sábado, 29 de junio de 2019

Tiempo de prematuras ausencias. Sin tregua frente al olvido

No ha sido este semestre una época propicia para los poetas, y especialmente, para aquellos que venían moviéndose en esa franja arriesgada que va desde los cincuenta a los sesenta, cuando uno ya cree saber de todo y estar de vuelta de muchas cosas y en realidad quizá sea justamente lo contrario. Algo así como un ecuador que no es propiamente tal y que quizá sea más bien punto de partida de una nueva forma de entender e interpretar el mundo que nos rodea, con la experiencia acumulada como código imprescindible. Estos años esconden el peligro de la confianza, del laisser faire, como si los rostros indeseables de la vida aún nos fueran ajenos. Pero estamos muy equivocados. La vida no interrumpe el lanzamiento de sus cargas de profundidad, maneja el azar con mano diestra, sin hacer distingos. Y nosotros, ingenuos, nos sorprendemos cuando las noticias se saltan los cánones de lo razonable y las detonaciones se producen a pocos metros. Ayer, ese universo paralelo que es Facebook hacía correr la información de que el escritor, editor y agitador cultural Julián Rodríguez Marcos había fallecido. Solo tenía cincuenta años, se encontraba en los albores de esa pasarela de funambulista por la que otros muchos andamos transitando. Dicen que tras el apagado de las funciones corporales, la conciencia experimenta fases insondables en las que, como una película, toda tu vida desfila en el vacío durante unos instantes, ya sin tiempo de reloj. Algo así me pasó cuando recordé aquellas secuencias de los ochenta, cuando Julián regentaba "La Torre de Babel" en Cáceres, auténtico buque insignia de la inquietud cultural que se extendía por la ciudad en esos años. A excepción de "La Machacona", ningún otro local había sabido concentrar tan certeramente el espíritu de los creadores y la vanguardia de una población de provincias que iba curtiéndose a la par que su universidad se hacía adulta. Entonces uno sí era de verdad joven, ignorante del sentido del ridículo, con arrojos suficientes para encarar cualquier empresa o iniciativa. Especialmente recuerdo el año de 1988, cuando Julián, que junto a su hermano Javier había explorado ya el mundo de los fanzines, apostaba por la idea de crear el que tal vez fuera su primer sello editorial, que se llamó "La Hidra Ediciones", y a cuyo amparo se publicaría, en colección a la que bautizó como "Zigurat", uno de mis primeros poemarios, "Autoconfesiones", edición que estuvo a cuidado del propio Julián y que se compuso de cien ejemplares numerados a mano por el propio autor, de los cuales, los veinticinco primeros llevaban además un grabado de la artista Fátima Gibello. 





Portada, contraportada y colofón de "Autoconfesiones"
publicado por Julián Rodríguez en 1988

Ambicioso proyecto para unos tiempos difíciles, que terminó no cuajando, pero del que dan testimonio la memoria y todo lo que vino después, pues el editor supo crecer y también el escritor que le habitaba. Sus muchas obras y el gran "zigurat" que supuso Periférica no necesitan más comentarios para dar fe de cuanto decimos. Nunca se desvinculó Julián de su provincia, de su pueblo, continuó muy vinculado a ellos, sin dejarse fagocitar por la capital. La última vez que le vi fue precisamente a bordo de ese tren que vive en la incertidumbre, en ese entresuelo de la estación de Atocha desde donde embarcan los viajeros de la llamada media distancia. Crucé unas palabras con él ya en el vagón, y se bajó también en Cáceres, después de la consabida travesía de más de cuatro horas. Ahora me entero de que su luz se ha apagado. Y con ella, sin duda, tantas cosas, porque el tiempo interrumpido le reservaba quizá muchos folios en blanco, muchos autores por publicar, muchos viajes a Extremadura... 


Dedicatoria autógrafa de Julián Rodríguez para el libro "La sombra y la penumbra"

Pero es que también a otros, como Rosa Perona o Antonio Cabrera, le quedaban apenas unos pocos capítulos por entregar, otras tantas sonrisas por compartir, muchos versos y un torrente de vida que aún no acertamos a aceptar que hayan quedado truncados a bordo de un post de Facebook, una mañana cualquiera. De lo de Rosa aún no he conseguido recuperarme. Sus silencios se volvieron contra ella en una primavera aciaga, clausurando las mirillas e impidiendo el paso de esa luz que hasta entonces había hecho brillar con intenso fulgor sus pupilas siempre vitalistas y henchidas de ese desbocado positivismo que exudaban sus poros. 


