viernes, 6 de diciembre de 2019

En el día de la Constitución

También hace un año escribía algunas palabras sobre el significado de este día y lo que la Constitución Española de 1978 había significado para este país. Bien sabido es de dónde veníamos, lo que había costado apaciguar las voces de la discordia y reconducir tantas veredas, que discurrían separadas. Han pasado ya cuarenta y un años y el mundo es otro. De mis cincuenta y cinco, la mayor parte lo han sido al amparo de aquel texto, asistiendo a la construcción de una España que buscaba hacerse un lugar en los anaqueles de la modernidad, con el estandarte de la convivencia como emblema. Hoy, el escenario -ya lo decía- ha visto cambiar las condiciones climatológicas, cómo el lenguaje se hacía distinto, algo que no debe sorprender por cuanto el tiempo modela con su escoplo el rostro de los elementos y las facciones mudan sus rasgos. Sin embargo, de todo lo vivido, debemos aprender la prédica del sosiego, eludir que la tempestad dinamite los arquitrabes de la calma. Demasiado cruel es ya la memoria.




sábado, 2 de noviembre de 2019

Pavana para el día de difuntos

Que el olvido no se apropie de la memoria, que no absorba los últimos vapores del ánima, que la confusión y la ceniza no disuelvan su tacto en el crisol de la materia, que las voces y el calor de los cuerpos no pierdan la magia del abrazo, que no se adormezca para siempre su caricia. La tierra húmeda se escabulle de entre los dedos, impregnando las uñas, removiendo el equilibrio de los recuerdos. 

Bajo la lluvia, 
humedad que penetra, 
fría y sin tregua. 

En los bronquios, el aire se atora, condensa olores e imágenes que no pertenecen al presente, que vienen de lejos, ornados de otros ropajes, fragmentos de un tiempo que dormita en los arrabales de la conciencia, allí donde nuestros pasos no llegan y tan solo se escucha el remoto eco de una campana oscura, el silabeo del viento, serpenteando entre los mármoles. 

Sigo buscando 
la respuesta a mis dudas, 
las piedras callan. 




domingo, 20 de octubre de 2019

España, camisa blanca de mi esperanza

Siempre me sentí identificado con las contradicciones e inquietudes de los llamados "hombres del 98", con su filosofía, su manera, bien distinta en cada uno de ellos, de enfrentar la perspectiva de la época que les tocó vivir. Los senderos de la historia, a merced de las veleidades del ser humano, revelan su increíble capacidad de volver sobre las propias huellas, de reescribir episodios que parecen sugerir un "déjà vu". Y es que, de nuevo, atravesamos tiempos convulsos, estallidos que ponen en entredicho los límites de la cordura. Los noventayochistas perseguían una regeneración desde las ideas para un país invertebrado, proclive al arrebato y la insensatez, un país de enorme riqueza cultural, cuya diversidad constituía uno de sus mayores tesoros, y a su vez, un silencioso virus capaz de desarbolar el equilibrio de sus órganos. Cuánto se dolieron de España los Machado, Azorín, Unamuno, Baroja, Valle-Inclán...una España hostil a dejarse amansar, a seguir siendo territorio abonado para el desencuentro. Aquellos pensadores convirtieron la piel de toro en el referente de sus migrañas, en el despeñadero de sus visiones, indagaron en la personalidad de sus gentes, fruto de un intenso mestizaje. Y no pocas veces recibieron bofetadas de impotencia. Uno se mete en la piel del Unamuno, rehén de sus propias turbulencias, el que se santigua y a la vez se astilla los dedos; o adopta los ropajes del Marqués de Bradomín -feo, católico y sentimental- buscando acaso un alter ego con el que enfrentar de otra forma los achaques del presente. Porque después de tantos años, como diría Ortega, España, continúa invertebrada, protagonizando ese "Duelo a garrotazos" del visionario Goya. Pero estamos en el siglo veintiuno, aunque no lo parezca. Las heridas debían haberse cerrado hace tiempo y el futuro, ser camisa blanca de esperanza, como cantaron Blas de Otero y Víctor Manuel San José. Mientras enciendo el televisor o despliego las páginas de un periódico, resuena en mis oídos la letra de Cecilia y su "Querida España", deseando que no sea esa "España sin ventura" de Juan del Enzina.  



Ana Belén: España, camisa blanca de mi esperanza


Juan del Encina: Triste España sin ventura



sábado, 28 de septiembre de 2019

Mi reseña del libro "Diecisiete alfiles" para el Aula de la Palabra


Reseña de presentación del libro "Diecisiete alfiles", de María Ángeles Pérez López. Aula de la Palabra de la A.C. Norbanova. 
Cáceres, 27 de septiembre de 2019.

Nunca una cita literaria iba a deparar tanto fruto. En octubre de 2015, acudían a la convocatoria del poeta y gestor cultural José Cercas, en la bellísima y hospitalaria ciudad de Trujillo, ocho voces poéticas, todas ellas mujeres, cuya trayectoria ya era destacada, pero que, bendecidas por esos aires de las no muy lejanas Villuercas, engrandecieron de tal forma su protagonismo en el ámbito de la lírica nacional que hoy constituye un verdadero tesoro haberlas recopilado en el volumen que Norbanova, en colaboración con el Ayuntamiento de Trujillo, editó para la ocasión. Prácticamente todas ellas han pasado por el Aula de la Palabra, todas han recibido reconocimientos de la más diversa índole, o se encuentran involucradas en proyectos y empresas literarias de gran calado. Ya nos visitaron Emilia Oliva, Rosario Troncoso, Raquel Lanseros, Irene Sánchez Carrón, Ada Salas, flamante Medalla de Extremadura, que clausuró el pasado curso en el Aula. Hoy, otra, inaugura el que comenzamos, después de haber hecho miles de kilómetros ofreciendo el regalo de sus excelentes versos. 

