No es la primera vez que la colección "Baños del Carmen" de Ediciones Vitruvio me depara el descubrimiento de una voz poética intensa y conmovedora. Suele acertar el olfato de su editor, Pablo Méndez, en la selección de autores nuevos cuyos versos se incorporan a esta ya dilatada nómina de poetas. Ha vuelto a ocurrir con la opera prima de la escritora Marisol Santiago, Poemas para una polilla, que hace el número ochocientos sesenta y ocho de la mentada colección vitruviana. Tras varias semanas aguardando su turno en los poblados estantes de mi biblioteca, me he sumergido de lleno en sus poemas, lectura sin prisas, versos de otoño para tardes caliginosas de estío, con banda sonora a la medida de Schubert. Para alguien como yo, cuya palabra vaga desubicada arrastrando reminiscencias decimonónicas, es fácil conectar con un discurso como el de Marisol, en el que lo oscuro, la noche, la herida de la ausencia y la promesa de la lluvia se erigen en escenario que derrocha sentimientos, confesiones, íntimo vómito que la poesía redime.
El libro se articula en torno a cuatro secciones de progresiva intensidad, donde el yo poético de la autora va elevando in crescendo el tono de su relato, desde el destierro interior de una voz ajena que protagoniza la primera parte, "Poemas para un monstruo", exorcismo que libera el cuerpo y la métrica, que cauteriza la carne astillada de la vida, hasta confundirse con la geografía más próxima, la que es tronco y rama, que santifica el presente con el vuelo de las mariposas cada mañana del futuro. Basta recordar los títulos de los poemas que se agrupan en aquella primera serie para intuir el espíritu atormentado de la autora: "Monstruos", "Cuervos", "Demonios nocturnos", "Funeral", etc., que recurre a elementos e imágenes cercanas al universo de lo gótico, cuya máxima expresión se encuentra en la tercera de las secciones del libro, "Poemas de una aparición enamorada" (reflexiones de un fantasma decimonónico), magníficos versos que componen un retablo de genuina estampa romántica, que evoca fotogramas becquerianos o esproncedianos, donde el amor se encarama más allá de la palidez del sepulcro. Tales fuerzas combaten entre sí a lo largo de todo el poemario, protagonizan un conflicto entre enemigos íntimos. Ejemplo de esta sucesión de antítesis lo vemos en el poema "Hades": "Me lanzas al vacío y me retornas. / Afonía y alarido, / eres destrucción y existencia", pero también en el revelador texto de "Polilla moribunda", en el que vida y muerte confunden su rostro, o el poema "Difuminada", con la angustia del tabaco como protagonista, máxima expresión del ansia que es abismo, del destino que se sabe envenenado pero que a la vez es seductora pesadilla. Denominador común de estos "Poemas para una polilla", segunda sección del libro, es el vacío que deja el sentimiento dolorido, la belleza rota, la tormenta que azota el tejado y "dibuja una sombra de humedad / en mi techo y en mi alma".
Con un lenguaje sencillo y directo, Marisol Santiago consigue en este primer poemario una intensidad que los lectores de poesía agradecerán sin duda, el aluvión de unos versos sinceros que vertebran sensaciones y desvelos que son universales pero que no es siempre fácil enhebrar con palabras. Es este un libro vibrante, cromáticamente otoñal, pero con una fuerte carga de vitalismo, de resiliencia. La vida es mucho más que recuerdos y princesas rotas, es un fluido que libera el germen de la esperanza, que se complace en la sonrisa limpia que cada día nos regala el alba.
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