jueves, 26 de abril de 2018

Los arrecifes de la esperanza, de Alexandre Lacaze: Reseña íntegra de la presentación

Esta tarde se ha presentado en la Feria del Libro de Cáceres, el libro "Los arrecifes de la esperanza", del músico y poeta Alexandre Lacaze. He tenido la suerte, la satisfacción, el placer en definitiva, de oficiar como presentador de su obra y de dar entrada a la actuación posterior del artista, que ha interpretado en directo varios de sus temas, creando un ambiente ciertamente único e irrepetible en la Carpa de autores situada en el Paseo de Cánovas de Cáceres. No se tiene todos los días la oportunidad de disfrutar como hemos disfrutado hoy, escuchando, con el inconfundible y personal estilo de este cantautor, sus letras, con la musicalidad que le aporta el idioma francés, y además, asistir a la lectura de algunos de los poemas que se recogen en su libro. Mi modesta aportación han sido estas palabras que ahora reproduzco en su integridad, con las que he tratado de acercar al público a la personalidad y el contenido de la obra de este monumental creador y sobre todo, grandísimo ser humano. 



ALEXANDRE LACAZE: “Los arrecifes de la esperanza”
Cáceres, 26 de abril de 2018.

Conocí y disfruté, por primera vez, de la palabra y de la música de Alexandre Lacaze, cuando con ocasión de la publicación del número 6 de la Revista Norbania, que edita la Asociación Cultural Norbanova, de Cáceres, le invitamos para que participase en el acto de presentación celebrado, a primeros de dos mil quince, en el Café “Los siete jardines”, de esta ciudad. En medio de un ambiente netamente literario, arropado por aquellos autores que habían colaborado en la revista, Alexandre se sintió francamente cómodo, dando rienda suelta a sus letras y sus melodías, impulsadas por el vigor de una voz potente y un singular acompañamiento de guitarra. Al terminar el acto tuvimos la oportunidad de comentar hasta qué punto habían llegado a encajar las propuestas poéticas y literarias de Norbaniacon el estilo y contenido de sus canciones, pensando en tratar de repetir la experiencia algún día, y reeditar ese maridaje de música y poemas. Desde entonces, no dejé de seguir a Álex. A través de internet, mediante las redes sociales, esperando volver a tener la oportunidad de escucharle, lo que se produjo cuando actuó en el Gran Teatro de Cáceres, en enero de 2016, en un concierto verdaderamente memorable. Una vez más, nuestra relación continuó fraguándose a través de los cauces del mundo virtual, con frecuentes mensajes a través de Messenger en los que planteábamos posibles opciones en aras de esa ansiada colaboración entre ambos. Es precisamente en su muro de Facebook donde leo, en septiembre de 2016, que le han diagnosticado una grave enfermedad y que ha precisado urgente hospitalización. Desde entonces, no había día que no procurase, en el avispero de la red, indagar sobre sus noticias, sobre las sensaciones que la leucemia que padecía y el duro tratamiento a que debía someterse le llevaban a plasmar en intensos monólogos que sin duda mucho venían a decir acerca del hombre, de su entereza, de su capacidad de superación, de su esperanza, siempre de su esperanza. Todos fuimos un poco Álex en esos meses despiadados de entradas y salidas del hospital, con el aguijón de la quimioterapia incrustado en su brazo indefenso y cansado. En enero de 2017, quien ahora les habla participa, en la Librería-Café Psicopompo, de esta ciudad, en un recital/concierto homenaje a Bob Dylan, tras serle otorgado el Premio Nobel de Literatura, y antes de interpretar el tema “Forever Young”, del cantautor y poeta americano, quiso tener unas palabras de dedicatoria precisamente para Álex, deseándole una pronta recuperación, pues ese espíritu de “por siempre joven”, que proclamaba aquella canción, latía fuertemente por sus venas maltrechas y no cejaría en su empeño de imponerse a ese enemigo que arañaba desde dentro. No podía ser de otro modo, y así lo compruebo al leer que Álex es dado de alta y que incluso vuelve a echarse al hombro su guitarra “Alice”y se sube al escenario en Alburquerque, en julio de ese mismo año 2017. Poco antes había colaborado en el número extraordinario de Norbania, que presentábamos en junio con motivo del décimo aniversario de la editorial. 

