domingo, 24 de julio de 2022

Canales, molinos, mariposas...y un poeta

Apenas había leído unos pocos poemas de Cees Nooteboom antes de viajar a los Países Bajos. En la edición de su antología Luz por todas partes, publicada por Visor, Fernando García de la Banda, autor del prólogo, llama la atención acerca de las dificultades que conlleva la traducción de la poesía neerlandesa al castellano, especialmente por cuestiones fonéticas, acentuales y la gran distancia entre las tradiciones literarias y culturales. Esas diferencias no son sino el reflejo del tajo que separa la forma de interpretar el mundo y la vida de las sociedades española y holandesa, algo que resulta netamente perceptible a pie de calle y que también tendrá su traslación al campo del idioma y a las formas de la escritura. 


Lo primero que sorprende es la divergencia cromática, la reacción de los sentidos al alto grado de humedad, la relajación que se detecta en el aire, en los rostros, en el modo de caminar de los lugareños. Observar el paisaje ibérico desde la ventanilla de un avión nos revela un espectro de tonos ocres, puzzle tallado a base de cuadros marrones muy ocasionalmente salpicados de algún oasis verde o azul. Sobrevolando los Países Bajos, estos dos últimos colores reinan sobre el resto, y el cuadriculado se estructura mediante una encrucijada de canales, anillos de agua que envuelven lenguas de superficie verde, edificios que se erigen cual palafitos en terrenos hurtados al dominio de las mareas.  En Ámsterdam, la humedad del ambiente es parte de la idiosincrasia de sus paisajes, el río que serpentea bajo nuestras huellas y traza itinerarios líquidos que ensamblan sentimientos e inquietudes recuerda que pisamos sobre seguro, que la furia de las corrientes no podrá alcanzarnos, contenida a merced de robustos diques. Ámsterdam, ciudad cuyo nombre está escrito en agua, habitada por gentes de agua, hacedores de tierra, en palabras de Nooteboom. Ámsterdam, dique sobre el Amstel, espacio abierto a la embriaguez de mil aromas, donde la noche se viste de coloradas telas de araña. 


Al norte, y al sur, las ruedas dentadas del agua vertebran los espacios urbanos, componen imágenes que son trasunto de escenarios poéticos, instantáneas en las que se confabulan la cotidianidad del trabajo y la necesidad de liberarse del lastre de la rutina. En modo panorámico, diviso la horizontalidad de las construcciones, pero también cómo parecen sostenidas por un hilo invisible desde arriba, estirando su estatura. Más allá, las aspas de un molino con varios siglos a sus espaldas parecen querer decir, en su lengua vernácula, que continuarán resistiendo, inmunes al empuje del tiempo. 


Paisaje en Volendam 

Con Nooteboom llegamos hasta La Haya, su ciudad natal: "No hay viento, ni movimiento, reina aquí una ley / de lentitud punitiva..." Como en la festividad del Tanabata, un árbol de bambú da la bienvenida a los visitantes del Palacio de la Paz, con sus tiras de papel o tanzaku, frondosa carga de deseos colgando de sus ramas. No lejos, la llama de la Paz invita a la reflexión en un mundo donde el rencor y la violencia campan a sus anchas. Acaso M.C. Escher ya anticipara con su pintura analítica el laberinto que hoy nos rodea y en el que una y otra vez nos dejamos atrapar. 




Palacio de la Paz (La Haya)

El urbanismo neerlandés recuerda vagamente las construcciones georgianas de Gran Bretaña e Irlanda. Con la importante diferencia que supone la anchura de los edificios, todo un teorema que hace concebir la vida como un reto hacia adentro y hacia arriba. Se trata de aprovechar al máximo el terreno útil, de diseñar ecosistemas aptos para el ser humano y la levedad de las mariposas. Se pregunta Nooteboom "¿Echo de menos Ámsterdam cuando, como ahora, estoy lejos?". Su respuesta es negativa. El poeta vive alimentándose de libros, no de lugares, libros como los que duermen en los anaqueles del Rijksmuseum, con su biblioteca al estilo del Trinity College: "No, la nostalgia es otra cosa, toma la forma de libros"Son las palabras las que quedan impresas sobre la piel, el vaho que desprenden los canales a media tarde. De vuelta, en el territorio mediterráneo, sobreviven las imágenes, los olores, la música, a bordo de los versos, sedimentos que la memoria almacena con la precisión de un Vermeer.


Mariposas en el "Hortus Botanicus" de Ámsterdam


Biblioteca del Rijksmuseum


La lechera, de Vermeer, en el Rijksmuseum



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