sábado, 25 de abril de 2020

Perspectiva de género en Virginia Woolf

Acabo de leer "Un cuarto propio" de Virginia Woolf. El texto, escrito en el primer tercio del siglo XX, es un exponente de lo que hoy se conoce como "perspectiva de género", por cuanto sus reflexiones sobre la condición de la mujer y la problemática de las diferencias entre los sexos se adelantan a la interpretación que posteriormente ha ido consagrándose y que propugna la necesidad de superar las diferencias y desigualdades sociales entre hombres y mujeres, para reconocer que una cosa es la diferencia puramente biológica y otra son las ideas, convenciones sociales, elementos culturales que se han construido a lo largo del tiempo sobre la base de tales connotaciones sexuales diversas. El planteamiento de Virginia Woolf, a la búsqueda de material para elaborar un ensayo acerca de "Las mujeres y la novela", examina cuál ha sido la posición de la mujer desde la perspectiva de la creación literaria tomando como punto de partida sus referentes masculinos, así como la incidencia y evolución de la sociedad y de los pensadores, escritores, políticos, ¡todos hombres! El feminismo de Virginia Woolf surge como fruto de la indignación ante el tratamiento secular que hacia la mujer se ha venido dispensando, creando estereotipos que a la postre terminaron por cercenar su libertad, su capacidad de desarrollo intelectual y  de creación, al instaurar toda una serie de condicionantes culturales y sociales que en definitiva solo contribuían a su silencio y a su sumisión, haciendo del elemento sexo un muro las más de las veces infranqueable. Pero, con el trasfondo de la literatura y el largo camino de la mujer para vencer "las influencias de la sala común", el planteamiento de Virginia Woolf, no exento de crítica, anticipa las actuales interpretaciones que exceden de la diferencia entre los sexos y procuran una concepción integradora: "toda la mente debe estar abierta de par en par", y así, "es fatal para el que escribe pensar en su sexo". Resultará así absurdo e innecesariamente tendente a encasillar de principio la creación hablar de literatura de hombres o mujeres, o concebida por y para unos y otras. La superación de cuantos escollos han alimentado durante siglos la desigualdad y han contribuido a la preeminencia de un sexo sobre el otro generando formas de pensar y modos de actuar que en muchas ocasiones terminarán desembocando en actitudes de coacción y violencia, parte precisamente de ese reconocimiento de la realidad social igualitaria de ambos, algo que Virginia Woolf desde la literatura ya trazaba magistralmente a finales de los años veinte, cuando se escribió "Un cuarto propio", y en unos momentos en que comenzaban a proliferar movimientos e ideas que auguraban precisamente todo lo contrario.  Asumir hoy su pensamiento es reafirmar cuál debe ser el camino por el que ha de conducirse la sociedad y ayudará a vencer atávicos escenarios de conflicto.  


martes, 21 de abril de 2020

Baja la Virgen de la Montaña: Recuerdos familiares

Completo hoy las crónicas familiares que iniciara la pasada Semana Santa con el relato de los vínculos que tanto por vía paterna como materna me unen a la Cofradía de la Virgen de la Montaña, Patrona de Cáceres, y cuanto de ello se deriva. Dicen que uno es lo que ha aprendido, lo que ha vivido y experimentado en su entorno más cercano e íntimo. Cierto es que la vida se conduce por caminos que no pocas veces distorsionan esa experiencia inicial, que es frecuente que los avatares del itinerario hacia la madurez supongan dejar a un lado costumbres, ritos, personas y hasta ciudades. Lo que ayer marcó nuestra cotidianidad, hoy puede ser tan solo un recuerdo borroso o un conjunto de arrugadas fotografías con rostros y lugares quizá no reconocibles.  Pero no ha sido esto último lo ocurrido, al menos conmigo, y buen ejemplo de ello es precisamente la subsistencia de aquellos lazos que quienes nos precedieron habían establecido con una ciudad y unas tradiciones que luego generaciones posteriores hemos llegado a interiorizar y de este modo, pasar a formar parte de ellas, sin perjuicio de los vaivenes y turbulencias con que el paso del tiempo ha ido modelando la sociedad y su forma de interpretar la vida. 

Llevo asistiendo a la bajada de la Patrona desde aquellos años de colegio en que tenía que pedir permiso para salir esa tarde un poco antes de clase para poder acompañar a mi madre hasta la Montaña. Allí esperaba ya mi padre, bajo el arco de entrada a la galería de la ermita, apenas iniciado unos metros el peregrinaje de la Virgen. Aún recuerdo el cariño de ilustres hermanos, ya desaparecidos, que compartían con él el oficio de disciplinar el cortejo hasta su jubilosa recepción en Santa María, bajo un Arco de la Estrella ya adormecido, sobresaltado de súbito por el estertor de los tambores. Años y años, crecer y crecer, y hacerlo hasta poder acomodar el hombro bajo los varales de esa imagen pequeñita, de rostro generoso y aniñado, talla que, para quienes así lo creemos, trasciende más allá de la madera de que está hecha, encarnando la promesa y la esperanza de que, quienes antes cargaron con ella, nos acompañan todavía, Montaña abajo, presentes siempre, en el proceloso océano de la fe. 


Bajada de la Virgen de la Montaña en 1973. Aún sin el hábito de la Cofradía, pero ya portando la medalla, escoltan a uno sus padres, Cecilia Flores y Juan José Gómez Rico. 

