domingo, 31 de julio de 2016

Tras las huellas de "Jack el Destripador": Un paseo por Whitechapel

128 años después de aquellos trágicos acontecimientos que llevarían el nombre de uno de los barrios más depauperados y conflictivos de Londres a las primeras páginas de los diarios de todo el mundo, pasear por las calles de Whitechapel en 2016 suscita un cúmulo de sensaciones encontradas. De un lado, pervive en la memoria, en gran medida artificial y alimentada por el germen del mito, la sombra de aquellos días de 1888 y su extraño desenlace, como de obra inacabada, como de ficción periodística...Es difícil imaginar hoy el ambiente que entonces poblaba estas calles, el que sirvió de escenario para unos hechos que luego han pasado a formar parte de la leyenda. Protagonistas con nombre propio, anónimos, amparados en la niebla, atravesaron los viejos callejones, abandonaron su juventud hacinados en infrahumanas estancias o envueltos en la posesiva maraña del alcohol. 


Callejón en Whitechapel, Londres


Arco en el que aparece la fecha "1886", donde se encontraba la antigua calle Flower and Dean Street , considerada una de las peor frecuentadas de la zona, asociada a dos de las muertes atribuidas a Jack el Destripador. 


Aspecto de una vivienda típica de Whitechapel


Bell Lane, en Whitechapel. Las campanas están presentes en todo el barrio por la abundancia que hubo de fundiciones. 

Paradójicamente, el recuerdo que ha sobrevivido de todo ello tiene mucho que ver con la morbosidad del ser humano, capaz de convertir en itinerario turístico el rastro de sangre dejado por un deleznable personaje al que además, múltiples circunstancias le proporcionaron el blindaje de una impunidad que ha resistido frente a pesquisas y teorías de todo tipo. No soy ajeno a ese extraño maridaje con la recreación del horror, y confieso mi complicidad con la búsqueda de sus estigmas, a bordo de las calles del East End londinense, transformadas hoy del todo merced a la influencia de la comunidad bengalí, cuyos negocios ocupan los bajos de las antiguas construcciones. 


Brick Lane, antigua Whitechapel Lane, 
epicentro de la comunidad bengalí de Londres. 


Royal Hospital de Whitechapel, 
donde vivió el llamado "Hombre Elefante".



Aspecto actual de Hanbury Street, donde fue encontrado el 8 de septiembre de 1888 el cuerpo de Annie Chapman, segunda víctima de Jack el Destripador. 

¿Quién fue Jack the Ripper, Jack el Destripador?, ese perverso individuo al que se atribuyen aquellos execrables crímenes, unos con mayor grado de seguridad, -las llamadas cinco víctimas canónicas-, y otros que podrían haber llevado también su firma. Nada me aclaró mi paseo por Whitechapel. Más bien parece que quien se hizo llamar de ese modo, -al firmar la primera de las cartas que recibió la policía-, pudiera haber querido jugar al despiste, buscar un titular, pero lo cierto es que con aquella firma acuñó definitivamente al personaje, independientemente de cuál fuera su auténtica identidad. 


Firma de "Jack the Ripper" en la llamada carta "Dear Boss" que el presunto asesino envió a la Policía. 

Sea como fuere, el misterio continúa, y si atendemos a los datos que suministran las cartas, me inclino por la versión de que la más fiable es la conocida como "From Hell", (Desde el infierno), remitida el 16 de octubre de 1888 al Jefe de Policía, Mr. Lusk, y que se acompañaba de un frasco de cristal que contenía la mitad de un riñón, probablemente perteneciente a Catherine Eddowes, y que quien la enviaba firmó como "Atrápeme cuando pueda". 


Carta "Desde el infierno", 
probablemente escrita por el verdadero asesino

Después de recorrer las calles del barrio y pisar en algún momento las vecinas avenidas de La City, con sus modernas estructuras acristaladas,  la visión del Pub "The Ten Bells", (Las diez campanas), nos transporta de nuevo a los acontecimientos de 1888. Éste era el local que dos de las víctimas, Annie Chapman y Mary Jane Kelly solían frecuentar; la primera porque probablemente se había emborrachado allí poco antes de ser asesinada, y la segunda, última de las víctimas del Destripador, porque en su exterior solía colocarse para atraer a sus clientes. 




