sábado, 30 de noviembre de 2013

Un tesoro bajo las dunas

Son las 11:30 horas del 30 de noviembre. Apenas treinta minutos para dar la bienvenida al último mes de este 2013. Diciembre pues, a vista de pájaro, y con múltiples deberes por hacer. No he parado mucho por este blog en estos días que han ido consumiéndose con una inusual celeridad. Tareas y tareas, actividades que apenas dejan espacios libres en los que saborear el placer de un soliloquio de silencio y creación. El reloj sin embargo avanza tempestuoso, sin concesiones, y es ahora, al filo de la madrugada, cuando uno busca el amparo de las palabras, la fragancia de aquellos escenarios que quedaron ahí, parte de esa secuencia vivida apresuradamente. Hablaba también de búsqueda en mi anterior entrada, la que identifica al coleccionista embebido por un impulso difícil de calificar, como es el de seguir la pista de aquel objeto, aquella pieza, aquel pedazo de papel que desde hace años ansía localizar. Una empresa, pueril acaso, pero que le marca, como al arqueólogo el afán de descubrir una tumba remota bajo las dunas. Apartando la arena, aparecen de pronto unas escaleras de piedra, y otras más, hasta dejar ver una puerta que ya olvidó el contacto de unos dedos. Incalificable sin duda la sensación, la angustia quizá, de quien desciende por primera vez hasta ese lugar robado al tiempo. Luego, un butrón en el muro, el aire dormido del interior, la neblina que separa del mundo las siluetas, las turbias formas que allí aguardan, tras siglos y siglos de olvido, frágiles y encanecidas. Una luz penetra insolente. Detrás, "cosas maravillosas".  


Llegó diciembre y es obvio que hace ya unos minutos abandoné mi puesto frente al ordenador. Sin embargo, no soy Howard Carter ni localizar una tarjeta postal largamente perseguida es comparable al descubrimiento de Tutankhamon y sus tesoros. Pero, permítanmelo, por unos instantes me pareció sentir la caricia de la arena en las mejillas. 


Tarjeta Postal número 4. Cáceres. Torre del Bujaco. Editorial Fototipia Thomas, Barcelona, circa 1915. Con ella se completa esta serie de veinte unidades, después de años de travesía del desierto. 

domingo, 17 de noviembre de 2013

Coleccionismo y Romanticismo

Nos descuidamos y se nos va el mes de noviembre, tanto que casi estamos ya con los rutinarios preparativos de las Navidades. Avanza el mes, y para quien esto escribe, se acelera la cuenta atrás para un evento en el que lleva trabajando desde hace ya un tiempo y que, aun consciente de que se trata de una propuesta cada vez más minoritaria, no por ello deja de ser un referente cultural de primera magnitud. Y es que, ciertamente, uno ha crecido al calor de esas pequeñas estampitas de colores y variados tamaños que antes veíamos más que ahora sobre las cartas, los sellos de correos, y que ahora empiezan a ser una rara avis perteneciente casi a un pasado epistolar que no sabía de "emails", ni "Whatsapp", "SMS" y todas las nuevas formas de comunicación que el mundo digital ha traído consigo. Seguro a que quienes ya han nacido en plena borrachera tecnológica, si les preguntamos ¿qué es un filatélico, o qué es la filatelia?, les sonará verdaderamente a chino. En mis recuerdos sin embargo, el sello siempre estuvo presente. Mi padre, funcionario de Correos, sentía la filatelia como una auténtica pasión, y todo ese mundo de timbres postales, cartas, matasellos y sobrecargas pasaron también a formar parte de mis aficiones, pues, aparte de la pequeña enciclopedia que se revelaba a través de los sellos, sus personajes, acontecimientos históricos, valores cívicos, arte y costumbres, he seguido sintiendo que junto a ellos, continuaba acompañándome también mi padre, aunque físicamente nos dejara ya hace años. Aquel escenario del coleccionismo, del que fueron protagonistas las pinzas, los álbumes, los catálogos que siempre era necesario renovar, los "repetidos", que buscábamos cambiar con otros aficionados, ha continuado pues a mi lado, aunque ahora tengamos herramientas más sofisticadas y se haya perdido algo de ese romanticismo que una actividad como ésta también incorpora.  Quedan apenas unos días para que todo esto se abra al gran público y no solo sea ese coleccionista-anacoreta celoso de sus pequeños tesoros el que pueda disfrutarlo. Ya hace tiempo descubrí que si algún sentido tiene esta afición, éste debe encontrarse en la posibilidad de que otros puedan finalmente compartir y conocer el resultado de años de búsqueda y recopilación de piezas y objetos que quizá de otro modo no habrían podido nunca verse juntos y que servirán para enriquecernos a todos. Uno empezó rastreando mercadillos, librerías de viejo, luego páginas web, al acecho de tarjetas postales, fotografías, etc., relacionadas con Cáceres y sin embargo, la mayor satisfacción fue ver muchas de ellas en un libro, pues ello me permitía compartirlas más allá de las plastificadas páginas del álbum. 



