domingo, 31 de julio de 2022

Oscuridad y Luz. Enemigos íntimos. Reseña de "Poemas de una polilla" de Marisol Santiago

No es la primera vez que la colección "Baños del Carmen" de Ediciones Vitruvio me depara el descubrimiento de una voz poética intensa y conmovedora. Suele acertar el olfato de su editor, Pablo Méndez, en la selección de autores nuevos cuyos versos se incorporan a esta ya dilatada nómina de poetas.  Ha vuelto a ocurrir con la opera prima de la escritora Marisol Santiago, Poemas para una polilla, que hace el número ochocientos sesenta y ocho de la mentada colección vitruviana. Tras varias semanas aguardando su turno en los poblados estantes de mi biblioteca, me he sumergido de lleno en sus poemas, lectura sin prisas, versos de otoño para tardes caliginosas de estío, con banda sonora a la medida de Schubert. Para alguien como yo, cuya palabra vaga desubicada arrastrando reminiscencias decimonónicas, es fácil conectar con un discurso como el de Marisol, en el que lo oscuro, la noche, la herida de la ausencia y la promesa de la lluvia se erigen en escenario que derrocha sentimientos, confesiones, íntimo vómito que la poesía redime.

El libro se articula en torno a cuatro secciones de progresiva intensidad, donde el yo poético de la autora va elevando in crescendo el tono de su relato, desde el destierro interior de una voz ajena que protagoniza la primera parte, "Poemas para un monstruo", exorcismo que libera el cuerpo y la métrica, que cauteriza la carne astillada de la vida, hasta confundirse con la geografía más próxima, la que es tronco y rama, que santifica el presente con el vuelo de las mariposas cada mañana del futuro. Basta recordar los títulos de los poemas que se agrupan en aquella primera serie para intuir el espíritu atormentado de la autora: "Monstruos", "Cuervos", "Demonios nocturnos", "Funeral", etc., que recurre a elementos e imágenes cercanas al universo de lo gótico, cuya máxima expresión se encuentra en la tercera de las secciones del libro, "Poemas de una aparición enamorada" (reflexiones de un fantasma decimonónico), magníficos versos que componen un retablo de genuina estampa romántica, que evoca fotogramas becquerianos o esproncedianos, donde el amor se encarama más allá de la palidez del sepulcro. Tales fuerzas combaten entre sí a lo largo de todo el poemario, protagonizan un conflicto entre enemigos íntimos. Ejemplo de esta sucesión de antítesis lo vemos en el poema "Hades": "Me lanzas al vacío y me retornas. / Afonía y alarido, / eres destrucción y existencia", pero también en el revelador texto de "Polilla moribunda", en el que vida y muerte confunden su rostro, o el poema "Difuminada",  con la angustia del tabaco como protagonista, máxima expresión del ansia que es abismo, del destino que se sabe envenenado pero que a la vez es seductora pesadilla. Denominador común de estos "Poemas para una polilla", segunda sección del libro, es el vacío que deja el sentimiento dolorido, la belleza rota, la tormenta que azota el tejado y "dibuja una sombra de humedad / en mi techo y en mi alma".  

Con un lenguaje sencillo y directo, Marisol Santiago consigue en este primer poemario una intensidad que los lectores de poesía agradecerán sin duda, el aluvión de unos versos sinceros que vertebran sensaciones y desvelos que son universales pero que no es siempre fácil enhebrar con palabras. Es este un libro vibrante, cromáticamente otoñal, pero con una fuerte carga de vitalismo, de resiliencia. La vida es mucho más que recuerdos y princesas rotas, es un fluido que libera el germen de la esperanza, que se complace en la sonrisa limpia que cada día nos regala el alba. 




domingo, 24 de julio de 2022

Canales, molinos, mariposas...y un poeta

Apenas había leído unos pocos poemas de Cees Nooteboom antes de viajar a los Países Bajos. En la edición de su antología Luz por todas partes, publicada por Visor, Fernando García de la Banda, autor del prólogo, llama la atención acerca de las dificultades que conlleva la traducción de la poesía neerlandesa al castellano, especialmente por cuestiones fonéticas, acentuales y la gran distancia entre las tradiciones literarias y culturales. Esas diferencias no son sino el reflejo del tajo que separa la forma de interpretar el mundo y la vida de las sociedades española y holandesa, algo que resulta netamente perceptible a pie de calle y que también tendrá su traslación al campo del idioma y a las formas de la escritura. 