Pub "The Ten Bells"




Algunos de los edificios más antiguos de Whitechapel se sitúan a pocos metros de las modernas construcciones de la City londinense. 


Iglesia de Saint Botolp, ante la cual, en época victoriana las prostitutas solían situarse en busca de clientes. Aquí, Catherine Eddowes, víctima del Destripador fue arrestada borracha pocas horas antes de su muerte.  

domingo, 24 de julio de 2016

Mis dificultades con el inglés

Pronto hará tres años desde la creación de este blog, "Escenarios", en agosto de 2013, tras volver de un viaje de vacaciones a la ciudad de Londres. Opté por bautizarlo con el nombre del libro que por aquellos días iba gestándose y que aún habría de aguardar otro año más para verse impreso en papel, dentro de la colección "Baños del Carmen", de Ediciones Vitruvio. He vuelto ahora a aquella ciudad y a aquellas calles, acaso para rescatar la intensa inspiración que allí encontré esa primera vez, para buscarla en los lugares que entonces no pude visitar, o tan solo para comprobar que por más que haya intentado ponerle remedio, el inglés continúa siendo para mí un muro infranqueable, solo accesible cuando de la lengua escrita se trata.  Siempre quise leer en su propio idioma a autores como Keats, Dickens, Shakespeare, Tennyson, Brontë o Byron, y es algo que no siempre con la precisión deseada sí pude llegar a conseguir poco a poco, no sin dificultades, a base de constancia y esfuerzo para asimilar la gramática y el vocabulario de una lengua que ya desde tiempos escolares (no en vano, mi segundo idioma siempre fue el francés), me había sido ajena. 






Obras de Willian Shakespeare en la Exposición de 
"The Globe Theatre", Londres. 




Retrato de Charlotte Brontë y primeras ediciones de sus obras (National Portrait Gallery, Londres)

Más o menos pues, el Reading terminó resultándome asequible, siempre dentro de mis propias limitaciones. Ya podía leer la información de los museos, los folletos publicitarios, atreverme con versiones sencillas de obras literarias o incluso ver películas sin doblar al castellano, eso sí, en todo caso subtituladas.  Con el paso del tiempo y la mejora progresiva en el conocimiento del idioma todo ello fue también progresando. Me llegué a atrever con el Writing,  e incluso hice mis pinitos con el Speaking, un poco a lo "Tarzan Style", para ir encajando después los aportes del estudio en el terreno de la oralidad y permitir mayores y más arriesgadas empresas en la comunicación con el personal anglófono. No obstante, pese al ingente despliegue de recursos conseguido, al enfrentarme con el emisor y su mensaje, vuelve a interponerse ese muro cuyos ladrillos continúan bien cementados. Surgen entonces vías de escape, auxilios improvisados para paliar el súbito bloqueo que atenaza las neuronas: I don't understand, please. Can you speak slowly, please?. Podemos toparnos con un interlocutor paciente o con otro a quien la demora o la repentina aparición de un hispanohablante no demasiado ducho en una lengua que se supone debía dominar, le crispa los nervios. Es frecuente en los mostradores de check-in de los aeropuertos. El empleado te trata de explicar que si quieres facturar esa guitarra que acabas de comprar en una tienda del Soho tendrás que dirigirte al departamento de "Oversized luggage", y uno no acaba de entender dónde debe ir para soltar ese bulto. Fuck you...! se le escapa impertinentemente al encargado, pero entretanto, ya has visto dónde se encuentra el sitio al que quiere que te dirijas y respira aliviado.  


