sábado, 28 de marzo de 2020

Mi lectura de "Progenie" y otros avatares

Cuando comencé a leer "Progenie" de Susana Martín Gijón, quizá no éramos aún conscientes de lo que se nos venía encima. En esa semana posterior al bisiesto, al que muchos atribuyen toda suerte de agoreras calamidades, marzo estrenaba sus auroras prendidas de esquejes con olor a primavera cercana. En Cáceres, en las salas del Museo de Historia y Cultura "Casa Pedrilla", representantes públicos y de la cultura de la ciudad se reunían para inaugurar la exposición retrospectiva dedicada a la obra de la artista Pilar Durán, "La mujer en en el arte contemporáneo extremeño", quien supo encajar su tesela en el complicado mosaico del panorama pictórico de un siglo veinte extremeño prácticamente copado por los varones. Aunque ya fallecida hace unos años, vínculos personales me ligan a sus familiares y a su entorno, e incluso tengo el privilegio de disfrutar de la cotidianidad de algunas de sus obras, que dignifican las dependencias de uno de mis compañeros de trabajo. Los sugerentes cuadros de Pilar Durán, con su gran fuerza creativa y riqueza cromática acaso habrían de ser excusa para una de las últimas convocatorias públicas a la que iba a asistir, aunque otras muchas ya  poblaban las celdillas de mi agenda inmediata.


Así, y sin olvidar los siempre tradicionales actos de una embrionaria Semana Santa en los albores de la Cuaresma, los siguientes días de marzo anticipaban citas literarias significativas como la lectura de poemas de Javier Pérez Walias, en el "Aula José María Valverde", el jueves 12, o la misma presentación de "Progenie", que veníamos esperando con avidez para culminar un trimestre pletórico en el "Aula de la Palabra" de la Asociación Cultural Norbanova, el viernes 13 de marzo, evento que, como el anterior, tendría lugar en el Salón de Actos del Palacio de la Isla.  Mi visita a Madrid, el 7 de marzo, que ya es objeto de una crónica anterior en este Blog, ya anticipaba una atmósfera cargada de tangibles incertidumbres, de temores agazapados. La ciudad continuaba moviéndose a su ritmo habitual, ofuscada entre actos multitudinarios ya convocados y otros a punto de congregar a miles de personas. Entretanto, los capítulos de "Progenie" iban avanzando, como también su absorbente trama. Tomaban cuerpo sus personajes, el gusanillo que caracteriza a la novela negra compartía con el virus ese poder de contagio, exponencial al interés del argumento y al ansia del lector por continuar indagando en las claves de la novela, en un momento en que la curva continúa siendo ascendente y el clímax se antoja todavía lejos. 


En misión de rescate, vuelvo a Madrid el 11 de marzo: Stop. Cargar equipaje. Abandonar la urbe. Kilómetros por delante, se difuminan las torres y sus siluetas en un incierto brindis al futuro. El manos libres del automóvil me regala la voz preocupada de Susana Martín Gijón, pendiente de su presentación, prevista para apenas dos días después. Le comento que el Ateneo ha clausurado todas sus actividades, que la Concejalía de Cultura está pendiente de la respuesta del Ayuntamiento para suspender la programación del Palacio de la Isla. Luego, ya en Cáceres, me comentan que se ha aplazado la lectura de Javier Pérez Walias. No tiene sentido que Norbanova mantenga la presentación de "Progenie" y se lo comunico a su autora. La lectura deberá continuar en la soledad del confinamiento, que no tarda en decretarse. Ayer, después de 430 páginas, cuatro partes y un epílogo, saboreo los secretos de la novela de Susana. No, no se preocupen, no habrá spoilers en este artículo. Solo decir que me han quedado todavía más ganas de que la autora retome su compromiso con el Aula de la Palabra y algún día pueda venir para someterla a un "tercer grado" sobre su novela. Ojalá sea posible, quizá el próximo curso, si amainan estos esquivos vientos que ahora nos sacuden. Seguro que nos hablará del significado que la mujer tiene en su obra. Mujer, madre, mujer empoderada en roles tradicionalmente atribuidos a varones, mujer libre, coraje, heroína. Y no digo más. Solo que sigue en pie nuestra invitación a hablarnos de todo ello en el Aula, cuando las condiciones sean favorables. Ahora, el cuerpo me pide volver a Borges, a ese Borges que encontró en Ginebra la ciudad donde supo ser feliz, donde decidió residir para siempre. Sus relatos transatlánticos me reconfortan. Sus personajes, sus reflexiones. 


