domingo, 31 de agosto de 2014

Un viaje en el tiempo

Hace unos días leía en la prensa que este año, los "Coloquios Históricos" del Campo Arañuelo estarán dedicados al poeta, nacido en esa localidad, Ángel Sánchez Pascual, que fue Premio Adonais 1975. Hacía años que no había vuelto a oír hablar de él y me sorprendió reencontrarle después de tanto tiempo. Sin querer me vi de regreso a la década de los ochenta del pasado siglo, cuando desempeñó un papel sin duda relevante en el bullicioso jardín de la cultura cacereña de la época, en un momento en el que como si de una conjunción planetaria se tratase, coincidieron en la ciudad personas que darían un empuje a las letras, a las artes, a la cultura en general, que ha llegado hasta nuestros días. Eran los tiempos de Juan Manuel Rozas, Ricardo Senabre y otros muchos insustituibles talentos que impartían su magisterio desde la antigua Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura, cuando sus aulas estaban ubicadas en las dependencias del que hoy conocemos como Edificio Valhondo.


Ángel Sánchez Pascual 
(FOTOGRAFÍA procedente del DIARIO HOY)

Yo nunca estudié allí, mis correrías universitarias discurrieron por los senderos del Adarve, por los pasillos y las salas de aquel enjambre de arquitectura industrial que era el Palacio de la Generala, donde se encontraba la Facultad de Derecho. Pese a ello, quien por aquellos días de efervescencia tonteaba con los ilusionantes recovecos de la palabra poética, siempre miró hacia aquella otra Facultad con admiración y quizá también con algo de tristeza por la experiencia única que tuvo que suponer ser alumno de aquellos inolvidables maestros y buena prueba de ello es la generación de autores que llegaron a fraguarse en sus aulas. No quiero decir que los días en La Generala no fueran memorables, porque indiscutiblemente lo fueron, y de hecho, no me importaba cerrar ahora mismo los ojos y verme de nuevo en uno de los pupitres de la mastodóntica Aula 1 donde profesores ya desaparecidos como Manuel Veiga u Óscar García Almeida trataban de hacer comprender a una ingente promoción recién aterrizada en la universidad qué tenía de especial el Derecho Romano o por qué son tan necesarias las normas para armonizar la convivencia, infundiéndoles el amor y el respeto por todos esos derechos que son esenciales al ser humano.


Alumnos de la X Promoción de la Facultad de Derecho de Cáceres, posan en la puerta del Palacio de la Generala en el XXV aniversario del inicio de sus estudios (2008)

Pero, volvamos a Ángel Sánchez, con el que comenzábamos este viaje en el tiempo. Su recuerdo me transporta hasta una tarde, allá por febrero de 1983, en que un jovenzuelo inexperto y desbocado, con su primer libro de poemas bajo el brazo, se plantaba en el despacho que por entonces ocupaba el poeta moralo en el Complejo San Francisco de Cáceres, sede de la Institución Cultural "El Brocense". Fue aquello como un cambio de cromos, una incursión sin cita previa en el universo adulto de las letras, al que desde luego no pertenecía aún la palabra de ese joven, a quien el cuento de La Lechera le zumbaba en los oídos. Poemario por poemario, dedicatorias, manos entrelazadas en cariñoso saludo, sensación de haber abierto un portillo desde el cual todo parecía que podía verse de otro modo. 

Eran los tiempos de la legendaria Aula Literaria por la que prácticamente pasaron gran parte de los que hoy, desde Cáceres, han sentado cátedra en el difícil, tortuoso, y no pocas veces ingrato escenario del verso. Con magistral ironía, uno de aquellos protagonistas, Santos Domínguez Ramos, se hacía eco de esos tiempos y de ese viaje iniciático en su libro "Memorial de un testigo", que publicaba la Editora Regional de Extremadura en sus Ensayos Literarios, allá por 2002. Como decía el autor, "alguien debía hacer el relato de esa realidad intrahistórica", y el libro se convierte en sí mismo en un homenaje a quienes hicieron posible que tantas semillas diseminadas en terreno fértil y deseosas de dar fruto efectivamente germinasen y asentaran con fuerza y autoridad sus raíces, desafiando los caprichosos y cambiantes envites de un momento convulso en la inminencia del nuevo milenio. 


