Pronto hará tres años desde la creación de este blog, "Escenarios", en agosto de 2013, tras volver de un viaje de vacaciones a la ciudad de Londres. Opté por bautizarlo con el nombre del libro que por aquellos días iba gestándose y que aún habría de aguardar otro año más para verse impreso en papel, dentro de la colección "Baños del Carmen", de Ediciones Vitruvio. He vuelto ahora a aquella ciudad y a aquellas calles, acaso para rescatar la intensa inspiración que allí encontré esa primera vez, para buscarla en los lugares que entonces no pude visitar, o tan solo para comprobar que por más que haya intentado ponerle remedio, el inglés continúa siendo para mí un muro infranqueable, solo accesible cuando de la lengua escrita se trata. Siempre quise leer en su propio idioma a autores como Keats, Dickens, Shakespeare, Tennyson, Brontë o Byron, y es algo que no siempre con la precisión deseada sí pude llegar a conseguir poco a poco, no sin dificultades, a base de constancia y esfuerzo para asimilar la gramática y el vocabulario de una lengua que ya desde tiempos escolares (no en vano, mi segundo idioma siempre fue el francés), me había sido ajena.
Obras de Willian Shakespeare en la Exposición de
"The Globe Theatre", Londres.
Retrato de Charlotte Brontë y primeras ediciones de sus obras (National Portrait Gallery, Londres)
Más o menos pues, el Reading terminó resultándome asequible, siempre dentro de mis propias limitaciones. Ya podía leer la información de los museos, los folletos publicitarios, atreverme con versiones sencillas de obras literarias o incluso ver películas sin doblar al castellano, eso sí, en todo caso subtituladas. Con el paso del tiempo y la mejora progresiva en el conocimiento del idioma todo ello fue también progresando. Me llegué a atrever con el Writing, e incluso hice mis pinitos con el Speaking, un poco a lo "Tarzan Style", para ir encajando después los aportes del estudio en el terreno de la oralidad y permitir mayores y más arriesgadas empresas en la comunicación con el personal anglófono. No obstante, pese al ingente despliegue de recursos conseguido, al enfrentarme con el emisor y su mensaje, vuelve a interponerse ese muro cuyos ladrillos continúan bien cementados. Surgen entonces vías de escape, auxilios improvisados para paliar el súbito bloqueo que atenaza las neuronas: I don't understand, please. Can you speak slowly, please?. Podemos toparnos con un interlocutor paciente o con otro a quien la demora o la repentina aparición de un hispanohablante no demasiado ducho en una lengua que se supone debía dominar, le crispa los nervios. Es frecuente en los mostradores de check-in de los aeropuertos. El empleado te trata de explicar que si quieres facturar esa guitarra que acabas de comprar en una tienda del Soho tendrás que dirigirte al departamento de "Oversized luggage", y uno no acaba de entender dónde debe ir para soltar ese bulto. Fuck you...! se le escapa impertinentemente al encargado, pero entretanto, ya has visto dónde se encuentra el sitio al que quiere que te dirijas y respira aliviado.
Autobuses urbanos de Londres en Regent Street
No muy distinto es lo que sucede cada mañana en el hotel durante el breakfast. En la televisión dan un programa de noticias y una muy encorsetada locutora comenta a ritmo de telediario los últimos sucesos. Las dificultades ya apuntadas del Listening vuelven a hacer estragos. Reconozco que soy incapaz de pensar en inglés y cuando me van llegando las palabras cada vez es más complicado asimilar el sentido del discurso. Como botes salvavidas, las imágenes que ilustran la noticia y las breaking news por escrito a modo de subtítulos permiten hacerse una idea de lo que se trata. Es cuando me doy cuenta de que después de tantos años, el dominio de una lengua como ésta sigue siendo una de mis grandes asignaturas pendientes. De poco sirve pillar un libro y auxiliándose del diccionario, desgranar el significado de sus páginas. Lo importante es el día a día, el flujo cotidiano de la conversación, de las preguntas y respuestas, porque ahí es donde radica la esencia del idioma y de la comunicación. No vale poner cara de "palomino atontado", cuando alguien te habla y espera que le contestes. Después de tantos años estudiando inglés y haber viajado en varias ocasiones a esa tierra que ahora pretende desgajarse de Europa, sigo pensando que la única forma de solventar mis deficiencias sería la de implicarse en una auténtica inmersión, donde el español más cercano se encontrase disfrutando de una cerveza y un espeto de sardina en la playa de Barbate, y que pasaran los meses acostumbrando sin remisión el oído a esa lengua, ya la hablasen los gentlemen de la City, o los jóvenes que con gran amabilidad te atienden en el Mac Donald's o quienes conducen los autobuses de dos pisos. Me encantaría entenderles y que ellos también me entendieran a mí, que no sea un racimo de vocablos aislados el que capten mis sentidos. Es una gozada leer (diccionario a bordo), el Frankenstein de Mary Shelley, pero no adivinar que te están diciendo que la botella de agua que pretendes comprar vale una libra o una libra y cincuenta peniques o que el próximo tren para Hampton Court sale a las 11.36 horas y tengas que hacerle señas con el reloj. La próxima vez, si la hay, prometo hacer los deberes. Me tragaré todas las películas de Hichcock o Kenneth Branagh sin subtítulos, intentaré la inmersión a pulmón libre donde haga falta y solo se hable inglés. O se desesperan conmigo o termino entendiéndoles. Qué envidia ver cómo las azafatas del avión son bilingües y lo mismo le dan churras que merinas.
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