domingo, 28 de agosto de 2016

Nostalgia del "Café Comercial". Tránsito de la vida y ecos de la memoria.

El viernes regresé a mis antiguos escenarios de Madrid. Algunos de los que aparecen en los poemas de mi libro homónimo. Bajando en Tribunal, la laxitud del mes de agosto se advierte en el traqueteo de las calles, en los islotes adormecidos de las tiendas cerradas, cuando desorientados forasteros y residentes convergen en la molicie de las horas que el calor arrastra tirano. Camino de la glorieta, con las notas reincidentes de Antonio Vega en la memoria, -acaso el sitio de su recreo sea la plaza que ahora lleva su nombre-la impresión al llegar a Bilbao enfrenta al paseante a la impotencia que supone el cierre del histórico Café Comercial, con sus vitrales tapiados con papel de embalaje. 

Entre las rendijas de ese improvisado telón, la imagen fantasma del antiguo establecimiento es visible en la penumbra, el color de la madera, los bultos de la barra y las estructuras del mobiliario, aletargados y recubiertos de una pátina de polvo cuya opacidad creciente terminará por engullir el recuerdo de lo que allí hubo. Sin rastro de los camareros, de sus casacas blancas de hombreras rojas, ni tampoco del poeta de pelo cano y porte de dandy que solía frecuentar la mesa de la esquina, a la izquierda, con vistas a la plazoleta, el edificio parece una enorme caja aguardando el camión de la mudanza. Desde el exterior, nada sin embargo parece haber cambiado desde la última vez que lo vi abierto y se diría que no se trata sino de un "cierre por reforma", que en unos días, puede que meses, volverá la actividad como si todo este tiempo de forzoso silencio hubiera sido tan solo un sueño de fácil olvido.  Una vez escribí sobre sus mesas, luego leí aquellos mismos versos recordando a D. Antonio Machado en el ambigú de su primera planta, de mano en mano la cerveza ayudó a aproximar a los amigos, a vestir la palabra de calor humano. 


Aspecto actual del Café Comercial, 
empaquetado y listo para la mudanza


Presentación de "Escenarios", Ediciones Vitruvio, 2012, en "La Planta de Arriba" del Café, con Pablo Méndez y Diego Doncel. 

Me pregunto qué destino espera todavía a este inmueble, símbolo de tantas cosas, de tantos vislumbres compartidos. Puede que la próxima vez que por allí pase lo que me encuentre sea cualquiera de esas franquicias de moda que poco a poco, como la marabunta, van consumiendo espacios que antaño tuvieron usos bien distintos, en muchas ocasiones vinculados a la cultura, que aquella primera planta que acogía presentaciones y recitales sea la destinada a la ropa de caballero y a sus propuestas más "casuales". Pienso, ¿Qué opinaría de todo esto D. Antonio?, con su porte desaliñado, aquel que marchó, "ligero de equipaje, casi desnudo..."


Conocida fotografía del poeta en el desaparecido Café de las Salesas, de Madrid.

Pronto, pocos se acordarán y el recuerdo terminará enlatado en los estrechos márgenes de una fotografía o los gigas de una tablet, junto a otras muchas instantáneas. Algo parecido pasó también aquí, en Cáceres, con aquellas salas de cine que sucumbieron a la voracidad de lo más fashion. Ya apenas si alguien se acuerda de ellos. Bueno, excepciones hay, pues allí disfruté de la reescritura del peplum a cargo de Ridley Scott, con la extraordinaria Gladiator, en el año 2000, justo cuando en ese mismo verano releía la inolvidable "Memorias de Adriano" de Marguerite Yourcenar, traducida por Julio Cortázar


Lo que quede será como el recuerdo de Antinoo, 
irrepetible, pero irrecuperable. 

Puede ser después de todo que tengan razón, y que la muerte
esté hecha de la misma materia fugitiva y confusa que la vida. 

                                          Marguerite Yourcenar


ANTINOO

De aquel despojo amado
jalonan el corredor de los siglos
inveteradas réplicas
de su torso atlético,
migajas que apuntalan
la irrecuperable 
arboladura
del efebo. 

(poema perteneciente al libro "El tacto de lo efímero", Ediciones Vitruvio 2016)


 





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