Dedicatoria autógrafa de Rosa Perona para su primer libro, "La voz del silencio"

Entretanto, otra amiga cercana se difuminaba igualmente en el mismo mar. Hace hoy exactamente un mes. De verdad, hay dolencias de las que uno prefiere no pronunciar su nombre, pero que cuando te miran a los ojos no cejan hasta dejarte sin resuello. La muerte es algo que debemos aceptar, tan cotidiano como el sueño o el hambre, pero la Parca carece de sentimientos, no se deja sobornar por la compasión ni modera su zarpazo en atención a la edad de sus elegidos. En todo caso, no podemos dejar que su cómplice, el olvido, termine la faena. Mil veces lo he repetido y ahora, todavía más vivas han de resonar mis palabras: 

"No hay peor enemigo que el olvido. 
Más certera su daga que la propia muerte". 

viernes, 14 de junio de 2019

Cómplices del sentimiento. Inolvidable semana de presentaciones

Todavía no he conseguido poner de nuevo los pies sobre la tierra. En una semana de emociones, de satisfacciones literarias, pero también intensamente humanas, por el calor y la cercanía de tantas personas que comparten y siguen tu trabajo y el afán de continuar transitando por los no siempre dóciles terrenos de la literatura. No me corresponde a mí reseñar ni hacer loa de lo sucedido el lunes, cuando se presentó "La complicidad de los amantes", en Cáceres, en el salón de actos del Ateneo, vestidos los poemas con la envoltura de la música y la magia del teatro, de la escenografía y la imagen. Creo que solo debo limitarme a dar las gracias, a expresar la satisfacción que me ha producido comprobar tanta mirada, tantas palabras de complicidad y adhesión, de mestizaje incluso, con el contenido de los versos y su carga de sentimientos. Y es que tuve la oportunidad de compartir escenario con dos artistas de puro lujo, como mi amiga y excelente soprano Ana Peromingo y el extraordinario pianista José Luis Porras, al que ha sido una gozada conocer y disfrutar. Desde el principio, fueron permeables a la propuesta de un programa musical nada fácil, plagado de estilos muy dispares. Todo en ellos fueron facilidades, sugerencias para mejorar el diseño inicial de la velada, a la búsqueda de aquellas opciones que permitieran hacer las secuencias poéticas y musicales más ágiles, más accesibles a un público tan variopinto como el que llenó por completo el salón de actos del Palacio de Camarena, un lunes perdido en el calendario, en pleno mes de junio. Junto a ellos tengo necesariamente que mencionar al profesor y poeta Hilario Jiménez Gómez, que no por más amigo, que lo es, y mucho, se dejó la piel sobre las tablas para hacer más accesible a los presentes el contenido de mi obra. Y lo hizo de tal forma que no me salen calificativos. 



Elenco del recital poético-musical "La complicidad de los amantes"


Intervención del profesor y poeta Hilario Jiménez



La soprano, Ana Peromingo


José Luis Porras, Ana Peromingo y el autor, durante la lectura

Me complace ver hasta qué punto está gustando "La complicidad de los amantes", que no es un libro fácil, pero sí muy variado, nada monótono, plagado de guiños. Seguiremos dándole el recorrido que merece, dotando de cuerpo y de vida a sus poemas y a sus historias. Quizá reeditemos en Badajoz, después del verano, la experiencia vivida en Cáceres. Y mis versos estarán allí donde sean bienvenidos, sin desdeñar la connivencia con otros autores y otras formas de vivir la poesía. Me encantará formar parte de aquellos proyectos que hagan de la palabra su estandarte. Entretanto, el destino natural de todo libro es el de ser leído y mi agradecimiento también quiero hacerlo extensivo a cuantos han querido destinar una parte de su tiempo haciéndose cómplices de mis poemas, convirtiéndolos de alguna forma también en algo suyo. Para ellos vaya toda mi gratitud. 

Finalizábamos ayer la temporada literaria con una nueva presentación en el Palacio de la Isla. Era el turno de "Las regiones de la melancolía", de mi querido compañero y amigo José Antonio Patrocinio. Al éxito que cosechara en Badajoz en el estreno de su obra, ha de añadir ahora el que obtuvo en Cáceres, rodeándose de tantos amigos expectantes de sus versos y adictos a la humanidad que destilan, la que el propio autor desborda por su poros. Ayer fue una velada para poner de manifiesto que más allá de las responsabilidades profesionales y las ataduras que conllevan, existe una vida, un algo más que a la postre es lo que verdaderamente merece la pena. 





Presentación de "Las regiones de la melancolía" en Cáceres. 

domingo, 9 de junio de 2019

Sábado de paso por Madrid y visita a la Feria del Libro

Hacía al menos dos años que no nos dábamos una vuelta por la Feria del Libro de Madrid. Surgió esta vez la oportunidad y al menos durante las horas de la tarde de ayer visitamos el recinto del Parque del Retiro donde están instaladas las casetas. Ciertamente, todo se escribe aquí con letras mayúsculas. Una desmesura de gente y una vorágine de ofertas que para poder apreciar en toda su extensión se necesitarían múltiples recorridos y paradas. 