No voy a ocultar que, para nosotros, es un verdadero disfrute tener a María Ángeles Pérez López como protagonista de esta inauguración del Aula de la Palabra, y más, con un libro como este, “Diecisiete alfiles”, que constituye una experiencia poética singular y es sin duda fruto de un trabajo muy meditado, en el que la autora ha sabido plasmar referencias literarias particularmente singulares, con la dificultad de aglutinar su contenido ajustándolo a la armadura métrica del haikú, metro por excelencia de la lírica japonesa que aquí no es propiamente la de Basho en cuanto la autora introduce elementos que entroncan con formas más vinculadas a nuestra poesía popular, especialmente, la incorporación de asonancias entre los versos primero y tercero, que introducen un ritmo inusual en la construcción convencional de este tipo de poemas. 

En el brillante prólogo “La vida muy urgente”, de Erika Martínez, ya se comenta el menor orientalismo que tiñe los poemas de este libro y cómo pese a mantener en síntesis la forma japonesa, se advierten incursiones en terrenos más próximos, que ya exploraran, entre otros, autores como Machado. No son pocas las analogías entre algunos ejemplos de la producción machadiana y las formas japonesas, combinando los resortes de la tradición folklórica representada por estrofas como soleás o seguidillas, y la estética refinada del haikú.

María Ángeles incorpora aportaciones propias, derivadas de su amplio dominio de la escritura y del juego de las imágenes, que ya pusiera de manifiesto con brillantez en su anterior obra “Fiebre y compasión de los metales” (Vaso Roto poesía, 2016), añadiendo elementos procedentes de la tradición clásica, a la par que alusiones poéticas que otorgan gran densidad a la obra. Los haikús se configuran como estrofas que permiten construir poemas dotados de individualidad en sí mismos, a través de secuencias de siete u ocho de aquellos, con un componente unitario que responde al título del poema mismo: “Haikús del amanecer, Haikús del camino, Haikús de los hierbajos…” Traza pues su poemario la autora sobre la arquitectura de la métrica japonesa (5-7-5 sílabas, sin perjuicio de alguna alteración exigida por la coherencia del discurso poético), pero elabora sobre ella un poemario compacto a través de fogonazos independientes que se obligan a ser leídos con autonomía, los unos respecto de los otros. 

Conservan sin embargo los haikús de María Ángeles ese sentir de asombro y ambigüedad que caracteriza a este tipo de poesía breve, especialmente llamada a la interpretación y a la relectura, al interrogatorio íntimo. Su pincelada tiene la intensidad de la poeta que maneja el lenguaje metafórico frente las propuestas más orientalistas caracterizadas por la simplicidad y el discurso directo. El resultado es la confección de unos poemas dotados de una belleza y profundidad evidentes, provistos de un color y un contenido temático que quizá no son tan frecuentes en la lírica japonesa.  Podemos apreciarlo cuando al hablar del amanecer (primeros haikús del libro), nos lo define como “Útero que abre/ con dolor los contornos/ hacia el lenguaje” o en los haikús del árbol, cuando dice de este: “Anillo de aire/ respiración que eleva / hojas y talle”.  Mantiene no obstante la poeta el vínculo del verso con los elementos procedentes de la naturaleza, algo habitual en esta poética, pero que engrandece con elementos que rebasan la pura anécdota. Confesará al final su apartamiento de la ortodoxia, su evasión del tablero, en las palabras que culminan el libro: “Sin tablero ni jaque mate”. Rebeldía, mas originalidad, captura de lo real, del momento, a través de la caricia mínima de una estructura que termina siendo una excusa tan solo para desatar la tormenta creativa de la autora. Es lo que ella misma reconoce y lo que destilan sus piezas de ajedrez, mientras el lector avanza, casilla a casilla. 

Pero hagamos una pequeña incursión en la temática de los 32 ramilletes de haikús que componen el libro. No deja indiferente la experiencia de bucear desde los umbrales del día, desde el parto callado del poema hasta las entrañas de la propia construcción poética, y así, la autora se atreve a desmenuzar la corteza epitelial del haikú mismo, del suyo, desobediente e irredento, con sus versos clavándose como cuchillos: “Esqueje de aire /en que silban deprisa /sus tres alfanjes”, peones armados y prestos para dar guerra. 

Encontramos así en este recorrido un grupo de poemas cuyo hilo argumental se condensa en torno a mensajes inflamados de intensidad, como los de los “Haikús de Pláyade”, que gritan sílaba a sílaba la tragedia de un ser humano desplazado y abandonado a su suerte, a bordo de las ingratas avenidas del Mediterráneo, en forzosa fuga del silbido de las balas: “Clama el Guernica. / En el grito del óleo / la voz de Siria”. El compromiso de María Ángeles, con entidades como Pláyade (Asamblea de apoyo a personas migrantes de Salamanca), late en estos versos de la impotencia, y al tiempo, también de la esperanza. El recurso a los mitos, a la cultura clásica, es una constante en este poemario, que igual recoge la savia de Epicuro, llamando a recrearse en lo cercano, en lo tangible, a “Libar la vida /que en su jugo se empapen/ omega y sigma”, que impulsa a ser consciente de las urgencias, porque la existencia no da tregua. En esta misma línea, los “Haikús de la vida muy urgente”, rescatan la herencia de Gloria Fuertes, -poeta de guardia-, y apremian a no perder tiempo, en una suerte de carpe diem que contrasta con la irremisible realidad del trabajo y sus corrosivos registros, como leemos en los Haikús que le dedica y en los que volvemos a encontrar esa vertiente de denuncia de la autora, siempre alerta a aquellas situaciones en que el materialismo impone su turbia ley y lo humano importa poco. En este mismo bloque temático tendrán cabida igualmente los “Haikús de Europa”, donde la autora contempla una vez más con resignada dureza la realidad del mundo que le rodea, del tiempo que le ha tocado vivir, insensible y cruel, alimentado por el miedo, territorio hostil creado a imagen y semejanza de ese hombre que carece de memoria y mira de espaldas: “Miedo en la boca / y miedo en las pateras. /Vergüenza Europa”. Es el tiempo de la muerte de los mitos, del plástico que atora los picos de los cormoranes, de los muros que se clavan, del miedo al futuro. Ese miedo que también es protagonista de sus propios haikús, que fluye a través de unos versos que resquebrajan el inmovilismo del sosiego y que se sienten como mordeduras en nuestra conciencia. ¡Cómo en formas poéticas tan breves se puede llegar a condensar un dardo tan potente, unas imágenes tan reales! Miedo equivalente al frío, al óxido, miedo “Avispa roja/ que tiembla en el oído /y entra en la boca”.  Y luego, completando la curvatura del círculo, surge en medio la rabia de Antígona, de una Antígona que camina descalza bajo la intemperie, huérfana y herida en lo más hondo, doliéndose del hedor que supuran los taludes. 