Y en poesía, rescatar a Aleixandre. Su casa en Velintonia clama un esfuerzo de las instituciones. No en vano, nuestro Premio Nobel recibió allí a sus contemporáneos, muchos de ellos, también copartícipes en silencio de ese mismo galardón que nunca pudieron recibir.  Cuando todo esto pase, y aun consciente de las dificultades que arrastrará esta crisis, espero que un pellizco del presupuesto de Cultura no se olvide de este lugar. Que suceda como en Cáceres, con su "Casa Pedrilla", que renació del olvido para convertirse en Museo de Historia y sede de las obras de Oswaldo Guayasamín. 


Creo que ya me he desahogado bastante. Ahora, mi desvelo es para personas como mi queridísimo amigo y excelente poeta Basilio Sánchez, Jefe de UCI del Hospital "San Pedro de Alcántara" de Cáceres, cuyos profesionales están desarrollando, en primera línea una labor encomiable. Para ellos mi reconocimiento y apoyo en estos momentos en que la poesía verdadera no es sino la entrega, la generosidad sin reservas. 


Foto: Lorenzo Cordero

jueves, 26 de marzo de 2020

Disculpen que mi opción sea el silencio

Por favor, disculpen que uno tienda por naturaleza al pesimismo, a ver siempre la botella medio vacía, a elegir el negro como color fetiche. En estos días inciertos, de sangrantes estadísticas, de llamadas de auxilio, son múltiples las iniciativas que, desde la gente de la cultura pretenden suavizar la temperatura de las horas, alejar con el antídoto de la palabra las pesadillas, rectificar la distorsión de los biorritmos. Celebro sin duda esas lecturas espontáneas, esas ventanas abiertas que desde las redes sociales exhortan a buscar el final del túnel, la intrincada salida del laberinto, a hacer táctil y creíble esa primavera que desde hace unas pocas jornadas ya convive entre nosotros.  Por favor, ahora que la oscuridad nos pasa factura, disculpen que mi opción sea la del silencio, la del verso adormecido en los estantes. Se hace difícil conciliar la cordura. El frío hierve y serpentea por los capilares, enhebrando atávicos desasosiegos. Uno quiere imaginar que como el resto de las cosas que nos rodean, también esta dentellada sea algo finito, con fecha de caducidad, que por fin un día habrá de agotar su metraje. 








sábado, 21 de marzo de 2020

La madrugada del Eremita

Atípico veintiuno de marzo, estreno de la primavera y nominado como "Día de la Poesía". Afuera, la ventisca nos trae de regreso semblanzas de noviembre, lluvia y sensaciones que invitan a cobijarse entre los muros de nuestros hogares. ¡Y eso es precisamente lo que venimos haciendo desde hace unas pocas jornadas ante el empuje del enemigo invisible que un día más continúa avanzando! No tengo el cuerpo ni el espíritu para recitar en público mis poemas y quizá tampoco para escribir otros nuevos. De hecho, creo que son ya varios los meses que llevo sin modelar un solo verso. Sigo sin embargo aferrándome a aquellos que escribí antes de que todo esto acabara con nuestra ahora añorada rutina, hace unos cuantos años ya, porque en ellos veo retratada la realidad y los sentimientos que hoy nos acompañan. Como en mi entrada anterior, hojeo las páginas de mis "Arcanos Mayores", para detenerme, en esta ocasión, en su apartado titulado "Señales", compuesto de siete pequeños poemas precedidos por el icono de la carta número nueve de la emblemática baraja del Tarot, la que representa al "Eremita", o el "Ermitaño", imagen sin duda propicia para estos días de reclusión, de ver el mundo desde detrás de los vitrales, a buen recaudo. Decía entonces el poeta: 

"El tiempo congela las yemas de los dedos, 
vierte en los labios trazas de vidrio..."

En el retiro, en la clausura de los estímulos, con el temor escrutando la indemnidad de la piel, acaso descubrimos hasta qué punto somos frágiles, cómo al creernos indestructibles hemos descuidado tantas cosas, exponiéndonos al azote de los elementos. 

