Hace unos días leía en la prensa que este año, los "Coloquios Históricos" del Campo Arañuelo estarán dedicados al poeta, nacido en esa localidad, Ángel Sánchez Pascual, que fue Premio Adonais 1975. Hacía años que no había vuelto a oír hablar de él y me sorprendió reencontrarle después de tanto tiempo. Sin querer me vi de regreso a la década de los ochenta del pasado siglo, cuando desempeñó un papel sin duda relevante en el bullicioso jardín de la cultura cacereña de la época, en un momento en el que como si de una conjunción planetaria se tratase, coincidieron en la ciudad personas que darían un empuje a las letras, a las artes, a la cultura en general, que ha llegado hasta nuestros días. Eran los tiempos de Juan Manuel Rozas, Ricardo Senabre y otros muchos insustituibles talentos que impartían su magisterio desde la antigua Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura, cuando sus aulas estaban ubicadas en las dependencias del que hoy conocemos como Edificio Valhondo.
Ángel Sánchez Pascual
(FOTOGRAFÍA procedente del DIARIO HOY)
Yo nunca estudié allí, mis correrías universitarias discurrieron por los senderos del Adarve, por los pasillos y las salas de aquel enjambre de arquitectura industrial que era el Palacio de la Generala, donde se encontraba la Facultad de Derecho. Pese a ello, quien por aquellos días de efervescencia tonteaba con los ilusionantes recovecos de la palabra poética, siempre miró hacia aquella otra Facultad con admiración y quizá también con algo de tristeza por la experiencia única que tuvo que suponer ser alumno de aquellos inolvidables maestros y buena prueba de ello es la generación de autores que llegaron a fraguarse en sus aulas. No quiero decir que los días en La Generala no fueran memorables, porque indiscutiblemente lo fueron, y de hecho, no me importaba cerrar ahora mismo los ojos y verme de nuevo en uno de los pupitres de la mastodóntica Aula 1 donde profesores ya desaparecidos como Manuel Veiga u Óscar García Almeida trataban de hacer comprender a una ingente promoción recién aterrizada en la universidad qué tenía de especial el Derecho Romano o por qué son tan necesarias las normas para armonizar la convivencia, infundiéndoles el amor y el respeto por todos esos derechos que son esenciales al ser humano.
Alumnos de la X Promoción de la Facultad de Derecho de Cáceres, posan en la puerta del Palacio de la Generala en el XXV aniversario del inicio de sus estudios (2008)
Pero, volvamos a Ángel Sánchez, con el que comenzábamos este viaje en el tiempo. Su recuerdo me transporta hasta una tarde, allá por febrero de 1983, en que un jovenzuelo inexperto y desbocado, con su primer libro de poemas bajo el brazo, se plantaba en el despacho que por entonces ocupaba el poeta moralo en el Complejo San Francisco de Cáceres, sede de la Institución Cultural "El Brocense". Fue aquello como un cambio de cromos, una incursión sin cita previa en el universo adulto de las letras, al que desde luego no pertenecía aún la palabra de ese joven, a quien el cuento de La Lechera le zumbaba en los oídos. Poemario por poemario, dedicatorias, manos entrelazadas en cariñoso saludo, sensación de haber abierto un portillo desde el cual todo parecía que podía verse de otro modo.
Eran los tiempos de la legendaria Aula Literaria por la que prácticamente pasaron gran parte de los que hoy, desde Cáceres, han sentado cátedra en el difícil, tortuoso, y no pocas veces ingrato escenario del verso. Con magistral ironía, uno de aquellos protagonistas, Santos Domínguez Ramos, se hacía eco de esos tiempos y de ese viaje iniciático en su libro "Memorial de un testigo", que publicaba la Editora Regional de Extremadura en sus Ensayos Literarios, allá por 2002. Como decía el autor, "alguien debía hacer el relato de esa realidad intrahistórica", y el libro se convierte en sí mismo en un homenaje a quienes hicieron posible que tantas semillas diseminadas en terreno fértil y deseosas de dar fruto efectivamente germinasen y asentaran con fuerza y autoridad sus raíces, desafiando los caprichosos y cambiantes envites de un momento convulso en la inminencia del nuevo milenio.
¿Qué pudo pensar aquel joven, inmerso en esa espiral de creadores que eran ya más que abocetadas promesas? Ilusión, toda la ilusión al principio. Se trataba de crecer, de continuar subiendo peldaños, no importaba más que la palabra, la que se escribía limpia y desnuda, codo a codo con la misma vida, con las energías de una edad en la que ninguna empresa se antojaba imposible. Algunos años después, un lustro apenas, el recuerdo me devuelve la borrosa imagen de Ángel Sánchez, por entonces Presidente de la Asociación de Escritores Extremeños, en el Salón de Actos de la Biblioteca Pública de Cáceres, antes de que la remodelación posterior borrase las huellas de tantas jornadas de estudio y silencio de aquellos estudiantes de los ochenta. Era el estreno de un libro y en la mesa volvía a coincidir con el joven que una tarde ya del pasado se le había presentado con su primer poemario. Ahora el discurso era para sus versos, y ellos eran los protagonistas de la velada.
No volví a verle después. Supe que se había marchado de España, no sé si volvió alguna vez por Cáceres. Tampoco le pude leer más allá de las "Epopeyas ínfimas" que Cuadernos KYLIX publicara en 1987 y que otro "ángel" de la poesía me prestó (pues se lo dedicó a él), y finalmente se acostumbró a mi biblioteca. Pero ésta es ya otra historia, otro escenario.
Ahora, después de tantos años, que se han ido marchando
sin pedir permiso, se diría que con prisas, mientras escucho a Mahler, me dejo abrazar por la absorbente melodía del silencio, quizá alienado
en mi particular odisea a la búsqueda de una Itaca que no figura en los mapas.
Qué sensación de profunda e íntima libertad para quien a menudo siente que le
falta el aire, que el verso se le atora en la garganta, insoportable lastre que
tinta los dedos con la brea del desencanto.
Hola, soy Daniel de la Fuente, reportero de México. ¿Sabe dónde puedo encontrar a Ángel Sánchez Pascual? Saludos Mi correo es daniel.delafuente@elnorte.com
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