Que el verano es uno de los mejores momentos para disfrutar de los libros es algo que no ofrece controversia. Con los que se han acumulado en mi biblioteca en los últimos tiempos, es difícil, a pesar de las bendiciones del tiempo libre, tener un hueco para todos, especialmente cuando uno está invirtiendo no pocas horas ante la pantalla, al cuidado del teléfono y el correo, para ir organizando y planificando la próxima temporada en el Aula de la Palabra de la Asociación Cultural Norbanova. Es un placer sin embargo contactar directamente con los autores de las obras que tienes encima de la mesa, su cercanía te impulsa a acercarte a ellas con mayor interés si cabe. En unos meses ese contacto será personal, la lectura se disfrutará desde los propios labios del escritor, la conversación dará paso a un conocimiento más próximo de sus claves, de su propia personalidad, humana y literaria.
De vuelta de tierras irlandesas, tenía que recuperar la lectura de autores nativos de aquellas latitudes, al menos para situarme en ellas de nuevo con vistas a la recreación poética de algunos espacios, lugares y momentos que me resultaron cautivadores e inolvidables. La compañía de James Joyce y sus Dublineses me han tenido absorbido durante unos días, sumergiéndome otra vez en las bulliciosas arterias de Dublín y acercándome a sus gentes, sus costumbres, el sabor inconfundible de su cerveza negra y la música de sus pubs. De algún modo estará presente Irlanda en mis próximos proyectos y en gran medida también será a raíz de la lectura (o mejor, reencuentro), con los poemas de W.B. Yeats, que con gran esfuerzo he tratado de realizar en su lengua original, evitando en lo posible la inevitable distorsión de las traducciones.
No quedará muy lejos el océano y las corrientes que desde las islas británicas empujaron tantos barcos hacia esa tierra prometida del otro lado, hacia la codiciada América de la emigración, donde empezar desde cero. Acabo de subirme en uno de ellos junto al Conde Vogelstein, camino de Nueva York, con Henry James como cicerone, de regreso a un tiempo ya lejano, pero evocador sin duda, evasión que pretende desconectar de las turbulencias de este otro que nos ha tocado vivir y que nos sobresalta cada día a golpe de delirante telediario. Y para Fugas, igualmente recomendable es el librito que mis amigos de la Asociación Cultural "Letras Cascabeleras" de Cáceres, acaba de publicar en su colección de poesía. Interesante poemario que obtuvo el segundo premio en el certamen poético que convocó no hace mucho dicha Asociación y que es obra del poeta argentino José Luis Frasinetti.
Estos días he tenido la oportunidad de contactar de nuevo, por ejemplo, con amigos como Jesús García Calderón, que hace unos años nos regalaba aquellos preciosos poemas de "El asombro escondido", para el número 2 de la Colección de Poesía de Norbanova. Una gozada disfrutar ahora de "Las visitas de Caronte", su nuevo libro que publica "La isla de Siltolá", en la Colección Tierra. Magnífico poemario, profundo, pero cercano, con ese lenguaje exquisito que caracteriza a un poeta que continúa buceando por senderos trascendentales de la existencia a través de poemas memorables como "Una breve postal desde la vida", "Tránsito" o "Sueño de los abrazos", por recordar solo alguna de estas pequeñas joyas que conforman la obra. Mi enhorabuena para Jesús por este libro imprescindible.
Con la mirada puesta en los meses que se nos vienen encima y en la nueva temporada que pronto comenzará, no puedo terminar esta breve crónica sin recomendar las obras de los tres primeros autores que han confirmado su participación en el Aula de la Palabra de este año. En octubre, Luis Alberto de Cuenca presentará "Cuaderno de vacaciones", editado por Visor, un poemario que recoge ochenta y cinco poemas escritos en su mayoría en épocas como ésta de verano, durante los años 2009 a 2012. Otra vez poesía de altura, la vida, la existencia, el tiempo, con la sabiduría y oficio de un autor que no necesita presentación. Muy distinto es "Aire del tiempo", que nace de la pluma de la esposa del propio Luis Alberto, y cacereña de nacimiento, Alicia Mariño Espuelas. Su incursión en el estilo sencillo, pero a la vez, sumamente complicado del haiku nos ofrece un vendaval de versos cuya frescura y creatividad sorprenden sin duda al lector que terminará rendido a ellos, y también a la cuidada edición a la que ya nos tiene acostumbrados la editorial Los Versos de Cordelia.
Completamente en otro universo, "Ácido almíbar", de Rafael Soler, poeta que nos visitará en noviembre, transporta desde la sobria presencia de la colección "Baños del Carmen", de Ediciones Vitruvio, a una forma diferente de hacer poesía, visceral, directa, muy siglo veintiuno. Poemas que no dejan indiferente, ironía y arietes de realidad que apuntan de lleno a la sensibilidad del lector, que le hacen cómplice frente a la descarnada opacidad del mundo que le rodea. Títulos como "Donde de nuevo nace todo", "No hables jamás de tu naufragio", "Puedes dispararte en la cabeza", ya sugieren la densidad de un poemario inolvidable.
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