"La materia de que están hechos los cuerpos
participa de la incerteza,
por los pliegues del torso resbala
el agua de la lluvia,
transparente escalofrío". 

Entonces, en el silencio de la noche, cuando los cuerpos forzosamente han de yacer distanciados,  "La soledad hace rechinar los dientes"



                                                                                        © Deli Cornejo


Cada poema que rescato de este libro, publicado en 2012, me parece más cargado de vigencia. Siempre han existido plagas, pandemias, tormentas que han arrasado los cimientos de nuestra forma de vida para dar paso a una nueva manera de interpretar las partituras y los acordes de la lluvia. Ahora es el momento de poner diques, levantar barreras que aguanten las embestidas de la marabunta. 


"Poner los medios para conjurar
los rostros de la oscuridad,
de eso se trata ahora. 

El mundo debe tomar partido
y aislar el murmullo que la tormenta condensa,
se hace preciso seguir viviendo.

El big bang retumba lejano
como un discurso agorero". 


Y qué decir de las fake news, del bombardeo de informaciones que distorsionan nuestra percepción de la realidad. 

"Las noticias envenenan y crean espejismos
no siempre reversibles,
con ligereza se confiere credibilidad a titulares
más propios de mentideros
aunque se conturbe
la curvatura del círculo". 

Revisitando los "Arcanos Mayores", me sorprenden esas palabras escritas hace casi diez años, su enorme actualidad, sus reflexiones, tan próximas a esta cotidianidad que hoy nos sacude. Procuremos mantener la serenidad del eremita, la prudencia del que aguarda bajo su techo a que amaine la borrasca. 

"Nada sino distancia,
voluntaria y forzosa tierra de por medio
entre la multitud y la madrugada del eremita". 













martes, 17 de marzo de 2020

CORONAVIRUS: ¿Y después, qué?

Acaso nuestra sociedad, el mundo que conocíamos, no estaba preparado para esto. Ajeno el fantasma de la guerra, las que están repartidas por los distintos continentes apenas inquietan al cómodo occidental que consume series en plataformas digitales o se divierte chateando o jugando on line con sus colegas. Tampoco el drama de quienes se dejan la vida buscando un lugar mejor donde poder sobrevivir con lo más básico. Pero esto nos ha venido a golpear directamente en la línea de flotación de la rutina, de la indiferencia con que muchas veces contemplamos todo aquello que bulle más allá de los cristales de nuestra ventana. Ahora se trata de algo que no vemos y que tiene la capacidad de infiltrarse entre nosotros, que no hace distingos y que, para más inri, te puede matar. En estas circunstancias, los emporios financieros, las disputas por ocupar uno u otro sillón, la reserva que pagábamos a plazo para el crucero que proyectábamos este verano, realmente poco significan. Acostumbrados a que el aluvión de noticias estresantes del telediario no vayan con nosotros, nos damos cuenta de que todas esas cosas que tanto nos seducen se volatilizan al mínimo envite de la galerna mientras damos la espalda a otras que de verdad son importantes. 


¿Qué pasará ahora con el Coronavirus? Por mi parte, lo tengo más que claro. Algún día, cuanto ahora nos aflige, acabará por ser historia, y entonces, no tendremos idiomas, palabras ni tiempo para agradecer lo bastante a tantos profesionales que, en sus distintos sectores, están trabajando para que así suceda. De todos modos, el camino no va a ser corto, ni mucho menos. Cuarenta años tardó el pueblo de Israel en cruzar el desierto desde Egipto hasta la Tierra Prometida, según reza el libro del Éxodo. No será tanto ahora, pero hay que tener los pies en el suelo. Las autoridades políticas y sanitarias nos dicen que es cuestión de paciencia, de contención y de responsabilidad. Ciertamente. Pero es indiscutible que la curva de afectados sigue creciendo y que lo hará todavía un tiempo. Me pregunto qué pasará luego. ¿Cuándo habrá garantías de que las ciudades vuelven a ser transitables, que los estudiantes pueden regresar a sus clases sin miedo al contagio, que los estadios, que la cultura, pueden abrir sus brazos al público que tanto tiempo ha estado aguardando ese reencuentro? Regresando a la Biblia, ¿habrá que dejar volar una paloma para ver si retorna con una rama de olivo en su pico?  Son tantas las preguntas que se me ocurren. Y lo que más me agobia es que entretanto, muchos quizá no lleguen a ver el final de este túnel. Después, como cuenta la historia de Noé, otro será el mundo sin duda, habrá que empezar de cero en muchas cosas, tardaremos meses, quizá años, en recuperar la conciencia de la seguridad, adquiriremos nuevos hábitos, acaso mejores, que nos permitirán encarar el futuro con otros ojos. Porque los socavones que dejará este tornado no serán solo cosa de estadísticas, ¿qué espera a cuantos verán sus actividades suspendidas, sus puestos de trabajo pasar a un peligroso stand by a la espera de una normalización que puede tardar en llegar? Cualquier ayuda siempre parecerá poca y el esfuerzo será tarea de todos, comenzando por quienes ostentan la responsabilidad de los poderes públicos y disponen del control de los recursos. Se ha dicho que este virus no conoce fronteras ni ideologías y quizá esta sea una buena oportunidad para apartar diferencias y encauzar en una misma dirección todas las manos, desterrando prejuicios y rencores previos. 

