domingo, 18 de mayo de 2014

Las motivaciones del escritor

No es infrecuente que después de un período intenso de trabajo, sintiéndose uno acosado por una pléyade de elementos en continuo desorden y con las defensas bajas, flaqueen las energías que impulsan la escritura y los resortes de la creación atraviesen épocas de vacas flacas, que abunden las papeleras empeñadas en engordar a base de folios arrugados. Se hace necesaria entonces la terapia de las librerías, de las escapadas fuera del estresante y reducido atlas del pequeño mundo conocido donde la vida parece haber olvidado flirtear con las mariposas del silencio. Rodearse de libros, bucear entre sus páginas, descubrir de nuevo que hay un más allá al otro lado de esos estrechos límites entre los que discurre el día a día, que los aeropuertos, las estaciones, los océanos, son una puerta abierta a la diversidad de las ideas, de los rostros, del idioma. Buscar escenarios y prescindir de los códigos binarios que nos esclavizan, de la tecnología que anticipa el movimiento de los brazos y dicta la frecuencia de nuestros latidos. 
Soy amante de la libertad que dan las calles de una ciudad extraña, donde los pies discurren dibujando caligrafías sin reglas, cual escritura automática de los sentidos. 


Perderse. Vaciar la mente y regenerar los labios, resecos del tiempo de la oscuridad y la rutina. Los edificios y el ruido no se antojan esquivos sino aliados, los protagonistas del relato esperan ahí, solo hay que localizarlos, ponerles nombre, asignarles un destino y darle forma. La vida permite construir múltiples itinerarios, como las notas componen figuras y escalas sobre el mástil de una guitarra. Al autor dormido lo despierta el ajetreo de los vehículos, ante un nuevo folio en blanco se planta ahora con otros ojos. Querrá volver a sentir el desafío, avanzar con sus pies descalzos sobre el asfalto blando de los párrafos recién perfilados, abocetar el futuro con el arma inabarcable de las palabras.




sábado, 3 de mayo de 2014

Mis reflexiones sobre la Feria del Libro de Cáceres de 2014

Esta tarde ha concluido la XV Edición de la Feria del Libro de Cáceres. La verdad es que, salvo el segundo día, en que tuve el honor de acompañar en la mesa de la caseta de presentaciones al escritor y amigo Vicente Rodríguez Lázaro, en la puesta de largo de su novela "La Dama Hechizada", el resto de los días de la Feria, con alguna muy contada excepción, he permanecido bastante ausente y ajeno al evento, poco implicado, si se prefiere. Quienes me conocen, saben que de vez en cuando mis energías sufren vaivenes, altibajos que llegan a comprometer la confianza en la continuidad de empresas y quehaceres, actuales o trazados solo a modo de esbozo en la incierta pizarra del futuro. Ahora, trascurridos ya estos días de la Feria del Libro, uno piensa en el camino que ha seguido desde hace unos años. Progresivamente, el autor ha ido perdiendo fuerzas, sintiéndose alienado en un océano en el que convergen fuerzas muy dispares y que no siempre acierta a comprender. Diluyéndose poco a poco, su palabra ha sentido tocar fondo incapaz de desentrañar ese tira y afloja que la aprisiona. De otro lado, el gestor, el dinamizador, el inquieto, se ha ido haciendo adulto, buscando cada vez arriesgar más, levantar un edificio que comenzó humilde y que, no libre de limitaciones e impedimentos, ha sabido sobrevivir e imponerse al envite, a veces cruel y despiadado, de las mareas, contribuyendo a llenar páginas y páginas donde la palabra, siempre ajena, va dejando su impronta, espacios abiertos donde la voz y los adagios del conocimiento han sabido conjugarse para enhebrar sus armonías. Uno mira ya con otros ojos, desde otros ojos, el festín de la literatura, y lo interpreta bajo prismas muy distintos. Solo permanece más allá de avatares e internas disputas, la personalidad del lector, ese que anda perdiéndose por casetas y librerías a la caza de títulos que serán de su exclusivo disfrute. Poesía, narrativa, poco importa el género cuando un libro se hace dócil a la vista y sientes que te llama. En medio de un marasmo donde lo comercial parece restar terreno a otras opciones, conservo una extraña predilección por las obras quizá de vocación más minoritaria, por aquellas que además de buenos momentos de ocio y desconexión del yugo de lo cotidiano te brindan la posibilidad de aprender y conocer otras realidades, otras parcelas del mundo acaso menos accesibles. Libros a los que por ello cuesta más enfrentarse y que finalmente terminan en no pocas ocasiones sembrando aún más desconcierto del que ya uno padece. Pese a todo, continúo siendo seguidor de obras donde el oficio y las vicisitudes del escritor se erigen en protagonistas, como las de Enrique Vila Matas y que me obligan a salir por unos instantes de la linealidad de la oferta de la Feria para localizar el libro buscado fuera de las casetas, en la librería de toda la vida, con sus anaqueles y su laberinto de títulos, hoy más fáciles de localizar gracias a la informática. "Kassel no invita a la lógica", última novela del escritor barcelonés, era mi apuesta después de haber leído la última del Premio Nobel Vargas Llosa, de ambiente genuinamente peruano e historias paralelas con final cruzado...y feliz.  


Quizá envolverse ahora en las tesituras de un escritor perdido en una ciudad europea que celebra una importante convención de arte de vanguardia, en las reflexiones de quien conoce a la perfección esos altibajos que tiene a veces la palabra y que a mí tanto me asaltan pueda hacerme bien y evite que finalmente el gestor termine engullendo con su voracidad al indefenso autor que ya no sabe ni para qué lado mirar, eternamente a la espera de ver impresa su última obra, impaciente y descreído, temeroso de que si ello sucede alguna vez ya ni siquiera reconozca sus versos.   

Entretanto, sigue poseyéndome ese virus tan propio del lector de poesía, el de alimentarse de ella, y precisamente es la poesía la que despierta una curiosidad enfermiza hacia los nuevos títulos, los nuevos poetas, sin olvidar a aquellos de siempre, muchos de ellos incluso amigos y de discurso ya familiar.  El verso es un camino arriesgado, apto para experimentar sin trabas con los artificios del lenguaje, para vestirlo de belleza, sin renunciar al mensaje, a la dimensión trascendente del yo que se vuelca en cada línea y que exige una elección acertada y precisa del verbo, algo que uno parece ir olvidando pero que no le impide jalear los logros de otros, desinhibidos y certeros en el dominio de ese arte de saltar al vacío sin red. 

Y desde esa itinerancia del lector que persigue los caminos de la poesía y mitigar con ella el olvido de la palabra, muestra sean estos títulos que se han incorporado a mi biblioteca en estos días de Feria del Libro, obras bien distintas, pero sin duda muy a la medida de la excelente poética que se hace desde estas tierras de Extremadura.  


El dueño del eclipse, de Santos Domínguez Ramos, publicado por Algaida, último premio "Ciudad de Badajoz"


Inclinación al envés, de Julio César Galán, publicado por Editora Regional de Extremadura


Lo que dejó la lluvia, de José A. Zambrano, publicado por Calambur


Última presentación de la Feria del Libro de Cáceres, de 2014, con Luis María Marina y Javier Pérez Walias, con introducción del profesor Miguel Ángel Lama. "Materia de las nubes" y "Al Qarafa", obras pertenecientes a la magnífica Colección "Luna de Poniente"