Históricos cofrades en la bajada de la Virgen. De izquierda a derecha, Fausto Picapiedra, Juan José Gómez y Ruperto Flores Rico, entonces directivo (hacia 1973). 

Es dos mil veinte y hoy no se abrirán las puertas del Santuario para celebrar el tránsito de la Patrona hasta las entrañas de Cáceres. No habrá muchedumbres que la sigan a lo largo de su recorrido ni Felisa pondrá a prueba el vigor de su garganta para proclamar el cariño a la "cacereña bonita" mientras capitanea el coro de los fieles que como una piña la secundan, aguardando el privilegiado momento de portarla, siquiera unos minutos. No celebrará la Calle de Caleros su cincuentenario como Hermana de Honor de la Real Cofradía recibiendo una vez más a la Patrona. Deberá aguardar todo hasta que las circunstancias sean verdaderamente favorables y permitan con seguridad que el torrente de almas que la acompaña pueda hacerlo sin temor a la dentellada de este virus que nos ha cambiado el mundo.
Entretanto, uno recuerda sus horas en compañía de la Virgen,  con el apoyo y cariño de sus hermanos. Los que lo fueron desde la familia, los que se convirtieron en familia en la solidaridad de la carga, celebrando reencontrarse año tras año. En mi caso, estos días vienen repletos de recuerdos de momentos que constituyeron un honor y que aún duelen, por quienes no pudieron disfrutarlos. Hace unos días, el 18 de abril, se cumplían doce años del Pregón que tuve la oportunidad de pronunciar, aún tibio el dolor por la pérdida de mi padre, el que fuera Jefe del Turno Cuarto, y con su medalla pendiente del atril. Y muchos años más atrás (1974), en el cincuentenario de la Coronación Canónica, los Juegos Florales que conocieron mi primera alegría literaria. 


Saludo a la Reina de los Juegos Florales del Cincuentenario de la Coronación Canónica de la Virgen de la Montaña (1974), en acto celebrado en el Gran Teatro de Cáceres


Pregón del Novenario. 18 de abril de 2008. Sala Clavellinas. 

Juan José Gómez Rico, Ruperto Flores Rico, unos y otros, fieles a la Patrona, que nos enseñaron a venerarla, y en definitiva, a valorar la ciudad que nos vio nacer. Ellos ya hace tiempo que partieron, para contemplar desde otras latitudes cómo este mundo ha continuado remando a viento y marea, cómo la realidad que fue la suya es hoy bien distinta. Nuestro mejor tributo ahora es impedir que el olvido haga suya su memoria. Cambian las gentes, los hermanos de carga, la forma de celebrar todo aquello que significa la Virgen. Mas nunca podremos prescindir de quienes nos hicieron como somos, aquellos que seguro lamentarán también hoy que las puertas de la ermita permanezcan cerradas. 

Histórica fotografía correspondiente al 25 aniversario de la Coronación Canónica de la Virgen de la Montaña (1949), en la que se aprecia, en primer término, a los cofrades Sixto Fernández Borrella y Ruperto Flores Rico. El primero sería luego, años más tarde, Hermano Mayor de la Real Cofradía. Foto procedente de mi archivo, cedida por Manuela Flores, hija de Ruperto y prima del que que escribe. 


Fotografía de Juan Guerrero. 1992. La procesión de subida, con el Turno Cuarto, dirigido por Juan José Gómez (izquierda), bajo la supervisión del Hermano Mayor Sixto Fernández Borrella. 













viernes, 17 de abril de 2020

Lecturas para liberar el desasosiego

Es difícil escribir algo en estos días que no tenga que ver con el coronavirus. Desde que la epidemia se instaló entre nosotros, nuestra libertad ha quedado cercenada por efecto del miedo al contagio, por el impacto de las constantes noticias que anuncian cifras de víctimas y afectados. Hablar del "pico de la curva" se ha convertido en algo cotidiano, y en puridad, ni los responsables políticos ni los gurús de la comunidad científica se ponen de acuerdo acerca de cuándo y cómo podremos volver a interactuar con garantías. Desde el retiro forzoso que esta situación ha impuesto, y a través de la ventana que la tecnología ofrece, observo las distintas iniciativas que personas y colectivos han emprendido para dulcificar la candente realidad de la pandemia. Tienen el reconocimiento de quien, como ya dijera en una entrada anterior, prefiere mantener el silencio y la resignada contemplación de los días que van transcurriendo, cautivos del desasosiego.  Como diría Pessoa: "Hace dos días que no para de llover y que cae del cielo ceniciento y frío una lluvia de un color tal que aflige el alma"


Solo la lectura cauteriza las heridas y el embrión de cada nuevo poema huele a anestésico. Cada pérdida es una carga de profundidad que estalla entre las sienes. El miedo late enquistado en los alveolos. Vuelvo a Pessoa: "Siento el tiempo con un dolor enorme"La estética se resquebraja ante la crueldad del frío, los colores se difuminan. Aguardo en mi propio cuarto, a la manera de Virginia Woolf, interrogándome, releyendo a Emily Brontë, que vaga desorientada en medio del páramo: "Why is the sun's last ray so cold". Los poetas de hoy no han conocido la miseria, acaso sí la indiferencia. 