Un segundo grupo de poemas concentran su mirada hacia los sentimientos, las cosas, los lugares que forman parte de nuestro recorrido por los escaques de nuestra geografía cotidiana. Surgen así, entre otros, los Haikús de los apeaderos, los Haikús del hielo, los Haikús de las estalactitas, los Haikús del cielo, etc., todos ellos cargados de sorprendentes imágenes, poemas que sin embargo no prescinden de esa incertidumbre que sobrevuela todo el libro, contraste entre la libertad, lo bello que es inherente a la naturaleza y la amargura que también está presente en ella y que deja un sabor ácimo en los labios. En Haikús de los hierbajos, contrastan las amapolas, su tronío, con el desparpajo verde de la mala hierba, esa a la que sin embargo la autora unge con el poder de la supervivencia, de la entereza: “Lenguaje humilde / de lo que nada espera / pero resiste”. Estremecedor ejemplo de lo que decimos es también el poema “Haikús de la garza desangrada”, para mi gusto uno de los más impactantes del libro. Y no se olvida nuestra poeta de los objetos más humildes. Así, tienen sitio en su poética la caña de pescar, señuelo que destapa la metralla, la bicicleta estática, mutilada y anodina; el alfabeto, con sus reglas inmarcesibles, bendita luminaria que perpetúa el tránsito de la imaginación que cabalga a su medida y se conjura frente al olvido. 

En sus juegos de asonancias, los haikús de María Ángeles cautivan, pero igualmente, invitan a una lectura intensa y reflexiva. En pequeñas dosis, la vida, el mundo entero, persiguen su certidumbre, sortean la amenaza de las agujas, se cuidan de la fragilidad emborrachando los sentidos, desplegando en tropel sus piezas a la conquista de la verdadera poesía. 




Con la autora, finalizada la presentación del libro
















lunes, 16 de septiembre de 2019

Con el aliento quebrado

Seguía esperando esa velada que íbamos a compartir, que llevábamos planeando desde tanto tiempo para ofrecer a nuestros seguidores y amigos un recital de música y poesía. Habíamos dicho que sería en Mérida, una ciudad en la que nunca he llegado a presentar ninguno de mis poemarios, y me hacía por ello especial ilusión, sobre todo si tú me acompañabas con tu inseparable guitarra y tus canciones. Ya no podremos poner melodías en francés a "La complicidad de los amantes" o a cualquier otro libro, todo da lo mismo ahora que te has ido, prácticamente sin avisar, cuando ninguno podíamos sospechar un desenlace así, justo en el momento en que más confianza teníamos de que ibas a conseguir vencer de una vez por todas tu particular batalla. Y gran contienda ha sido la tuya, contra vientos, mareas y otras tantas innombrables inclemencias. Cuando presentamos tu libro de poemas, en la Feria del Libro de Cáceres de hace dos años, ¿quién iba a imaginar que todo terminaría torciéndose? Querido amigo, hasta las palabras se deshacen ante las mordeduras de la impotencia y apenas si encabalgo una sucesión coherente de ellas. Has vuelto a tu caracola y allí acurrucado te recordaremos siempre, como el eco del agua que retumba en los oídos, faro que ilumina las primeras luces del amanecer sobre las mansas olas que anticipan la caricia de la bajamar sobre la arena húmeda. Nous ne t'oublierons jamais. Cada vez que escuchemos tu música, cada vez que leamos tus versos, cada vez que recordemos todos esos instantes que compartimos.  Ahora, ya has cruzado los arrecifes de la esperanza, tú que quisiste vivir como el último día todo este tiempo de gracia. Espero que hayas alcanzado el reposo y la plenitud donde quiera que vuelen tus gaviotas.  Hasta siempre, querido amigo Álex. Au revoir, cher ami. 


Junto a Alexandre Lacaze en la presentación de su libro "Los arrecifes de la esperanza", en la Feria del Libro de Cáceres, el 26 de abril de 2017



domingo, 15 de septiembre de 2019

Septiembre con el verso en los labios

Intensa semana, llena de referencias literarias. Poco importa el escenario ahora, cuando la voz adquiere protagonismo y fluye sin contención a la medida de los versos. De Madrid, uno se trae el recuerdo de una tarde que será difícil de olvidar. Allí se conjugaron la magia del teatro y el temblor de la voz, impulso que poco a poco fue cogiendo fuerza, al pairo de la música enlatada y del otoño, dibujándose en las estrías de los cristales. Detrás del vidrio, el crepúsculo fugaz, agradecido. Un Madrid custodio de la libertad que ansían las alas de quien se siente preso de una cotidianidad inyectada de rutina, de quien aguarda los tsunamis que el destino anda incubando, alacranes próximos a despertar de su letargo para contaminar las horas. Gusta sentirse rodeado de gente que comparte y hace suyas las cataratas de la palabra, que regalan sus abrazos, que no faltan a su cita con los versos que uno viste con nuevos ropajes. Madrid intenso, a corazón abierto, acogiéndonos. Como siempre, haciéndonos soñar con una nueva vida, difícil a estas alturas de la travesía, minimizando las incertidumbres, los reparos de lanzarse al vacío. Después de todo, solo dar las gracias y dejar abiertas las puertas, que la distancia no sea impedimento para el retorno.