Entenderán ahora por qué para mí supone una gran satisfacción que el autor que nos acompaña, Alexandre Lacaze, mestizaje de mediterráneo español y sensibilidad francesa, haya querido que sea yo precisamente el elegido para presentar su libro “Los arrecifes de la esperanza”, publicado en 2017 por la editorial Páramo.  

Acercarse a este libro es penetrar en el mundo interior de Alexandre, comprender la filosofía que anima sus versos, aprender a conocer al autor y descubrir las claves del mensaje que pretende transmitirnos con sus poemas, muchos de ellos, también canciones, expresamente traducidas al español para este libro, a partir de sus versiones en francés. Contiene el volumen la práctica totalidad de los temas que integran su disco “Les recifs de l’espoir”. De él toma precisamente el título, un título que encaja a la perfección con el contenido poético que luego podremos ir desmenuzando a lo largo de sus páginas. La propia organización de los poemas permite apreciar cuáles son las distintas temáticas que más definen e interesan al autor, sus preocupaciones e inquietudes, aquellos factores y puntos de inflexión que han marcado su vida. Grandes bloques argumentales aparecen entonces, y así, el que tiene como ámbito su entorno más íntimo, su casa, su familia, destacando la omnipresencia del mar; y el Amor, protagonista de la sección más amplia del libro, la que más poemas integra, pero cuyas ramificaciones se dejan sentir en las demás de forma patente. Es el Amor clave para comprender lo que el poeta desea transmitirnos, un Amor que está ligado al tinte existencial de su palabra, alentada por una sólida vocación de esperanza, de una fe curtida para sobrevivir al azote de los naufragios. Poema, y también canción, Las Flores inmortales revelan esa preocupación del autor por la trascendencia, en versos como ¿Quién habrá detrás de toda esta eternidad?, con los ángeles como figuras que también habitan su poética y que protagonizan letras tan hermosas como Ángeles, basada en el Hallelujah de Leonard Cohen, donde insiste en esa llamada a la búsqueda, en la que Dios se erige como referencia necesaria. En esta línea, el poema Desvelo, en el apartado que titula Pájaros, constituye una bella fábula, no obstante triste, pero reveladora de la autoafirmación del poeta, comprometido en su convicción de hacerse fuerte ante las adversidades; algo que con claridad se recoge en el poema Incendio, de la misma sección: “Creo que me voy a salvar, /creo que me voy a salvar”

Necesariamente, la lectura de los versos de Alexandre Lacaze nos arrastra a la brisa, a la humedad y el olor del mar, mar que es también destino, línea de horizonte a la que el poeta se aferra: “Hay que navegar el mar que no acaba nunca”. El agua y el azul, impronta de su infancia, forman parte de la idiosincrasia del autor, que hace de su vida una travesía marcada por las mareas, las mismas que han empujado hasta la orilla su caracola, ese espacio de nácar y silencio aliado con la seguridad del niño tímido que siempre fue, pero también germen de inspiración y aliento creador. Sin duda alguna, “Coquillage”, es una de las canciones más personales de Lacaze. Su melodía se convierte en susurro al acercar la concha al oído del lector, del oyente, transportándole a ese mundo de barcos y arrecifes, de capitanes y fantasmas de marineros que firmemente confían en su resurrección a través del Amor.

Siempre el Amor. El cercano y tibio de la madre, el que llena la casa con su fragancia, el que fluye de cada gesto del abuelo. Cotidianidad, memoria, impresiones y recuerdos son piezas de un puzle que va construyéndose a la medida de los latidos del poeta, que convierten su caracola en crisálida de la que surgen, nota a nota, con la vestimenta de la música.  El Amor al que canta Alexandre, -un amor tan hermoso por todas partes-, presenta muchos rostros, muchas formas de hacerse visible y táctil. Es un sentimiento que, siguiendo la constante que marca su obra, también sufre las inclemencias de la nostalgia, que es deseado y al mismo tiempo que se escapa de entre los dedos. Hay mucho de ansia, de urgencias, de impotencia. Ejemplo de ello, los poemas Desaparecido, Calle de la Sed, Mentiras… Dice el poeta, en sus notas al segundo de ellos, a su vez, una de las canciones más emblemáticas de “Les recifs de l’espoir”, que esta “Rue de la soif”está concebida “como un ahogo”, y que “es un deseo augurando la primavera que se espera, la lágrima que se seque…y así fue”. Ese ahogo, que se traduce en estribillos como “Hace falta respirar, hace falta respirar”, está presente también en otros poemas, consagrando una dicotomía amor/pérdida. Lo observamos en textos como “Teléfono”, o “Semillas”, en versos como “y te vienes y te vas/ y me llenas y me vacías”.  Entiende el poeta que “amar sin condición implica morir, aunque sea terrible ver que en tu sangre se funda el futuro de quien amas”. Especialmente intenso y directo es el poema que cierra este apartado dedicado al Amor y que se titula “El muro de Facebook”. En un mundo donde se levantan muros a cada paso, el cuaderno de bitácora que constituyen las redes sociales, donde la vida se ofrece a golpe de tuit, nace ya con los miembros amputados. Todo el sentimiento no cabe en unas pocas palabras, en una imagen subida con el móvil. El alma no es exportable a internet. 