En para "Después del terremoto", Murakami rescata en sus relatos  el surrealismo ante la magnitud del sufrimiento humano, en este caso, a consecuencia de un terrible seísmo en tierras japonesas. No muy lejos surgió el coronavirus que ahora condiciona el argumentario del lenguaje. Oriente se ha infiltrado en nuestras vidas y hoy, todos somos hikikomoris, rehenes entre las cuatro paredes de nuestro cuarto, comunicados con el exterior a través de la red y a expensas de una decisión que mitigue la arritmia que nos ahoga. Escucho "The moon is a silver dollar", de Lawrence Welk. La vida es una novela, mezcla de emoción e incertidumbre, laberinto y suspense. 


Dichos ingredientes están presentes en la narrativa de uno de los últimos fallecidos por COVID 19, el chileno Luis Sepúlveda, al que tuve la oportunidad de conocer en noviembre de 2009 con ocasión del X Congreso de la Asociación de Escritores Extremeños que se celebró en Cáceres. Junto a sus títulos "Un viejo que leía novelas de amor" o "Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar", Sepúlveda cultivó el género de la novela policíaca, con obras como "Diario de un killer sentimental" o "Yacaré", ambas reunidas por Tusquets Editores en el volumen que entonces me pudo firmar y que conservo con especial cariño, reproduciendo a continuación esa dedicatoria en su homenaje. 



De esperanza nos hablan los siguientes versos de Gerardo Diego, pertenecientes a su libro "Cementerio Civil". A su poesía me encomiendo ahora, cuando la tarde se encamina hacia la oscuridad, cubriéndose de nubes.

"Siempre habrá algo tras la muerte.
La vida sigue lisa, unida,
y aun sin contar con otra vida
la vida en la vida revierte". 





domingo, 12 de abril de 2020

Domingo a la espera para celebrar la vida

Finaliza hoy una Semana Santa que sin duda alguna no podremos olvidar, que quedará en el recuerdo para siempre. La Resurrección de Jesucristo, que este domingo se celebra, lleva implícito en nuestro interior ese deseo de superación de la terrible tribulación a la que el mundo se está enfrentando y tantas víctimas viene repartiendo por todos los continentes. Aunque la esperanza y el ansia de recibir un liberador baño de luz están vivas en todos nosotros, resulta difícil aplacar la angustia que generan todos estos sucesos que nos rodean, aun cuando, para los creyentes, la fiesta de la Pascua representa precisamente el triunfo absoluto de la vida y la confianza de que esta terminará imponiéndose. Entretanto, transcurre una nueva mañana de retiro, a la que he querido añadir como banda sonora los acordes y la coral de la "Messa di Gloria" de Giacomo Puccini, en versión de la orquesta sinfónica y coro de Londres, dirigidos por Antonio Pappano. Mañana de tregua para un mes de abril de climatología igualmente incierta, donde las nubes van agrupándose, completando un puzzle de tonos grisáceos que anuncia una tarde acaso tormentosa. Música y lectura en la intimidad, libros para no olvidar que afuera aún aguarda un mundo que se encamina, sorteando obstáculos y dificultades, al territorio del estío.   


Días y esperas
los cerezos se duermen
vistiendo el valle.

Las cicatrices,
los rasguños del tronco,
cerrarán por fin.

Y escucharemos
el piar de los pájaros,
limpio y cercano.








viernes, 10 de abril de 2020

Mediodía de Viernes Santo. Cofradía de los Estudiantes. Cáceres

LAS SIETE PALABRAS DEL CRISTO DEL CALVARIO
 (Texto leído en la III Velada Literaria del Cristo de los Estudiantes, 28 de febrero de 2020)

Primera palabra: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”

Con el cielo nublado y un amago de lluvia en la garganta, ventoso abril de contenidos suspiros, hierve Santo Domingo la mañana de Viernes Santo. Próximo el alboroto de los preparativos, el trasiego de las imágenes, negros y blancos, oscuridad y rescoldos de luz que han sobrevivido a la madrugada. Ya está Jesús sobre su alfombra carmesí, aguardando la caricia del aire, aún acaso con los ojos abiertos. Sabe que pronto, una miríada de rostros convergerán en sus miembros doloridos, en la indefensión de sus manos y sus pies, amarrados al madero. Pero Él solo tendrá palabras para ignorar la ofensa, para clamar compasión, para abolir la ceguera y la venganza de los hombres que le han llevado hasta allí haciendo oídos sordos a su mensaje, que le han vuelto la cara, empujándole al martirio. Él se aviene a descalzarse, a despojarse de sus vestiduras para ponerse en manos de sus verdugos, y aun así, no les guarda rencor. ¡Qué mayor muestra de entrega, la de quien se somete, la de quien agacha la cabeza y acepta en sus propias carnes un destino que es el de todos!.

Segunda palabra: “Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el Paraíso”

Los cofrades conducen al Cristo fuera del templo. Desde los balcones, la gente contempla su sacrificio en silencio. Solo los acordes de la banda marcan el paso de la imagen. Al verle, alguien recuerda a sus seres queridos que ya partieron, se pregunta dónde quedó el hálito de aquellos a quienes un día abrazamos. La generosa faz del crucificado reconforta los pensamientos que asaltan al hombre desvalido, desorientado. Pero Él ya aseguró a uno de sus compañeros en el suplicio: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Alimenta su esperanza el creyente con la savia de la misericordia, la que escancia Jesús desde su atalaya en lo más alto del Calvario, en esas horas en que el mundo ha perdido la cordura y los pies se tambalean sobre la tierra. Él nos enseña que no hay que desfallecer, que la luz siempre habrá de imponerse sobre las tinieblas.



