La pérdida de un ser querido es algo que realmente nunca se supera. Pueden ser muchos los años que hayan ido acumulando sus sedimentos sobre el volátil tráfago de las fechas. El cariño es inmune al olvido, como el recuerdo de su voz, la intimidad de un abrazo. Pero aun así, surge la necesidad de dar testimonio de la memoria, de blindar aún más si cabe esa complicidad que nos resistimos a dar por interrumpida a causa del certero guijarro de la muerte.
Escuchaba el pasado viernes recitar y explicar sus poemas a José María Jurado, en Cáceres, con motivo de la presentación de su libro "Gusanos de Seda", en la librería Baba Yaga, magníficamente escoltado por el poeta y crítico Santos Domínguez y el ilustrador Pablo Pámpano.
De izquierda a derecha, Pablo Pámpano, José María Jurado, Santos Domínguez
No tardé en conectar anímica y literariamente con el autor, con su elegante y cuidada palabra poética, enteramente habitada por sus sentimientos, por la hiriente dolencia del fallecimiento de su padre. Todo el libro es una auténtica delicia, tanto en la forma como en el fondo. Y una inyección de presencias, de lugares, que acompañan al poeta y que el lector compartirá sin demora a medida que comience a bucear en sus versos. La melancolía, pero también la esperanza, el recuerdo, fotográfico casi, de momentos que son olores, pórticos, cúpulas, veranos y rastros de luna llena, salpican el libro creando un ambiente a la medida de un mapa en el que cada nombre, cada sensación vivida articulan el ritmo y la sonoridad de las palabras.
La vestimenta de la obra también forma parte de la experiencia, del goce que supone su lectura. Finísimo, a la vez que acertado el modelaje de la edición al cuidado de un profesional de la imagen, que conoce los desvelos que precisa la literatura. El verde morera de las solapas y del título alimenta la fruición de esos gusanos de seda que mordisquean las letras en su portada. Nos encontramos con un libro ante todo pensado, concebido para transmitir su mensaje en un momento y unas circunstancias vitales que el autor no dudó en exponer desde el principio.
Y esto me resultó ciertamente familiar, muy cercano. En un contexto análogo surgía en 2007 "El último viaje", personal apuesta que serviría para inaugurar las publicaciones de la editorial Norbanova. La misma pérdida, idéntica urgencia que tomó la forma del verso, la llamada del papel, acaso como salvaguarda de un tacto arrebatado.
Ilustración de Deli Cornejo para la portada de "El último viaje", de Jesús M. Gómez, Norbanova Poesía número 1, 2007.
Tal fijación parece muy propia de los poetas. Se le dé el nombre que se quiera, los esquemas, las consignas, se repiten. Hace años me dejaba arrastrar por la desgarradora visión de la existencia humana que Diego Doncel imprimiera en sus poemas de "Una sombra que pasa" (Tusquets Editores, Nuevos textos sagrados, 1998) ¡Cuánto me hicieron pensar y reflexionar, poner en cuarentena los cimientos de tantas cosas...! Y todavía sigue la voz revelándose, aferrándose al leño salvador de la palabra, a la rutina inmisericorde de las fases de la luna. Otros han tomado el testigo y cantan al vacío que quiebra los ijares del alba cuando la tierra abraza el cuerpo de la madre y se congela la garganta con los repiques de un silencio sin retorno. "Madre" es el título del último libro de poemas que José Cercas acaba de publicar en la Colección Tierra de La Isla de Siltolá.
"La mamma morta", aria de la ópera Andrea Chénier, de Umberto Giordano,
en la versión de María Callas.
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