¿Qué pudo pensar aquel joven, inmerso en esa espiral de creadores que eran ya más que abocetadas promesas? Ilusión, toda la ilusión al principio. Se trataba de crecer, de continuar subiendo peldaños, no importaba más que la palabra, la que se escribía limpia y desnuda, codo a codo con la misma vida, con las energías de una edad en la que ninguna empresa se antojaba imposible.  Algunos años después, un lustro apenas, el recuerdo me devuelve la borrosa imagen de Ángel Sánchez, por entonces Presidente de la Asociación de Escritores Extremeños, en el Salón de Actos de la Biblioteca Pública de Cáceres, antes de que la remodelación posterior borrase las huellas de tantas jornadas de estudio y silencio de aquellos estudiantes de los ochenta. Era el estreno de un libro y en la mesa volvía a coincidir con el joven que una tarde ya del pasado se le había presentado con su primer poemario. Ahora el discurso era para sus versos, y ellos eran los protagonistas de la velada. 


No volví a verle después. Supe que se había marchado de España, no sé si volvió alguna vez por Cáceres. Tampoco le pude leer más allá de las "Epopeyas ínfimas" que Cuadernos KYLIX publicara en 1987 y que otro "ángel" de la poesía me prestó (pues se lo dedicó a él), y finalmente se acostumbró a mi biblioteca. Pero ésta es ya otra historia, otro escenario.


Ahora, después de tantos años, que se han ido marchando sin pedir permiso, se diría que con prisas, mientras escucho a Mahler, me dejo abrazar por la absorbente melodía del silencio, quizá alienado en mi particular odisea a la búsqueda de una Itaca que no figura en los mapas. Qué sensación de profunda e íntima libertad para quien a menudo siente que le falta el aire, que el verso se le atora en la garganta, insoportable lastre que tinta los dedos con la brea del desencanto.  








jueves, 14 de agosto de 2014

Bajo el sol de Huelva. En tierras de Platero

Estar de vuelta. En una tierra que pertenece al acervo de lo vivido. Reconocer los reflejos del agua, la danza del viento meciendo las palmeras, el brillo de los blancos bajo el sol de agosto en las fachadas. En definitiva la luz, esa luz que se infiltra bajo la piel, que mantiene intacta la memoria de las cosas, cercano el aroma de los versos que un día se escribieron, tocados de su caricia. La tierra de Huelva. Con sus contrastes, allí donde convergen los ríos Tinto y Odiel, junto a la Punta del Sebo, donde sigue respirándose su vocación atlántica, hecha escultura de la gubia de la americana Miss Whitney.  Regreso a estos escenarios y anhelo dejarme llevar, aunque solo sea por unas horas, buceando entre los recuerdos de aquel fragmento de mi propia existencia que a ellos pertenece, herencia de un tiempo que ahora es trino adolescente. 


Huelva. Monumento a Colón

Navegando ría arriba, sorteando los esteros y las marismas, retomar las estribaciones monásticas de La Rábida, con su impronta colombina y franciscana, la película todavía vívida de la historia, presente en salas y claustros, el oasis multicolor de geranios y petunias, el amarillo del albero bajo las pisadas, siempre centinela el agua, desordenada en la amalgama del estuario.  




Monasterio de La Rábida. Fachada y Claustros

Más adentro, apagados los ecos del descubrimiento, el aire se llena de reminiscencias poéticas en las calles y la campiña de la juanramoniana Moguer, la cuna de Platero. Limpio el cielo, azul, el mismo que alimentara la imaginación del poeta. En su casa, donde vivió todos sus sueños de infancia y adolescencia, los enseres y las pertenencias de Zenobia y del propio Juan Ramón devuelven al visitante a ese universo que ambos compartieron, con sus luces y sus sombras, con sus palabras y la siempre fiel compañía de sus libros, incluso en los difíciles momentos del exilio, cuando también ellos tuvieron que sortear las procelosas ondas del océano hasta alcanzar la hospitalaria América. 


Telegrama de concesión del Premio Nobel de Literatura


Objetos personales. Libro dedicado por Vicente Aleixandre


Distribuidor de la casa 


Biblioteca


Despacho

Una luz de otra parte en una nube
 (J.R.J.)

Intuye el poeta los vaivenes de su vida, la mudanza de la luna, brillante y plateada sobre la campiña onubense, brumosa y acaso ajena al otro lado del mar. Y en la garganta, ese nudo de amargos filos, España, como un toro desorientado y huidizo en los pinares. Resonando en la memoria, el trote infantil de Platero, revoloteando entre la grama, inmortal, eterno. 


Primera Edición de Platero y yo, 1914

domingo, 10 de agosto de 2014

Lecturas de verano

Que el verano es uno de los mejores momentos para disfrutar de los libros es algo que no ofrece controversia. Con los que se han acumulado en mi biblioteca en los últimos tiempos, es difícil, a pesar de las bendiciones del tiempo libre, tener un hueco para todos, especialmente cuando uno está invirtiendo no pocas horas ante la pantalla, al cuidado del teléfono y el correo, para ir organizando y planificando la próxima temporada en el Aula de la Palabra de la Asociación Cultural Norbanova. Es un placer sin embargo contactar directamente con los autores de las obras que tienes encima de la mesa, su cercanía te impulsa a acercarte a ellas con mayor interés si cabe. En unos meses ese contacto será personal, la lectura se disfrutará desde los propios labios del escritor, la conversación dará paso a un conocimiento más próximo de sus claves, de su propia personalidad, humana y literaria. 