Tercera palabra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo […] Ahí tienes a tu madre”

En medio del tumulto, envuelto en un abanico de sonidos, olores y ojos extraviados, el Cristo del Calvario prosigue su itinerario, fuertemente sujeto por efecto de esos clavos que inmisericordes taladran sus extremidades, mientras solamente sus cabezas redondeadas asoman, testigos del dolor, entre los resquicios de la piel maltrecha. Inclina entonces la vista Jesús hacia la humanidad que le contempla, aún le quedan energías para un último consuelo en la orfandad de un mundo partido en dos, como el velo del Sancta Santórum, como el corazón de su Madre, hecho añicos junto al discípulo amado, allá arriba, en ese pequeño Gólgota que corona el retablo de la Iglesia del Conventual Franciscano. Quienes ahora observan el paso de los cofrades desde la balconada de la Plaza de la Concepción tienen el privilegio de mirar de frente las lastimadas carnes del Señor, quizá en lo más hondo escuchen esa última sentencia que, dirigida a su Madre, la convierte también en madre de toda aquella grey indefensa, y a nosotros, simples mortales ateridos ante la proximidad del fin, en hijos abiertos a una promesa nacida de ese torbellino amoroso que brota del madero de una Cruz ya convertida en instrumento de redención, como la sangre que se ha tornado en ese océano de pétalos de clavel que le sirve de mullida cama. 

Cuarta palabra: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿Por qué me has abandonado?

La serenidad que rezuman los rasgos de este crucificado de la escuela castellana de Gregorio Fernández no impide que, conturbado por la debilidad inherente a su condición de hombre, como cualquiera de quienes allí contemplan su agonía al pie del patíbulo, se sienta preso de la desesperación y de la impotencia. Es insoportable el daño físico que acumulan sus miembros, muchas las horas de angustia e incertidumbre. Jesús del Calvario, en la luz del mediodía que Cáceres le brinda, confundida en el pujante verdor de los árboles de la Plaza de San Juan, implora la gracia salvadora de la oración, busca el amparo del Padre que parece haberse difuminado. Acaso la multitud no escucha su ruego, contagiada del ritmo de los tambores y la estridencia de las trompetas. Pero Cristo, que comparte las flaquezas del ser humano y se siente acorralado por la furia de los elementos, necesita también el bálsamo de la confianza, el salvoconducto de una plegaria que alivie sus heridas. 


Quinta palabra: “Tengo sed”

Jesús tiene los labios secos, agrietados, se precipita sobre ellos la sangre desde las espinas que cubren su cabeza. Apenas puede articular palabra y cada vez le cuesta más llenar de aire sus pulmones en esas horas aciagas prendido de la Cruz. El cortejo enfila la Gran Vía y el golpeo de las horquillas sobre el pavimento se alterna con los sones de las marchas que interpreta la banda. Jesús pide agua, necesita humedecer su boca, cada vez más áspera y reseca. Nos mira con la misma dulzura que a aquella mujer samaritana a quien pidió de beber junto al brocal del pozo. Él ofrece sin embargo un agua que da vida, que sana a quien la recibe con humildad y confianza, que proporciona el sosiego. El Cristo del Calvario quiere hacernos partícipes de esa promesa, Él, que se duele ahora, sediento y huérfano de la compasión de quienes no le han escuchado, Él, que es agua viva. 


Sexta palabra: “Todo está cumplido”

En la Plaza Mayor, el pueblo rodea las andas del Santísimo Cristo. La humanidad entera contempla el holocausto del crucificado, cuyo destino está próximo a cumplirse. Van cerrándose sus ojos, relajándose sus miembros. La muerte se infiltra violácea en sus carnes, todo parece acabado. Pero la salvación necesita del árbol de la Cruz, Jesús tiene que ser exaltado, puesto en lo más alto, como la serpiente que levantó Moisés en el desierto, para que quienes le contemplen sean curados de sus males. Por eso, junto a la ermita de la Paz, a los pies de la Torre de Bujaco, los cofrades estiran sus brazos para alzar la imagen y aproximarla al cielo. Con entusiasmo, como una piña, aúpan al Cristo para dar testimonio de que, cumplida la escritura, inmolado el Cordero, su entrega no ha sido en balde.


Séptima palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

Apenas le queda resuello a Jesús cuando, en volandas, inicia el camino de regreso al templo sobre los gastados adoquines de la calle General Ezponda. El Vía Crucis llega a su fin, y la Cofradía, que desde sus inicios quiso hacer de su desfile penitencial el mejor exponente de ese itinerario de la Cruz, de esas estaciones de dolor, bien lo sabe. El Señor abre los ojos por última vez para ponerse en manos del Padre, para dejarse abrazar por Él, que misericordioso le abre las puertas de su reino. Arropado por la música y derrochando belleza, a hombros de sus hermanos y hermanas de carga, el Cristo del Calvario retorna por fin a Santo Domingo. Jesús, que acaba de expirar, aguarda la frialdad del sepulcro. Por la tarde, el Santo Entierro recorrerá un año más con profundo respeto las calles. Pero ya la primavera ha prendido sus brotes de esperanza y el alba, ahora dormida, aguarda su bautismo para hacerse de nuevo visible con tacto de eternidad. 


