Leer a Vila-Matas siempre resulta una experiencia enriquecedora. Sus novelas no suelen depararnos escenarios trepidantes, pero sí mucha literatura, todo un mosaico de referencias y construcciones metaliterarias. Podría decirse que son páginas que animan a leer, a descubrir otras lecturas y otros autores. Por eso, aunque no sea mucho lo que cuenten, los libros de Vila-Matas me siguen gustando por su permeabilidad para el aprendizaje. Claro ejemplo de ello es su último título publicado, Canon de cámara oscura (Seix Barral, 2025), donde sobre la base de una historia que le sirve de excusa o de planteamiento narrativo de mínimos, va creando, a partir de sucesivas reseñas, ese canon que da título a la novela, puzzle que se alimenta, sin sujeción a estereotipo alguno, de los acúmulos de su biblioteca. Van así surgiendo nombres, títulos de obras, anécdotas y pasajes, que constituyen auténticos descubrimientos para el lector, habitualmente no familiarizado con una selección de tan alto nivel como la que propone el autor barcelonés.
De los muchos fragmentos que se entresacan y sus consiguientes reflexiones, me detengo en las que son objeto de los números 85 y 86 (aunque podía haber hecho mención de cualquier otra). En ellos sugiere la idea de montar "una biblioteca de libros relacionados con el mundo de las formas breves", y tal ocurrencia se ilustra con toda una relación de títulos y autores. Comparto la inclusión de algunos de éstos, pero quizá yo añadiría otros. Junto a clásicos extranjeros como Anne Carson, Francis Ponge o Wallace Stevens, este último particularmente de mi gusto (recomiendo "Ideas de orden", publicado por Lumen, 2011), me permitiría recordar la casi desconocida obra poética de Samuel Beckett, pródiga en poemas breves y no por ello carentes de contenido e ironía. La tiene publicada Hiperión, en edición, traducción, estudio preliminar y notas de Jenaro Talens. En lengua española, además de María Negroni, Juan Benet, Cristóbal Sierra o Roberto Calasso, se me ocurren libros de reciente lectura que igualmente servirían al protagonista de Vila-Matas para armar su peculiar e intempestiva biblioteca. De la primera, rescato el poemario Oratorio, publicado en Vaso Roto (2021), ejemplo de poesía sintética muy de mi agrado, que la autora argentina continúa cultivando en el estupendo Utilidad de las estrellas (Pre-Textos, 2024), Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro. A los anteriores, pero con la arquitectura del poema en prosa, cada vez más visible, muy superados ya los moldes del aludido Ponge (Le parti pris des choses), poetas como José Angel Cilleruelo o Jenaro Talens exploran el terreno de la expresión concisa con tintes narrativos pero certera, de lectura agradable cuyo ritmo no deja lugar a dudas de que nos encontramos ante un texto poético. A la biblioteca de Vila-Matas incorporaría pues Cruzar la puerta que quedó entornada (Polibea, 2017) y Ritos de paso (Eolas, 2024). Y todavía me dejaría otro libro sobre la mesa, Maestro de distancias, de Jordi Doce (Abada, 2022), maravillosa colección de poemas en prosa, la mayor parte breves e impresionistas, donde el tiempo, la vida, la impaciencia, la resignación o el cansancio, desnudan los sentimientos del poeta: "Del tiempo, que es un cubo negro que te sofoca, te sepulta. Del tiempo, que es un cubo blanco en el que te deslíes".
No pretendo corregir ni alterar el Canon de cámara oscura de Vila-Matas. Antes al contrario, comparto con su protagonista la admiración por Kafka y la idea de que el escritor es una especie de secreto ocupante que desde lo más hondo conspira y mueve los hilos del que materialmente desenvaina la pluma. Y es que, ya lo decía Pessoa, el poeta es un fingidor. Sus heterónimos dan fe de todas esas personalidades ocultas que conforman su esencia. Llámense Alberto Caeiro o Ricardo Reis, Juan de Mairena o Abel Martín, estos últimos de nuestro Don Antonio Machado. Todos ellos responden a la idea que desarrolla la novela que comentamos, la de ese yo oculto al que debemos gran parte de nuestro impulso creativo.
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