Finaliza el poemario con los apartados “Mi hija” “La enfermedad”. Ambos mantienen la intensidad y la fuerza que caracterizan la lírica del autor.“Alicia a través del espejo”, también parte del álbum “les recifs de l’espoir”,responde a un planteamiento que se corresponde literal con su versión original en francés, “Alice derrière le miroir”, por cuanto es Alicia la que desde detrás del cristal se dirige a sus padres, mientras estos le suplican la absolución de sus temores. Otra vez el ruego de la salvación, otra vez la antítesis de los conceptos; luz, oscuridad, calor, frío, y en medio la figura de la niña, -ángel acaso-, enlace entre dos mundos que parecen resquebrajarse.  Y es precisamente la incertidumbre, la ignorancia de lo desconocido, la sensación de indefensión, las que aparecen en los poemas escritos durante su enfermedad. A ello se contrapone el inflexible propósito de aferrarse a la vida: “Hay que vivir como el último día todo este espacio/ todo este tiempo de gracia”. El poeta se siente desnudo, le asalta de nuevo ese ahogo que le oprime desde dentro y clama en busca de apoyo, de respuestas, como la que da título al poema del mismo nombre, auténtica parábola, expresión de la encrucijada que le ha tocado vivir. Bien distinto es el texto que anticipa el final del libro: “De verde llegas”, que de nuevo remite a la filosofía que ha marcado este recorrido poético. El poeta ha vencido porque ha permanecido alerta, sin ceder al desquite de los elementos. Ha sido una larga travesía, plagada de enconados meteoros, a merced de la cruel embestida de las olas. La esperanza, su abrazo reparador, ha sabido clausurar las cicatrices de la tormenta. Como Noé, una paloma viene de vuelta con un ramo de olivo prendido en su pico. Dice el poeta: “Podemos vivir porque el agua está clara / porque hay horizonte.”El mar ha vuelto a su cauce y el aire tiene la sonrisa de una niña. Detrás del arcoíris otro día se alza, enteramente nuevo.



domingo, 15 de abril de 2018

Curiosidades de la Generación del 27. La primera publicación en el exilio del "Romancero Gitano" de García Lorca

En estos días de tantas reminiscencias de la llamada Generación del 27, y muy especialmente, de la figura de Federico García Lorca, localizar en la arqueología de las librerías de viejo un ejemplar como el que va a ser objeto de este comentario, tiene para el bibliófilo, y por supuesto, para el aficionado al universo poético de estos autores, un valor ciertamente extraordinario. Es un placer tener en Cáceres un lugar como Boxoyo Libros, un verdadero oasis donde recalar de tanto en cuando para hurgar en sus poblados anaqueles a la búsqueda de volúmenes cargados de literatura, pero también con su historia propia. Llevo coleccionando ediciones de autores del 27 desde hace años, y de hecho, del "Romancero Gitano", de Federico García Lorca, poseo varias, por supuesto, no la primera, de 1928, inasequible de todo punto a los bolsillos de los modestos coleccionistas. Me había conformado con conseguir las publicadas en Argentina, por editorial Losada, en los años cincuenta, bien de forma independiente (Biblioteca Contemporánea), o en el marco de la publicación del resto de obras de Lorca (Obras Completas). Lejos en el tiempo pues aquella edición de la Revista de Occidente que se publicara en España, en plena efusión creativa de los autores de esta celebrada generación poética, antes incluso de la proclamación de la II República Española, el 14 de abril de 1931.  Descubro ahora que en ese intermedio de tiempo, consumada la tragedia que asoló el país con motivo de la Guerra Civil, y ya en las ingratas mareas del exilio, otro de aquellos poetas, Rafael Alberti, publicó el Romancero Gitano, en Buenos Aires, en 1943, formando parte de la colección "Rama de Oro", dirigida por el propio Alberti, y con una tirada limitada de 1500 ejemplares. Este volumen, localizado en la aludida librería cacereña (el ejemplar 1063), es en sí una joya si tenemos en cuenta que más allá del magistral texto lorquiano, incluye varios elementos verdaderamente singulares que vienen a servir de enlace con algunos acontecimientos que marcaron la vida del poeta y el extraordinario clímax creativo en que se movió junto con sus compañeros. 


