jueves, 14 de agosto de 2014

Bajo el sol de Huelva. En tierras de Platero

Estar de vuelta. En una tierra que pertenece al acervo de lo vivido. Reconocer los reflejos del agua, la danza del viento meciendo las palmeras, el brillo de los blancos bajo el sol de agosto en las fachadas. En definitiva la luz, esa luz que se infiltra bajo la piel, que mantiene intacta la memoria de las cosas, cercano el aroma de los versos que un día se escribieron, tocados de su caricia. La tierra de Huelva. Con sus contrastes, allí donde convergen los ríos Tinto y Odiel, junto a la Punta del Sebo, donde sigue respirándose su vocación atlántica, hecha escultura de la gubia de la americana Miss Whitney.  Regreso a estos escenarios y anhelo dejarme llevar, aunque solo sea por unas horas, buceando entre los recuerdos de aquel fragmento de mi propia existencia que a ellos pertenece, herencia de un tiempo que ahora es trino adolescente. 


Huelva. Monumento a Colón

Navegando ría arriba, sorteando los esteros y las marismas, retomar las estribaciones monásticas de La Rábida, con su impronta colombina y franciscana, la película todavía vívida de la historia, presente en salas y claustros, el oasis multicolor de geranios y petunias, el amarillo del albero bajo las pisadas, siempre centinela el agua, desordenada en la amalgama del estuario.  




Monasterio de La Rábida. Fachada y Claustros

Más adentro, apagados los ecos del descubrimiento, el aire se llena de reminiscencias poéticas en las calles y la campiña de la juanramoniana Moguer, la cuna de Platero. Limpio el cielo, azul, el mismo que alimentara la imaginación del poeta. En su casa, donde vivió todos sus sueños de infancia y adolescencia, los enseres y las pertenencias de Zenobia y del propio Juan Ramón devuelven al visitante a ese universo que ambos compartieron, con sus luces y sus sombras, con sus palabras y la siempre fiel compañía de sus libros, incluso en los difíciles momentos del exilio, cuando también ellos tuvieron que sortear las procelosas ondas del océano hasta alcanzar la hospitalaria América. 


Telegrama de concesión del Premio Nobel de Literatura


Objetos personales. Libro dedicado por Vicente Aleixandre


Distribuidor de la casa 


Biblioteca


Despacho

Una luz de otra parte en una nube
 (J.R.J.)

Intuye el poeta los vaivenes de su vida, la mudanza de la luna, brillante y plateada sobre la campiña onubense, brumosa y acaso ajena al otro lado del mar. Y en la garganta, ese nudo de amargos filos, España, como un toro desorientado y huidizo en los pinares. Resonando en la memoria, el trote infantil de Platero, revoloteando entre la grama, inmortal, eterno. 


Primera Edición de Platero y yo, 1914

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