lunes, 10 de agosto de 2015

Cuando muere la madre naturaleza, algo de nosotros también perece.

Sucesos que no acertamos a comprender, conmociones que sacuden los renglones de la rutina. 

Perece algo de nosotros y el aire arrastra el cieno, los mechones grises de la carne malherida, cuajando sin piedad sobre los edificios con su olor a maderas requemadas, a monte arrasado por la insensatez de una mano enemiga. 

Muere la madre, se consume mientras la tierra ennegrece sus facciones y los troncos se resignan sin remedio al vaivén de las llamas, al escalofrío de su abrazo. 

Me resisto a despertar y advertir tras el cristal de la ventana que el invierno ha llegado antes de tiempo, que la ceniza se cuela por las rendijas de la realidad y obstruye las fosas nasales, que el sol no trajo el día, que el silencio reina emboscado en un mar de arbóreos esqueletos, donde el pájaro no vuela.


¡Solidaridad con la Sierra de Gata y sus gentes! 

sábado, 1 de agosto de 2015

En territorio de poetas. Atravesando el Golfo de la Spezia.

Sorprendente e inesperada la noticia que me llegaba hace unos días sobre el cierre del Café Comercial. Allí habían tenido lugar los hechos que motivaron la última entrada de este Blog y como punto de referencia del Madrid literario había sobrevivido al paso del tiempo. Nunca podré olvidar ese escenario, sus aromas y el caleidoscopio que componían sus espejos y su inolvidable puerta giratoria. Será triste ascender las escaleras de la estación de metro de Bilbao y descubrir que donde estuvo, se abrirán quizá las puertas de una nueva franquicia de ropa de moda o acaso un after hours, con vocación de sepultar pronto su leyenda.  


Hasta Italia, el calor persistente de este verano que no distingue latitudes, llegaban pues los ecos de tan desafortunado titular. Bajo el inclemente sol del Golfo de la Spezia, cuyas aguas contemplaron la malograda singladura del Ariel, con las costas de Lerici y la Isola Palmaria como testigos. Todavía hoy, casi doscientos años después, perviven en la nomenclatura de la zona testimonios del paso de aquellos poetas exiliados, antes de convertirse en mitos. En Lerici, aún se erige la casa en que residió Percy Bysshe Shelley, bajo cuyo pórtico, a la sombra de un antiguo roble, esperaron con angustia Mary Godwin y Jane Williams su regreso tras embarcarse desde Livorno en julio de 1822, y en ella existe una placa que recuerda aquella desgraciada travesía en la que pereció el poeta. Junto al edificio, un parque también lleva su nombre.  


Lerici


Soportales de "Villa Magni", casa donde vivió Percy B. Shelley


Con mi libro "Escenarios", en la puerta de la casa de Shelley


Placa que recuerda al poeta


Estado actual de la vivienda


Parque Shelley, en Lerici


Calles de Lerici


Vista general

También estos lugares conservan la memoria del carismático Lord Byron, amigo y aliado literario de Shelley, quien pese a su congénita cojera, desafió las olas atravesando el golfo a nado desde Portovenere hasta Lerici. Acertado estuvo pues Sem Benelli cuando en 1919 bautizó este lugar como Golfo de los Poetas, en recuerdo de éstos y otros muchos autores que por allí recalaron. 


Placa que recuerda la hazaña de Lord Byron



Gruta de Lord Byron, en Portovenere


Portovenere

No era el verano de 1822 en que naufragó el Ariel, -el navío de Shelley-, aquel otro que unos años antes, había reunido a los mismos poetas en la legendaria Villa Diodati de Ginebra, junto al Lago Leman. Entonces, como recuerda Willian Ospina, en su obra "El año del verano que nunca llegó", tres jornadas de oscuridad y anómalos fríos, alumbraron el nacimiento de gran parte de los iconos que impregnarían un universo fantástico que ha llegado hasta nuestros días.  Golpeaba violenta la tempestad las aguas zarandeando la débil estructura del velero, arrastrando su lastimado casco mar adentro. No tuvieron los navegantes oportunidad alguna. El enfurecido oleaje engulló sin piedad sus cuerpos, empujándolos hasta la arena, playas abajo. Los poemas de John Keats, que Shelley custodiaba en uno de sus bolsillos, sirvieron para identificarle.  


Con emoción contenida recordaba todos estos episodios mientras atravesaba el Golfo de la Spezia, dejando atrás la silueta del castillo de Lerici mientras Portovenere se acercaba cada vez más, con sus casas coloreadas y su iglesia de San Pietro, marcando el vértice de la cartografía de la costa que ya enfila su trazado hacia Génova.


Cruzando el Golfo de los Poetas. Al fondo, Lerici



Acercándonos a Portovenere


Portovenere


Iglesia de San Pietro, en Portovenere