domingo, 2 de febrero de 2014

Con Félix Grande en Madrid. Aprendiendo...

Muchas líneas se han escrito estos días a cuenta de la muerte de Félix Grande, ese grandísimo poeta que en las postrimerías de este aciago mes de enero se unía a la nómina de aquellos otros no menos ilustres que en estas últimas semanas pasaron a engrosar las implacables estadísticas de la Parca. No voy a dibujar un nuevo panegírico ni pretendo sumarme a las innúmeras necrológicas que ya se han escrito acerca de todos ellos, pero tampoco puedo resistirme a no pergeñar unas líneas en recuerdo de ese poeta cercano que se nos ha ido y de cómo tuve la oportunidad de conocerle y compartir con él apenas unas horas, hará pronto dos años, a comienzos de la primavera de 2012 en un lugar emblemático como la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid. Esta semana, comentando alguna entrada de facebook, escribía que aquel había sido uno de esos días que no podré olvidar en toda mi vida. Y es cierto. Para quien se siente pequeño en esto de la literatura, la meta ha sido siempre la de aprender, escuchar, empaparse de la palabra, las experiencias, el conocimiento, la humanidad de aquellos otros que están muchos escalones por encima. Eso mismo pude experimentar aquella tarde en Madrid, sintiéndome un intruso casi, un polizón, un qué hago yo aquí... Mi amigo, el poeta y profesor Santos Domínguez, presentaba su libro "Las alas del poema", en la capital. Un libro que había publicado la Asociación Cultural Norbanova. Tal era la justificación de mi presencia en ese lugar. Al salón de actos no acudió precisamente mucho público. Pero ellos fueron llegando y tomando asiento. Creo que Félix Grande y su mujer, Paca Aguirre, serían de los primeros. Ya estaban allí Santos y Rosalía, y quienes iban a oficiar de presentadores, los profesores Francisco García Jurado y Marta López Vilar, esta última, también poeta. No conocía a ninguno de ellos. En el vestíbulo, conversaciones incidentales sobre lo divino y lo humano mientras aguardaban la llegada de Pablo Guerrero, que venía de más lejos y tenía que hacer varios trasbordos en el metro. Entretanto, aparecieron Manuel Longares y el poeta brasileño afincado en Madrid, Marcio Catunda. También en estos preliminares, me daba tiempo a colocar los libros del catálogo de Norbanova sobre una mesa, a la entrada del salón. El fotógrafo Enrique Cidoncha tomaba algunas instantáneas. Por fin entramos. Disfrutamos. Escuchamos la voz de un poeta, de puntillas sobre los acordes de la música, entremezclada con el óleo de los pinceles, trascendiendo del tiempo y del espacio: 

Ya nada existe fuera de esta vigilia lenta,
de esta sombra tan blanca en la que languidece
con lenta disonancia
otra vez el acorde extraño del marino.

(de "Arcorde de Tristán", Las alas del Poema, Santos Domínguez)

Luego, el reflejo de la palabra se hizo comentario, compartida experiencia. Y allí surgió Félix, amigo y maestro, con la autoridad de una vida consagrada al oficio del verso, una vida plena, de las que dejan huella y tiñen de nieve el acanto de los capiteles. Recuerdo que fue una gozada escucharle, verle penetrar como un ofidio entre las palabras y las imágenes que desbordaban los poemas, iluminar con su magisterio y acendrada humanidad sus recovecos. Aprender, de nuevo, insisto, y yo, con los ojos de par en par abiertos, entregado al estallido de una voz recia, firme, poderosa, que aún resuena en mi memoria.


Para terminar, unas fotografías irrepetibles. Las del intruso, las del aprendiz, las del párvulo al que llena de orgullo posar junto a sus mayores, a quienes nunca olvidará por todo aquello que le enseñaron: el secreto de hilar palabras en los oceános del insomnio, donde el alma se cuela fugitiva por las rendijas de la imaginación y bucea más allá, en los dominios pedregosos del arte, buscando ser arte...



 Al fin he descubierto el verdadero nombre del insomnio. Pasan los siglos como mansos bueyes, los acontecimientos como caballos con la crin dura  por la velocidad. Pasan las canas en una multiplicación sistemática y clandestina. Pasa mi padre hacia donde le aguarda el suyo. Pasan todos cuantos conozco, todos aquellos que amo. Pasa la especie, donde habito. Pasa todo en silencio. 

(de "Inmortal sonata de la muerte", Puedo escribir los versos más tristes esta noche, Félix Grande)


1 comentario:

  1. ! Que lujo¡ Pero no eres un intruso y aprendiz tampoco, solo hay que leerte para ver ya eres oficial de 1ª

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