Duele la poesía a merced de este seísmo. Sin duda, es bálsamo necesario para despejar los nubarrones que se ciernen sobre la forma de vivir despreocupada y egoísta que la sociedad ha terminado haciendo suya. Pero también uno, como diría Machado, sufre la angustia "que habita mi usual hipocondría", se ve superado en medio de todo esto y le cuesta enhebrar el verso, buscar en él la receta para dulcificar los males del alma en un momento en que el cuerpo deambula acorralado, inerme ante enemigos a los que no sabe presentar batalla y que acechan sin tregua, distanciándonos unos de otros, levantando fronteras y reeditando un temor que acaso habíamos olvidado desde pretéritas edades o que solo parecía cosa de películas. 

Retomando la excusa de la poesía, cierro estas reflexiones transcribiendo el último poema de mi libro "Arcanos Mayores" (2012), perteneciente al "Monólogo del Loco", inspirando en ese extraño naipe del Tarot que carece de número y que muchos sitúan al final de la baraja.

El signo de los tiempos viene marcado
por la virulencia de los fenómenos meteorológicos,
por la sacudida inopinada de las placas tectónicas.

Preocupa el agotamiento de las ideologías,
las heridas abiertas de par en par 
en el tejido artificial de los continentes.

Mientras, el magma hierve y disminuye las defensas
a fuerza de estirar los argumentos.

Quizás sea el momento de “El Loco”,
aquel que camina con su hatillo
temeroso de mirar al frente
y un perro le lame las calzas
al borde del acantilado.


domingo, 8 de marzo de 2020

Literatura en tiempos del virus

Vivimos tiempos de incertidumbre, de continuas alertas y conmociones. Hasta la literatura se resiente de los esquivos vientos que sacuden la convivencia rutinaria de los mortales. En esta encrucijada, cuando se anuncian cuarentenas masivas y escenarios propios de películas de ciencia ficción, el grueso de la gente continúa viviendo indiferente a las consecuencias de una amenaza global que ha irrumpido con fuerza en este año que inaugura la veintena. 

Secreto avanza,
irreverente el virus,
se infiltra aleve. 

Nadie parece saber cómo frenar la epidemia. Y en España, nuestras costumbres facilitan sin duda la circulación de los patógenos. Madrid en sábado, en pleno mes de marzo. Los ciudadanos suben sin pudor a los transportes públicos. En el Museo del Prado, la cola de visitantes alcanza casi hasta el Jardín Botánico. Menos público en el Reina Sofía, donde los grupos se concentran en torno al "Guernica" y "El gran masturbador". Subiendo la Cuesta de Moyano, las librerías de viejo congregan una clientela más específica, rebuscando entre libros y revistas, cómics de los ochenta y volúmenes descatalogados. 



Pregunto a un librero argentino sobre Borges. Rescata de los estantes de su caseta una pila de libros de diferentes épocas. Solo uno atrae mi atención, acaso por el aspecto antiguo y el origen de su edición. Buenos Aires, 1960, Emecé Editores. Relatos cortos, poesía y un sustancioso prólogo dedicado a Leopoldo Lugones. No puedo ocultar mi satisfacción por localizar una obra de estas características, además de la mano de un compatriota de mi admirado escritor. "El hacedor" es una obrita pequeña, pero muy en la tónica de Borges. ¡Y cuánto me gusta Borges!  