Presentación en el Café Comercial de Madrid, de "La complicidad de los amantes"

Inagotable la lírica, retomar los poemas de "La complicidad de los amantes", pero también, enfrentarse de nuevo con el reto de la pantalla en blanco, saborear que el lenguaje da fruto una vez más, que la palabra es obediente y se deja seducir. Nunca es bastante, la poesía se gusta, leída y viva. Como en Edita, cuando la creación se hace borrachera colectiva, torrente de transparencias, rostros y rostros, voces y voces. Así ha sido en Cáceres durante las jornadas de viernes y sábado. Búsqueda de un sitio en medio del océano del verso, un lugar donde encajar en el complicado rompecabezas de la literatura. Uno se ha sentido cómodo entre tantas hojas de sauce, mientras la luna llena jugaba a hacerse invisible entre la timidez de los cirros. 


EDITA NÓMADA 2019, en Cáceres. 

viernes, 30 de agosto de 2019

Un teatro para el siglo XXI: Mérida, donde todas las artes tienen cabida

No sorprende que la inolvidable Margarita Xirgu quedase literalmente fascinada cuando paseó por primera vez entre la piedra y el polvo milenarios de aquella Mérida de los años treinta, no mucho tiempo después de que las llamadas "siete sillas" desvelaran todo el tesoro que reposaba tras siglos de olvido con su vestimenta de tierra y escombros, como si un inmenso reloj de arena se hubiese hecho añicos repartiendo toda su carga sobre las gradas y la escena del teatro que dormía silencioso debajo, aguardando el instante de su gloriosa resurrección. Finaliza agosto y apenas hace una semana  cayó el telón de la última edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Un año más. Ya es algo que  casi  hemos interiorizado y hecho cotidiano. Pero sus claves, sus referencias, su mismo lenguaje, residen más allá de lo que suponen en sí los montajes, el entusiasmo del público, el éxito de los actores. 


Aspecto inicial del teatro antes del inicio de las excavaciones: "Las siete sillas"


El teatro durante la década de 1920. 
No debió ser muy distinto su aspecto al que conoció Margarita Xirgu

La Xirgu fue consciente de ello cuando en 1933 se atrevió a pisar la desordenada arena de una escena todavía sin reconstituir por completo, para ser Medea, y revivir la tragedia de Séneca en versión nada menos que de Unamuno. Dos mil años atrás, el mundo era bien distinto, y hoy no comprendemos que pudieran convivir en unos pocos metros el espectáculo de la sangre, el crujido de las espadas, el griterío salvaje del público, junto al refinamiento de unos textos y la arquitectura de unos personajes cuya carga psicológica ha sabido sobrevivir a milenios de oscuridad y correosas censuras. Medea, despechada, perdido el control de su ira, clama venganza con las columnas corintias del teatro como únicos testigos. 


Tarjeta Postal donde se aprecia el estado de la reconstrucción de la escena del teatro a mediados de los años veinte del pasado siglo

Se ha convertido hoy este escenario en un espacio versátil rebasando el hieratismo y la ortodoxia de la sacrosanta tragedia/comedia de mimbres clásicos. Un universo en el que tienen cabida propuestas de todo tipo, algunas que pudieran tildar de sacrílegas los más puristas. Las columnatas que se estremecieron con la interpretación de Margarita Xirgu, alternan ahora montajes de facturas contradictorias, espectáculos de música y danza... Orchestra, palcos, caveas, se ponen al servicio del espectador del siglo XXI, que espera rememorar la esencia de la dramaturgia grecolatina, pero también sorprenderse con la irrupción de las nuevas tecnologías, de la realidad de un mundo cambiante que busca reivindicarse sobre las tablas, que ensaya sin pudor fórmulas de complicidad con el público. Se entienden así experiencias como la que en esta última edición del Festival se ofrecía bajo la dirección de Ricard Reguant, en su adaptación de la zarzuela "La corte del faraón", rompiendo toda clase de prejuicios y estereotipos, algo a lo que ciertamente coadyuvaban las histriónicas y acaso neuróticas interpretaciones de sus personajes, en un elenco encabezado por la incalificable Itziar Castro -verdadero animal escénico- y el extremeño Paco Arrojo, sin olvidar el picante de actrices como Celia Freijeiro o Inés León, también extremeña. 


No hay duda. Se ha dinamitado la férrea disciplina de la escena. Han convertido un santuario de piedras inmutables en un aluvión de irreverentes gestos, en el antro de la ironía y lo políticamente incorrecto. Pero no podemos olvidar que esa era precisamente la savia de esta obra, que estuvo prohibida y soterrada durante los turbulentos años de la dictadura. Uno tuvo la fortuna de encontrar un hueco para ver este espectáculo el día en que se despedía del teatro, para dar paso a otro de signo completamente distinto, el Tito Andrónico de William Shakespeare, a cargo de una compañía también de la tierra. Como había sucedido desde el primer día del Festival y hasta el último, no cabía un alfiler en las viejos graderíos cuyo origen se remonta al tiempo de una Roma que sojuzgaba con mano de hierro el destino de las tierras conocidas de la vieja Europa. Pero ahora lo que uno escuchaba eran risas y aplausos, el tararear de los pegadizos estribillos de la partitura. Nada más lejos de la sangre y los metálicos brillos de las espadas. Sin Césares ni pavorosos coros de figurantes enlutados. También el arte del teatro tiene su pequeño hueco para el disfrute y seguro que aquellos que entronizaron este recinto, hace casi dos milenios, no habrían tenido reparos en disculpar la osadía de director y actores, del público entregado. Nihil obstat. El censor dixit. 



