Aunque la poesía continúa siendo mi escenario favorito, últimamente he tenido oportunidad de visitar otros ambientes que agradezco cultivar, por todo ese conocimiento y enseñanza que me brindan. Aún conservo el magnífico regusto de mi experiencia en el Museo de Cáceres dentro del programa "Así lo siento yo", y la aventura que supuso indagar en las claves de una obra como "Esperanza y ella en el libro", de Julio López Hernández, a la que traté de vestir con mis ropajes poéticos en una mañana lluviosa de abril, con los vecinos ecos del agua en las ojivas del legendario aljibe árabe. Unos días después, la Feria del Libro acogió mi presentación del libro "Madre" del poeta José Cercas, que a continuación transcribiré, y el próximo mes de junio, será la Revista "Versión Original", la que publicará en su número 250 mi viaje literario y cinematográfico por el universo de Lord Byron y sus cómplices en aquel verano de hace doscientos años en Villa Diodati, en Ginebra, a propósito de la extraordinaria película "Remando al viento", de Gonzalo Suárez. Entretanto, continúa la gira de presentación de "El tacto de lo efímero", que el 25 de mayo recalará en Badajoz, en Librería Colón, con el profesor y escritor Luis Sáez Delgado como maestro de ceremonias.
Como anticipaba, aquí dejo la crónica de "Madre", de José Cercas, número 69 de la Colección "Tierra" de la editorial La isla de Siltolá, de Sevilla.
Madre.
José Cercas. La Isla de Siltolá, Sevilla 2015.
Este último trabajo publicado del poeta natural de Santa Ana (Cáceres), José Cercas, de amplia y fecunda
trayectoria, tiene como punto de inflexión el crucial momento vivido a raíz del
fallecimiento de su madre, y aunque inicialmente el autor pretendiera incluir
también en el título la referencia al mes en que se produjo el óbito, “Madre y otros diciembres”, la arrebatadora
fuerza del sustantivo “Madre”,
terminó imponiéndose para dar por sí solo cobertura a una colección de poemas
en los que la presencia de esa figura tan fuertemente ligada al poeta aparece
como constante temática de toda la obra, aunque no la única, pues sin perder el
tono elegíaco que late en estos versos, la ocurrencia del acontecimiento
luctuoso que enardeció la lumbre de la inspiración le servirá para contemplarse
a sí mismo como hombre, para efectuar una nueva lectura del mundo y de la vida.
“Madre”
es un libro en el que no será difícil reconocer el estilo y la técnica poética
presente en otros anteriores trabajos de Cercas,
pero que sin embargo sorprenderá gratamente a los lectores desde su
comienzo, por la exploración que en él se hace de nuevos registros, la utilización
de elementos discursivos y la necesidad de consolidar el mensaje que pretende
transmitir en cada poema mediante frecuentes versos de cierre que a menudo
constituyen auténticas sentencias
poéticas que otorgan una fuerte intensidad a los textos, pretendiendo dejar
su impronta en el lector. La emoción
como artificio literario, la anécdota que sirve para enfatizar el dolor o
inducir a la reflexión. Hay un hecho que no tiene vuelta atrás: Ella ya no
volverá, el mundo ha cambiado, no es el mismo desde aquel impío diciembre.
Lo primero es el desconcierto, “La vida sigue”, reza el poema con el
que se abre el libro. Los días se suceden, las aguas continúan fluyendo, se
sigue escuchando el trino de los pájaros. Pero algo ha pervertido el equilibrio
de los astros, la noche es más noche, la ausencia duele más en la soledad de la
madrugada. Esa noche a la que el poeta identifica con los rasgos de quien acaba
de abandonarle para siempre: “Eres ya la
noche de las profundidades, de la lejanía, la noche material de los sin nombre”. Un reflexivo y certero Cercas se mira al espejo para contemplar en sí mismo cómo el tiempo
ha dinamitado sin piedad su universo más próximo, cómo con descaro le replica “-tu familia soy yo-“, verso con el que
finaliza el espléndido poema “La familia”,
uno de aquellos en los que sin renunciar a sus habituales toques líricos, el
autor introduce elementos constructivos que sugieren reminiscencias del peruano
César Vallejo.
El poemario se vertebra esencialmente
en torno a dos puntales: la irremediable pérdida, el vacío que alimenta el zarpazo
del silencio y la impotencia; y el desafío que supone una vida regida por la
impostura y la impenitente caricia de la caducidad. La desaparición de la
figura materna quiebra y sacude todos los esquemas posibles, socava los
cimientos de la naturaleza a la que el poeta, como todos los demás humanos, se
encuentra unido precisamente por obra de aquel ser que es encarnación de la
fecundidad, portadora del germen de la existencia. A ello se refiere el poeta:
la madre como dadora de vida, y la invoca en el poema “A la primera mujer”, haciendo suya esa concepción esencialmente
maternal de la naturaleza, capaz de sobreponerse a todo, de doblegar a los
elementos.
