domingo, 3 de julio de 2022

Vivir tan solo. Lectura de "Ese sabor antiguo de las obras" de Javier Sánchez Menéndez

Hace ya unas semanas, recibía en mi domicilio los dos nuevos libros del poeta gaditano Javier Sánchez Menéndez, Ese sabor antiguo de las obras (Chamán ediciones, Albacete 2022)  y Mundo intermedio (Ediciones Trea, Asturias 2021). dos libros con mucho en común, llenos de reflexiones que son fruto de una contemplación sedicente y plena de madurez a propósito de la realidad que sirve de escenario para la travesía del ser humano, realidad que encierra un universo de íntimas contradicciones que el poeta vierte en sus versos con la poderosa herramienta que le proporciona la palabra, ya sea enfundada en el molde del aforismo, más estrecho y punzante, ya lo haga con la vestimenta del poema, en gran medida también tiznado de un cierto marchamo aforístico. ¿Quiénes somos?, ¿Dónde es reconocible la verdad?, ¿Hay diferencia entre la vida y la muerte? A estas y otras preguntas trata de responder Sánchez Menéndez a lo largo de las páginas de estas dos obras, dándose cuenta de que acaso ninguna respuesta sea completamente válida: "Responder con una pregunta, dudar con otra, vivir con cientos de dudas".  El pensamiento poético del autor aparece vertebrado en torno al sentido de la consciencia, capacidad que implica el conocimiento, referido al sujeto propio y a la realidad circundante. Consciencia, verbo omnipresente que ubica el tránsito del caminante por los senderos del tiempo, que concibe la vida como antesala del crepúsculo infinito, vasos comunicantes que construyen un fingido equilibrio: "Dejamos de vivir cuando comenzamos a dejar de morir". 

Ese sabor antiguo de las obras condensa tal cúmulo de interrogantes y se concibe desde la perspectiva del espectador (que contempla), del intérprete que escruta (atiende) y que descifra (entiende), las claves de un trayecto que se desenvuelve en círculos concéntricos, en el que pasado, presente y futuro se difuminan y la creación se antoja equívoco mapa. Es fácilmente adivinable en muchos de los poemas ese toque sentencioso, transcripción del aforismo que les sirve de cierre y que exprime las esencias hilvanadas en los versos antecedentes: "La fantasía es ese lujo / para cuando marchemos", remata el poema "Fantasía", o "El pasado no existe en el futuro, / tan solo se recuerda en el presente", que hace lo propio en el poema "Pasado".  El vértigo del poeta es consustancial al descubrimiento que supone la consciencia, cataclismo que lo cambia todo y que nos deja a la intemperie. Solo queda pues gozar las notas de Mozart: "...sigo siendo ese niño / que amaba, / la vida que no existe, / una vida sin triunfos ni criterios, / ese sabor antiguo de las obras".  Existe, no obstante, un lugar para la redención más allá de la nada, acaso el lenguaje como heraldo de la libertad, la palabra hermanada con la verdad, la poesía con la pureza. 

Todos los poetas buscamos esa línea de luz con la que dibujar el sendero que conduce a la permanencia, que alimenta nuestra capacidad para contener los envites del mundo. Cuando no comprendemos, el silencio se convierte en aliado. Como dice Sánchez Menéndez, todo consiste en "contemplar, atender y entender", y la vida, "ese incidente que se convierte en acontecimiento". Inmersos en esta época convulsa que nos ha tocado vivir, obsoletos los referentes que una vez fueron dogmas, cuando acaso ni siquiera la verdad es fiable, abrir los ojos es premisa para comprender, para ser libres. Así lo proclama el poeta desde su Mundo intermedio: "La mayor manifestación de libertad es el descubrimiento".  



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