Casi me he olvidado del coronavirus. Aunque tenga la impresión de que solo estamos al principio de esta crisis. Grandes eventos se aproximan que atraerán multitudes, con intereses de todo tipo en juego. El miedo se expande, aunque no nos atrevamos a confesarlo. 

Presente el temor, 
un gramo de cordura
puede salvarnos. 

En ese estado de necesidad en que confrontan bienes de capital relevancia, lo contingente debería ser prescindible. Me pregunto si también lo es la poesía, aunque lleve la firma de los autores del veintisiete. Satisface localizar un poemario -siquiera tardío- de Jorge Guillén en un babel de libros desordenados. Cualquier primera edición es un tesoro para cualquier bibliófilo, y también lo es este "Tréboles" que publicara con esmero "La isla de los ratones", en Santander, en 1964, en plena madurez del autor de "Cántico". 



Junto a la estatua de Pío Baroja, en el frontispicio del Parque del Retiro, el metro más cercano obliga a desandar el camino y bajar hasta Atocha, o elegir el autobús para hacer transbordo en pleno Paseo de la Castellana. Al tomar la Línea 7, en Gregorio Marañón, hordas de aficionados atléticos descienden camino del Metropolitano. Se concentrarán allí miles de personas, eludiendo la turbia caricia del caprichoso microbio que acecha invisible. La ciudad sigue latiendo y así ha de ser, aunque acaso esa calma tenga los días contados. 


domingo, 1 de marzo de 2020

MODULACIONES Y REGRESOS: Reseña íntegra de mi trayectoria literaria. Por José Luis Morante


Hace dos semanas, la revista Proverso/La tinta de papel publicaba la reseña "Modulaciones y regresos", que el poeta y crítico literario José Luis Morante ha realizado acerca de mi trayectoria literaria, magnífico trabajo que, quizá por su extensión, no accedió en su totalidad a las páginas de dicha revista, que únicamente publicó parte de ese recorrido poético. 

Incorporo ahora a mi Blog "Escenarios" el texto íntegro del estudio efectuado por José Luis Morante, incluyendo el análisis del resto de mis poemarios hasta el último publicado, "La complicidad de los amantes" y a la espera de que el que aguarda inédito en los cajones de mi mesa, a la búsqueda de editorial, pueda llegar a ver la luz. 


MODULACIONES Y REGRESOS
  
(Intimismo, culturalidad y pensamiento en  la poesía
 de Jesús María Gómez y Flores)

Tanteando ese punto del espacio que contiene
todos los puntos   el infinito todo.

“EL ALEPH” (Borges en Ginebra)

Jesús María Gómez y Flores



   Doctor en Derecho y Magistrado en ejercicio, coordinador desde su fundación del Aula de la Palabra y director de la revista cultural Norbania, Jesús María Gómez y Flores (Cáceres, 1964) es esforzado transeúnte de un fecundo camino que comenzó  en 1988 con el libro de amanecida Autoconfesiones. Aquel andén abría un periodo de tanteo y aprendizaje, complementado con bifurcaciones que se recuperarán en las secuencias de Líneas de tiempo.
  Tras un intervalo de silencio llega en 2004 El tacto de lo efímero,  en la Colección Alcazaba de la Diputación de Badajoz, que coincide en el tiempo con la plaquette Lunas de Hospital. Este punto cero de regreso al poema se reedita en 2016 en el catálogo de Baños del Carmen de Vitruvio. En esta editorial madrileña, que dirige Pablo Méndez, sumará otras entregas, como  Escenarios y la ya citada Líneas de tiempo.

  La salida deja explícito en el acertado epígrafe El tacto de lo efímero el papel esencial del estar transitorio. El discurrir se hace quemadura y testimonio, modulación y regreso; despliega la sinrazón de lo mudable. Los poemas airean una sensibilidad proclive al recuerdo, cuya mirada muestra vivencias autobiográficas. Enriquecido  por el tacto de la imaginación, la vuelta al pretérito proyecta la dimensión luminosa del asombro. También las razones del lenguaje constituye un afán; es preciso resolver el teorema de los vocablos y dialogar con un poblado universo de signos. Las palabras entrelazan hilos de la experiencia e intrahistoria del  figurante verbal; desembarcan incertidumbres y miedos. Al cabo, lo que importa en este caminar por el movimiento pendular del ocaso es construir un lenguaje propio, un patrimonio interior en el que se define lo esencial, aquello que es compañía y perdura en los resortes de la cotidianidad.



