Ayer tuve la satisfacción de presentar el magnífico libro del poeta Fernando López Guisado, "Vestido de verde hacia Nunca Jamás", publicado en la Colección "Baños del Carmen" de Ediciones Vitruvio. Fue en el marco del Aula de la Palabra de la Asociación Cultural Norbanova, en una nueva velada telemática que contó con la participación de personas procedentes de muy diferentes ámbitos geográficos y culturales. Una vez más, fue un verdadero placer contribuir a la difusión de una obra, en esta ocasión, de poesía, a la que merece la pena acercarse y que sin duda, no dejará indiferente a los lectores.
Reproduzco a continuación la reseña íntegra de la presentación realizada.
FERNANDO LÓPEZ GUISADO en el Aula de la Palabra:
“Vestido de verde hacia Nunca Jamás”
Cáceres y Madrid, 19 de febrero de 2021
La pandemia irrumpió entre nosotros a dentelladas, abriendo brechas de silencio y de distancia. Una realidad distinta, amurallada y tóxica, para la que no estábamos preparados descargó su furia en las trincheras, donde la vida y la muerte protagonizan un difícil equilibrio, donde duelen las palabras y supuran los aguijones de la soledad y la ausencia. La crisis se ha sentido de lleno en los pasillos de los hospitales, en los boxes de urgencias, en el hermético reducto de las ucis. La hicieron suya médicos, enfermeros, auxiliares, celadores… Nuestro poeta de hoy ha contemplado con perplejidad su reflejo en las cristaleras, en las traslúcidas placas de las radiografías, ha llegado a preguntarse quién era ese que le miraba vestido de verde desde el otro lado, buscando acaso un purgatorio para escapar cada día del aliento del vértigo y de la rutina.
“Vestido de verde hacia Nunca Jamás” no es un libro sobre la pandemia ni un diario del confinamiento. Tampoco una suerte de instantáneas surgidas de la percepción que un sanitario ha tenido del tsunami provocado en los hospitales a consecuencia del virus. No faltan referencias y reflexiones al entorno cotidiano, a los estigmas de la enfermedad y la incertidumbre, a la opresión del aire viciado que golpea las fibras de la mascarilla. Por encima de ello, el nuevo poemario de Fernando López Guisado es, ante todo, un recorrido por los senderos del amor y la nostalgia, un monólogo sembrado de añoranza, donde el tú y el yo se alternan a la búsqueda de un espacio compartido. Auténtica declaración de intenciones del poeta es el texto “Notas sobre no escribir un poema”. Desde la monótona cotidianidad de un trabajo maniatado por la pandemia (es el único poema en el que se menciona expresamente), el autor marca su recorrido existencial, las claves de un sentimiento que trasciende los protocolos de este tiempo malherido. Como Peter Pan, o quizá también Le Petit Prince, desde su planeta, el protagonista contempla el universo “tan pequeño y solo / pensando en el amor / sin ti bajo el cielo impoluto/ y su enorme vacío negro”.
El cosmos en que se mueve la poesía de López Guisado y que ya se dibujaba en obras anteriores como “Rocío para Drácula”, también editado por Vitruvio (2014), se encuentra situado donde el crepúsculo se pierde y la ciudad difumina sus avenidas. Es un territorio poblado de seres que deambulan en los límites de lo onírico. Allí el recuerdo se hace tangible y los poros destilan efluvios de verso. De todo ello dan cuenta poemas como “Skyline”, “Héroes” o “Sepelio”, que muestran ese croma de secuencias vespertinas en el que se proyectan personajes teñidos de reminiscencias góticas, siluetas fantasmales que, como “ensoñaciones de Lovecraft” acompañan al poeta en su búsqueda de sí mismo “bajo la capa de ozono”.
Es precisamente el poema que lleva ese título, “Bajo la capa de ozono”, otro de los puntales imprescindibles para desentrañar la poética de López Guisado. En estos versos, el autor se confiesa y desconfina sus sentimientos, a manos llenas, con total transparencia: “Este asunto de los poemas/ nunca me dio un duro/ y sí muchos disgustos/y un verso no lo vale”. No necesita recurrir a artificios ni retorcidos recursos lingüísticos, su savia creativa brota de la sinceridad, de la soledad, de las largas horas en blanco, o quizá mejor, en verde, cuando el secuestro de la luz hace más dolorosa la falta del ser amado y las carnes se estremecen: “Desde que no estás / no sé ni dónde estoy”, son los versos que inauguran el poema “Bala de plata”, en el que asistimos al tránsito iniciático del protagonista que pugna por alcanzar ese país de las nubes que se le resiste en medio de la correosa atmósfera donde el tiempo deshoja gota a gota los minutos del reloj.
Entretanto, la añoranza se torna ahogo, en poemas como “Respirador”, y “Va para largo”, este último que contiene los versos que dan título al poemario. Todo tiene sentido cuando el sentimiento y la proximidad llevan su nombre y su aroma, ese “tango de mujer” sin medida, que con sus pasos de baile consigue desterrar el aullido de los demonios. El mundo no se detiene y el poeta no es ajeno al rastro que van dejando los testigos del granizo que se precipita sobre los edificios, sobre los cuerpos maltrechos que sucumben víctimas del calendario. El poema “Fe de roedor” es un retrato descarnado del abril pandémico, del paisaje distópico, asilvestrado y congelado de la urbe, tiznado de lejía y gel hidroalcohólico, donde la muerte y la ausencia campan a sus anchas, en medio de un naufragio que no da tregua.
Mas bien sabe López Guisado cuál es el ideario del poeta, aquello a lo que debe aspirar y dónde se encuentran sus límites. Con rotundidad esculpe los preceptos de su decálogo, intensos y lacónicos aforismos que se suceden sin solución de continuidad en el poema “Anáfora”, y que pueden condensarse en dos grandes postulados, el de la supervivencia, “un poeta debe resucitar sin miedo cada día” y el de la fidelidad, “un poeta debe hablar de amor o el mar, casi lo mismo, de ti”, “un poeta debe escribirte mucho”.
La conclusión es la de que “¿Qué más se puede pedir?”. El yo es un espectador de su propia realidad que se mira desde fuera, que asume sus imperfecciones y se sabe lejano del oído de unos dioses que no le comprenden. Fernando López Guisado es trasunto del poeta que ha aprendido a interpretar los códigos de la vida a través de una placa de tórax. Allí, tras la parrilla costal late un corazón vivo e inquieto, que pide reescribir “el tema de la poesía”, que apura a cada sorbo el café aguado de la máquina de la sala de enfermería, siempre de pie, siempre tentando con sus dedos el destino que le aguarda en su viaje hasta la segunda estrella a la derecha, y luego, todo recto hasta el amanecer.
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