Jesús María Gómez y Flores
28 de febrero de 2020

Fotografías de Miriam A. Gómez
Semana Santa de 2012






miércoles, 8 de abril de 2020

Vínculos familiares con la Hermandad del Cristo Negro y su devoción

Desde su reaparición procesional en la Semana Santa de 1986, este año, por segunda vez, el Cristo Negro no realizará su estación de penitencia por las calles de la ciudad monumental de Cáceres. Si en 2008 el motivo fue la climatología adversa, procediendo la Hermandad a celebrar una procesión claustral solemne por el interior de la concatedral de Santa María, en 2020, será la terrible pandemia que nos afecta y el estado de alarma decretado con el fin de evitar la propagación del coronavirus, la causa por la que, al igual que el resto de actos de la Semana Santa, también la Cofradía del Cristo Negro no podrá efectuar su desfile. Desde luego, para muchos, y quien escribe será uno de ellos, este Miércoles Santo será bien distinto, con las calles vacías y un silencio que no responderá al voto de obediencia de los cofrades, aunque más que nunca, ese voto deberá tener un verdadero y profundo significado de compromiso con todos aquellos que en estos delicados momentos están afectados por la enfermedad, ya sea como pacientes o como personal sanitario o responsable de tareas y funciones esenciales, imprescindibles para que nuestra cotidianidad no se detenga y se siga plantando batalla a este enemigo microscópico que seguro que con esa entrega y la ayuda del Santísimo Cristo conseguiremos finalmente derrotar. No se escuchará pues, esta noche, la voz del Alcalde Mayordomo a las puertas del templo: "Que salga la Hermandad del Cristo Negro, Dios lo quiere así". Hemos de comprender que en esta ocasión, su deseo es que el pueblo permanezca alerta, confinado en sus casas, que la oración sea privada pero no menos intensa que la que espontáneamente se manifiesta al paso del Crucificado. 


El Cristo Negro, preparado para iniciar su estación de penitencia, en los años en que partió de la Iglesia de San Francisco Javier

Retomando el hilo de los recuerdos familiares que sirvieron de excusa para mi anterior relato sobre el Domingo de Ramos, nuevamente habré de remontarme al siglo XIX para rescatar ahora la figura de Isidro Rico, al que se alude en la reseña que sobre el apellido "Rico" se hace en la obra "Ayuntamiento y familias cacerenses", del historiador e investigador cacereño Publio Hurtado (páginas 718-719). De Isidro Rico Jiménez se dice que fue maestro de escuela en el segundo tercio del referido siglo, mencionándose también a muchos de sus parientes, todos ellos posteriores, que se dedicaron a oficios muy diversos. Según investigaciones propias, Isidro habría sido el padre de Facundo Rico Fernández, quien casó con María Ramos Carpintero; y de su abundante descendencia, Mariano Rico Carpintero y su esposa Isabel Ojalvo Ramos, serían luego los padres de Ruperto Rico Ojalvo, este último, bisabuelo del que escribe, por partida doble, al ser padre de mis abuelas Manuela (materna) y Justa Isidra Rico Pérez (paterna), y quien según Publio Hurtado, tuvo además una hermana, Obdulia Rico Ojalvo, que fue Monja Trinitaria. 


Antigua fotografía de Ruperto Rico Ojalvo, cuyo abuelo habría sido Isidro Rico


Imagen del taller de sastrería de José Rico Pérez, hijo de Ruperto Rico, donde aparece la viuda de este y algunos de sus otros hijos y nietas

Pero, ¿por qué razón traer a colación a todos estos antepasados en una entrada sobre el Cristo Negro? Porque de acuerdo con los documentos que obran sobre su Cofradía, rescatados y analizados por quien hoy ostenta el cargo de Alcalde-Mayordomo, Alonso J.  Román Corrales Gaitán e impulsor de la recuperación de la Hermandad, la persona a que nos referíamos en primer lugar, Isidro Rico, fue precisamente uno de los últimos Mayordomos que aquella tuvo antes de que esta interrumpiera sus cultos en la segunda mitad del siglo XIX.  En su libro "Historia y curiosidades de la Santa Hermandad del Cristo Negro" publicado en 1994 (páginas 106 y 107), se cita a Isidro Rico como el Mayordomo núm. 133, indicando que lo fue durante seis años, el penúltimo antes de que recogiera el testigo Agustín Escallón, que lo fue durante aproximadamente nueve años. Por las fechas que se indican, Isidro Rico debió ocupar el cargo en torno a los años cuarenta del siglo XIX, pues aunque quizá por error de transcripción, al hablar de los efectos que tuvo la desamortización de Mendizábal sobre el Convento de Santa María de Jesús, en el año 1843 (página 45), se menciona que "por aquel entonces era Mayordomo de nuestra Hermandad Julio Rico", entendemos que el resto de los datos llevan a pensar que se trataba de Isidro, al que le sucedió, como venimos diciendo, y según el resto de la información recogida en dicho libro, Agustín Escallón (núm. 134).