 Creo que éste es el sentido que inspira la Exposición que el lunes 25 inauguraremos en el Palacio de la Isla de Cáceres, lugar también emblemático que acogió durante muchos años a los filatélicos de la ciudad y que, de niño, visitaba todos los domingos para acudir al mercadillo que éstos organizaban. Aquellos escenarios servirán ahora para acoger una muestra en la que podrán verse colecciones procedentes de toda Extremadura y  de otras Comunidades y que sin duda permitirán comprobar hasta qué punto el sello y las viejas modalidades de correo siguen siendo una forma privilegiada de acercarse a la cultura y a nuestra propia historia. 


Imagen de una Exposición Filatélica

viernes, 1 de noviembre de 2013

1 de noviembre. A la sombra de D. Juan Tenorio.

Hace ya tiempo que en la televisión dejó de programarse la noche del 1 de noviembre la obra "Don Juan Tenorio", de José Zorrilla. Aún recuerdo aquellos "Estudio 1" en blanco y negro, el rumor de las espadas, el verso decadente en labios de los actores, los inmaculados hábitos de Doña Inés... Han pasado los años y la sociedad ha cambiado, también los estereotipos de los héroes y por supuesto las preferencias del público, cada vez más seducido por otras propuestas quizá menos complicadas y más festivas. Estaré chapado a la antigua, pero ese romanticismo quizá caduco del "Tenorio" continúa seduciéndome cuando llegan estas fechas. Sin duda, el siglo XIX queda ya muy lejano, pero al pasar delante de las viejas sepulturas, me llegan reminiscencias de aquellos personajes: D. Juan, Doña Inés, D. Félix de Montemar... Amor más poderoso que la muerte, despojos que parecen encarnarse en un escenario donde las sombras cobran protagonismo:


"¡Doña Inés!, Sombra querida, 
alma de mi corazón,
¡no me quites la razón
si me has de dejar la vida!"

Aquellos que allí reposan tal vez se sorprendan por el inusitado trasiego de visitantes que hoy pulularán en torno a la última morada de lo que un día fueron en vida. Me sigue estremeciendo el tono de la Rima LXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer, cómo el olvido y el musgo terminan haciéndose los dueños...

"¿Quién, en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
quién se acordará?

(Rima LXI)





Primeros de noviembre. Fechas iniciáticas en la transición hacia el invierno, cuando la piel y el corazón se arrugan para hacerse maleables a las inclemencias de la ventisca. En otro tiempo me dejaba llevar por las fanfarronadas de D. Juan, por la compañía de los amigos más cercanos al calor de un improvisado fuego, donde unas pobres castañas se dejaban asar a merced de la tarde y el olor a jara quemada. Parece mentira cuántas hojas del calendario hemos arrancado desde entonces.