Lo primero que sorprende es la divergencia cromática, la reacción de los sentidos al alto grado de humedad, la relajación que se detecta en el aire, en los rostros, en el modo de caminar de los lugareños. Observar el paisaje ibérico desde la ventanilla de un avión nos revela un espectro de tonos ocres, puzzle tallado a base de cuadros marrones muy ocasionalmente salpicados de algún oasis verde o azul. Sobrevolando los Países Bajos, estos dos últimos colores reinan sobre el resto, y el cuadriculado se estructura mediante una encrucijada de canales, anillos de agua que envuelven lenguas de superficie verde, edificios que se erigen cual palafitos en terrenos hurtados al dominio de las mareas.  En Ámsterdam, la humedad del ambiente es parte de la idiosincrasia de sus paisajes, el río que serpentea bajo nuestras huellas y traza itinerarios líquidos que ensamblan sentimientos e inquietudes recuerda que pisamos sobre seguro, que la furia de las corrientes no podrá alcanzarnos, contenida a merced de robustos diques. Ámsterdam, ciudad cuyo nombre está escrito en agua, habitada por gentes de agua, hacedores de tierra, en palabras de Nooteboom. Ámsterdam, dique sobre el Amstel, espacio abierto a la embriaguez de mil aromas, donde la noche se viste de coloradas telas de araña. 


Al norte, y al sur, las ruedas dentadas del agua vertebran los espacios urbanos, componen imágenes que son trasunto de escenarios poéticos, instantáneas en las que se confabulan la cotidianidad del trabajo y la necesidad de liberarse del lastre de la rutina. En modo panorámico, diviso la horizontalidad de las construcciones, pero también cómo parecen sostenidas por un hilo invisible desde arriba, estirando su estatura. Más allá, las aspas de un molino con varios siglos a sus espaldas parecen querer decir, en su lengua vernácula, que continuarán resistiendo, inmunes al empuje del tiempo. 


Paisaje en Volendam 

Con Nooteboom llegamos hasta La Haya, su ciudad natal: "No hay viento, ni movimiento, reina aquí una ley / de lentitud punitiva..." Como en la festividad del Tanabata, un árbol de bambú da la bienvenida a los visitantes del Palacio de la Paz, con sus tiras de papel o tanzaku, frondosa carga de deseos colgando de sus ramas. No lejos, la llama de la Paz invita a la reflexión en un mundo donde el rencor y la violencia campan a sus anchas. Acaso M.C. Escher ya anticipara con su pintura analítica el laberinto que hoy nos rodea y en el que una y otra vez nos dejamos atrapar. 




Palacio de la Paz (La Haya)

El urbanismo neerlandés recuerda vagamente las construcciones georgianas de Gran Bretaña e Irlanda. Con la importante diferencia que supone la anchura de los edificios, todo un teorema que hace concebir la vida como un reto hacia adentro y hacia arriba. Se trata de aprovechar al máximo el terreno útil, de diseñar ecosistemas aptos para el ser humano y la levedad de las mariposas. Se pregunta Nooteboom "¿Echo de menos Ámsterdam cuando, como ahora, estoy lejos?". Su respuesta es negativa. El poeta vive alimentándose de libros, no de lugares, libros como los que duermen en los anaqueles del Rijksmuseum, con su biblioteca al estilo del Trinity College: "No, la nostalgia es otra cosa, toma la forma de libros"Son las palabras las que quedan impresas sobre la piel, el vaho que desprenden los canales a media tarde. De vuelta, en el territorio mediterráneo, sobreviven las imágenes, los olores, la música, a bordo de los versos, sedimentos que la memoria almacena con la precisión de un Vermeer.