De vuelta de tierras irlandesas, tenía que recuperar la lectura de autores nativos de aquellas latitudes, al menos para situarme en ellas de nuevo con vistas a la recreación poética de algunos espacios, lugares y momentos que me resultaron cautivadores e inolvidables. La compañía de James Joyce y sus Dublineses me han tenido absorbido durante unos días, sumergiéndome otra vez en las bulliciosas arterias de Dublín y acercándome a sus gentes, sus costumbres, el sabor inconfundible de su cerveza negra y la música de sus pubs. De algún modo estará presente Irlanda en mis próximos proyectos y en gran medida también será a raíz de la lectura (o mejor, reencuentro), con los poemas de W.B. Yeats, que con gran esfuerzo he tratado de realizar en su lengua original, evitando en lo posible la inevitable distorsión de las traducciones.


No quedará muy lejos el océano y las corrientes que desde las islas británicas empujaron tantos barcos hacia esa tierra prometida del otro lado, hacia la codiciada América de la emigración, donde empezar desde cero. Acabo de subirme en uno de ellos junto al Conde Vogelstein, camino de Nueva York, con Henry James como cicerone, de regreso a un tiempo ya lejano, pero evocador sin duda, evasión que pretende desconectar de las turbulencias de este otro que nos ha tocado vivir y que nos sobresalta cada día a golpe de delirante telediario. Y para Fugas, igualmente recomendable es el librito que mis amigos de la Asociación Cultural "Letras Cascabeleras" de Cáceres, acaba de publicar en su colección de poesía. Interesante poemario que obtuvo el segundo premio en el certamen poético que convocó no hace mucho dicha Asociación y que es obra del poeta argentino José Luis Frasinetti. 

             

Estos días he tenido la oportunidad de contactar de nuevo, por ejemplo, con amigos como Jesús García Calderón, que hace unos años nos regalaba aquellos preciosos poemas de "El asombro escondido", para el número 2 de la Colección de Poesía de Norbanova. Una gozada disfrutar ahora de "Las visitas de Caronte", su nuevo libro que publica "La isla de Siltolá", en la Colección Tierra. Magnífico poemario, profundo, pero cercano, con ese lenguaje exquisito que caracteriza a un poeta que continúa buceando por senderos trascendentales de la existencia a través de poemas memorables como "Una breve postal desde la vida""Tránsito" o "Sueño de los abrazos", por recordar solo alguna de estas pequeñas joyas que conforman la obra. Mi enhorabuena para Jesús por este libro imprescindible. 

 

Con la mirada puesta en los meses que se nos vienen encima y en la nueva temporada que pronto comenzará, no puedo terminar esta breve crónica sin recomendar las obras de los tres primeros autores que han confirmado su participación en el Aula de la Palabra de este año. En octubre, Luis Alberto de Cuenca presentará "Cuaderno de vacaciones", editado por Visor,  un poemario que recoge ochenta y cinco poemas escritos en su mayoría en épocas como ésta de verano, durante los años 2009 a 2012.  Otra vez poesía de altura, la vida, la existencia, el tiempo, con la sabiduría y oficio de un autor que no necesita presentación.  Muy distinto es "Aire del tiempo", que nace de la pluma de la esposa del propio Luis Alberto, y cacereña de nacimiento, Alicia Mariño Espuelas. Su incursión en el estilo sencillo, pero a la vez, sumamente complicado del haiku nos ofrece un vendaval de versos cuya frescura y creatividad sorprenden sin duda al lector que terminará rendido a ellos, y también a la cuidada edición a la que ya nos tiene acostumbrados la editorial Los Versos de Cordelia.  

                      

Completamente en otro universo, "Ácido almíbar", de Rafael Soler, poeta que nos visitará en noviembre, transporta desde la sobria presencia de la colección "Baños del Carmen", de Ediciones Vitruvio, a una forma diferente de hacer poesía, visceral, directa, muy siglo veintiuno. Poemas que no dejan indiferente, ironía y arietes de realidad que apuntan de lleno a la sensibilidad del lector, que le hacen cómplice frente a la descarnada opacidad del mundo que le rodea. Títulos como "Donde de nuevo nace todo",  "No hables jamás de tu naufragio", "Puedes dispararte en la cabeza", ya sugieren la densidad de un poemario inolvidable.