  Entre la luz que invade los espejos nace al día una nueva presencia. Es el oscuro intruso que da forma al sujeto verbal de El otro yo, entrega de 2005. Allí marca pasos la tangente orilla de otra identidad; pero la escritura no se pierde en un pensar ensimismado sino que abre ventanas a otros espacios de inspiración. El poemario se abre con un verso de Gabriel Ferrater, poeta de la Escuela de Barcelona, promoción integrada después en la Generación del 50. Se me permitirá recordar aquella idea de Ferrater que sugería que el lenguaje poético fuese directo, lúcido y racional con la verdad desnuda de una carta comercial. Y mucho de exposición de la intemperie nocturnal y de la desnudez de los instintos hay en los poemas de El otro yo que es, sobre cualquier otro viraje argumental, un trayecto exploratorio de la propia extrañeza y de la fuerza germinal de los instintos.  Por eso, el sujeto se presenta a sí mismo como un furtivo habitante de habitaciones alquiladas por el albedrío. El ser se siente vencido por los desatinos del goce y los reclamos al conocimiento de pieles anónimas. Ni siquiera los sentimientos son capaces de borrar la culpa y el cansancio, esas máculas que requieren la transparencia urgente de la lluvia para que sean legibles los signos de lo diáfano. Otra vez Eva se hace tentación en la voz seductora que rumorea erotismo y espanta la cordura para hacer del mañana una senda de oscuridad y abandono.   

   Como si el poeta buscase la pluralidad del entorno cercano, en Escenarios se llenan los registros del lenguaje con lugares habitables. El protagonista textual se aleja del primer plano para convertirse en aplicado observador en el anfiteatro de lo real. En los tablados de la memoria está París, siempre arquetipo  con entidad cultural.  Sus enclaves ramifican tramas de sombras chinescas, que preservan, en el deambular del tiempo, una representación colectiva. Otro marco argumental es Berlín; allí reaparece el rostro en blanco y negro de la historia, completando un paisaje de miedos, cicatrices y gestos, nunca sosegados por el olvido.
   Entre ecos y sombras, Londres presta su callejero para alzar un tercer escenario. Los reclamos cívicos  entroncan con un presente multiétnico, un tumultuoso enjambre de secuencias vivas. 
  Los caminos explorados trazan una cartografía vivencial; queda el sujeto poético a pie de superficie, buscando mapas de vestigios visibles. En su visual un horizonte que despliega coordenadas sensoriales y estrategias de puntos de fuga, esos improvisados exilios que acomodan las paredes de la rutina.

   Conviene completar el tramo inicial con Líneas de tiempo, obra publicada en 2018 con el aporte plástico de la ilustradora Deli Cornejo. El libro asciende a los anaqueles de la memoria para recuperar versos aurorales. Salva de la erosión distante del pretérito algunos textos de Escaparate con muñecas, fechado en 1985. Nace en ese arranque una lírica sensorial, enunciativa, que presta atención a los gestos del entorno, con una dicción muy selectiva y en la que se escucha el verbo sentimental, que intuye y preserva un velado erotismo. El quehacer se anuda a las palabras y al rumor de los libros, cuya voz convive con la evocación y el recuerdo. En La dama de Shalott (1989) se recupera el personaje de la conocida balada de Alfred Tennynson y rescata el ambiente legendario y medieval de la sensibilidad romántica. Desde sus claves se reconduce la torrentera fértil del amor y se airea el fuego encendido de los cuerpos. Otro recodo de esta voz matinal es Lo inconsistente. El breve conjunto usa como pórtico una cita de José Manuel Cabañero Bonald, cuyo magisterio alerta del sesgo conceptual de las composiciones y del tono hermético del decurso,  al que se adhiere un elocuente reguero de imágenes.
  Cerca del cielo añade un balance celebratorio del cuerpo y la plenitud de la caricia, cuyas manos marcan el devenir del presente. Y aporta una mínima representación textual  Aguardando la lluvia de octubre, un andén de pasos entrelazados por el trayecto amoroso, hecho aire y compás de espera; junto a Arquitectura y convivencia, cuya hermosa dedicatoria no admite la especulación sino el mediodía del latido hacia el otro: “Para Deli, con quien se hicieron uno el destino, la querencia del mar”. La palabra se hace ofrenda de piel; suena a tacto y epitelio para desterrar el frío. Se abre así un tiempo itinerante en el que se irán hilvanando los sucesivos episodios de la edad, esa caligrafía que marcan los trazos de la intimidad compartida, del alba que busca unos dedos de luz.


