Por motivos bien distintos, una gran parte de las entradas de este Blog en 2016, al que ya le quedan apenas cuatro jornadas, han tenido algo que ver con la música, de una u otra forma. Y es que el año que se marcha no será bien recordado en los anales de este noble arte, pues sin duda la Parca se ensañó a conciencia con sus creadores e intérpretes, aniquilando con su fría mirada a un buen número de quienes habían sido iconos de varias generaciones, allá por el cada vez más lejano siglo XX. Hace unas pocas semanas recordaba mi descubrimiento de Leonard Cohen y de su poesía erguida sobre las líneas de un pentagrama. Luego, fue la perenne nostalgia de John Lennon, en el aniversario de aquel fatídico 8 de diciembre. Como tantos otros que nos dejaron este año, y recordemos por citar solo algunos a Prince, David Bowie, Manolo Tena, Maurice White, Glenn Frey, George Martin, Gato Barbieri, Keith Emerson..., pertenecen ahora a esa dimensión inescrutable, algo así como Los Puertos Grises que imaginara J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos, lugares o dobleces del espacio/tiempo inmunes al aguijón del olvido, donde la memoria se extiende más allá del horizonte del recuerdo. Seres que acaso se encuentren ungidos por el don de la inmortalidad, y a los que se refirió Hermann Hesse en las páginas de "El lobo estepario", situándoles en "el éter helado e iluminado de estrellas...asintiendo en silencio a la vida latente, mirando en silencio las estrellas que rotan".
Ilustración de Alan Lee: "Los Puertos grises"
El año que se marcha ha puesto sobre la cubierta de esos veleros que enfilan la ruta hacia aquellos puertos ignotos que se alzan al otro lado de las nieblas a muchos viajeros insignes. Buena parte de ellos trazaron la banda sonora de mi generación y por eso su partida resulta más cercana e hiriente. Las décadas de los setenta y ochenta de la pasada centuria han ido despoblándose de sus figurantes, impío el destino escribió sin tregua cientos de titulares de prensa, teletipos y tuits, sin respetar festivos ni estaciones. Llegado diciembre, el estupor se hace crujido en los cimientos de ese mundo que nos ha hecho como somos, con sus iconos y sus personajes de ficción, con el consuelo que siempre nos ofrecía considerarlos parte de nosotros, pero indestructibles, héroes que jamás podrían ser abatidos. La noticia de la reciente muerte de George Michael, en su casa de Londres, retrotrajo la película de mi vida a aquellos instantes de juventud, que también era la suya, a mediados de los ochenta, cuando era pecado mojarse los labios con la quemazón de un sorbo de whisky en la penumbra de una discoteca mientras de fondo la machacona e irreverente letra de "I want your sex" te arrastraba sin ambages a una pista atestada de caliginosas sensaciones.
George Michael, en la época de su Álbum "Faith" (1987), que contenía entre otros, el polémico tema "I want your sex".
Sin tiempo casi para reponerse del impacto, los diarios digitales anunciaban hoy la desaparición de la actriz Carrie Fisher, la icónica "Princesa Leia" de Star Wars, papel que la atrapó inmisericorde y marcó su trayectoria de por vida. Apenas un año atrás la veíamos, en "El despertar de la fuerza", despedirse de Han Solo (Harrison Ford), y notábamos cómo le brillaban los ojos por el presagio cruel que la atenazaba por dentro. Quizá los guionistas tengan que modificar el libreto de la nueva historia que actualmente se está rodando para buscarle un final que quizá no habían previsto de antemano, más cerca de las estrellas, surcando las constelaciones junto a los antiguos caballeros Jedis.
Carrie Fisher, caracterizada como Princesa Leia,
en su última aparición en la saga Star Wars (2015)
Aquí abajo, los mortales continuaremos construyendo nuestro universo cotidiano y seguiremos atentos a esos titulares de prensa que de seguro no cesarán en su propósito de sacudir las líneas rectas de la existencia con sus cargas de profundidad, siempre dispuestos a no dejarnos dormir.
Exactamente como advierte el poema "Titulares", perteneciente a mi libro "El tacto de lo efímero" (Ediciones Vitruvio, 2016, Colección "Baños del Carmen"). Con él cerraremos esta entrada.
Teletipos hieren como
anzuelos.
Una nueva sangría de
inocentes
en un país habituado al dedo índice.
Un avión extraviado de
los radares sobre la vertical de un océano
en las antípodas de la intemperie.
Certero el azote de los
elementos,
ensañándose displicentes con los desheredados,
astillando sus carnes lastradas de impotencia.
Ruido y más ruido en
los escaños del parlamento.
Demasiados decesos de
artistas y poetas.