Entiendo pues que son muy elevadas las probabilidades de que  aquel Isidro Rico que fue Mayordomo de la Cofradía del Cristo Negro a mediados del siglo XIX, fuera mi antepasado lejano, y en un día como hoy, parece obligado recordarle, como también a todos cuantos formaron parte de esta Hermandad desde tiempos inmemoriales, anteriores incluso al descubrimiento de América (no en vano, la Cofradía se fundó el 3 de mayo de 1490). No tengo memoria de mis abuelas, a las que no conocí, y aunque me consta que siempre fueron muy devotas y seguidoras de las tradiciones religiosas de Cáceres, desconozco lo que pudieran haber sabido de esta historia, acaso por su padre, si como vimos, debió ser nieto de Isidro. Lo cierto es que para quien lleva formando parte desde 1987 de esta Hermandad, habiendo ocupado diversos cargos en su Junta Directiva, es un verdadero honor contar con un precedente tan ilustre que vendría a enlazar las dos épocas históricas de aquella, y más aún cuando otro descendiente de Isidro, nieto a su vez de su nieto Ruperto, mi padre, Juan José Gómez Rico, sería distinguido por su devoción y fidelidad al Santo Crucifijo con el "Muñidor" en 2007, si bien a título póstumo, pues había fallecido el 15 de enero de ese mismo año, un título que sin duda alguna habría disfrutado enormemente de haberlo recibido en vida pues desde su reaparición como Cofradía, no dejó de tener presente en su vida al Santísimo Cristo, junto a sus otras dos devociones igualmente muy cacereñas, las de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Virgen de la Montaña. 


Entrega de los "Muñidores" de la Cofradía del Cristo Negro en 2007, que correspondieron a la Policía Local de Cáceres, Dña. Manolita Gaitán Bazaga y D. Juan José Gómez Rico (a título póstumo). En la foto, recogido por su nieta

Acaso en los genes de nuestra familia bullía esa impronta remota del Crucificado de Santa María y esta se fue propagando, ya en tiempos modernos, a través de sus diversas ramas, curiosamente todas vinculadas en último término al apellido Rico, pues no en vano, el también bisnieto de Manuela Flores Rico, Agustín García Trujillo, es actualmente hermano titular y ha sido directivo (y muñidor) del Cristo Negro y la nieta de aquella, Manuela Flores, fallecida en diciembre de 2019, quiso en sus últimos momentos contemplar la imagen del Santísimo Crucifijo de Santa María, antes de emprender su tránsito a la Casa del Padre. 

Esta noche no se escuchará la esquila ni el tambor destemplado hará retumbar las piedras de la ciudad antigua de Cáceres. Pero todos llevaremos al Cristo Negro en nuestro corazón, esperando que con su ayuda amaine la incertidumbre y la desdicha de esta terrible pandemia y el aire fluya de nuevo limpio y bendecido, aguardando una vez más la llama de sus hachones y el aroma de su incienso.  



martes, 7 de abril de 2020

Martes Santo de silencios interiores

El martes siempre fue un día para la reflexión, un interludio en el intenso itinerario de la Semana Santa. Momento perfecto para una audición de música de capilla o una incursión en la polifonía, con obras como Psalmi Davidis Paenitentiales, de Orlando di Lasso. Martes Santo de silencios interiores, de meditación sobre uno mismo. Se sea o no creyente, y en horas como las que vivimos, de frenética incertidumbre, parece necesario preguntarse qué podemos hacer para revertir esa indolente insolidaridad del mundo que, junto a otras circunstancias, nos ha llevado a donde hoy estamos, cómo habremos de trazar las líneas de ese futuro que vendrá después y que desde luego, no va a ser fácil. Con la Semana Santa como excusa, las imágenes del martes llaman a la penitencia, a indagar en qué podemos haber fallado. Los Cristos que hoy debieran haber desfilado en mi ciudad no se rodean de fanfarrias ni alardean de ostentosos cortejos. Enarbolan el silencio como lema e incluso desde sus propias advocaciones advierten de la necesidad de la concordia, de la humildad como salvoconducto para una reinvención de nosotros mismos. Perdón, Amparo, valores sin duda de los que la humanidad está más que necesitada.


Cristo del Perdón. Cofradía de los Ramos. Cáceres


Nazareno del Amparo. Cofradía del Amparo. Cáceres




domingo, 5 de abril de 2020

Recuerdos familiares del Domingo de Ramos

Mi bisabuelo materno, Marcos Flores Martín, falleció el 31 de mayo de 1890, en Cáceres, víctima de una tuberculosis pulmonar. Tenía cuarenta y ocho años de edad y había nacido en la localidad de Garrovillas de Alconétar. A finales del siglo XIX, esta enfermedad constituía una auténtica pandemia, en momentos en que, como los que vivimos hoy, todavía no existía una cura eficaz. Fueron miles también los afectados por este mal, que llegó a asociarse con el espíritu del romanticismo e incluso con la creatividad, habiendo sido víctimas de él conocidos artistas como el músico Fréderic Chopin o el poeta Gustavo Adolfo Bécquer, sin olvidar su huella en obras como "La Traviata" o "La Bohème". En unos días en que el mundo que conocíamos se tambalea por mor del coronavirus y reviven tantos fantasmas de otras épocas, habrá que pensar que finalmente aquellas viejas pandemias terminaron pasando y se recuperó la normalidad, no sin haber aprendido el ser humano la lección y alentarse multitud de avances científicos que poco a poco nos fueron haciendo más fuertes, pero nunca inmunes del todo a nuevas amenazas.