  De vuelta al orden natural que establece la cronología de edición conviene centrarse en los dos andenes aparecidos en Norbanova, El último viaje (2007) y Arcanos mayores (2012). Es evidente la inmersión del primero en el fluir de los días para considerar la ausencia de los padres desde la elegía y la gratitud de la ternura que siempre resume  el ámbito existencial como pactado recorrido con el calendario. El aserto El último viaje anticipa la fragilidad de nuestra condición y evidencia lo caduco. La consumación impregna el calor de agosto de un tacto ártico, un frío de mármol negro que recuerda “el natural vencimiento de las cosas”. Queda en la escritura el rastro tiznado de dolor que oye el rumor de los recuerdos en los cuartos sin nadie: “El dolor, más vivo que nunca, / no descansa en sus ojos nocturnos. / Torpe, el lenguaje no sirve / poblado de inútiles silogismos, / para remendar la cruda deriva de las vértebras”. 



En Arcanos mayores el poeta sondea el lenguaje misterioso de lo premonitorio. Es sabido que en las cartas del tarot los arcanos mayores son las figuras de la baraja con mayor activo metafórico; su semántica ilustrada aborda una senda especulativa de interpretación espiritual desde una filosofía que escapa del plano empírico y racional. Otra vez cristaliza en el poema el legado de lecturas esenciales como José Manuel Caballero Bonald para abrir oquedades en la estabilidad de la materia y escuchar el rumor de lo oculto. Lo atávico sobrevive tras los sosegados cimientos de lo aparente. Es necesario expandir la propia identidad y hacerse otro: “Mirar adentro. / En silencio darse cuenta de que no todo /  es apariencia. El espíritu exige / voltear los espejos, / no reconocerse entre las fibras calizas / de la arcilla, / cuando los ritos son solo excusas, / terrosas palabras que creer solo a medias. / La verdad sobre nosotros / se resiente en los asideros del campo de batalla”.  A veces el discurso poético se ralentiza, como si la expresión adquiriese un sentido aforístico, una invitación al verso conclusivo que muestra músculos del lenguaje. Versos e ideas se yerguen juntos  desde un fondo sonoro que aglutina algunas claves de jazz o la cadencia de las composiciones clásicas, como si ambos buscasen capturar un significado fragmentado que exige ir  yuxtaponiendo holladas distancias del trayecto. Nace así, desde el poema, un oscuro monólogo en el que aflora la incertidumbre, ese desconcierto de quien olvidó el camino de vuelta.

   Entre estas dos entregas impulsadas por Norbanova se cobija el poemario A contracorriente (Mérida, Editora regional, 2008). La propuesta parece reivindicar la heterodoxia al ejercitar el gesto creativo. Toda palabra está bajo sospecha porque quien escribe protagoniza un extraño rito en el que se cobijan especulaciones y signos, calladas vibraciones del pretérito y un desandar de pasos que sitúan en el comienzo de la duda. El devenir vital nunca se aleja de una visión en blanco y negro del hablante lírico, un transeúnte de lo cotidiano que lee indicios en el opaco despliegue de la realidad. 

    La más reciente entrega de Jesús María Gómez y Flores, editada con mimo por Takara Editorial en 2019, el sello de Rosario Troncoso,  evidencia apoyos y cimientos firmes de la tradición literaria. La complicidad de los amantes añade como cierre del libro la nota didáctica “Obligados peajes”, donde se clarifica el aporte bibliográfico. Los apuntes recuerdan protagonistas, argumentos y correspondencias que trascienden lo anecdótico para ensamblar analogías y revitalizar mitos. El escritor abraza una estética neoculturalista sobre la que se asienta el avance orgánico del poemario. La sección del comienzo “La obsesión de Dante” desde el agua del tiempo recupera la devoción amorosa del poeta italiano por su musa Beatrice Portinari. Como si alzara un puente dialogal sobre el que cruzara la voz de los amantes, los poemas hilvanan evocación y elegía. El tono descriptivo se expande para componer una emotiva crónica secuenciada en celebrados entornos de la geografía italiana. La amada retorna con los trazos atemporales del ideal para mostrar claves de sabiduría y misterio que actuarán como semillas germinales y devenir compartido entre pretérito y ahora.
   No es el único episodio del espacio cultural. El siguiente apartado “La tempestad” rescata, como un paisaje de la memoria que se mantiene a flote, el recuerdo del escritor romántico P. B. Shelley, fallecido frente a las costas de Lerici y reconocido, cuando las aguas devolvieron el cadáver a la orilla, por llevar en sus bolsillos los casi desvanecidos poemas de Keats. Vivir duele; es espera y naufragio que enmudece los sueños.



