alimente una amistad más allá de estas páginas.
Terminaré con un poeta cercano y lejano al mismo tiempo, un autor con el que tengo pendiente un abrazo y con el que me consta voy a experimentar, a través de su obra, un largo e intenso aprendizaje. Hace unos días me llegaba por correo, igualmente dedicado, el último libro del cacereño Juan María Calles, desde las orillas del Mediterráneo, donde reside, en la hermosa ciudad de Benicàssim. "Una figura de barro", Premio Internacional de Poesía "Miguel Hernández-Comunidad Valenciana", 2014, promete ser como adelantaba al principio, un ejemplo de ese cúmulo de sensaciones que envuelve cada libro, un milagro que hará fluir la vida desde el alfar donde el barro se transforma en belleza. Aguardaremos mecidos por la cadencia de sus vocablos hasta poder escucharlos de su propia voz.
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