Autobuses urbanos de Londres en Regent Street

No muy distinto es lo que sucede cada mañana en el hotel durante el breakfast. En la televisión dan un programa de noticias y una muy encorsetada locutora comenta a ritmo de telediario los últimos sucesos. Las dificultades ya apuntadas del Listening vuelven a hacer estragos. Reconozco que soy incapaz de pensar en inglés y cuando me van llegando las palabras cada vez es más complicado asimilar el sentido del discurso. Como botes salvavidas, las imágenes que ilustran la noticia y las breaking news por escrito a modo de subtítulos permiten hacerse una idea de lo que se trata. Es cuando me doy cuenta de que después de tantos años, el dominio de una lengua como ésta sigue siendo una de mis grandes asignaturas pendientes. De poco sirve pillar un libro y auxiliándose del diccionario, desgranar el significado de sus páginas. Lo importante es el día a día, el flujo cotidiano de la conversación, de las preguntas y respuestas, porque ahí es donde radica la esencia del idioma y de la comunicación. No vale poner cara de "palomino atontado", cuando alguien te habla y espera que le contestes.  Después de tantos años estudiando inglés y haber viajado en varias ocasiones a esa tierra que ahora pretende desgajarse de Europa, sigo pensando que la única forma de solventar mis deficiencias sería la de implicarse en una auténtica inmersión, donde el español más cercano se encontrase disfrutando de una cerveza y un espeto de sardina en la playa de Barbate, y que pasaran los meses acostumbrando sin remisión el oído a esa lengua, ya la hablasen los gentlemen de la City, o los jóvenes que con gran amabilidad te atienden en el Mac Donald's o quienes conducen los autobuses de dos pisos. Me encantaría entenderles y que ellos también me entendieran a mí, que no sea un racimo de vocablos aislados el que capten mis sentidos. Es una gozada leer (diccionario a bordo), el Frankenstein de Mary Shelley, pero no adivinar que te están diciendo que la botella de agua que pretendes comprar vale una libra o una libra y cincuenta peniques o que el próximo tren para Hampton Court sale a las 11.36 horas y tengas que hacerle señas con el reloj. La próxima vez, si la hay, prometo hacer los deberes. Me tragaré todas las películas de HichcockKenneth Branagh sin subtítulos, intentaré la inmersión a pulmón libre donde haga falta y solo se hable inglés. O se desesperan conmigo o termino entendiéndoles. Qué envidia ver cómo las azafatas del avión son bilingües y lo mismo le dan churras que merinas. 


jueves, 7 de julio de 2016

Doscientos años del mito

Mi contribución al recuerdo de ese verano de hace doscientos años, cuando a orillas del lago de Ginebra se gestó el mito de Frankenstein y se encendió la llama de la literatura gótica. 


Artículo publicado en la Revista "Versión Original", editada por la Fundación ReBross, especial número 250, "Mi película española". Cáceres, julio/agosto 2016, páginas 26-27. La cinta elegida, "Remando al viento", de Gonzalo Suárez (1988), encaja perfectamente a la hora de celebrar esta efemérides.  