Aspecto de los graderíos del teatro durante la representación de "La corte del faraón"








sábado, 17 de agosto de 2019

Lecturas de verano: ESENCIA, de Efi Cubero; ESTA BRUMA INSENSATA, de E. Vila-Matas

Me atraen especialmente aquellos libros que condensan buenas dosis de magisterio en sus páginas, novelas que, sin renunciar a la ficción, se deslizan con paso de funambulista sobre los delgados hilos del ensayo, y por supuesto, aquellas obras cuyo encaje sea precisamente el de este último género. Vengo mitigando los calores de agosto, las postreras jornadas de ocio que me brindan, con la lectura, casi simultánea de dos de estos libros. Enteramente diferentes. Absolutamente en nada relacionados el uno y el otro, pero coincidentes si nos detenemos en la pulcritud con que sus autores han afrontado la difícil tarea de poner en pie obras tan dotadas de elementos intelectuales que el lector puede ir asimilando poco a poco, en medio de un discurso impecable, cercano, en algunos casos, al lenguaje poético.  Cuanto decimos se ajusta como un guante a los textos que la escritora Efi Cubero ha reunido en "Esencia", que publica la editorial La Isla de Siltolá, en su colección "Levante". Si es posible localizar un calificativo para este libro, ese sería el de arte sin límites, arte con mayúsculas, en un grandioso maridaje entre lo plástico y el lenguaje escrito. Cada texto, donde la autora bucea en la obra y la personalidad de un creador, sin distingos de épocas ni estilos, constituye por sí una auténtica joya, un edificio literario construido con inusitada maestría, en el que se recogen a la vez impresiones y andamiajes críticos, hasta hacer perceptible -tangible si cabe- el producto creativo del artista de que se trata. Cada capítulo es, en sí mismo una sorpresa, un descubrimiento, el de la creación literaria y el de la obra que, con su bien afinada orquesta de palabras, va desnudando. Y como decíamos, lo hace con el bagaje de una inmensa catarata de referencias procedentes de su vasto conocimiento del arte. Es este uno de los puntos cardinales de esta obra, cuyo título no puede estar mejor elegido, pues la escritora desentraña a la medida de su pericia técnica, la esencia de las obras que desfilan por sus páginas, desde su visión del Guernica picassiano, pasando por las estampas velazqueñas que nos transportan a los años turbulentos del Siglo de Oro, con su dicotomía pintor/rey, hasta el trazado de los complejos fotogramas de la vida del salvaje Gauguin, que depura con elegancia en un relato donde la poesía -siempre presente- parece querer ceder protagonismo al buril de lo narrativo. Confieso que he sucumbido a la tentación, propia de mi ignorancia, de rebuscar en páginas web, en tratados de arte, tras las pesquisas de creadores que me eran del todo desconocidos. La sugerente descripción e interiorización de sus obras realizada en este libro empujan desde luego a ello, a abrir los ojos. El recorrido además, no puede ser más completo. La mirada de Velázquez se complementa con la alambicada perspectiva de Goya o los estridentes aspavientos de Dalí, desde su retiro en Port Lligat, en la bahía de Cadaqués. Y es precisamente aquí, en las estribaciones del Cap de Creus, donde reside el personaje que interviene como sujeto narrador del segundo de los libros que me tienen atrapado en estos días: "Esta bruma insensata", de Enrique Vila-Matas. Una vez más, un libro con la literatura como auténtico protagonista, donde los personajes están al servicio de un argumento marcado por el debate sobre la intertextualidad. Obras que se nutren de las citas, los paralelismos, las estructuras, de otras, autores que viven atrapados en un complejo artificio de vivencias personales alimentadas por el flujo de una ansiedad creativa que no conoce grilletes. Vila-Matas vuelve de nuevo a concebir una historia de tensiones, metaliteraria y no exenta de suspicaces referencias políticas en un momento convulso de nuestra más reciente experiencia vital. 


martes, 13 de agosto de 2019

Madre

Todos los días son trece de agosto cuando se trata de ella. Las fechas son una mera excusa cuando uno lleva a alguien tan adentro que el hecho de que su tiempo físico haya terminado no empequeñece la sensación de que, de alguna u otra forma, no se ha marchado del todo. Para Elías Canetti, la muerte es enemigo que hay que combatir, llamada de atención que es imprudente ignorar, cuando todo alrededor de la vida tiene a aquella como punto de fuga. "Cuando se trata de los muertos, de lo que les ocurre, siento una rabia inmisericorde", afirma en su ensayo "El libro contra la muerte". Para mí, la muerte del ser querido es asimilable a una caminata en silencio, en la que solo tú -el vivo- protagonizas un monólogo insistente cuyos acordes se van perdiendo lentamente entre los compases de la bruma. Ya hace trece años que su voz dejó de escucharse, que un sólido baluarte de mármol nos separa. Mis creencias me dicen que la vida no se agota, que solo las venas interrumpen su pulso, que la conciencia se yergue y emprende un nuevo periplo en pos del alba. En palabras de Emily Dickinson, "Debe ser un poder de Mariposa / la aptitud de volar/ prados de Majestad trae consigo / y fáciles Viajes por el Cielo". Visitar su tumba tiene pues el sentido de aferrarse al tuétano de los huesos, buscar un consuelo junto al inmovilismo de sus despojos.  Pero, hasta para los más escépticos, la muerte lleva adherido un componente de esperanza. Hoy, ella ya no responde, y entre su mundo y el mío, se abre un tajo de inusitada impotencia que apela a la finitud de los sentidos, al rostro más esquivo de los elementos. La muerte como desnudez, la muerte del otro, que apunta Lévinas, se hace aquí palpable, y ella, más lejana, distanciándose poco a poco en el tira y afloja que para uno supone continuar escribiendo su propia historia. De la partida de aquellos que nos rodean, apenas compartimos el duelo, la densidad de los espacios en blanco, lo absurdo del final, con su catarata de preguntas. Mis convicciones me empujan a pensar que la frialdad solo pertenece al sepulcro, que algo viable nos sobrevive, que ella ya participa, "pasajera del infinito", de ese folio en blanco que ahora nos está vedado. 
Cecilia Flores Rico (1922-2006)
Foto Javier, hacia 1967

