viernes, 14 de abril de 2017

Semana Santa, más allá del folclore.

Van llegando a su fin las jornadas de la Semana Santa. Unos días que parecen haber confundido las hojas del calendario. Abril vestido de mayo o incipiente junio, azul que no es el azul que colorea el inicio de la primavera. Se hace entonces pesado el hábito del penitente, la caída de la tela se acartona sobre el cuerpo, se adhiere a las extremidades como un lastre, prendido del esparto de los cíngulos y los fajines. En el aire, heterogéneos aromas escenifican su mixtura, el incienso que ennoblece las estaciones del silencio, la cera, la grasa de los hachones, el polen desperdigado del olivo y los claveles. Otra vez en Cáceres se han escuchado los hierros golpear sobre la piedra con su compás de incertidumbre, y en los desfiladeros del Adarve, el oráculo y el quejío de las saetas.  Semana Santa, con sus cofradías, con su acervo intransitivo de hermanos, con la memoria escrita en el peregrinaje de los pasos, siempre buscando, siempre tiñendo de homilías las calles. 


Virgen del Rosario. Cofradía de la Victoria, Cáceres

Mi reflexión me lleva hoy al territorio del silencio, allí donde se apaciguan los destellos del folclore y la marabunta de los turistas. La contemplación de los distintos acontecimientos de un suceso que ocurrió hace más de dos mil años admite múltiples lecturas, y yo me quedo con la que invita a la vivencia íntima del dolor y la esperanza, la que empuja a penetrar más allá de los ojos y la teatralidad de las imágenes, donde reside ese mensaje que, se acepte o no, apela a la interpretación de los vértigos del ser humano y el caleidoscopio de su existencia.  Mi diálogo sea pues, mientras el cortejo avanza, con el movimiento de la llama, con las oscuras pupilas de la intemperie, con la caracola última que cauteriza las heridas y alimenta el flujo de la vida.  En ello consiste la libertad, la que permite elegir el camino, la que nos pertenece a todos y nos hace diferentes. 


Cristo del Amparo. Cofradía del Amparo. Cáceres 

sábado, 1 de abril de 2017

Compartiendo la palabra poética.

Este año no presentaré obra nueva propia en las Ferias del Libro que acaban de comenzar.  Siempre he entendido que la tarea de elaboración de un nuevo poemario, en la que me encuentro desde hace casi dos años, no es cosa de un día para otro, que exige un especial oficio de cantero, de pulido y abrillantado posterior, sobre todo cuando la organización del libro, por su temática o sus características formales, requiere de unas mayores dosis de trabajo y reposo, de uno y de otro, ambos son necesarios. Imprescindible también la experiencia vital, de la que fluye una gran parte de la posterior cristalización de las ideas que habrán de convertirse en versos. Entretanto llega pues el momento adecuado, es gustoso quehacer el de compartir con otros autores ese entusiasmo creativo, con tintes no pocas veces de ansiedad, ya sea a través de la lectura o de la edición, como ocurría hoy en esta penúltima jornada de la Feria del Libro que desde el pasado miércoles se celebra en la hermosísima ciudad de Trujillo. Largo el mediodía, las agujas del reloj de la Iglesia de San Martín, con sus atalayas henchidas de cigüeñas, marcaban ya más de las dos al comenzar la última de las presentaciones de la mañana, la del libro de poemas "AQVA", del escritor nacido en Montánchez, Hilario Jiménez Gómez, que ha editado la Asociación Cultural Norbanova en su colección "Baúl de Palabras". Uno oficiaba un papel prestado de editor, en una mesa de alto voltaje poético, junto al autor y al prestigioso poeta Luis García Montero, encargado de presentar la obra, que calificó como "un libro de capricho". Honda es la satisfacción de quien ha contribuido a engendrar un volumen donde texto y elementos visuales llegan a convivir en singular armonía, donde todo fluye y la palabra aparece salpicada de continuas referencias líquidas, como esas gotas dislocadas que a doble página prorrumpen para dar paso a una nueva propuesta poética que bebe de las fuentes más exquisitas de la lírica e infiltra sus hilillos en las cavidades del verso. Escuchar y aprender. Mesa compartida pero también disfrutada. Porque el aprendizaje es jubiloso ejercicio cuando el maestro despliega todo su arsenal de recursos y hace fácil el reto del poema. Nunca mejor presentador para tan jugoso libro, ni mejor intérprete de sus versos que el mismo autor. En esta tesitura, el soliloquio del editor, forzosamente ha de ser un panegírico de quienes con su obra dan sentido a su empeño y convierten en animado el papel, infundiéndole el hálito de la carnalidad.  


Durante la presentación del libro "AQVA", 
de Hilario Jiménez Gómez

Llena de evocaciones la tarde, de regresos e indagadas lecturas, de nombres inmunes al aguijón de la Parca. Trujillo. La campana de San Martín pronuncia las sílabas de las seis. O acaso se trate de Granada, de la Torre de la Vela, aquélla que Federico recordase en su Gacela del amor que no se deja ver. Porque él estuvo esta víspera allí con nosotros, mirando desde detrás de las celosías, con sus dedos marcando firmes las teclas del piano, leyendo una vez más a Walt Whitman. Estuvo en los labios de Luis García Montero, de Manuel Neila y Miguel Losada, de Ángeles Mora. También Miguel Hernández. Porque ni el tiempo ni la calavera de la injusticia pudieron acallar sus voces de presente, las que hoy continúan tejiendo con su océano de sonoras palabras los destinos de la inmortalidad. 


Luis García Montero lee el poema "Huerta de San Vicente", del libro "Un lector llamado Federico García Lorca", 
en Feria del Libro de Trujillo, 1/4/2017


Compartiendo la palabra poética