Romancero Gitano, Colección "Rama de Oro", 
Buenos Aires, 1943.

Comienza Alberti por recordar a Federico en Sevilla, con referencia expresa a aquel año de 1927 que califica en su prólogo "de intensa agitación y bandería por don Luis de Góngora", pues no en vano fue entonces cuando se produjo el legendario encuentro de talentos literarios que luego diera nombre a aquella generación. Añade Alberti: "García Lorca y yo nos encontramos en la capital andaluza, invitados con otros escritores de nuestra generación para celebrar el tercer centenario de la muerte del inmenso y escarnecido poeta cordobés", recordando que era el Ateneo quien les llevaba y que precisamente, la lectura del Romancero Gitano, inédito aún, constituyó un "éxito clamoroso, casi taurino". Todo el prólogo es una auténtica crónica de esos días sevillanos, de encuentro de autores, de toros y toreros, erigiéndose entre estos la figura relevante de Ignacio Sánchez Mejías, luego protagonista de aquella célebre elegía que le dedicase a su muerte el poeta granadino. ¡Cómo debieron disfrutar estos jóvenes autores! Recuerda Alberti los momentos vividos en casa de Ignacio: "¡Noche aquella, graciosa y profunda!, noche de poetas y amigos, de gente buena. Se bebió. Recitamos nuestras poesías."  Pero es que, del mismo modo, el libro concluye con un poema del propio Alberti en el cual recuerda la injusta y aleve muerte de Federico, poema que titula "Elegía a un poeta que no tuvo su muerte", y que por su indudable interés, me permito reproducir ahora: 

NO tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba.
Malamente, a sabiendas, equivocó el camino.
¿Adónde vas? Gritando, por más que aligeraba,
no paré tu destino.

¡Que mi muerte madruga! ¡Levanta! Por las calles, 
los terrados y torres tiembla un presentimiento.
A toda costa el río llama a los arrabales,
advierte a toda costa la oscuridad al viento. 

Yo, por las islas, preso, sin saber que tu muerte
te olvidaba, dejando mano libre a la mía.
¡Dolor de haberte visto, dolor, dolor de verte
como yo hubiera estado, si me correspondía!

Debiste de haber muerto sin llevarte a tu gloria
ese horror en los ojos de último fogonazo
ante la propia sangre que dobló tu memoria, 
toda flor y clarísimo corazón sin balazo.

Mas si mi muerte ha muerto, quedándome la tuya,
si acaso te esperaba más bella y larga vida,
haré por merecerla, hasta que restituya
a la tierra esa lumbre de cosecha cumplida. 

RAFAEL ALBERTI


Fotografía de Lorca y Alberti que aparece en el libro "Poesía Española, Antología 1915-1931", publicada por la Editorial Signo, en Madrid, 1932 y coordinada por Gerardo Diego. 

