domingo, 29 de septiembre de 2013

El otoño de la "movida"

Esta mañana lluviosa de finales de septiembre, al pensar qué escenario me gustaría recrear, el plomizo tránsito de las nubes, la llovizna intermitente, la visión de la ciudad desde las alturas, me devolvían, veinticinco años atrás, a los ochenta del pasado siglo, a tiempos aún bisoños y llenos de incertidumbre, tras el cristal de una ventana, en otro otoño contagiado de niebla.  A ese lado, la urbe desparrama su silueta, un paisaje que no pertenece al acervo de lo cotidiano. Son las primeras luces y en la casa aún se desperezan los sonidos. La bruma se cuela por las rendijas, atiranta el vello, anticipa la vejez de los sentimientos y el ocaso de las palabras. Afuera, aún siguen vivos los mitos. Eran indulgentes aquellos días en que pude verles compartir brillantina y alcohol en una de las terrazas de la Plaza de la Cebada. Luego también vendría el invierno para ellos. No puedo olvidar el porte y la imagen de Tino Casal reclamando para sí toda la atención, con su báculo de mango plateado y su tupé color henna. Le acompañaban otros ilustres de la llamada "movida", correligionarios de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. Imagino sus conversaciones, el diseño de un universo de música y celuloide que tan excitante se antojaba a los mortales. No mucho tiempo después, Enrique Urquijo se dejaba la piel en un portal de la calle Espíritu Santo, roto el hilo de plata de la conciencia en un viaje sin retorno. Le seguiría Casal cuando en 1991 fue portada de los telediarios al perder el control de su vehículo en la M-30, seducido por los efluvios de la velocidad, la misma que parecía impulsar su música y que te empujaba sin querer a la pista de baile. Un final que recordaba el de otros grandes que también se convirtieron en iconos y que parecían tener prisa por pertenecer a ese extraño Olimpo de incorpóreos a salvo del olvido. 


domingo, 22 de septiembre de 2013

Aguardando el otoño

Esta semana compartíamos unos muy agradables minutos con el poeta y editor José María Cumbreño, responsable de Ediciones Liliputienses y alma mater de la colección de poesía hispanoamericana La Biblioteca de Gulliver. Fue el pasado lunes, por la tarde, en los maravillosos jardines del Palacio de Carvajal en pleno corazón de la ciudad monumental de Cáceres. No es que uno sea muy dado a "salir en la tele" y cosas similares, pero no podíamos rechazar la invitación de José María y de Live CC. Finalmente, pasamos un rato hablando de literatura y sobre todo, del número 4 de la Revista Norbania, que acaba de salir y que vamos a presentar dentro de unos días. Un escenario único el de este Palacio, en la calle Tiendas, donde se ubica el Patronato de Turismo de la Diputación de Cáceres. 



De vuelta a la biblioteca, será difícil encontrar hueco en sus polvorientos anaqueles para colocar tanto nuevo libro que últimamente está llegando a nuestras manos. Mucha poesía, alguna novela, un poco de todo. Son las bibliotecas lugares donde es posible imaginar las más osadas convivencias, donde personalidades dispares coexisten sin queja alguna, y no hay sitio para la impostura. Los lienzos de pared se visten de páginas, de interminables tramas, de capítulos y de versos sin solución de continuidad ni tregua. Estar rodeado de libros, el skyline que conforman sus distintos tamaños, sus colores, incluso el desorden de los títulos amontonados esperando su encaje definitivo tienen algo especial. Como también el olor que desprenden. Libros nuevos, amarillentos ejemplares envejecidos y delicados. Todos conviven en este microcosmos. 



En esta semana en que se marchaba otro poeta de casta, Juan Luis Panero, damos la bienvenida a los libros "Sin ruido", de José Corredor-Matheos, que ha publicado Tusquets Editores, "Limbo y otros poemas", de la extremeña Ada Salas, que publica Pre-Textos,  y los nuevos títulos de Ediciones Liliputienses, números 30 y 31, "Safari", de Laura Yasan y "Equinoccio del cuerpo y el alma", de Enrique Verástegui. Poesía para recibir al otoño.






Aunque no parece que la nueva estación quiera dejarse ver. Ya se van haciendo querer esos días brumosos de hojas caídas y contenidas dosis de nostalgia, esos ocres y verdes oscuros del Paseo de Cánovas en las tardes cenicientas de primeros de noviembre. Tendremos que esperar para disfrutar de estos escenarios que parecen hechos para sumergirse en las páginas de un buen libro de versos. 



miércoles, 11 de septiembre de 2013

Fotogramas en movimiento

Los escasos visitantes de este blog habrán observado que después de un estreno eufórico, con todo el empuje de los días de ocio y los últimos estertores del mes de agosto, he terminado entrando en la dinámica habitual de apariciones furtivas y conversaciones casi conmigo mismo, sobrevenidas con una irregular cadencia proclive más bien a la sorpresa que a un periódico flujo de inspiración o suerte de pírricas ocurrencias. El tiempo se estrecha y las horas no dan más de sí. Eso se nota también cuando de escribir se trata y a veces se encarna incluso con la forma de molestos episodios de desasosiego, porque no es fácil abarcar todo aquel campo de acción que en principio habíamos deseado. 

Muchos frentes abiertos. Propósitos que terminan haciendo aguas. Prisas que no son buenas consejeras. Poemas que es mejor dejar reposar en la soledad de un cajón con olor a madera, como se hace con los vinos que aspiran a ser un día protagonistas de una buena mesa. Escenarios que se solapan unos a otros, planos que se suceden con rapidez sin dar tiempo a reaccionar ni a detenerse en la contemplación de las vistas.  



Así los días, y los meses, van pasando, y nosotros, casi sin darnos cuenta. Ya mismo nos felicitan por Navidad y seremos un año más viejos. Quizá la cosa esté en bajar el nivel de revoluciones, en deglutir un poco más lentamente cada pedazo de realidad, de modo que el placer de los sabores se imponga a la urgencia por sentirse repletos, tanto que al final terminamos hartos de todo.  

martes, 3 de septiembre de 2013

Me gusta Schöenberg





Me gusta Schöenberg. Un autor inclasificable para algunos, promotor del dodecafonismo. Me gusta escuchar su música. Sobre todo por la noche, sus suites de piano, difuminar nota a nota las evidencias de una realidad que no siempre es favorable. El silencio está decididamente reñido con cada impacto de las teclas, sobre todo si éstas sobrevienen sin un orden mínimamente reconocible. Esta música es fiel trasunto de mi interior, de los mundos que la palabra no es capaz de abarcar con sus limitados recursos. Una nueva luna brillará sobre los símbolos de nuestra civilización, la que con su fecha de caducidad irá envejeciendo paralela a los desaires de la piel. Prosigue el piano anárquico y golpea los blandos circunloquios de lo cotidiano, haciendo rebotar sus notas en el lomo de los libros. Schöenberg díscolo, harto de las mismas claves, huidizo del conformismo y sus compases de humo. Dejadme que me pierda, que beba de esta música y me surjan ideas que anhelen echar por tierra cuanto han construido mis dedos sobre los trastes de una avejentada guitarra. Quizá sea preciso nacer de nuevo para escribir a la medida de los dioses.