Reseña de presentación del libro "Diecisiete alfiles", de María Ángeles Pérez López. Aula de la Palabra de la A.C. Norbanova.
Nunca una cita literaria iba a deparar tanto fruto. En octubre de 2015, acudían a la convocatoria del poeta y gestor cultural José Cercas, en la bellísima y hospitalaria ciudad de Trujillo, ocho voces poéticas, todas ellas mujeres, cuya trayectoria ya era destacada, pero que, bendecidas por esos aires de las no muy lejanas Villuercas, engrandecieron de tal forma su protagonismo en el ámbito de la lírica nacional que hoy constituye un verdadero tesoro haberlas recopilado en el volumen que Norbanova, en colaboración con el Ayuntamiento de Trujillo, editó para la ocasión. Prácticamente todas ellas han pasado por el Aula de la Palabra, todas han recibido reconocimientos de la más diversa índole, o se encuentran involucradas en proyectos y empresas literarias de gran calado. Ya nos visitaron Emilia Oliva, Rosario Troncoso, Raquel Lanseros, Irene Sánchez Carrón, Ada Salas, flamante Medalla de Extremadura, que clausuró el pasado curso en el Aula. Hoy, otra, inaugura el que comenzamos, después de haber hecho miles de kilómetros ofreciendo el regalo de sus excelentes versos.
No voy a ocultar que, para nosotros, es un verdadero disfrute tener a María Ángeles Pérez López como protagonista de esta inauguración del Aula de la Palabra, y más, con un libro como este, “Diecisiete alfiles”, que constituye una experiencia poética singular y es sin duda fruto de un trabajo muy meditado, en el que la autora ha sabido plasmar referencias literarias particularmente singulares, con la dificultad de aglutinar su contenido ajustándolo a la armadura métrica del haikú, metro por excelencia de la lírica japonesa que aquí no es propiamente la de Basho en cuanto la autora introduce elementos que entroncan con formas más vinculadas a nuestra poesía popular, especialmente, la incorporación de asonancias entre los versos primero y tercero, que introducen un ritmo inusual en la construcción convencional de este tipo de poemas.
En el brillante prólogo “La vida muy urgente”, de Erika Martínez, ya se comenta el menor orientalismo que tiñe los poemas de este libro y cómo pese a mantener en síntesis la forma japonesa, se advierten incursiones en terrenos más próximos, que ya exploraran, entre otros, autores como Machado. No son pocas las analogías entre algunos ejemplos de la producción machadiana y las formas japonesas, combinando los resortes de la tradición folklórica representada por estrofas como soleás o seguidillas, y la estética refinada del haikú.
María Ángeles incorpora aportaciones propias, derivadas de su amplio dominio de la escritura y del juego de las imágenes, que ya pusiera de manifiesto con brillantez en su anterior obra “Fiebre y compasión de los metales” (Vaso Roto poesía, 2016), añadiendo elementos procedentes de la tradición clásica, a la par que alusiones poéticas que otorgan gran densidad a la obra. Los haikús se configuran como estrofas que permiten construir poemas dotados de individualidad en sí mismos, a través de secuencias de siete u ocho de aquellos, con un componente unitario que responde al título del poema mismo: “Haikús del amanecer, Haikús del camino, Haikús de los hierbajos…” Traza pues su poemario la autora sobre la arquitectura de la métrica japonesa (5-7-5 sílabas, sin perjuicio de alguna alteración exigida por la coherencia del discurso poético), pero elabora sobre ella un poemario compacto a través de fogonazos independientes que se obligan a ser leídos con autonomía, los unos respecto de los otros.
Conservan sin embargo los haikús de María Ángeles ese sentir de asombro y ambigüedad que caracteriza a este tipo de poesía breve, especialmente llamada a la interpretación y a la relectura, al interrogatorio íntimo. Su pincelada tiene la intensidad de la poeta que maneja el lenguaje metafórico frente las propuestas más orientalistas caracterizadas por la simplicidad y el discurso directo. El resultado es la confección de unos poemas dotados de una belleza y profundidad evidentes, provistos de un color y un contenido temático que quizá no son tan frecuentes en la lírica japonesa. Podemos apreciarlo cuando al hablar del amanecer (primeros haikús del libro), nos lo define como “Útero que abre/ con dolor los contornos/ hacia el lenguaje” o en los haikús del árbol, cuando dice de este: “Anillo de aire/ respiración que eleva / hojas y talle”. Mantiene no obstante la poeta el vínculo del verso con los elementos procedentes de la naturaleza, algo habitual en esta poética, pero que engrandece con elementos que rebasan la pura anécdota. Confesará al final su apartamiento de la ortodoxia, su evasión del tablero, en las palabras que culminan el libro: “Sin tablero ni jaque mate”. Rebeldía, mas originalidad, captura de lo real, del momento, a través de la caricia mínima de una estructura que termina siendo una excusa tan solo para desatar la tormenta creativa de la autora. Es lo que ella misma reconoce y lo que destilan sus piezas de ajedrez, mientras el lector avanza, casilla a casilla.