Volviendo a Marcos, se había trasladado a Cáceres con la esperanza de una vida mejor, y de hecho, consiguió levantar un negocio de hostelería que ejerció desde los viejos "aguaduchos" o quioscos de refrescos que se instalaron en la antigua bandeja de la Plaza Mayor,  en concreto desde los dos situados en la parte inferior, más próxima a la calle Gabriel y Galán, en la zona donde la bandeja gozaba de mayor altura por el desnivel existente, circunstancia que le permitía disponer incluso de habitaciones a modo de almacén en los bajos de dicha bandeja. A su muerte, los quioscos pasaron a dos de sus hijos, uno de los cuales sería el abuelo de quien ahora escribe. 


Imagen de la Plaza Mayor de Cáceres a finales del siglo XIX, procedente de Tarjeta Postal (Papelería Alcoyana, 1900). Se observa la parte inferior de la bandeja central, con sus escaleras para salvar el desnivel y los dos quioscos de refrescos (aguaduchos) que regentaron Marcos Flores y sus hijos. En detalle, la altura de la bandeja, que permitía habitaciones y espacio utilizable bajo su suelo. 

Han pasado años, décadas e incluso más de un siglo de todo ello. Cuántos Domingos de Ramos y cuántas celebraciones en torno al óvalo de la vieja Plaza Mayor, tan proclive a múltiples cambios de fisonomía. Tanto tiempo, que en menos de dos meses se cumplirá el centenario del nacimiento de mi padre, Juan José Gómez, que nació un 27 de mayo de 1920, cuando todavía se sufrían las secuelas de la que fue conocida como "gripe española". Él se casaría luego con una de las nietas de Marcos, la más joven de todas, Cecilia, y durante toda su vida permanecieron en Cáceres. Fue uno de los primeros hermanos de la Cofradía de los Ramos, del Cristo de la Buena Muerte y la Virgen de la Esperanza, con sede canónica en la Parroquia de San Juan, cofradía fundada en 1946, con la dirección espiritual de su cura párroco, D. Julián Macías. Conservo fotografías de la procesión conocida popularmente como "La Burrina" atravesando la Plaza Mayor en la década de los años cincuenta, en esos primeros años de la Hermandad, acompañado el paso con cientos de palmas. 




Procesión del Domingo de Ramos durante los años 50 del siglo pasado. En la primera fotografía, el segundo hermano en la fila es el padre de quien escribe este Blog, a quien vemos también cargando con el paso de "Entrada de Jesús en Jerusalén", al final del varal. 

Entonces, el corazón del recinto estaba ocupado por aquel frondoso jardín con palmeras y suelo a modo de teselas de piedra portuguesa, como el que todavía conserva la Plaza de San Juan, jardín que rodeaba el cortejo procesional, que bajaba desde la Gran Vía para retornar al templo por la calle de Pintores. 


Plaza Mayor de Cáceres a finales de los años cincuenta

Como mi padre, quise también ser Cofrade de Los Ramos, y seguir llevando al cuello su medalla, la misma que él había portado durante tantos años. No lo podré hacer en este, cuando se cumple su centenario. La tormenta que ahora nos tiene cautivos se conjuró para que en esta ocasión, los pasos procesionales se quedaran en los templos y no hubiera desfiles, ni el bullicio de la gente en las calles de nuestra ciudad. 


Difícil concebir un Domingo de Ramos sin "La Burrina", sin el alboroto propio del principio de la Semana de Pasión, sin ramas de olivo ni palmas doradas. Aún custodio la que llevé en 2015, cuando tuve el honor de pregonar la Semana Santa de Cáceres. Sirva el siguiente fragmento de aquel Pregón para no olvidar que, pese a la forzosa clausura, hoy es de nuevo Domingo de Ramos. 

"Mediodía del primer domingo, el de los nardos y las palmas, el del alborozo y las ramas de olivo, el del agua bendita. Como en volandas, un hombre transita sereno sobre un pollino, rodeado de la chiquillería, le sigue entregado todo el pueblo, desciende pausadamente, sorteando casi sus acometidas. Le vemos aparecer bajo el anguloso trazado del Arco de la Estrella. ¿Quién puede imaginar ahora el destino que le aguarda? El gozo de los cánticos no concibe la frialdad y el hosco bronce de los clavos, ni el vino que teñirá de sangre la negra aurora. Hoy todo son parabienes, desde las almenas, una ofrenda de pétalos desciende pluvial sobre su cabeza, el amarillear de las palmas ondea por los senderos del Adarve. Sea pues el aroma embriagante del olivo, largo y dulce en los labios".







