martes, 13 de agosto de 2019

Madre

Todos los días son trece de agosto cuando se trata de ella. Las fechas son una mera excusa cuando uno lleva a alguien tan adentro que el hecho de que su tiempo físico haya terminado no empequeñece la sensación de que, de alguna u otra forma, no se ha marchado del todo. Para Elías Canetti, la muerte es enemigo que hay que combatir, llamada de atención que es imprudente ignorar, cuando todo alrededor de la vida tiene a aquella como punto de fuga. "Cuando se trata de los muertos, de lo que les ocurre, siento una rabia inmisericorde", afirma en su ensayo "El libro contra la muerte". Para mí, la muerte del ser querido es asimilable a una caminata en silencio, en la que solo tú -el vivo- protagonizas un monólogo insistente cuyos acordes se van perdiendo lentamente entre los compases de la bruma. Ya hace trece años que su voz dejó de escucharse, que un sólido baluarte de mármol nos separa. Mis creencias me dicen que la vida no se agota, que solo las venas interrumpen su pulso, que la conciencia se yergue y emprende un nuevo periplo en pos del alba. En palabras de Emily Dickinson, "Debe ser un poder de Mariposa / la aptitud de volar/ prados de Majestad trae consigo / y fáciles Viajes por el Cielo". Visitar su tumba tiene pues el sentido de aferrarse al tuétano de los huesos, buscar un consuelo junto al inmovilismo de sus despojos.  Pero, hasta para los más escépticos, la muerte lleva adherido un componente de esperanza. Hoy, ella ya no responde, y entre su mundo y el mío, se abre un tajo de inusitada impotencia que apela a la finitud de los sentidos, al rostro más esquivo de los elementos. La muerte como desnudez, la muerte del otro, que apunta Lévinas, se hace aquí palpable, y ella, más lejana, distanciándose poco a poco en el tira y afloja que para uno supone continuar escribiendo su propia historia. De la partida de aquellos que nos rodean, apenas compartimos el duelo, la densidad de los espacios en blanco, lo absurdo del final, con su catarata de preguntas. Mis convicciones me empujan a pensar que la frialdad solo pertenece al sepulcro, que algo viable nos sobrevive, que ella ya participa, "pasajera del infinito", de ese folio en blanco que ahora nos está vedado. 
Cecilia Flores Rico (1922-2006)
Foto Javier, hacia 1967

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