domingo, 17 de diciembre de 2017

¿Escribir una novela? Nunca se sabe

Llevo unos días dándole vueltas a la idea de escribir una novela. Corta, por supuesto, pues no me puedo permitir otra cosa. Cuando uno acaba un libro, en mi caso, de poemas, y se adentra en los complejos avatares de la publicación, algo así como una suerte de meandros de incierto paralaje cuyo desenlace se encuentra sometido a un gran cúmulo de factores y circunstancias, se abre un período de incertidumbre en el que la pluma se conduce a trompicones, impúber acaso, proclive a caprichos y  frivolidades. Después de un año en el que mis lecturas se orientaron en su mayor parte a la poesía, se siente la prosa como una tentación primaria, liberadora de conciencias y estereotipos, ese panorama frecuente en el no pocas veces ingrato territorio del verso. Me costará sin embargo abordar el andamiaje de un relato de ficción, y de hecho, creo que tal hipótesis debe quedar de entrada descartada. ¿Autobiográfico pues? No podría asegurarlo, aunque el material propio, con el oportuno maquillaje, de seguro bastaría para dar cuerpo a un engendro mínimamente presentable. De las novelas que leí en los últimos meses, no demasiadas, deduje que había páginas y páginas de puro barbecho, engordadas tramas que quizá hubieran lucido mejor ataviadas con un ropaje más ligero. Son las impresiones que uno arrastra tras años de ejercicio poético. Ni siquiera puedo asegurar que termine embarcándome en una tarea tan absorbente, menos aún quien el tiempo es un bien escaso, pero no está de más imaginarse cómo podría ser esa travesía, tomarse en serio por unos instantes un proyecto así, e imaginar folios y folios cargados de palabras sin hemistiquios ni cesuras. 




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