Sin tu latido. Mi homenaje a Luis Eduardo Aute

Solo escuché en directo una vez a Luis Eduardo Aute. Fue en Cáceres, a comienzos de los noventa, en la Plaza Mayor, en uno de aquellos escenarios con enormes gradas que se montaban para los Festivales de Teatro. No dejaría de acercarse a Extremadura en más ocasiones, y así, en 2015, presentó en la IV Feria del Libro de Trujillo su libro "Claroscuros y otros pentimentos" (Editorial Pigmalión), y actuó en el Festival Europa Sur de Cáceres. No tuve entonces la oportunidad de verle ni disfrutar de su poesía y de su música, y no mucho tiempo después, el 8 de agosto de 2016 sufriría un infarto que marcó el comienzo de su decadencia física. Le recuerdo sin embargo en aquel extraordinario concierto de la década de los noventa, con sus energías intactas, más de dos horas de repaso de toda su trayectoria, la que había sido sin duda, la banda sonora de mi propia adolescencia y el germen de mis incursiones en el mundo de la música, guitarra en mano, siempre con sus canciones prendidas de los labios y sus acordes modelando los dedos a lo largo de sus dóciles trastes. Conservo así las dos viejas cintas de cassette de su disco "Entre amigos", grabado en el legendario concierto que ofreció en el Teatro Salamanca de Madrid, el 4 de marzo de 1983, una auténtica joya que además nos haría a muchos jóvenes como yo descubrir las voces de la llamada "Nueva trova cubana", y más en particular, a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, sin olvidar que también le acompañaron otros igualmente grandes como Joan Manuel Serrat o Teddy Bautista. Aquellas canciones tenían algo mágico y uno no paraba de querer tocarlas en unos momentos de incipiente aprendizaje, cantarlas en cualquier sitio, pero siempre con el calor de amigos y amigas que compartían el mismo entusiasmo por el lirismo de las letras y el mensaje que encerraban. Todos esos poetas/músicos me hicieron en gran medida como soy y les estaré agradecido de por vida. Eran horas y horas tarareando aquellas melodías, buscando conseguir sus discos, sus partituras. Incontables las veces que habré cantado "Al alba" en tantos sitios y con tantas compañías. En las residencias de estudiantes, con compañeros de carrera, en las mismas calles de la ciudad monumental, al atardecer, mirando al mar... Aquella canción que Aute dedicó a los seis jóvenes patriotas guatemaltecos fusilados al amanecer por el Gobierno de Ríos Montt. Y qué no decir de "Las cuatro y diez" o "Rosas en el mar", y tantas otras. Cada siguiente trabajo suyo marcaba un nuevo antes y un después, un aluvión de poemas de lo cotidiano, que conseguían atraparnos en su envolvente atmósfera. En 1984 publica "Cuerpo a Cuerpo", con temas inolvidables como "Cine, cine" o "Una de dos", y la que para mí es una de mis baladas fetiche, "Sin tu latido"


Eran tiempos de amores estrenados, de escarceos literarios, de ausencias y distancias. Nunca olvidaré la noche en que, en uno de aquellos pisos de estudiantes del Cáceres de finales de los ochenta, junto a dos amigos, entonces pareja, cantábamos esa canción evocando la falta de otra persona que completaba el círculo. No dejé de escucharle, como tampoco a Joan Manuel, Silvio o Pablo, aunque la vida surcase luego otros territorios y mudasen por completo los personajes del escenario. Aquellos discos, y otros como "Fuga", "Templo", "Nudo", sin olvidar los últimos publicados, siguieron ilustrando horas de búsqueda de la inspiración, urgiendo la necesidad de una guitarra próxima. Imagino que ahora, Luis Eduardo será un personaje más en aquel universo llamado "Vailima" que tan bellamente inauguraba su disco "Fuga". Habrá vuelto por fin a Tahití para reencontrarse con otros espíritus creativos como Paul Gauguin o compartir aventuras con Robinson Crusoe. Para nosotros, ahora huérfanos de su latido, al menos nos quedará por siempre su música, sus poemas, sus cuadros, su impronta que nos hizo ser como somos. 

Gracias, Luis Eduardo, hasta siempre. 


VAILIMA, Luis Eduardo Aute (Fuga, 1984)



viernes, 3 de abril de 2020

Viernes de Dolores, viernes de dolor...y esperanza

¡Qué extraño Viernes de Dolores, antesala de la Semana Santa! Tan lejanos ahora aquellos tiempos en que este día era el del retorno a casa, a mi ciudad, a la compañía de aquellos cuya presencia tanto anhelamos, al olor a túnica recién planchada en la alacena de mi madre. Y en la calle, un gentío creciente, con el bullicio de los locales atestados y la promesa de unas jornadas abiertas al estallido de la primavera. 

Hoy, sin embargo, no habrá viacrucis en las calles del barrio antiguo, ni la Cofradía del Cristo Negro abrirá las puertas de Santa María, avanzando su medieval cortejo entre hachones hasta la capilla de los Hermanos de la Cruz Blanca para recoger su Cruz de Guía. 

El mundo permanece cautivo de un enemigo invisible, retorciéndose convulso extramuros de nuestros hogares, con el dolor y la incertidumbre impresos en los rostros. 

Hoy, la vigilia más comprometida será la de quienes, en los hospitales, en las fuerzas de seguridad, en los transportes, en los centros de producción y distribución de alimentos, procuran que todo el engranaje continúe funcionando, que los corazones sigan latiendo, que los pulmones se llenen de aire. 

No habrá tambores ni esquilas, ni saetas al filo de la madrugada. Ese Cristo que padece prendido del madero tiembla esta noche sobre una cama de UCI, y sus cofrades son cada uno de los entregados profesionales que le acompañan y le insuflan ánimo. 

Que su aliento aleje definitivamente este mal que nos acecha.