Pero hagamos una pequeña incursión en la temática de los 32 ramilletes de haikús que componen el libro. No deja indiferente la experiencia de bucear desde los umbrales del día, desde el parto callado del poema hasta las entrañas de la propia construcción poética, y así, la autora se atreve a desmenuzar la corteza epitelial del haikú mismo, del suyo, desobediente e irredento, con sus versos clavándose como cuchillos: “Esqueje de aire /en que silban deprisa /sus tres alfanjes”, peones armados y prestos para dar guerra.
Encontramos así en este recorrido un grupo de poemas cuyo hilo argumental se condensa en torno a mensajes inflamados de intensidad, como los de los “Haikús de Pláyade”, que gritan sílaba a sílaba la tragedia de un ser humano desplazado y abandonado a su suerte, a bordo de las ingratas avenidas del Mediterráneo, en forzosa fuga del silbido de las balas: “Clama el Guernica. / En el grito del óleo / la voz de Siria”. El compromiso de María Ángeles, con entidades como Pláyade (Asamblea de apoyo a personas migrantes de Salamanca), late en estos versos de la impotencia, y al tiempo, también de la esperanza. El recurso a los mitos, a la cultura clásica, es una constante en este poemario, que igual recoge la savia de Epicuro, llamando a recrearse en lo cercano, en lo tangible, a “Libar la vida /que en su jugo se empapen/ omega y sigma”, que impulsa a ser consciente de las urgencias, porque la existencia no da tregua. En esta misma línea, los “Haikús de la vida muy urgente”, rescatan la herencia de Gloria Fuertes, -poeta de guardia-, y apremian a no perder tiempo, en una suerte de carpe diem que contrasta con la irremisible realidad del trabajo y sus corrosivos registros, como leemos en los Haikús que le dedica y en los que volvemos a encontrar esa vertiente de denuncia de la autora, siempre alerta a aquellas situaciones en que el materialismo impone su turbia ley y lo humano importa poco. En este mismo bloque temático tendrán cabida igualmente los “Haikús de Europa”, donde la autora contempla una vez más con resignada dureza la realidad del mundo que le rodea, del tiempo que le ha tocado vivir, insensible y cruel, alimentado por el miedo, territorio hostil creado a imagen y semejanza de ese hombre que carece de memoria y mira de espaldas: “Miedo en la boca / y miedo en las pateras. /Vergüenza Europa”. Es el tiempo de la muerte de los mitos, del plástico que atora los picos de los cormoranes, de los muros que se clavan, del miedo al futuro. Ese miedo que también es protagonista de sus propios haikús, que fluye a través de unos versos que resquebrajan el inmovilismo del sosiego y que se sienten como mordeduras en nuestra conciencia. ¡Cómo en formas poéticas tan breves se puede llegar a condensar un dardo tan potente, unas imágenes tan reales! Miedo equivalente al frío, al óxido, miedo “Avispa roja/ que tiembla en el oído /y entra en la boca”. Y luego, completando la curvatura del círculo, surge en medio la rabia de Antígona, de una Antígona que camina descalza bajo la intemperie, huérfana y herida en lo más hondo, doliéndose del hedor que supuran los taludes.
Un segundo grupo de poemas concentran su mirada hacia los sentimientos, las cosas, los lugares que forman parte de nuestro recorrido por los escaques de nuestra geografía cotidiana. Surgen así, entre otros, los Haikús de los apeaderos, los Haikús del hielo, los Haikús de las estalactitas, los Haikús del cielo, etc., todos ellos cargados de sorprendentes imágenes, poemas que sin embargo no prescinden de esa incertidumbre que sobrevuela todo el libro, contraste entre la libertad, lo bello que es inherente a la naturaleza y la amargura que también está presente en ella y que deja un sabor ácimo en los labios. En Haikús de los hierbajos, contrastan las amapolas, su tronío, con el desparpajo verde de la mala hierba, esa a la que sin embargo la autora unge con el poder de la supervivencia, de la entereza: “Lenguaje humilde / de lo que nada espera / pero resiste”. Estremecedor ejemplo de lo que decimos es también el poema “Haikús de la garza desangrada”, para mi gusto uno de los más impactantes del libro. Y no se olvida nuestra poeta de los objetos más humildes. Así, tienen sitio en su poética la caña de pescar, señuelo que destapa la metralla, la bicicleta estática, mutilada y anodina; el alfabeto, con sus reglas inmarcesibles, bendita luminaria que perpetúa el tránsito de la imaginación que cabalga a su medida y se conjura frente al olvido.
En sus juegos de asonancias, los haikús de María Ángeles cautivan, pero igualmente, invitan a una lectura intensa y reflexiva. En pequeñas dosis, la vida, el mundo entero, persiguen su certidumbre, sortean la amenaza de las agujas, se cuidan de la fragilidad emborrachando los sentidos, desplegando en tropel sus piezas a la conquista de la verdadera poesía.
Con la autora, finalizada la presentación del libro
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