jueves, 8 de agosto de 2019

Laberintos

Llevo años obsesionándome con el tiempo, nunca mejor dicho. Con la edad, con la enredadera de los meses y los misterios del calendario, lleno de días en blanco, amenazadores y audaces a la vez, como folios aguardando apropiarse del germen cobalto que bulle en la yema de los dedos y alimenta la tinta. El tiempo es cruel por muchos motivos, pero también es tronco al que aferrar esa esperanza residual que mantiene encendida la llama de las ilusiones. En estos días, me vienen a la memoria las imágenes, los recuerdos, los nombres que quedaron aparcados en el camino. Los escenarios de otras épocas, aunque conserven la tramoya y el andamiaje de ayer, hoy están habitados por otros personajes, sirven a otras historias. Me pregunto qué habrá sido de tantas personas, de tantos lazos de confianza, de tantos rostros que apenas sobrevivieron al parpadeo de una cámara. La atardecida echó el cierre, archivó acaso para siempre el timbre de las voces, la intensidad de las miradas. Desde el púlpito de la edad, solo son estatuas impregnadas de sueño, pixelados rasgos que el olvido ansía engullir. Tal vez muchos de ellos también hayan reparado en mi recuerdo, preguntado por mí en los buscadores de internet, escudriñando las pistas que suministran las redes sociales. Pero al fin y al cabo, los hilos se han roto, el carmín se ha borrado en las mejillas envejecidas, la intemperie ha hecho su trabajo y el viento terminó por arrastrar las últimas esquirlas. Ahora, unos y otros, todos somos fantasmas, espectros cautivos en un caleidoscopio, evaporado el vaho de nuestra presencia en los cristales de ese universo en continua ebullición que nos empuja a continuar adelante, cada vez más conscientes de que lo único que importa es la certidumbre, lo táctil, el abrazo de aquellos que comparten nuestra travesía del mundo. 


sábado, 3 de agosto de 2019

Hay que leerlo. "Los ángeles fríos", de Rosario Troncoso. Reseña literaria.

Cuando uno se siente tan identificado con la temática y el tono de un libro de poemas, a medida que va pasando las hojas y van desperezándose los versos, la satisfacción que aporta su lectura se incrementa. Es lo que me ha sucedido con "Los ángeles fríos" (Calambur, 2019), de Rosario Troncoso. Nada más tenerlo entre las manos, lo primero que sorprende es su formato, más pequeño que el que nos tiene acostumbrado la editorial Calambur para sus libros de poesía. Sorprende, eso sí, gratamente; estamos ante un objeto que ya es bello de entrada, desde la evocadora imagen que ilustra su cubierta delantera y sirve de presentación, plena de referencias que anticipan el contenido del poemario, aunque este se halla lejos de ensoñaciones góticas o espirituales. 

A través de estos versos, Rosario nos invita a una búsqueda, a una indagación contemplativa de la propia condición humana, con el sentimiento perfectamente adherido al edificio de la palabra, esculpido con el buril de un lenguaje preciso y meditado, del que se vale para transmitir al lector sus vivencias, sus reflexiones, sus incertidumbres. Como en otros de sus libros anteriores, no rehúye la poeta el diálogo directo, el yo más inmediato. Apuntala así las heridas del tiempo, los boquetes de la edad y la indolencia de la penumbra, territorio que, no por conocido, continúa sembrando su pequeño universo de preguntas, de imágenes petrificadas que los días van amontonando en los senderos de la memoria, hilando inventarios: "Los besos remotos, la lluvia / en el anillo imprevisto. Una serie / para los dos". Las fotografías, los instantes que el recuerdo atesora, se hacen tangibles, "...a pesar del frío", como la caricia del mármol: "Que me lleve algún ángel de la guarda / bien lejos esta noche". 


Es la búsqueda de un puerto seguro, el mundo es demasiado hiriente y el silencio inspira inquietudes sin nombre, soledades teñidas del manto de la caducidad y el olvido. Se eriza el vello a bordo de poemas como "Estorninos", de especial crudeza. El destino de esos pájaros cuyo aleteo se desmorona en el vacío de la noche no es sino la metáfora de aquel que también aguarda al ser humano. Pero la autora no pretende quedarse en la mera dialéctica, pretende que el lector se empape igualmente de ese cosquilleo incómodo que es consustancial a ciertos escenarios, como el que protagoniza el poema "Efecto contagio", uno de los más certeros del libro, verdadera carga de profundidad dirigida a la conciencia, al laisser faire de quienes acostumbran a volver la cara frente a todo aquello que no es políticamente correcto o molesto. Como los versos de "Lucidez", impresionante poema que por sí solo da testimonio de la calidad del poemario, de la madurez y enorme sensibilidad de su autora. No voy a hacer spoiler. Hay que leerlo. Solo el anticipo de unos versos: "Abriremos ventanas por si vuelven las voces. / Y huellas de otras huellas en el envés de la mano".  

No toda la memoria es perdurable, las termitas del tiempo y el olvido también socavan la textura de los recuerdos.  Entonces, se hace necesario el auxilio de la certeza, aunque esté hecha de los mimbres del sueño, del creer sin haber visto. Aferrarse a las alas de ese ángel invisible que quizá nos acompaña a todos. Tras la ventana -dice la autora-, "aúlla el peligro". El abrazo que muda el frío en calor cercano puede ser ese antídoto que andamos buscando. 

domingo, 21 de julio de 2019

París 2019. Nuestro primer viaje sin Elisa

Hacía seis años de mi última visita a París. Aquella estancia, breve, lo fue por motivos de trabajo, pero el recuerdo de la ciudad desde la privilegiada visión que ofrecen las ventanas de sus buhardillas, el vendaval de la música y la lectura de Rayuela, sirvieron para poner en pie mis "Escenarios", que verían la luz al año siguiente, de la mano de Ediciones Vitruvio. Pasado el tiempo, queríamos huir de la vorágine del turismo, de lo convencional, de los lugares y las aglomeraciones que nada aportan más allá de la tópica impresión de una fotografía para compartir en las redes. Este sería, sin embargo, el primer viaje sin el preciado asesoramiento de nuestra inolvidable amiga Elisa, que nos dejó para siempre en las postrimerías de la primavera, en silencio, sin hacer ruido, convirtiéndose en protagonista de un viaje sin retorno hacia un destino que, sin duda, con ese ángel que la caracterizaba, habrá sabido recompensar el aluvión de todo su buen hacer mientras estuvo al frente de esa puerta a la felicidad que era su pequeña agencia, en las estimaciones de El Rodeo, en un Cáceres necesitado de personas como ella. Y hago mías las palabras de Alonso de la Torre en su estupendo artículo, recientemente publicado en el Diario Hoy, donde también se hace eco de su partida: https://www.hoy.es/extremadura/elisa-vendia-felicidad-20190712002648-ntvo.html

