El tiempo que nos ha tocado vivir nos devuelve al absurdo. A un escenario donde nada resulta previsible, donde afloran los miedos, los resquemores y la desconfianza. Alguien diría que permanecemos a la espera, que seguimos el hilo de una partitura dodecafónica cuyas notas fluyen a la medida de cada revuelo, de cada alerta, de cada intervalo entre sístole y diástole. Leo en la prensa digital que el próximo tres de septiembre, en el Teatro "Reina Victoria", se estrena "Esperando a Godot", del irlandés, Premio Nobel de Literatura, Samuel Beckett, una de las obras más representativas del llamado "teatro del absurdo". Quién podría pensar que un texto como este continuaría gozando de vigencia todavía hoy, a caballo del siglo veintiuno. Rescato de mi biblioteca la versión traducida de Ana María Moix, y aunque no es el teatro un género de fácil lectura, me sumerjo en el entramado de los cinco personajes masculinos que se mueven en sus dos actos, tratando de dar cuerpo a la puesta en escena a través de las múltiples acotaciones que se entremezclan con los diálogos. Después del túnel que supuso el confinamiento, de "La vida en suspenso", en palabras de Jordi Doce, la crisis del hombre le ha hecho sentirse de nuevo vulnerable, expuesto al capricho de las inclemencias, necesitado de un tronco al que aferrarse, de una inyección de coraje. Como los personajes de la obra de Beckett, acaso el hombre del siglo veintiuno también espera la llegada de Godot. Y mientras tanto, nada mejor que mirar hacia afuera, reconciliarse con uno mismo a través del otro, levantarse con renovadas fuerzas. La poeta peruana Blanca Varela escribe: "soy un animal que no se resigna a morir" y en ello aparece resumida la esencia de la condición humana. Podrán sucederse las adversidades, los bandazos de la tormenta, mas la vida se entromete entre los obstáculos con paso firme.
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