Tuve un sueño que no fue un sueño…

Villa Diodati. En las laderas que circundan el Lago Lemán, Ginebra, Suiza, julio de 1816. Fue aquel un año sin verano, los cielos se ennegrecieron con los acúmulos de ceniza y otros materiales procedentes de la erupción del volcán Tambora, casi en las antípodas [1]. Días sin apenas luz que invitaban a adentrarse en los senderos más oscuros. Así comenzó todo. Remando al viento (Gonzalo Suárez, 1988), consigue recrear desde la enigmática lectura byroniana con la que se inicia la cinta, ese ambiente de encadenados días de brumas y penumbras que servirán de caldo de cultivo para que la imaginación de los reunidos en aquella casa, que también había ocupado John Milton, autor de “El paraíso perdido”, termine haciendo surgir un Doppelgänger [2] cuya presencia irá marcando inexorablemente sus destinos. En Remando al viento asistiremos al reto creativo que se suele asociar con el nacimiento de algunas de las figuras más emblemáticas de la literatura gótica y de misterio. Los personajes, con el denominador común de su vocación poética, se enfrentarán a sus propios fantasmas y lo escrito o lo vivido por unos y otros condicionará la propia existencia de los demás, convergiendo hacia un desenlace trágico que consumirá al hombre, pero supondrá la consagración del mito. De un lado, Lord Byron, magistralmente encarnado por Hugh Grant, en su única incursión en el cine español, se enfrenta al contrapunto que supone el personaje de Percy Bysshe Shelley, al que da vida Valentine Pelka. Dos poetas, dos personalidades díscolas y auto expulsadas de su mundo, seducidos ambos por el encanto y la inteligencia de Mary, visionaria y atormentada, pero también provista de una dulzura magnética, rasgos que reflejan las facciones de Lizzy McInnerny. Será ella quien asuma más visceralmente la propuesta de un Lord Byron que juega al billar ataviado con exóticos ropajes griegos, los mismos que viste en el retrato que de él hiciera Thomas Philips. De la tinta de su pluma irán surgiendo palabras que como el barro amasarán y darán forma a su personaje, cuyo rostro siniestro va componiéndose a retazos partiendo del de la propia Mary. No reserva la película para John William Polidori, médico personal de Lord Byron, interpretado por José Luis Gómez, más que un destino amargo y turbulento, sin referencias a la obra que también tendría su origen en los lodos volcánicos de aquel verano: “El vampiro”, y cuya impronta en la posterior visión del personaje del no muerto sería indiscutible. Polidori, abocado a un final trágico, empequeñecido su talento, siempre a la sombra, terminaría poniendo fin a su vida años después, desesperado y ninguneado. La ubicación temporal y espacial del suicidio del médico en los días de Villa Diodati, que también incluiría Ken Russell en la histérica Gothic (1986), consumido por el láudano, es uno de los momentos más dramáticos y efectistas del filme, que refleja la degradación del personaje, cuyo sino de perdedor acabará convirtiéndole en un trasunto del perro al que Byron profesaba un especial afecto. Entretanto, Mary, erigida en moderno Prometeo, ya no podrá apartar de los suyos la caricia del espectro: “Tus pensamientos ya no son mis pensamientos”, -le dirá Shelley, al ser consciente de la transformación que está experimentando y cómo la escritura ha traspasado los límites de la imaginación hasta conseguir crear vida desde las palabras. 