Mariposas en el "Hortus Botanicus" de Ámsterdam


Biblioteca del Rijksmuseum


La lechera, de Vermeer, en el Rijksmuseum



domingo, 3 de julio de 2022

Vivir tan solo. Lectura de "Ese sabor antiguo de las obras" de Javier Sánchez Menéndez

Hace ya unas semanas, recibía en mi domicilio los dos nuevos libros del poeta gaditano Javier Sánchez Menéndez, Ese sabor antiguo de las obras (Chamán ediciones, Albacete 2022)  y Mundo intermedio (Ediciones Trea, Asturias 2021). dos libros con mucho en común, llenos de reflexiones que son fruto de una contemplación sedicente y plena de madurez a propósito de la realidad que sirve de escenario para la travesía del ser humano, realidad que encierra un universo de íntimas contradicciones que el poeta vierte en sus versos con la poderosa herramienta que le proporciona la palabra, ya sea enfundada en el molde del aforismo, más estrecho y punzante, ya lo haga con la vestimenta del poema, en gran medida también tiznado de un cierto marchamo aforístico. ¿Quiénes somos?, ¿Dónde es reconocible la verdad?, ¿Hay diferencia entre la vida y la muerte? A estas y otras preguntas trata de responder Sánchez Menéndez a lo largo de las páginas de estas dos obras, dándose cuenta de que acaso ninguna respuesta sea completamente válida: "Responder con una pregunta, dudar con otra, vivir con cientos de dudas".  El pensamiento poético del autor aparece vertebrado en torno al sentido de la consciencia, capacidad que implica el conocimiento, referido al sujeto propio y a la realidad circundante. Consciencia, verbo omnipresente que ubica el tránsito del caminante por los senderos del tiempo, que concibe la vida como antesala del crepúsculo infinito, vasos comunicantes que construyen un fingido equilibrio: "Dejamos de vivir cuando comenzamos a dejar de morir". 

Ese sabor antiguo de las obras condensa tal cúmulo de interrogantes y se concibe desde la perspectiva del espectador (que contempla), del intérprete que escruta (atiende) y que descifra (entiende), las claves de un trayecto que se desenvuelve en círculos concéntricos, en el que pasado, presente y futuro se difuminan y la creación se antoja equívoco mapa. Es fácilmente adivinable en muchos de los poemas ese toque sentencioso, transcripción del aforismo que les sirve de cierre y que exprime las esencias hilvanadas en los versos antecedentes: "La fantasía es ese lujo / para cuando marchemos", remata el poema "Fantasía", o "El pasado no existe en el futuro, / tan solo se recuerda en el presente", que hace lo propio en el poema "Pasado".  El vértigo del poeta es consustancial al descubrimiento que supone la consciencia, cataclismo que lo cambia todo y que nos deja a la intemperie. Solo queda pues gozar las notas de Mozart: "...sigo siendo ese niño / que amaba, / la vida que no existe, / una vida sin triunfos ni criterios, / ese sabor antiguo de las obras".  Existe, no obstante, un lugar para la redención más allá de la nada, acaso el lenguaje como heraldo de la libertad, la palabra hermanada con la verdad, la poesía con la pureza. 

Todos los poetas buscamos esa línea de luz con la que dibujar el sendero que conduce a la permanencia, que alimenta nuestra capacidad para contener los envites del mundo. Cuando no comprendemos, el silencio se convierte en aliado. Como dice Sánchez Menéndez, todo consiste en "contemplar, atender y entender", y la vida, "ese incidente que se convierte en acontecimiento". Inmersos en esta época convulsa que nos ha tocado vivir, obsoletos los referentes que una vez fueron dogmas, cuando acaso ni siquiera la verdad es fiable, abrir los ojos es premisa para comprender, para ser libres. Así lo proclama el poeta desde su Mundo intermedio: "La mayor manifestación de libertad es el descubrimiento".