No acaban aquí las sorpresas y tesoros del libro que comentamos, pues en él también se contiene una imagen del "Autorretrato de Federico García Lorca, hecho en Nueva York", que había sido pintado por el poeta entre 1929 y 1931, formando parte de una serie de dibujos que Lorca hizo durante su estancia en dicha ciudad. La primera publicación de este "Autorretrato", se produjo en la revista "Verve", en 1938. Tras incluirlo José Bergamín en la edición de "Poeta en Nueva York" de México, 1940, Alberti la vuelve a reproducir en esta edición del "Romancero Gitano", apenas tres años después. 














domingo, 8 de abril de 2018

Lecturas encadenadas: Libros que llevan a otros libros

Como si de páginas web se tratara, últimamente, los libros me generan vínculos que conducen a otros libros, creando un tejido de lecturas encadenadas del que no parece fácil salir. Así, uno se ve compelido a diseñar su singladura literaria haciendo obligada parada en ciertos títulos, cuyas páginas terminarán alimentando la necesidad de recalar en otras obras. La hoguera de los inocentes, el más reciente libro publicado por Eugenio Fuentes, que leía apenas comenzado el año, habría precipitado, con su enorme bagaje de referencias bibliográficas, una irrefrenable urgencia de indagar en muchos de los títulos allí mencionados, como El proceso, de Franz Kafka, que al haber pasado por mis manos en tiempos casi juveniles, me ha permitido una lectura casi desde cero. La desazón y angustia del protagonista, inmerso sin motivo ni razón aparente en una espiral marcada por el desencanto y la mutilación del futuro, a merced de factores externos que se ve incapaz de controlar, le abocan a una náusea que tiene reflejo en el relato del mismo nombre de Jean Paul Sartre. Si volvemos a los planteamientos que Eugenio Fuentes realizaba en su ensayo, y el entorno literario y filosófico en que aquellos se mueven, la consideración del existencialismo como tesis y ocasional punto de destino se erigen como una de las salidas posibles ante la inoperancia de los mecanismos que deberían garantizar la libertad y la forma de mirar y juzgar al otro, al semejante, aunque sea distinto a uno mismo por sus características físicas, psicológicas o sociales. En La náusea, su personaje principal, que vive una existencia gris, acaba asaltado por una sensación desconocida que terminará marcando su vida y su realización como ser humano, suscitando cuál es en sí el valor de la existencia. El itinerario de inquietud y ansiedad que es común a estos personajes también está presente en Miedo, de Stefan Zweig, donde su protagonista, a causa de una caprichosa infidelidad, se ve atrapada en una encrucijada igualmente perturbadora, análoga a las pesadillas que afectaban a los personajes de las novelas anteriores, y que en último extremo limitan o condicionan su libertad, en una suerte de auto ordalía.  De las novelas, y a las puertas dejo El cuento de la criada, de Margaret Atwood, el tránsito continúa en las páginas de los libros de poemas. Abro De cuna y sepultura, el nuevo poemario de Javier Sánchez Menéndez (sexto libro de Fábula), que publica la editorial El Gallo de Oro, y el primer texto que me encuentro, El Ángel, retoma nuevamente "Las cosas de la vida y de la muerte", que marcan la piedra angular de nuestra condición de humanos. La "poesía de la existencia" llama a la identificación con la realidad, a mantenerse alerta, a descubrir en lo cotidiano la letanía de rutinas que nos acompañan. De un libro a otro, celebro la publicación en Renacimiento de la antología Soy en mayo, de Julio Martínez Mesanza. Una vez más, los ecos de Josef K. y su condición de pieza de ajedrez en un tablero del que solo Kafka tiene la solución a la partida, me parecen estar vivos al releer algunos de sus poemas: "Eso somos: peones que se ponen / en marcha hasta el final de la partida / y tienen que cruzar oscuros bosques / y nevadas estepas, conducidos / por un inútil y por guardias tuertos / y una cansada bestia flanqueados /". De nuevo, el juicio de los elementos y el desamparo de quien al albur de ellos navega: "Estoy solo en un mar que Dios no mira".  Quizá una sensación parecida debió experimentar Antonio Machado al tener que abandonar su patria y adentrarse en los tortuosos caminos de una Europa preñada por el virus de la discordia, con el embrión de la guerra revolviéndose en su vientre. Surge entonces la necesidad de apelar al principio de todo, cuando sobra el equipaje y apenas unas cuartillas arrugadas ocupan los bolsillos. Su último verso, sobre el que la editorial Visor ha apoyado los arquitrabes del número mil de su colección de poesía, condensa una reflexión que a la postre resulta liberadora para el poeta. Lo más terrible puede ser también el atajo que devuelva a la inocencia, que nos reconcilie con la tierra de la que hemos nacido y de la que somos un apéndice acaso.