Otro de los ejes que vertebran la trama y dan consistencia al relato es sin duda la cuidada banda sonora, logrando una completa integración con las distintas secuencias de la película. Cerrar los ojos y escuchar las “Variaciones sobre un tema de Thomas Tallis”, de Ralph Vaughan Williams, nos transporta de inmediato a ese mar helado del Ártico donde una solitaria Mary vuelve a tomar la pluma para escribir sobre aquellos personajes que ya han desaparecido, pero cuyo recuerdo conserva vivo en su memoria: “Byron, Shelley, Clara…”, aunque esta última, en realidad, les sobreviviese a todos. Avanzan los compases de la partitura como la proa de la pequeña embarcación desde donde la escritora, en los confines del mundo, intenta revivir la imagen de esos días atormentados, cuando “remaron juntos”.  En Remando al viento, es el agua un protagonista más. Con vida propia, con sus estados de ánimo y sus pasiones, su ira, a veces fuera de control.  Las serenas y misteriosas aguas del Lago de Ginebra, las estancadas y verdinegras de los canales venecianos, la bahía de La Spezia en el Mar Tirreno… El agua será motivo de disputa entre los dos poetas cuando se ven inmersos en una tempestad en el curso de su travesía hasta el Castillo de Chillón, cuya inquietante silueta se inserta en el fotograma a modo de visión estática de catalejo; las envolventes ondas del lago escucharán en el silencio de la noche la enérgica voz de Byron. El agua del estanque consumirá la infancia del pequeño William; en la playa, una fantasmal Allegra juguetea con las olas, para finalmente, ser también la dentellada del mar la que terminará por acallar la voz de Shelley, la que empujará sus despojos hasta la arena. Será entonces la imagen de la pira en la que es incinerado el cuerpo del poeta, otro de los momentos trascendentales de la película, con la concatenación de planos que enlazan nuevamente a Mary y su anticipada visión del destino con el personaje de Lord Byron, a punto de viajar a Grecia, donde no sabe que encontrará la muerte en Missolonghi, víctima de unas fiebres.  No faltará el premonitorio discurso del Doppelgänger: Nos veremos en Grecia, mi Lord”.   Pero hasta ese momento, el director nos va introduciendo progresivamente en un ambiente mágico, lindante a veces con elementos del absurdo y de la comedia de enredo, donde los personajes continúan desenvolviendo su periplo, remando hacia adelante, cada vez más atenazados por un destino que no pueden controlar y del que el espectador tampoco podrá separarse ante la continua presencia del engendro que ha pasado a marcar el dónde y el cuándo, la línea divisoria entre la realidad y lo que pertenece a una ficción que poco a poco va dejando de serlo. La elegante música de Mozart o el tempo nostálgico de las sonatas para violín y guitarra de Paganini en las escenas venecianas, cuando la cámara se rinde al exotismo de los palacios y a las extravagancias de un Lord Byron enfrascado en libidinosas lides, parecen ser inmunes al maleficio que va cerniéndose en torno a unos personajes que ahora transitan por tierras italianas, en un continuo exilio que para el director supone sin duda un importante cambio de registro que afronta con éxito y que se traduce en la creación de un ambiente de extraña calma, no exenta de histriónicos sobresaltos, preludio de los días en que el grupo se reencuentra a orillas del mar, en la casa de los Williams, Villa Magni. Como al comienzo de la cinta, el espectador asiste a un nuevo despliegue del repertorio psicológico de los distintos personajes, que muestran sin tapujos los respectivos rasgos de sus desconcertadas personalidades: la indignación y el espíritu inconformista de Shelley, la progresiva resignación de Byron, las premoniciones de Mary… Sucesivas secuencias preparan el desenlace de la trama y el agua vuelve a erigirse omnipresente, esas olas que lamen los marmóreos escalones que conducen hasta Villa Magni. Ahora la cámara muestra apenas unos instantes la silueta del velero, el “Ariel”. No habrá imágenes del desastre, los siguientes fotogramas conducirán directamente hasta la arena. La intensidad de estos momentos finales no ha necesitado de imágenes dramáticas que recreen los antecedentes del naufragio y las escenas aparecen cargadas de elementos poéticos y amplias panorámicas, donde la tierra, el fuego, la inmensidad de un mar cuyas aguas se se suceden inabarcables hasta las costas de Grecia, ocupan por completo la pantalla. La lectura del poema “la serpiente”, tras el memorable diálogo entre Byron y Mary, solo inquietados por la oscura presencia que se oculta entre los acantilados, componen un cuadro, teatral casi, que con el arrullo de la música de Vaughan Williams devolverá al espectador hasta el helado paisaje donde se iniciaba la película, sirviendo de cierre del círculo dramático, dejando nuevamente a merced de esa tinta gélida que supura la pluma de la escritora la memoria de un tiempo que el olvido no podrá hacer suyo, pues inmortales son ya la voz y la palabra.  Remando al viento pertenece a ese género de historias de las que uno habría querido ser protagonista y que te arrastran más allá de la pantalla, a la búsqueda de los lugares, de la huella de sus personajes. Después de verla, no dejé de investigar ni de leer acerca de ellos. En Roma, me detuve ante la tumba de Percy Bysshe Shelley en el pequeño Cementerio Protestante Inglés, donde también reposa su admirado John Keats, aquel joven poeta inglés, cuyo nombre “estaba escrito en el agua”, tal como reza en su lápida. Precisamente eran de Keats los versos que Shelley conservaba en sus bolsillos y que permitieron identificar su cuerpo. Vuelvo a cerrar los ojos. “No despertéis jamás a la serpiente, por miedo a que ella ignore su camino; dejad que se deslice mientras duerme sumida en la honda yerba de los prados”[3].




[1] Ospina, William: El año del verano que nunca llegó. Literatura Random House, 2015. Aborda cómo la erupción de un volcán a mediados de 1815 en Indonesia fue una de las causas del nacimiento en occidente de la leyenda del vampiro y la pesadilla del ser viviente hecho con fragmentos de cadáveres.
[2] Vocablo alemán para definir el doble fantasmagórico de una persona viva. Proviene de doppel, que significa «doble», y gänger, traducida como «andante». En la mitología, su visión suele ser augurio de muerte.
[3] Shelley, Percy Bysshe: No despertéis a la serpiente. Antología poética bilingüe. Poesía Hiperión. Madrid, 1991, página 79.