Siempre he considerado a Badajoz una ciudad hospitalaria y acogedora. De gentes espontáneas y abiertas, quizá por eso de su vocación fronteriza. Desde los años en que residí allí, de los que guardo un magnífico recuerdo, también asocio a Badajoz con la música, y muy especialmente con el jazz. Acaso porque solía pasar horas escuchando este tipo de sonido mientras trabajaba y escribía de noche, tras los cristales de mi ventana con vistas al frondoso jardín que rodea el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), cuando solo los neones de los rótulos perturban la creciente oscuridad que se derrama sobre la dormida floresta. Ayer volvía a Badajoz después de este largo período de inseguridad e incertidumbre propiciadas por la pandemia. Y lo hacía con el mismo motivo que la última vez que tuve la oportunidad de pisar las calles de su casco antiguo, presentar un libro de poemas. Animadísimo el ambiente en la Plaza de España y en los aledaños de la calle de San Juan, con las terrazas a rebosar, con la sonrisa de vuelta en los rostros (no en vano, ayer, 1 de octubre, era el día internacional de la sonrisa), y en definitiva, con la impronta de la vida sobreponiéndose a tantos meses de cuarentena. Era la claridad la que empujaba el tránsito de las horas, la silueta multicolor de las gentes e impregnaba espacio urbano, humedeciendo los labios al son de los malabares de la libertad nutricia.
No conocía el local de la Unión de Bibliófilos Extremeños en las proximidades de la emblemática Plaza Alta, en el Badajoz más castizo fruto del mestizaje de aromas de su pasado árabe y de su su vecindad lusa. Qué mejor escenario para compartir los versos de "Las erratas de la existencia" ante un auditorio igualmente permeable a los flujos de la poesía, con varios intelectuales y escritores venidos del otro lado del océano y un íntimo grupo de amigos, de esos que nunca fallan. Si antes hablaba de hospitalidad, qué mejor ejemplo el de la UBEx, cuya responsable, Matilde Muro, que no pudo estar presente, había dejado unas cariñosas palabras a las que Teresa Morcillo se encargó de dar vida para inaugurar la velada que continuaría con las lúcidas y rigurosas intervenciones de Basilio Rodríguez Cañada, escritor y presidente del Grupo Editorial Sial Pigmalión y de Felipe Rodríguez Pérez, buen amigo, profesor del I.E.S. "Bioclimático", de Badajoz. Imposible cuantificar la satisfacción que produce escuchar lo que personas tan cercanas han experimentado al leer los versos de uno. De ahí que la emoción que luego se siente al recitar los poemas participe mucho de esas líneas que ellos han trazado, buscando hacer accesibles ideas y sentimientos, palabras que dejan de ser propias cuando pasan a los dominios del lector, del intérprete. "La poesía deviene así candeal bocado/que degustar con fruición, /desasida ya de todo vasallaje."
Badajoz hizo suyas así "Las erratas de la existencia", sus versos, sus reflexiones. Se dejaron amaestrar a imagen y semejanza de otras voces, dispersa ya su fragancia entre el laberinto de callejas de su parte vieja, entre el bullicio de los veladores, respirable, maleable a los sentidos.
Porque la creación, la sensación de poder compartirla, sin más pretensiones ni arrebatos propios de pretenciosos egos, quizá sea uno de los pilares de la felicidad. Así lo recordaba mi admirado Albert Camus en sus Carnets, glosando a su vez los pensamientos de Poe:
"Poe y las cuatro condiciones de la felicidad:
1) la vida al aire libre
2) el amor a una persona
3) la renuncia a cualquier ambición
4) la creación"
No hay comentarios:
Publicar un comentario