sábado, 13 de enero de 2018

La importancia de saber escuchar

Hace ya unos años, cuando Manuela Carmena, actual alcaldesa de Madrid, ejercía funciones como Decana de los Juzgados de dicha capital, manifestó a la Revista de la Asociación "Jueces para la Democracia", que "La gran tarea del Juez es escuchar", recuperando una cita de la extraordinaria novela "Memorias de Adriano", en la que Marguerite Yourcenar pone precisamente tales palabras en boca de su protagonista, quien manifiesta que "su gran tarea como juez es escuchar", suscitando en este caso la idea de que el poder debe estar abierto y ser receptivo a las personas a quienes sirve.  He pensado muchas veces en la carga de sabiduría que encierran estas reflexiones, y en cómo ciertamente, la propia convivencia social se encuentra asentada sobre la necesaria exigencia de estar siempre dispuesto a abrir los oídos a lo que los otros tienen que decir y aportar. Ello conduce a interpretar el mundo en términos de tolerancia, hacerse permeable al contenido intelectual procedente de cualquiera de nosotros. Escuchar, como paso previo a emitir cualquier impresión o desentrañar los intrincados caminos de un litigio. Escuchar, pero no solo la voz, con su acústica y timbre, sino también la palabra impresa, con todo lo que ésta tiene de pensamiento pronunciado a través de la escritura. La lectura de un libro nos pone en comunicación directa con su autor, que nos habla desde los renglones y los párrafos esculpidos en cada página. El lector se convierte, al fin y al cabo, en un oyente más, que recibe ese mensaje y establece un diálogo invisible con aquél, con el pretexto de los cada vez más indiscernibles géneros literarios. En la soledad de la vigilia, alguien lee un poema. La inspiración del poeta se hace melodía que fluye de los labios del intérprete, que se escucha a sí mismo en silencio, construyéndose una fuerte complicidad entre ambos. No hay límites para el discurso compartido, solamente estar dispuestos a implicarse, a hacerlo nuestro. Porque todos tenemos algo que decir y por ello nos corresponde estar abiertos a escuchar, desechando perversos prejuicios previos. Habrá tiempo para procesar toda esa información y ofrecer la respuesta que podamos entender como más justa o adecuada de acuerdo con los parámetros o referencias propios y específicos de cada ámbito en concreto; ya hablemos de crítica, decisión intelectual o cóctel sensitivo subsiguiente al estímulo de cualquier manifestación artística. Lo contrario conduce irremediablemente a la intolerancia, y en último extremo, a la falta de libertad, a hacernos menos humanos. 





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