Fiel al espíritu que guía este abanico
de versos, se dirige a su madre, convertida ya en recuerdo tatuado en lo más
hondo de su espíritu, ése que alimenta su pluma y entrelaza las palabras. Otras
veces, consciente del abismo que ya le separa de ella, deliberadamente la atrae
hacia él, la busca para hacerla partícipe de sus confidencias. Ejemplo de ello
son los poemas “Si pudiera decirte”, “Estoy contigo”, “Mi madre y su reloj”. De
nuevo el tiempo como referente, ese tiempo que supuran las agujas de un reloj
que poco a poco parece ir marcando el ritmo de la memoria, el que se interpone
entre los seres queridos y les priva de seguir compartiendo el tránsito de las
estaciones: “Espera, no te vayas”,
dice el poeta mientras tras el otoño, las flores de su jardín “van buscando la voz de la primavera”. ¡Qué
desolación la de quien ya no puede detener la insobornable marea del frío y de
la niebla, la del que grita por mantenerse junto a quien ya late desde la otra
orilla! Sinestesias y metáforas de
fuerte carga visual recogen la emoción del poeta: “rugen los alguaciles y las palomas blancas de la noche tiñen sus alas
de sangre”. A ello sucede el llanto, de nuevo la impotencia.
Si antes mencionábamos a César Vallejo, advertimos igualmente en
los poemas de “Madre” una fuerte
presencia lorquiana. No solo por la reiterada utilización de la anáfora,
habitual en la poética de Cercas,
como en “Te escribo”, “Sabed del frío” o “Después de la batalla”,
sino también en cuanto a la estructura, el sentido dramático de ciertos
poemas o el especial guiño que también se hace a la lírica popular. A este
respecto, el espíritu de las canciones de Lorca
parece adivinarse en los versos de “Villancico
impopular a la madre dormida”, mientras las urgencias, el dramatismo de los
escenarios, presentes entre otros, en “Llanto
del poeta”: “Un poeta llora desde sus
sílabas, ¡Grita!, ¡Vienen por ella!, ¡Quietos, no abráis, vienen a llevársela!,
recuerdan al Federico de “Niña ahogada en
el pozo”: “¡Ya vienen por las rampas!, ¡Levántate del agua!....El pueblo corría
por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores, ¡Pronto!, ¡Los bordes!,
¡De prisa!. Para Cercas, esa urgencia que fluye de la
desesperación se concentra en la figura de la madre, el temor a la definitiva pérdida, a esa “agua que no desemboca”, que diría Lorca.
Continúa el veintisiete impregnando la estética de una poesía que incrementa su
fuerza a medida que avanzan las páginas,
intensidad existencial, conciencia del certero galope de la vida. El único
poema sin título del libro, identificado en el índice por su primer verso, “en el principio de los tiempos el hombre no
era hombre”, lleva una cita del Nobel Vicente
Aleixandre y sorprende por su contenido, próximo a la cosmogonía y a la
metafísica. Cuestiona el poeta la esencia misma del hombre, un hombre preso del
yugo de la nada, de una existencia cuya materia “no sabía del mar”, según sus palabras.
Y es que junto a la madre, -ya lo
decíamos-, el tiempo es otro de los protagonistas del libro. Pero, ¿qué es el
tiempo? Un vaivén de abanico entre los dedos, la danza interminable de la luna…
Entonces, el sueño ocupa el lugar de los ausentes, mientras la vida continúa
sin detenerse, vida que no es sino anticipo de la intuida muerte que el poeta
ha sentido tan cercana. En “La vida de la
que hablo”, las iguala a ambas, las dos son caras de la misma moneda, en
una suerte de manriqueña evocación: “nuestras
vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”. Para Cercas, la vida “canta, llora y muere a diario”. Es cuando más se aferra al
consuelo de escribir, porque la palabra aproxima los rostros que el olvido
trata de hacer suyos con su cenicienta caricia: “Escribo porque pienso en ti”. Es esto lo que da sentido al oficio
del poeta: la resistencia, la capacidad de alzarse con su voz por encima de los meteoros, darse cuenta de que la vida es mucho más que arrancar hojas al
calendario.
Qué decir de poemas como “Tenía”. Leyendo estos versos es la
música la que rescata la voz fresca y mediterránea de Joan Manuel Serrat y su tema “Mi
niñez”, el sueño del niño que en la madre tenía su apoyo y que ahora viste
su ausencia de recuerdos. En palabras del cantautor barcelonés: “tenía una casa sombría, que madre vistió de
ternura”. Para Cercas, “tenía un lecho de ubres y palomas y unas
calles donde danzaban los pájaros del viento”, sin que falten la tabla de
multiplicar y aquel viejo caballo de cartón que quizá sobreviva deslucido en el
doblado de su casa de Santa Ana.
Porque allí, en su pueblo, allí quedará
para siempre ella, con su memoria, “por
todos los rincones”. No acepta el poeta otra salida, solo la tibia
proximidad de su cuerpo, hecha abrazo, y la tierra, aquella “donde duerme”. El pueblo como universo
y albergue donde ella, con los ojos cerrados, persigue el itinerario azul de
las mariposas, ese camino que es “Principio
y final”, que encierra el aliento de la esperanza y la continuidad de las
cosas: La tierra en fin, como abrigo y destino, útero donde se encarna el
cosquilleo de los besos, malecón donde rompen las olas del cansancio.
Proclama el poeta: “Así, de ese modo: somos vida”.
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