Reproduzco a continuación la reseña de presentación del libro "La sangre Música", del poeta ANTONIO DAGANZO, leída ayer, 10 de septiembre de 2021, con motivo de su intervención en la velada inaugural del curso en el Aula de la Palabra de la Asociación Cultural Norbanova.
ANTONIO DAGANZO CASTRO en el Aula de la Palabra:
“La sangre Música”
Cáceres y Madrid, 10 de septiembre de 2021
Con “La sangre Música”, su nuevo poemario, el escritor madrileño Antonio Daganzo repite aventura literaria de la mano de la editorial chilena RIL Editores, con la que ya publicó en 2012 su libro “Llamarse por encima de la noche”. Llega este último trabajo después de una fecunda travesía poética integrada por los títulos “Mientras viva el doliente” (2010), “Juventud todavía” (2015) y “Los corazones recios” (2019), todos ellos publicados en la colección “Baños del Carmen” de Ediciones Vitruvio.
“La sangre Música” es un libro que condensa el pensamiento poético y vital de Antonio Daganzo. Concebido en clave de partitura, se organiza en un preludio y cinco cantos, cuyo contenido va ganando en tempo, en intensidad, configurándose en síntesis como un solo poema que comparte elementos formales y temáticos con sus obras anteriores. Con los mimbres del verso libre, el autor concibe su discurso nota a nota, vertiendo su mensaje a la medida de una batuta que va disciplinando el ritmo según los impulsos de su torrente expresivo, en series cambiantes de versos de calculada precisión que se suceden pausadamente hasta componer cada uno de los distintos cantos, en los que el poeta recurre una y otra vez a la pregunta, a la exhortación que ya emplease en “Llamarse por encima de la noche”, como medio de amplificar el relato narrativo de su texto, dirigiéndose a sus testigos cómplices en el recorrido de la vida, y en definitiva, al lector que de este modo termina también involucrándose, espectador silencioso.
Porque esta crónica arranca precisamente desde el silencio, desde la arrumbada latitud de un tiempo -en palabras del poeta- “antes de la melancolía”, cuando “fuimos savia imposible”, energía que empuja a alzarse sobre lo oscuro, a trascender más allá de los moldes de la derrota. Enuncia así Antonio Daganzo en sus poemas las distintas etapas en ese itinerario personal que le lleva, tras abolir el silencio, hasta la ganancia de la luz, inyectada la sangre de fuego primigenio, una sangre que es Música, como Música es la hoguera febril de la palabra. Si ya en sus poemarios anteriores la presencia del dolor, de la soledad, de la tristeza, adheridos al indeleble lastre de una infancia invernal, “cautiva de la asfixia”, estaban presentes en sus versos, retornan ahora los fantasmas del páramo, si bien es distinta la voz del poeta, decidida a exorcizar la impronta de todo resquicio de cualquier sombrío vasallaje. Y lo hará mediante la redención de la poesía, su “secreto extraordinario”, el canto capaz de vencer la secular amenaza del abismo.
Tras aquellas reflexiones sobre sí mismo contenidas en poemarios como “Mientras viva el doliente” o “Juventud todavía”, la singladura temática de este último libro enlaza decididamente con la propuesta que ya se alumbraba en el poema “La sangre sabia”, que cierra “Los corazones recios” y que en “La sangre Música”, Antonio Daganzo desarrolla, recorriendo, canto a canto, episodios y lugares que han marcado su madurez, el camino hacia la codiciada sangre vencedora y luminosa que abre los ojos. Recuerda así sus días en la atávica posesión del Norte, aquel verano gallego con las facciones de sus ancestros, la conciencia de la historia escrita en los caminos de las propias venas. Para levantarse desde “la duda, la vigilia, la fatiga”, cual íntimo ave fénix que inaugura la fundación de un nuevo yo forjado sobre las ruinas del aguacero. En versos del poeta Francisco Caro, al que Daganzo dedica ese sintomático poema final de “Los corazones recios”, que las palabras “sepan del milagro, / que en el papel escuchen / un revuelo y un canto / como el que escucho yo /”. Porque la Música nace desde la misma revelación del júbilo y en este viaje no podía faltar la referencia al prodigio que supone pisar “la tierra del amor”, cabalgar el destino desde el lenguaje de las caricias, más allá de los límites del espacio conocido. Surge así la querencia americana del poeta, el descubrimiento del cuerpo, la cercanía del dios hecho mujer, su melodiosa hilatura.
Si en “Juventud todavía”, la poética de Daganzo ya se hilvanaba introspectiva, aunque veteada de halos de claridad, en “La sangre Música”, el autor da un paso más, traza los senderos del itinerario que conduce hasta su particular nirvana, el que representa la liberación del tiempo y de la fiebre, el que se construye con el buril de la experiencia, de la autenticidad, del amor transcrito en el pentagrama del horizonte. Nuevamente advertimos en los versos finales del libro ese guiño a “Los corazones recios”y a su último poema: La “sangre sabia” como fuego que ilumina los galopes del alma, sangre que es efusión de vida y que redime del silencio y de lo oscuro: “Toda la sangre Música”, la música que proclaman las sílabas del engranaje de la poesía, que reconcilian al intérprete con los ecos de antiguas travesías, instantáneas de una ciudad otrora esquiva y hoy abrazo de hermosura, imprescindible como las esquirlas del pasado, siempre presentes, como el Salón de Reinos o el Parque del Retiro, testigos de las horas que avanzan, de las hazañas del entusiasmo. Acudiendo al decir de Aleixandre, “Lejos el rumor pedregoso de los caminos oscuros/donde hombres ignoraban su fulgor aún virgíneo”. Cantó entonces el poeta su tierra, su mar, pero también la luz, y como Daganzo, “cantó la sangre de la aurora en mi lengua”.
“Hemos ganado el alba”, declara y así lo pregona, compartiendo compases y armonías con sus voces cómplices, las que le han acompañado en la búsqueda, a las que ha implorado y les ha reprochado sus ausencias y sus traiciones. Llegado es el momento en que el mundo se empape de su canto y de la generosidad de su palabra.
Jesús María Gómez y Flores. 10 de septiembre de 2021.