Quizá este París de 2019 no fuera el de Cortázar, sino el de Modiano, un escritor que, galardonado con el Premio Nobel de Literatura -precisamente en 2014, cuando se publicaba "Escenarios"- sabe apurar como nadie cada esquina, cada enclave de lo cotidiano de esa ciudad que está por encima de lo tangible, que atesora enésimas historias en su vientre. Concita el autor francés, a la par, incondicionales y detractores, pero lo que no cabe discutir es su conocimiento de la calle, de la respiración que late a medida de la geografía del asfalto, con sus personajes de rostros pixelados, sus nombres sometidos al azote del tiempo. Uno se pierde en los pasillos del metro, recorre anónimo los bulevares, asciende hasta casi perder el resuello las escaleras que conducen hasta la cima de la Butte Montmartre. 


De Cortázar quedan sus reflejos, suspirando sobre los puentes, como aquel donde Pierre Curie se dejó su último aliento, en las proximidades de la Rue Nevers, y su tumba, no fácil de localizar, en el Cementerio de Montparnasse, no muy lejos de la de aquel poeta que fuera capaz de anticiparse a su destino para saber que su idilio con la eternidad comenzaría también bajo la mirada de las gárgolas de una Notre Dame, hoy herida en sus nervaduras, con los pulmones asfixiados. Reconocible la última morada de César Vallejo por la bandera peruana que sus compatriotas han colocado sobre la lápida, inolvidables sus versos...


Tumba de Julio Cortázar, en el cementerio de Montparnasse


Tumba de César Vallejo, en el cementerio de Montparnasse


Los puentes de París y la impronta de Cortázar


Notre Dame, rodeada de grúas y vestida de andamios

Y entretanto, celebro la multiculturalidad que impregna los parques y las avenidas de la urbe, que tiñe de matices los vagones del metropolitano, con sus voces y rostros distintos, aquellos en los que se refleja el carácter unívoco del ser humano, aboliendo distingos y absurdos prejuicios. En lo más alto, donde el funicular de Saint Pierre desemboca junto a la basílica del Sacré Coeur y se atisban los contrastes de la Place du Tertre, perviven los ecos difuminados de los viejos artistas, los que un día hicieron de estas calles el itinerario de su inspiración atormentada. 


El columpio de Renoir


Cabaret "Au Lapin Agile"


Los artistas, en Place du Tertre


Estudio de Suzanne Valadon, en Montmartre










sábado, 29 de junio de 2019

Tiempo de prematuras ausencias. Sin tregua frente al olvido

No ha sido este semestre una época propicia para los poetas, y especialmente, para aquellos que venían moviéndose en esa franja arriesgada que va desde los cincuenta a los sesenta, cuando uno ya cree saber de todo y estar de vuelta de muchas cosas y en realidad quizá sea justamente lo contrario. Algo así como un ecuador que no es propiamente tal y que quizá sea más bien punto de partida de una nueva forma de entender e interpretar el mundo que nos rodea, con la experiencia acumulada como código imprescindible. Estos años esconden el peligro de la confianza, del laisser faire, como si los rostros indeseables de la vida aún nos fueran ajenos. Pero estamos muy equivocados. La vida no interrumpe el lanzamiento de sus cargas de profundidad, maneja el azar con mano diestra, sin hacer distingos. Y nosotros, ingenuos, nos sorprendemos cuando las noticias se saltan los cánones de lo razonable y las detonaciones se producen a pocos metros. Ayer, ese universo paralelo que es Facebook hacía correr la información de que el escritor, editor y agitador cultural Julián Rodríguez Marcos había fallecido. Solo tenía cincuenta años, se encontraba en los albores de esa pasarela de funambulista por la que otros muchos andamos transitando. Dicen que tras el apagado de las funciones corporales, la conciencia experimenta fases insondables en las que, como una película, toda tu vida desfila en el vacío durante unos instantes, ya sin tiempo de reloj. Algo así me pasó cuando recordé aquellas secuencias de los ochenta, cuando Julián regentaba "La Torre de Babel" en Cáceres, auténtico buque insignia de la inquietud cultural que se extendía por la ciudad en esos años. A excepción de "La Machacona", ningún otro local había sabido concentrar tan certeramente el espíritu de los creadores y la vanguardia de una población de provincias que iba curtiéndose a la par que su universidad se hacía adulta. Entonces uno sí era de verdad joven, ignorante del sentido del ridículo, con arrojos suficientes para encarar cualquier empresa o iniciativa. Especialmente recuerdo el año de 1988, cuando Julián, que junto a su hermano Javier había explorado ya el mundo de los fanzines, apostaba por la idea de crear el que tal vez fuera su primer sello editorial, que se llamó "La Hidra Ediciones", y a cuyo amparo se publicaría, en colección a la que bautizó como "Zigurat", uno de mis primeros poemarios, "Autoconfesiones", edición que estuvo a cuidado del propio Julián y que se compuso de cien ejemplares numerados a mano por el propio autor, de los cuales, los veinticinco primeros llevaban además un grabado de la artista Fátima Gibello. 