Iba con la idea de tomar contacto con algunos de mis autores de cabecera, que ese día recalaban en la Feria, e incluso cargué la mochila con algún que otro libro para traérmelos firmados por ellos. pero luego, allí, todo se torna mastodóntico y te sientes engullido por ese tránsito lento que conduce hasta las últimas casetas, sorteando colas y obstáculos que, al final, desbaratan con creces cualquier plan inicial que se hubiera podido trazar. Instalado en el caracoleo de la serpiente, apenas si distingues el color y la numeración de las casetas. Uno es un anónimo desconocido en el mundo de la literatura, y en un lugar como este, ese sentimiento de pequeñez e insignificancia se magnifica todavía más. El merchandaising de las editoriales, la parafernalia, la puesta en escena de algunos autores, que nada tienen que envidiar a las estrellas de c cine, componen sus secuencias, que completa un público ávido de mitología, "selfies" y apretones de manos, pero también de lectores fieles que no dudan en aguardar cuanto sea por conocer en persona a aquel autor/a cuya palabra e historias se han convertido ya en parte de su vida. Número a número, busqué en vano la firma del extremeño Luis Landero, cuya novela "Lluvia fina" llevaba en mi bolsa. No pudo ser. Quizá un desajuste de horas y de nombres. Tendré seguramente otra oportunidad más adelante. Sí lo conseguí con Enrique Vila-Matas, cuya bibliografía prácticamente ocupa un estante de mi biblioteca. No le imaginaba tan serio, de mirada tan penetrante, intimidatoria casi. Es comprensible la monotonía de repetir el mismo ritual horas y horas para complacer a un público, impaciente las más de las veces. Este lector le dejó además la tarjeta de visita de la Asociación Cultural Norbanova y nuestra invitación a venir a Cáceres a presentar sus libros en el Aula de la Palabra. Nos remitió a su agente. Lo intentaremos. Nunca se sabe. A lo mejor existe alguna posibilidad. 


Con el escritor Enrique Vila-Matas

Junto a él, otros dos pesos pesados de la literatura firmaban sus últimas obras. Tratar de llegar hasta Antonio Muñoz Molina era empresa de envergadura, o más bien, de renunciar a seguir paseando por la Feria y apuntarse a una cola cuyo fin no era fácilmente adivinable entre tanta multitud. No me costó estrechar la mano a Benjamín Prado, a quien tuvimos hace tiempo en el Aula, experiencia que sin embargo, parecía haber olvidado por completo. Todo lo contrario que Luis Alberto de Cuenca, que desde la caseta de "Reino de Cordelia", repartió recuerdos y buenos deseos para la gente de Cáceres que un día le hizo de anfitrión, ofreciéndose a participar y apoyar futuras actividades. A Manuel Vilas, buen amigo también, no quise importunarle, imbuido en el trabajo de firmar ejemplares de su exitosa "Ordesa", y de su obra poética publicada por Visor.  Otro tanto con nuestro querido paisano Eugenio Fuentes, que desde su caseta de Tusquets Editores, andaba preparado para recibir a los muchos seguidores de sus novelas que querrían tener firmada su reciente "Piedras negras". Desde aquí le deseo el mayor de los éxitos. 







Escritores, YouTubers, políticos, personajes de todo tipo
 firmando en las casetas de la Feria

Gratificante resultó, muy particularmente, nuestro encuentro con el querido amigo Nicolás Corraliza, que firmaba ejemplares de su libro "Abril en los inviernos", en la caseta de la editorial "Cuadernos del vigía", prácticamente en los linderos de la Feria, cerca del stand donde una atareada escritora sueca Camila Läckberg tenía también trabajo para rato, vista la gran cantidad de fans de sus novelas policiacas que esperaban, libro en mano, llegar hasta ella. 


Me hubiera gustado tener más tiempo para conocer a algunos autores de indudable atractivo que rondaban esa tarde por la Feria. Saludar quizá a un despistado Pablo Carbonell, al que vimos con el rabillo del ojo detenerse unos instantes con su amigo Benjamín Prado, haber podido invitar a más gente a venir a Cáceres, al Aula de la Palabra, o que al menos, supieran de su existencia. Pero uno es, como decía al principio, un molesto turista literario más en medio del parque temático en que al final se convierte un evento de estas características. No obstante, siempre merece la pena vivir la experiencia de darse cuenta de lo reducido que es el universo de nuestra cotidianidad y quizá, otorgarle todo el valor que tiene y se merece. 


Algunos de los libros que nos trajimos de la Feria

Mañana lunes, 10 de junio, unos pocos nos juntaremos para presentar mi libro "La complicidad de los amantes", apoyado por excelentes profesionales de la música como el pianista José Luis Porras o la cantante Ana Peromingo. Solo lo haremos una vez. En estos casos, el recuerdo que quede en la memoria tendrá doble valor, aunque siempre los poemas seguirán aguardando al lector que quiera acercarse a ellos, generosamente, desde las páginas del libro.