domingo, 25 de septiembre de 2016

En el aniversario de dos nombres eternos: Rubén Darío y Volf Wostell


En el centenario de la muerte de Rubén Darío, en la presentación del número extraordinario que le dedica la revista "El Cobaya", que tuvo lugar en la Casa de América de Madrid, el pasado martes 13 de septiembre, se recordó el viaje del poeta a través de la Sierra de Gredos hasta la localidad abulense de Navalsáuz, donde residía su amada Francisca Sánchez, que fue custodia de su archivo durante años.

cien años de un hacedor de versos 
de un hombre a la medida de su tiempo 
funambulista entre las dos orillas del mar océano 
con su palabra de complexión intensa revestida de damasco

hoy cuentan la historia de un viaje 
de una búsqueda 
de un escenario que es de cordillera y dientes de sierra 
la historia de una mujer albacea de un secreto 
maniatado por la ausencia 
por el silencio de papeles que hablan 
e imágenes que aseguran que no fue un desvarío onírico 
que él existió de verdad 
como la retama que cubre los alcores 
que tuvieron cuerpo los nombres 
más allá de las páginas de un libro 


Obras poéticas completas de Rubén Darío, 1ª edición en Aguilar, Madrid 1932, y Revista "El cobaya", número 26, dedicada al poeta.


Cuarenta años después, sigue vigente en Los Barruecos el espíritu de Vostell. En su tumba en el cementerio civil de Madrid, su epitafio incita a la indagación de territorios y verdades aún no removidas: "Son las cosas que no conocéis las que cambiarán vuestra vida". 


septiembre clavándose impune sobre los mármoles
infiltrándose en la médula del granito 
donde la hiedra ha impuesto su reino de verdes confidencias 
y el abandono difumina las huellas de los que fueron

no da tregua el aluvión de lo desconocido
los materiales de que están hechas las pasiones 
el andamiaje de los días y el sabor oculto de las palabras 
todo fue modelando entre sus manos poderosas 
macerándose los enigmas del basalto en los roquedales 

quizá allí descifró la mística del agua 
se empapó de su parpadeo 
y levantó los ojos a la búsqueda de su propio estribillo 


Tumba de Wolf Vostell en el cementerio civil de Madrid





domingo, 4 de septiembre de 2016

Lecturas para el fin del verano

Tenaz el estío encaramado a los promontorios, con la codicia del fuego haciendo suyas las las dimensiones de la piel, la corteza descamada de los miembros ya ahítos por la canícula. Mediodía de septiembre. El otoño vendrá tal vez, pero sin duda se hará esperar. Mientras, es hora de hacer recuento de lo vivido, de lo leído, de considerar acaso el fruto de la pluma, caprichosa e indócil. El calendario se viene encima con su jerga de meses sin domesticar y su catarata de fechas. Es imposible anticipar cuál será su impacto, los atajos que aún duermen entre ellas, si la lluvia algún momento se hará presente, si lo harán también la fiebre y sus demonios. 


Sobre la mesa, los libros que me ocupan se abren paso. Seis han llegado a esta recta final del verano y el lenguaje de sus corazones se siente latir bien fuerte. Tras abandonar hace tiempo la tierra devastada y adherida a la planta de los pies de los personajes de Jesús Carrasco y su segunda novela "La tierra que pisamos", publicada por Seix Barral,  la fuerza de la palabra nos sitúa ahora en los días de aquella España quebrada por el filo de la guerra, escenario al que se ven abocados los histriónicos protagonistas de "El oído absoluto", la nueva novela de Manuel Longares, con el telón de fondo de la vida bohemia y descastada de unos seres marcados por el yerro de la pasión literaria. Con extraordinaria maestría verbal y un dominio del lenguaje que no dejará indiferente al lector, Longares se infiltra en las vicisitudes de un tiempo y unos personajes que discurren del sainete al drama. 

A pocos centímetros, cuatro volúmenes de poesía se reparten el espacio y los menguantes segmentos de reposo que estos últimos días aún toleran. Vigorosa ha irrumpido en la Colección "Tierra", de La Isla de Siltolá, "El hacha de plata" de Miguel Veyrat, con poemas ciertamente memorables. Como siempre, me sigo diciendo después de lecturas como ésta, cuánto queda por aprender. Advierte el poeta: "La eternidad -una ilusión peligrosa." Atina cuando insiste en que el secreto del hombre es un desafío que pone a prueba la gubia del artista. 

Indaga también en las raíces, en la turbiedad de los nombres, otro de los poetas que en estos días me traen de cabeza y cuya más reciente obra he tenido el honor de recibir con dedicatoria de su puño y letra: Francisco Castañón, de Madrid, a quien además escucharemos en Cáceres el próximo mes de enero. "Intimidad", publicado en la Colección "Baños del Carmen" de Ediciones Vitruvio, es un poemario de largo recorrido en el que descubrimos la voz de un poeta de amplio discurso y consolidada madurez, con versos enhebrados de tierra y humanidad, magnéticos y cautivadores, "...releídos por las algas y los arcoíris".  Seguiré pisando los terrenos que ondulan su palabra todavía algún tiempo. 

Más lejana ya la lectura de "Corteza de abedul", de Antonio Cabrera, publicado por Tusquets en su colección "Nuevos textos sagrados". Otro extraordinario volumen poético para este verano lleno de reflexiones, donde el hombre vuelve a ser protagonista en medio de una realidad a la medida de la incertidumbre. 

Para terminar, llegan recientemente a mi mesa las páginas de "Carrusel", de Ioana Gruia, que publica Visor. Un primer vistazo a su interior sorprende con rotundas sentencias que enlazan el vuelo de los sentimientos y la ironía del destino: "Nadie puede decir dónde empieza el final"Las estaciones se suceden como ese carrusel al que alude el título de esta obra, y ya lo decíamos al principio, es difícil saber qué deparan sus veredas. 

Latente el futuro reside en las líneas de la mano.