Portada, contraportada y colofón de "Autoconfesiones"
publicado por Julián Rodríguez en 1988

Ambicioso proyecto para unos tiempos difíciles, que terminó no cuajando, pero del que dan testimonio la memoria y todo lo que vino después, pues el editor supo crecer y también el escritor que le habitaba. Sus muchas obras y el gran "zigurat" que supuso Periférica no necesitan más comentarios para dar fe de cuanto decimos. Nunca se desvinculó Julián de su provincia, de su pueblo, continuó muy vinculado a ellos, sin dejarse fagocitar por la capital. La última vez que le vi fue precisamente a bordo de ese tren que vive en la incertidumbre, en ese entresuelo de la estación de Atocha desde donde embarcan los viajeros de la llamada media distancia. Crucé unas palabras con él ya en el vagón, y se bajó también en Cáceres, después de la consabida travesía de más de cuatro horas. Ahora me entero de que su luz se ha apagado. Y con ella, sin duda, tantas cosas, porque el tiempo interrumpido le reservaba quizá muchos folios en blanco, muchos autores por publicar, muchos viajes a Extremadura... 


Dedicatoria autógrafa de Julián Rodríguez para el libro "La sombra y la penumbra"

Pero es que también a otros, como Rosa Perona o Antonio Cabrera, le quedaban apenas unos pocos capítulos por entregar, otras tantas sonrisas por compartir, muchos versos y un torrente de vida que aún no acertamos a aceptar que hayan quedado truncados a bordo de un post de Facebook, una mañana cualquiera. De lo de Rosa aún no he conseguido recuperarme. Sus silencios se volvieron contra ella en una primavera aciaga, clausurando las mirillas e impidiendo el paso de esa luz que hasta entonces había hecho brillar con intenso fulgor sus pupilas siempre vitalistas y henchidas de ese desbocado positivismo que exudaban sus poros. 


Dedicatoria autógrafa de Rosa Perona para su primer libro, "La voz del silencio"

Entretanto, otra amiga cercana se difuminaba igualmente en el mismo mar. Hace hoy exactamente un mes. De verdad, hay dolencias de las que uno prefiere no pronunciar su nombre, pero que cuando te miran a los ojos no cejan hasta dejarte sin resuello. La muerte es algo que debemos aceptar, tan cotidiano como el sueño o el hambre, pero la Parca carece de sentimientos, no se deja sobornar por la compasión ni modera su zarpazo en atención a la edad de sus elegidos. En todo caso, no podemos dejar que su cómplice, el olvido, termine la faena. Mil veces lo he repetido y ahora, todavía más vivas han de resonar mis palabras: 

"No hay peor enemigo que el olvido. 
Más certera su daga que la propia muerte". 

viernes, 14 de junio de 2019

Cómplices del sentimiento. Inolvidable semana de presentaciones

Todavía no he conseguido poner de nuevo los pies sobre la tierra. En una semana de emociones, de satisfacciones literarias, pero también intensamente humanas, por el calor y la cercanía de tantas personas que comparten y siguen tu trabajo y el afán de continuar transitando por los no siempre dóciles terrenos de la literatura. No me corresponde a mí reseñar ni hacer loa de lo sucedido el lunes, cuando se presentó "La complicidad de los amantes", en Cáceres, en el salón de actos del Ateneo, vestidos los poemas con la envoltura de la música y la magia del teatro, de la escenografía y la imagen. Creo que solo debo limitarme a dar las gracias, a expresar la satisfacción que me ha producido comprobar tanta mirada, tantas palabras de complicidad y adhesión, de mestizaje incluso, con el contenido de los versos y su carga de sentimientos. Y es que tuve la oportunidad de compartir escenario con dos artistas de puro lujo, como mi amiga y excelente soprano Ana Peromingo y el extraordinario pianista José Luis Porras, al que ha sido una gozada conocer y disfrutar. Desde el principio, fueron permeables a la propuesta de un programa musical nada fácil, plagado de estilos muy dispares. Todo en ellos fueron facilidades, sugerencias para mejorar el diseño inicial de la velada, a la búsqueda de aquellas opciones que permitieran hacer las secuencias poéticas y musicales más ágiles, más accesibles a un público tan variopinto como el que llenó por completo el salón de actos del Palacio de Camarena, un lunes perdido en el calendario, en pleno mes de junio. Junto a ellos tengo necesariamente que mencionar al profesor y poeta Hilario Jiménez Gómez, que no por más amigo, que lo es, y mucho, se dejó la piel sobre las tablas para hacer más accesible a los presentes el contenido de mi obra. Y lo hizo de tal forma que no me salen calificativos. 



Elenco del recital poético-musical "La complicidad de los amantes"


Intervención del profesor y poeta Hilario Jiménez



La soprano, Ana Peromingo


José Luis Porras, Ana Peromingo y el autor, durante la lectura

Me complace ver hasta qué punto está gustando "La complicidad de los amantes", que no es un libro fácil, pero sí muy variado, nada monótono, plagado de guiños. Seguiremos dándole el recorrido que merece, dotando de cuerpo y de vida a sus poemas y a sus historias. Quizá reeditemos en Badajoz, después del verano, la experiencia vivida en Cáceres. Y mis versos estarán allí donde sean bienvenidos, sin desdeñar la connivencia con otros autores y otras formas de vivir la poesía. Me encantará formar parte de aquellos proyectos que hagan de la palabra su estandarte. Entretanto, el destino natural de todo libro es el de ser leído y mi agradecimiento también quiero hacerlo extensivo a cuantos han querido destinar una parte de su tiempo haciéndose cómplices de mis poemas, convirtiéndolos de alguna forma también en algo suyo. Para ellos vaya toda mi gratitud. 

Finalizábamos ayer la temporada literaria con una nueva presentación en el Palacio de la Isla. Era el turno de "Las regiones de la melancolía", de mi querido compañero y amigo José Antonio Patrocinio. Al éxito que cosechara en Badajoz en el estreno de su obra, ha de añadir ahora el que obtuvo en Cáceres, rodeándose de tantos amigos expectantes de sus versos y adictos a la humanidad que destilan, la que el propio autor desborda por su poros. Ayer fue una velada para poner de manifiesto que más allá de las responsabilidades profesionales y las ataduras que conllevan, existe una vida, un algo más que a la postre es lo que verdaderamente merece la pena. 





Presentación de "Las regiones de la melancolía" en Cáceres.