    El muestrario erudito de La complicidad de los amantes no es una estrategia expresiva aleatoria sino una forma de integrar en el quehacer del poeta escritura y lectura. El pasado histórico sigue reformulando preguntas,  democratizadas en el respirar colectivo como espacios conceptuales inexplorados. El cuarto apartado, por ejemplo, elige como título “¿Qué es la inmortalidad?”. Ello da opción a que los versos destilen respuestas indirectas. Las dudas  afloran en la contemplación de un cuadro, en la conciencia de las erosiones sobre una dermis perfecta y con pujante belleza o en esos escuetos residuos que entre las manos dejan algunos sueños, como pétalos desgajados de la flor del tiempo.

   En el poemario de Jesús María Gómez y Flores emerge un denso patrimonio de magisterios, pero es evidente que algunos optan por expandirse en primer plano. En “Cántico espiritual” es meridiano el débito con san Juan de la Cruz, esclarecida compañía que trasciende el impulso corporal para abrir, a través del amor, vías de ascesis y perenne meditación. Desde esa lectura en voz baja se escucha con cálida lucidez el palpitar del verso, su cúmulo de confidencias: “ Letra a letra / nos sobrevivirán  acaso / la pasión / el éxtasis / de hacerse uno / con los itinerarios del alma”.
   Más sensorial y evocadora, la voz lírica de “Complicidad de estío” amplía planos para ofrecer un mirador sobre las cosas del entorno. En él perdura intacta, en una estación propicia a la cosecha, la hoz herrumbrosa de la muerte. De las páginas de la ignominia retorna el fusilamiento de García Lorca en Víznar, los cuerpos ensangrentados frente a las tapias del cementerio del Este en Madrid, o la voz agostada de Josefina Manresa escribiendo a Miguel Hernández… Episodios que marcaron estíos de finitud y desolación.  Ya en el tramo final del libro, tras la pausa argumental que inspiran los personajes de Haruki Murakami, está la coda de “Buscándonos” cuya filosofía convierte el decurso vital en un tanteo por la senda del tiempo. Solo el amor perdura y hace del viaje una lenta avenida de vivencias, ajena a los indicios del cansancio y esquiva con las ásperas  manos del olvido. Esta cartografía optimista de lo emotivo se ratifica mediante las sombras de J. L. Borges, Pablo Neruda o Audrey Hepburn… Son nombres que ilustran los viajes ascendentes de Ícaro cuando despliega las alas del corazón.

   El lenguaje no es nunca un sistema abstracto de signos sino un discurso orgánico, moldeado por distintos ingredientes que se interfieren entre sí. En la voluntad estética de Jesús María Gómez y Flores se entrelazan rasgos propios como la semántica de lo temporal, siempre concebida como espacio de lo fútil y perecedero, y los múltiples escenarios de la realidad. El transitar de la conciencia poética descubre las expresivas zonas que habitan los estados de ánimo, y aparece, cálido y renovado como núcleo central el amor. Su fuerte pulsión estelar en el poema dignifica lo subjetivo y ofrece al yo plena identidad. A lo largo del tiempo, esta mirada creativa se instaura en el discurrir de lo real para dar sentido al lenguaje a través de características expresivas como la intimidad,  el sentir reflexivo y un culturalismo actualizado y primigenio. 
  Libro a libro afloran las capas complementarias de una sólida representación textual, cuya variedad temática y formal hace del conocimiento y la búsqueda un cauce transparente. Poesía que guarda entre sus manos un cúmulo de imágenes y sensaciones, el agua fresca del  instante hecho luz.

José Luis Morante